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Intentamos escabullirnos cuando la verdad nos acosa. Buscamos excusas, y en la mayor parte de los casos nos da de bruces la realidad. Hay muy pocos que escapen a los efectos de la verdad. Y esos pocos, en la mayor parte de las ocasiones, sucumben con el paso del tiempo, pues el tiempo pone a cada uno en su lugar. Y hay muchos casos que ni con esas. Siguen terqueando con la realidad, siguen porfiando con la verdad. Defienden su mentira con una naturalidad pasmosa, argumentando lo que aún no estaba, hasta ese momento, en los escritos.
Y es que hay más de indiferencia que de empatía. Los egos están por encima. La antipatía supera a la empatia, y la apatía es un modo de vida normalizado. Existe más de hipocresía que de sinceridad o de claridad y transparencia. El cinismo supera con creces a la nobleza y a la lealtad.
Hay más de traición que de fidelidad. La mentira fluye con cierta normalidad y el engaño es más común de lo que creemos o de lo que sentimos en nuestras propias carnes.
Valores como la franqueza o la honestidad están casi desaparecidos, y enfrente tienen a una muchedumbre que apuesta más por la felonía, la trapacería o la deslealtad o la falsedad.
Ya no digamos nada sobre el sentido de la amistad que está machacada por los egos, los intereses o el ya naturalizado antagonismo reinante.
El afán por destacar, los egoísmos exacerbados, el otro afán por el protagonismo por encima incluso de los tuyos, son actitudes muy de moda. Ya no hay el compañerismo, y el sentido de la solidaridad solo sale en pequeñas proporciones cuando se invita o se incita hacia causas menores o hacia el sensacionalismo que solo trata de recaudar, gracias a la ingenuidad de muchos y a la buena voluntad de otros tantos.
Es tanto lo que se ha ido perdiendo, que estamos a la espera de ver lo que aún nos queda por perder. Y no será del agrado de muchos, cuando se vean las consecuencias de haber abandonado actitudes humanas de valor añadido enorme, que sirven para ayudar a una convivencia pacífica y a la buena marcha de la humanidad.
Llevamos una velocidad que asusta, vamos con unas prisas que acojonan, y la dirección que llevamos no nos conducirá a otro lugar que al desastre, a la tragedia y a la desgracia.
¿Pesimista? Mira a tu alrededor, mira después dentro de ti, y dime cuántos defectos te encuentras y cuántos otros defectos encuentras en los que te rodean. Haz un breve pero concienzudo análisis de todo, desde tu entorno hasta tu ombligo, a ver qué te encuentras. Y si después de haber hecho eso, y de haber encontrado carencias en ti mismo, y de haber observado cuánto de falsedad hay a tu alrededor, eres capaz de abrirte y de decir con total sinceridad todo lo que piensas y crees, entonces habrás encontrado una vía de salvación y una vía de recuperación. Para ti, y para tu entorno.
Ábrete, dí lo que piensas, dí lo que observas, sin miedo al qué dirán, y sin temor a que la reacción del oponente sea violenta o no sea de tu agrado. Quizá ahí hayas completado el análisis, pues estoy seguro de que enfrente te encontrarás, como mínimo, excusas, pretextos, justificaciones, evasivas, subterfugios, coartadas e incluso disculpas zafias y baratas. Incluso puede ser que surjan actos violentos o de desprecio, o puede ser que observes posturas furiosas, actitudes crueles, agresión, ensañamiento o brusquedad o crudeza. Y fruto de todo esto, también te encontrarás que aquel que tenías por amigo o por persona de confianza, lo pierdas ante esa muestra de sinceridad con que les has atacado, o con las que se han sentido atacados. Esa agresión que un amigo admitiría, pero que un falso o ficticio amigo rechazará, incluso con otra agresión de mayores consecuencias físicas o emocionales.
Entonces, ¿hasta qué grado podemos ser sinceros? Vamos más allá, ¿somos sinceros, decimos la verdad? ¿Somos capaces de soportar que nos la digan?
Llegados a este punto, podemos confirmar que la hipocresía y el cinismo reinantes son pilares de endeblez visible, pero sobre los cuales soportamos la mayor parte de nuestras vidas.
El miedo a la verdad nos impide reflexionar, nos obstruye la autocrítica, y no nos deja avanzar. Sería interesante que fuéramos más humildes y sinceros, que fuéramos más tolerantes con quienes intentan ayudarnos diciéndonos la verdad sobre lo que piensan que estamos haciendo mal. Solo así podríamos avanzar y consolidar la búsqueda de un mundo mejor. Solo así seríamos capaces de enfrentarnos a quienes intentan, y lo consiguen, sobreponerse con su prepotencia y su soberbia, desde los poderes y las altas esferas. Poderes y altas esferas que son los auténtico creadores de este clima tan irrespirable para conseguir con ello tenernos más atados y sujetos y para poder así manipularnos mejor y conseguir espurios objetivos que después acaban rebotando en nosotros mismos, usurpándonos todo aquello que por derecho, y por ley, nos pertenece.
Seamos sinceros. Le tenemos miedo a la verdad, y todo lo que en estos instantes creemos que es la verdad, no es más que una gran mentira que nos absorbe día a día y que nos obnubila para no dejarnos ver lo que en realidad es la auténtica verdad. Es algo así como un disfraz que acabamos poniéndonos todos para intentar evadirnos y para intentar eludir la verdad que nos aplastaría si la conociéramos de verdad. Lobos con piel de cordero. Y cada vez hay más en el redil.
Tititokokoki