viernes, 31 de enero de 2020

A EDUARDO PONS PRADES, IN MEMORIAM


Muerto ya el dictador "por la gracia de dios", surgió el que se consideró primer periódico progresista e independiente de España, llamado “Mundo Diario”.

Me aficioné a comprarlo a diario porque tanto en el modo de dar las noticias como, sobre todo, el contenido de los llamados artículos de opinión concordaba con mis ideas políticas y sociales. Y entre los buenos y distintos articulistas de fondo destacaba, para mí, los que escribía el historiador y escritor catalán Eduardo Pons Prades.

La interesante lectura de sus enjundiosos artículos me llevó a profundizar un poco más sobre la personalidad de este autor y fui adquiriendo su obra escrita que versaba sobre diversos temas relacionados con la Guerra Civil, la resistencia anti-franquista, la actividad guerrillera de los republicanos que pasaron a Francia enfrentándose al nazismo y posterior participación en la Segunda Guerra Mundial. Obras bien documentadas que, sobre todo, incidía en aquellos aspectos que la historia oficial no cuenta pero que forma parte de los pormenores de las pequeñas historias locales y personales, vividas por los protagonistas y contada en primera persona.

Una tarde del verano de 1982 me encontraba dando una vuelta por la librería de “El Corte Inglés” de Plaça de Catalunya en Barcelona, cuando entre las estanterías de libros veo su nombre asociado a un título que me dejó patidifuso. Lo tomé y hojeé, y me quedé muy sorprendido porque tanto el título, “El Mensaje de otros Mundos”, como el contenido, no concordaba mucho con el personaje y su trayectoria de vida (ciertamente, era el mismo Eduardo Pons Prades, pues lo pude comprobar en el currículum y la foto de la contraportada).

El antiguo combatiente republicano, ateo, anarquista, de sólida formación humanista, combatiente en la Batalla del Ebro, guerrillero en el maquis francés, historiador y escritor político, contaba en este libro en primera persona, nada más y nada menos que una experiencia de encuentro con seres antropomorfos provenientes de otros mundos, platillo volante incluido, de unos 70 metros de diámetro, según las huellas que dejó, y que pudieron medirse después, en el calvero del bosque donde estuvo posada. Narra el acceso a dicha nave por invitación de estos seres y posterior entrevista a bordo de la misma, que llegó a despegar con él dentro. Todo ello durante un intervalo de siete horas.

Seiscientas pesetas costaba el libro y seiscientas pesetas justas llevaba en el bolsillo. Lo adquirí sin importarme cómo iba a volver a casa, pues no tendría dinero para el autobús. Me senté en un banco del Paseo de Gracia, me puse debajo de una farola para cuando se hiciese de noche poder seguir viendo y lo leí de un tirón.

Ya, amaneciendo, me fui para casa recorriendo a patita los 9 kms. de distancia que habían. Prácticamente, dos horas de buena marcha. No fui capaz de pedirle dinero a nadie para poder coger el autobús nocturno.

Cuando llegué a casa con el sol bien alto mi mujer estaba a punto de salir, con el carrito de la niña preparado, para presentarse en el cuartelillo de la guardia civil y denunciar mi “desaparición”. No teníamos entonces ni un mal teléfono para poder haberla avisado desde algún bar donde, generosamente supongo, me lo hubieran permitido. Nos habíamos mudado recientemente y aún no disponíamos de línea telefónica.

Le expliqué a mi esposa lo que había sucedido y la pobre no sabía qué hacer, si reír o llorar, si abrazarme porque no me había pasado nada, o perseguirme por el piso a sartenazos.

Ella ya conocía mi “natural inquietud” por muchas cosas, pero hasta el punto de que pasasen las horas y no supiera nada de mí por una causa así ya era demasiado. No obstante, sirvió para que se tomara en adelante ese “natural inquietud” mía con mayor filosofía.

“El mensaje de otros mundos”, título que según me confesó el autor personalmente no le gustaba pero que le fue impuesto por la Editorial Planeta por razones evidentes de un mayor gancho comercial, se editó una vez y, a pesar de la demanda posterior que existió, no volvió a publicarse más. Hoy es imposible obtenerlo, aunque en ese empeño estoy pues tuve la fatal ocurrencia de prestarlo (como tantos otros) y nunca llegué a recuperarlo. (1)

En algunas de mis posteriores conversaciones con Eduardo me aseguraba que tal o cual editorial estaba dispuesta a publicarlo, pero la cuestión es que nunca se hizo. En esa época se especuló, con fundamento, que a “ciertos resortes de poder” no les interesaba que eso se produjese. ¿El motivo? Pues que entiendo que Eduardo Pons Prades no es un “contactado” cualquiera. No es lo que hoy muchos podríamos considerar un “friki” medio descerebrado ansioso de formar parte del famoseo casposo y cutre de este país que tanto estuvo de moda años atrás. Conociendo la gran calidad humana del autor y su trayectoria política y social, además de profesional, motivos ocultos habrán tenido para negar las nuevas ediciones que, el interés general sin embargo demandaba en la publicación y obtención de esta obra.

De hecho, Pons Prades, ocupa casi medio libro hablando de eso: en denunciar las intenciones manipuladoras que el sistema y sus poderes fácticos utilizan y manejan para forzar y cambiar las voluntades de la población para hacerles creer lo que ellos quieren que crean; y que era consciente del carácter extraordinario de su experiencia y de las perniciosas influencias que podría ejercer en las personas una fabulación así. Pero a pesar de ese riesgo, él cuenta lo sucedido tal como lo vivió, sin que en su ánimo existiese ninguna intención manipuladora y extorsionadora de esa realidad.

Era muy probable que la probidad moral reconocida del autor, unido a la divulgación de un hecho tan extraordinario, podría haber creado una cierta zozobra en el ánimo de los diferentes mandamases políticos y religiosos como para lograr impedir nuevas ediciones.

Con todo, Pons Prades no organizó ningún tinglado contactista como los muchos que han surgido a lo largo de los últimos 60 años de fenomenología ovni. Inclusive, según cuenta él, estas supuestas entidades le otorgaban absoluta libertad para que publicase, o no, los pormenores del aquel extraordinario encuentro. Ni siquiera tuvo necesidad de contárselo a todo el mundo dentro de su entorno inmediato, pues yo mismo he sido testigo de las caras que ponían allegados suyos cuando, al acercarse a nuestra conversación, se daban cuenta de lo que estábamos hablando, haciendo exclamar a este hombre “¡¿vaya, a ti tampoco te lo había contado?!”… Gentes, en definitiva, de trato diario y muy cercana a él en lo ideológico que no tenían ni idea de aquella insólita experiencia.

Eduardo Pons Prades falleció el 28 de mayo de 2007. Quiero, desde estas líneas dedicarle un íntimo y personal homenaje póstumo a la memoria de un hombre que fue fiel a sus ideales y los llevó a cabo con humana e íntegra honestidad.

Particularmente, estoy convencido que este hombre vivió unos hechos extraños y extraordinarios. Y que dice verdad. Otra cosa es saber, dentro de su rica y pormenorizada exposición subjetiva, qué fue aquello a lo que se enfrentó, qué había exactamente detrás de tan sorprendente suceso.

Reproduzco a continuación la transcripción de la primera carta que recibí de él, una vez localicé su domicilio de Barcelona y le pedí relación epistolar.

En homenaje:

(1)    Este libro puede bajarse en pdf de Internet.


Flan Sinnata

viernes, 24 de enero de 2020

HOY LAS CIENCIAS ADELANTAN
QUE ES UNA BARBARIDAD

“DON HILARIÓN – El aceite de ricino, ya no es malo de tomar.
DON SEBASTIAN – ¡Pues cómo!
DON HILARION – Se administra en pildoritas, y el efecto es siempre igual, igual, igual.
DON SEBASTIÁN – Hoy las ciencias adelantan, que es una barbaridad”. (La Verbena de la Paloma)

La frase que encabeza cuenta con más de 125 años. Sin embargo, está fresca, como una lechuga.

El boticario, D. Hilarión, que alternaba el cocinado de sus magistrales recetas con el baile castizo en el viejo Madrid de las chulapas y fiestas en las praderas al aire libre, es un arquetipo para museo del recuerdo.

Aquel paisaje urbano de finales del XIX, calles llenas de carruajes tirados por caballos, de verbenas con castañeras picadas al aire libre, se acercaba más a las estampas de los caprichos de Goya que a la silueta actual ahogada en la grisácea penumbra de la contaminación y las torres de Chamartín encrestadas que parecen competir con el vuelo rasante de los aviones que parten o llegan.

Hoy la ciencia de la medicina, sustituyendo la farmacopea de las antiguas píldoras saludables, monopolizada por grandes y poderosas empresas farmacéuticas multinacionales, de conocidas marcas, extiende sus tentáculos e influencia en diferentes sectores productivos, y de investigación.

La asociación, o simbiosis, entre ciencia y tecnología preside el desarrollo en amplios ámbitos económicos como el energético, alimenticio, telecomunicaciones… y otros.

Y es aquí donde llego al tema que quiero plantear, el tema de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Las consecuencias para el desarrollo intelectual y emotivo de los seres humanos en desarrollo y las implicaciones pedagógicas que tal tecnología condiciona.

La comunicación humana arranca en la noche de los tiempos. Con la aparición de los lenguajes o al uso generalizado del verbal, parejo a la socialización humana, que ha ido utilizando distintos formatos y soportes, pasando también por distintas tecnologías que lentamente han evolucionado a lo largo de la historia.

El descubrimiento de la electricidad allá por los siglos XVI y XVII y su aplicación en el siglo XIX al uso doméstico e industrial supuso un fuerte impulso a la comunicación a distancia. Citemos el telégrafo y el teléfono por cable que se sustenta en la transformación de impulsos eléctricos, bien codificados, o bien transformados en sonidos.

Será la modalidad de teléfono inalámbrico, que utiliza los campos electromagnéticos, lo que constituye una verdadera revolución en esta tecnología.

Hice la mili en un batallón de ingenieros para cuerpo de ejército, cuartel de caballería de Salamanca. Hoy Corte Inglés. (Doy esta información porque sé que hay alguien interesado en mi provecta edad, para que calcule). Pues allí aprendí y practiqué la transmisión por cable del lenguaje Morse. Las chicharras que emitían impulsos eléctricos cortos y largos, un anticipo del lenguaje máquina. Las emisoras de onda corta, cuya banda deberíamos respetar para no interferir en las emisiones civiles. (¡Dios, cuanto conocimiento inútil que ocupa espacio en mi CPU, desde el catecismo del padre Gaspar Astete hasta el anticuado lenguaje morse!).

Estaban montadas sobre vehículos todoterreno. Eran americanos, del “imperio”, se decía que habían sido usados en la guerra de Corea. De tecnología analógica, con dial de batido a cero. También había otros emisores inalámbricos cargados en unas motos del ejército, auténticos móviles, pero casi jurásicos.

Una escueta reseña orientativa, y poco rigurosa, de la evolución de estos dispositivos usados en los últimos 30-40 años:

Los primeros móviles eran de gran tamaño y difíciles de transportar. Escasa duración de carga, 30 minutos máximo. Es la primera generación o 1G.

La segunda generación o 2G, a partir de 2007, incorporan los mensajes de texto.

El 3G introduce la conexión a internet, el color y la pantalla táctil.

El 4G incorpora la cámara fotográfica y banda ancha, mensajes de imagen.

El 5G aumenta la velocidad, de 1 a 10 Gb ps. Se habla de microsegundos. Gran capacidad de conexiones simultáneas y bajo consumo. Funciona ya en países como China , EEUU. En España se están completando las redes, instalando antenas para que la cobertura sea total. Las bajas frecuencias obligan a desplazar la banda de la TDT (Televisión Digital Terrestre). Estará lista en julio 2020.

La tecnología 5G está protagonizando tensiones comerciales por el predominio entre Estados Unidos y China. En versión doméstica, los retos verbales entre nuestras dos mandatarias, Colau y Ayuso para llevarse a su ciudad la feria del Mobile, que se viene celebrado anualmente en Barcelona (a ver si se tiran del moño).

Las sociedades humanas han mostrado rechazo a casi todas las innovaciones o inventos: la imprenta, la agricultura mecanizada, los transgénicos… Unas veces por unos motivos, otras por otros y las más de las veces sin verdaderos fundamentos. Como ejemplo de motivos políticos la llegada del café. Pasó del imperio Otomano a Europa a través de Marruecos. En Europa estuvo prohibido muchos años porque la gente se reunía para disfrutarlo en locales específicos. La amenaza que suponía para el poder que la gente reunida conspirara, provocó el cierre de los cafés. Hasta que un Papa, declarándolo bebida del demonio, pensó que, si lo habían traído los infieles, bautizándolo, lo podíamos disfrutar nosotros. Otro tanto, pero por motivos económicos y comerciales, ocurrió con la mantequilla y la margarina. Curiosidad, sin importancia.

Los móviles y toda la tecnología asociada no iban a escapar a la norma del rechazo y también tienen sus detractores. Los efectos nocivos de las radiofrecuencias, entre otros.

La tecnología digital ha venido para quedarse. Los nacidos en esta nueva ola parece como si trajeran las nuevas tecnologías instaladas de serie.

Cada vez se observa el uso del móvil en niños más pequeños, hasta el punto que muchos estudios serios, incluyendo la OMS, han alertado de los riesgos de daños en la evolución intelectual infantil por tal costumbre, incluso se ha denominado a la costumbre de algunos padres de dejar el móvil a los críos para que se entretengan como  “chupete electrónico”.

Ya en edades de final del desarrollo evolutivo, son recomendables para acceder a la información y al conocimiento, se señalan algunos inconvenientes si no hay un control parental o de tutelaje educativo, como son la adicción, el acceso inadecuado a la pornografía, el bulling, el vamping y el sexting.

Según el INE, 3 de cada 4 niños tienen móvil antes de los 10 años. No es recomendable el uso autónomo por niños menores de 13 años. Algunos padres lo justifican por la necesidad de tenerlos controlados. Es esos casos deberían usar solo teléfonos sin navegación.

A partir de los 15 años se autoriza en España, de momento, en algunos institutos el uso como herramienta didáctica. Dicho uso está regulado y se recomienda que el tiempo diario total no sobrepase 1 hora, para menores de 13 años, ni 2 horas para mayores. En Francia está prohibido el móvil dentro de los institutos. Encuestas internacionales dicen que un 86% de los padres se oponen al uso del móvil.

En el mismo pack llegan otros muchos dispositivos que se interconectan: a saber, las tablets, los relojes inteligentes, los MP3, etc.

En conclusión, como decía un ascendiente mío, que a su vez había oído de boca de otro ascendiente: “¡Qué veremos!”. Hoy en día es posible localizar y liquidar a nuestro enemigo aunque esté oculto en las antípodas.

Proust

viernes, 17 de enero de 2020

IMPERIO S.A.

EEUU es el Imperio contemporáneo y de ahí el lógico anti-americanismo mundial, como corresponde. Pero EEUU tiene peculiaridades que lo convierten en un Imperio más odioso, y a la vez, paradójicamente en apariencia, más soportable. Veámoslo.

No tiene aspiraciones de dominación política de territorios, no los anexiona a su soberanía nacional, ni convierte en súbditos a los habitantes ¿No los sojuzga y sin embargo los domina? Parece contradictorio pero no lo es tanto.

La explicación reside en que no está enraizado en la cultura política e histórica estadounidense usar al hombre como medio para un fin, sea este fin moralmente loable o no; lo loable moralmente para ellos es siempre el hombre como fin, la "felicidad" establecida por uno mismo para bien o para mal  –sueño o pesadilla americano– , sea la conducta de este hombre, en su camino por alcanzarla, más o menos moral o incluso por completo inmoral bajo estándares exigentes. Entender esta distinción, que suele despacharse con la etiqueta de feroz individualismo pero que tiene implicaciones más profundas, supone entender el carácter "soft", laxo, de la dominación del Estado estadounidense, que por algo es más gobierno o administración que Estado.

La cultura política norteamericana, que desde un principio fue muy defectuosa respecto a la elevada inspiración democrática que albergaban sus llamados Padres Fundadores, también fue consciente de estos defectos y las flagrantes contradicciones asociadas –esclavitud, racismo, violencia desmedida, lobbys…–  y pese a ellos resuelta a mantenerse firme en la defensa a ultranza de sus instituciones. Con ello evitaron el ensoñamiento en la "Diosa Virtud" y el sacrosanto "Bien común", una lacra que tanto afectó a los revolucionarios europeos y de otros continentes, que al revelarse sus instituciones predestinadas a tan altos ideales contaminados de vicio y crimen arbitrario, caían en la frustración permanente y con ello en la inacabable vocación de destruir para construir en la ilusa esperanza que el último intento será el definitivo. En cambio el estadounidense no se frustra por sus instituciones y si algunas veces piensa que están en crisis, como cuando Vietnam, es porque no se parecen lo suficiente a como eran en 1776.

Ey, pero masacraron a sangre y fuego las tribus nativas americanas, se podrá objetar. Sí, es verdad, porque su habitat era la Frontera en el sentido que ellos le dieron: el enorme espacio destinado a ser el granero y el rancho de los masificados cinturones urbanos del Este. Los amerindios les estorbaban no por el hecho de existir, sino porque deambulaban libremente en su anárquico estilo de vida nómada por las grandes praderas que debían dedicarse al cultivo de cereal en interminables campos, o a pastos para los rebaños de miles y miles de cabezas, o a yacimientos de minerales o petróleo. A los amerindios se les podía exterminar a la vez que se les reconocía como nación soberana de igual a igual a Washington. Lo que no se les podía permitir era subsistir como entidad territorial diferenciada aunque fuera dependiente  –llámese este dominio, colonia, o provincia: las reservas eran otra cosa–  dentro de la nación surgida de la lucha contra la dominación precisamente territorial de los Imperios.

Dominación imperial de otro tipo, entonces. Sin duda. Económica fundamentalmente. Producir tanta cantidad de bienes conlleva venderlos a todo el planeta, inundar el mundo de ellos en realidad. Así se construyó la hegemonía yanqui fuera de sus fronteras: esta fue su auténtica invasión imperialista. Pero hay que tener en cuenta que la inundación alcanzó su punto álgido en la Segunda Guerra Mundial, cuando su abundancia material era requerida con desesperación por las naciones aliadas en su lucha a muerte contra el nazismo. La ración de combate, la chocolatina, el camión: esta fue la avanzadilla de lo que vendría después: McDonalds, Chevrolet e IBM, que no son más que una sofisticación hedonista, en consonancia con el advenimiento de la era del consumismo, de aquellos bienes que primero desembarcaron desde la otra orilla del Atlántico para cumplir una función de lo más austera y práctica.

¿Y qué vino después, tras los cachibaches de consumo? La dominación cultural, por supuesto. Una cultura también ciertamente peculiar cuando no contradictoria. Rica en su herencia de la tradicion europea, de la que es crisol por puro aluvión migratorio multinacional, y pobre en cuanto a sucedáneo del refinamiento de aquella; pobre en cuanto al perfil medio de ciudadano, del estereotipo risible del ámbito rural o el anodino del urbano  –exceptuando la costa Noreste–  y el relativo cuando no falsete paradigma publicitario del "american way of life"; y rica en cuanto a su potencia creadora de símbolos y referencias populares, de la cultura de masas (música, cine, comic, tv, mass media...) que hizo saltar por los aires el enclaustramiento típico europeo, la tendencia al elitismo y a la "alta cultura" como si no pudiera haber otra, libre y desprejuiciada de gustos endogámicos, de pautas y modelos encorsetados, y abierta a todo el que tenga algo que aportar de interés y mérito para alguien, en algún lugar del mundo.

Y por último dominación militar, como no podía ser de otra manera. El Egipto de Ramsés II, la Babilonia de Nabucodonosor, la Grecia de Pericles, la Roma de Octavio Augusto, la Francia de Napoleón, la Inglaterra de la Reina Victoria y la Alemania de Hitler también gozaron de esta: 10 años, 25 años, 50 años a lo sumo. Los EEUU se acercan ya al siglo y "lo que te rondaré morena" ¿Su secreto de perdurabilidad? Con la perspectiva del tiempo se verá, pero más allá de su tremenda y por ahora inigualable capacidad de producción, material y cultural, quizá no sea casual la sucesión sin solución de continuidad en la Casa Blanca de malvados, corruptos, inanes o ridículos presidentes que nada pueden hacer por evitar que su país sea como es.

Mickdos

martes, 14 de enero de 2020

PREDICA, QUE ALGO QUEDA…


Era frecuente, en aquella España de hambre y miseria de la postguerra, que de vez en cuando aparecieran por los pueblos grupos de frailes predicadores que organizaban jornadas de reflexiones espirituales consistiendo, sobre todo, en prédicas dentro de los templos con el objetivo de reavivar la tibieza espiritual de la que siempre han hecho gala los españolitos de a pie.

El pueblo de mi nacimiento y niñez no se libró de tan “sanas y santas costumbres”, y aún recuerdo el “volandeo” de hábitos y sotanas por las calles anunciadores de tan “benignos y aprovechados acontecimientos”.

Estas prédicas, como era preceptivo, se impartían por sexos. Era inconcebible que uno y otro sexo estuvieran juntos y revueltos en tan piadosos saraos.

Llegada la tarde del domingo, y entre el no tener otra cosa mejor que hacer, y también por aquello del qué dirán si no te ven acudir a tan exigente e inexcusable convocatoria, la fauna masculina del lugar se aglomeró en el interior de la iglesia parroquial a la espera de que el fraile piquito de oro de turno, desde el púlpito, arremetiese contra los allí congregados con toda la artillería semántico-celestial de la que era capaz en el intento de redimir sus pecadoras almas.

Resultó, que el día antes, un vecino había fallecido de muerte súbita, sin padecer ninguna enfermedad aparente que provocara tal desenlace. Una de esas muertes que sobrecoge a quien recibe la noticia porque, por inesperada y cierta a la vez, es trasladada al propio psiquismo creando la posibilidad de que te hubiera pasado ya que todos tenemos, dentro del bombo de la suerte, uno de los números de tan macabra lotería.

Conocedor el fraile orador de este hecho, le vino que ni pintiparado para explotarlo en su prédica, y a base de expresivos e ilustrados ejemplos lanzar a los allí concurridos toda suerte de exhortaciones sobre la realidad de que, la muerte, puede visitar en cualquier momento, y sin avisar, a cada uno de los allí presentes.

Y si la muerte, que no reconoce condición ni acepta plazos, treguas, acuerdos ni cualquier otro pacto para negociar su llegada, se presenta de golpe y los encuentra en pecado mortal ¿qué sucedería?... Pues que el alma de quien en suerte la Parca le tocase el hombro se iría irremisiblemente al infierno, sin tiempo para la posibilidad de la reparación y la reconciliación con Dios mediante el arrepentimiento previo y la confesión.

La iglesia estaba de bote en bote. No cabía un alfiler. Matías el limpiabotas, mutilado de guerra a quien un trozo de metralla lo dejó cojo, trataba el hombre en vano de acomodarse como mejor podía aupándose en uno de los laterales de un confesionario, con tan mal tino que resbaló y en su caída al suelo arrastró tras de sí, acompañado de un estentóreo grito, el vetusto confesionario de madera que crujió en un gran estruendo que fue rebotando por todas las bóvedas del templo.

Esto sucedió en lo más álgido de la tenebrosa predicación del exaltado fraile, cuando estaba ya pintando con expresivas imágenes en qué consistían las penas y sufrimientos del infierno por toda la eternidad, donde horribles demonios de toda índole ensartaban una y otra vez con sus tridentes las almas condenadas y las arrojaban a las calderas de Pedro Botero.

El sobresalto general fue mayúsculo. Influenciados por la prédica del fraile todo el mundo coligió que por causa de sus pecados alguno de los allí presentes había sido fulminado de inmediato por la ira divina, indignada hasta el extremo por la comisión de quién sabe qué cuantiosas y horrendas faltas contra las leyes divinas. La cuestión es que un pánico irracional se apoderó de todos los presentes, hasta el punto de salir cada uno por su lado en desbandada, por encima de bancos y demás mobiliario, arrastrando en su huida a algún que otro santo y su peana, en dirección a la puerta en el intento de escapar de lo que parecía un “ajuste de cuentas” divino sobre el que más, y quién sabe si también, sobre el que menos.

De nada sirvieron los gritos del fraile llamando a la tranquilidad y la cordura, incapaz de detener aquella marabunta humana que entre gritos, empujones, forcejeos e imprecaciones de toda laya trataban de llegar hasta la calle convirtiéndose la puerta de salida en un tapón humano que ríete tú de los sanfermines cuando tal cosa ha sucedido alguna vez a la entrada de la plaza de toros, teniendo en cuenta que, en esta ocasión, el "toro" era nada más y nada menos que el dedo divino apuntando a discreción de un lado a otro.

En días sucesivos, y una vez aclarado el suceso, el choteo y la inventiva popular sobre aquel chusco episodio quedaron asegurados. De hecho, y durante años, sirvió de chascarrillo doméstico que siempre provocaba la hilaridad de los oyentes. Yo, aún hoy, no puedo reprimir la risa al recordar el suceso, sobre todo cuando suena en mi cabeza la manera en que lo contaba una tía abuela que tenía, que había sido la hermana del abuelo carabinero republicano que murió enfrentándose a las tropas de Yagüe en su avance hacia Madrid. La gracia con que lo contaba, aderezado de todo tipo de comentarios de corte anticlerical (no se cortaba un pelo para la época) nos hacía disfrutar de lo lindo.

¿La moraleja?… Pues servíos vosotros mismos. Creo que no hace falta añadir nada más, cada cual es muy libre de sacar las conclusiones que más le apetezcan.

Flan Sinnata

viernes, 10 de enero de 2020

EL "TOPO" DE LA GUERRA CIVIL

Voy a contar una historia que en su momento me fascinó, pues conocí a las personas que fueron participantes de la misma y las emotivas circunstancias que intervinieron, así como por la singularidad de las situaciones que tuvieron lugar.

Cuando nos casamos, la modesta “luna de miel” que mi mujer y yo hicimos consistió en visitar tanto mi pueblo de nacimiento como el de mi mujer para poder conocer a las respectivas familias. Yo soy de un pueblo de la provincia de Badajoz y ella lo es de otra pequeña población de la provincia de Sevilla.

Conocí a la abuela de mi mujer ya muy mayor, pero despierta y vivaracha, que vivía en la misma casa con un hijo casado, padre de varios hijos, que eran por tanto tíos y primos de mi esposa. Sin embargo, no me enteré que también tenía abuelo hasta después de las primeras elecciones generales que, como todo aquel que tenga memoria política sabe, se celebraron el 15 de junio de 1977.

El abuelo de mi mujer resultó ser un “topo de la guerra”. Se llamó así a aquellas personas de ideas izquierdistas y/o republicanas que se ocultaron tras la guerra civil para escapar de la represión franquista.


Hubo en España cientos de “topos” que ya a finales de los años sesenta, a través de un decreto que dictaba la prescripción de los presuntos “delitos” políticos cometidos antes del final de la guerra, fueron saliendo a la luz sin más consecuencias aparentes. Sin embargo, el abuelo de mi mujer no quiso salir a la calle, insistiendo en su actitud de ocultamiento público, hasta el día en que se celebraran las primeras elecciones generales.

Voy a contar los hechos tal como me los contaron a mí diversos protagonistas de este caso particular, incluido el testimonio de esta persona, el topo, el abuelo de mi mujer, a quien tuve el honor y el placer de conocer poco tiempo después de las primeras elecciones generales.

Cuando estalló la guerra civil, esta persona era concejal por el Partido Comunista y pertenecía al Comité Antifascista que enseguida se formó en su localidad, como en otras tantas de toda España, una vez enterados del levantamiento militar apoyado por el poder económico, la ultra-derecha política y el clero eclesiástico. Como medida preventiva, del mismo modo que sucedió en tantas otras poblaciones españolas, los más destacados miembros de la derecha radical locales fueron encerrados para así anular cualquier capacidad de maniobra ante el peligro real que representaba el movimiento de tropas franquistas y el asalto a las poblaciones republicanas para reducirlas por la fuerza de las armas y reprimirlas. Todos sabemos por la historia, que la represión en Sevilla fue brutal, que de allí partió el ejército del sur, la llamada “columna de la muerte”, comandada por el teniente-coronel Yagüe a través de la llamada “ruta de la plata” entrando a saco en todas las poblaciones y diezmando a sus habitantes por el solo hecho de saber que los mismos eran de izquierdas o habían votado a partidos de esa significación.

Cuando los nacionales entraron en el pueblo de mi mujer hallaron intactos a todos los presos derechistas (como pasó en otros muchos), a pesar de la insistencia de linchamiento por parte de gentes que huían desde otros pueblos ocupados y que iban contando lo que moros, legionarios y falangistas hicieron con muchos de sus familiares, queriendo vengarse. El abuelo de mi mujer y otros miembros del comité impidieron que se cometieran tales barbaridades. Ocupado militarmente el pueblo, tanto él como una docena más de compañeros fueron hechos prisioneros y, en reata de presos, sacados a las afueras del casco urbano, llevados junto a la tapia del cementerio para ser fusilados sin más contemplaciones y ser enterrados allí mismo en una fosa común.

De la ejecución se encargaron los falangistas, como sucedió en tantas localidades, pues fueron los que se dedicaron en retaguardia a la labor de reprimir y masacrar a sus propios paisanos sospechosos de izquierdistas mientras el ejército seguía su avance por Extremadura hasta Madrid.

Se formó el pelotón de ejecución, comandado por el más significativo de ellos y descargaron sus cerrojos sobre aquel grupo de republicanos cuyo único delito era el de pensar diferente y defender el régimen legal constituido. Los baleados cayeron al suelo y el falangista que los mandaba se dedicó con su pistola a descargar sobre las cabezas de los fusilados, uno a uno, el tiro de gracia para acabar de rematarlos. Al abuelo de mi mujer no le propinó el tiro de gracia pues vio que tenía la cara destrozada de un balazo y consideró que ya estaba muerto, por lo que ahorraba munición. Como la tarde caía el pelotón volvió al pueblo con el ánimo de mandar al día siguiente una cuadrilla de hombres y enterrar allí mismo, sin más miramientos, a los asesinados.

Y aquí empieza la odisea de este hombre, el abuelo de mi mujer. Según parece, como consecuencia de la descarga, recibió un tiro que le dio en la cara destrozándole un pómulo causándole una aparatosa herida y cayó al suelo. A causa del impacto quedó conmocionado, según él mismo me relató, y perdió el conocimiento, pero la herida no era mortal de necesidad pues el proyectil no entró en el cráneo sino que haciendo pedazos un pómulo, entró transversalmente y siguió su trayectoria.

Era ya noche cerrada cuando recuperó el sentido y poco a poco fue dándose cuenta de la situación. Intentó moverse, cosa que logró a pesar del dolor que sentía en la cara y pudo incorporarse poniéndose de pie. No sabiendo qué otra cosa hacer se dirigió al pueblo, en dirección a su casa. Ocultándose entre las sombras de la noche consiguió llegar hasta la puerta falsa trasera del corral y se introdujo en él. Su familia estaba en esos momentos llorando lo que consideraba una muerte segura, así que la sorpresa fue mayúscula cuando lo vieron aparecer desfallecido y ensangrentado.

Me contaba este hombre que a consecuencia de su irrupción en la casa, los gritos de lloros y alegría se mezclaban de tal manera que tuvo que decirles que siguieran con el disimulo de los llantos pues podían ser oídos desde fuera y causaría sospecha semejante jolgorio en casa de un ajusticiado. Lo curaron como pudieron y se escondió de la mejor manera posible a la espera de acontecimientos. Era absurdo que pretendiese huir pues en ese estado no llegaría muy lejos y sería cazado como un perro.

A la mañana siguiente cuando fueron a enterrar al grupo de republicanos fusilados, entre los que abrieron la fosa no se hallaba ninguno de los que el día anterior les habían dado muerte. Ni les dijeron quiénes eran, o si eran tantos o cuantos, sólo llevaban la tétrica orden de abrir a toda prisa un hoyo lo suficientemente grande como para que cupieran todos los cuerpos y cubrirlos de tierra, sin practicarse anotaciones de ningún tipo. Esa gente represaliada sumariamente simplemente no existían, no eran nadie, ni siquiera se les “contabilizaba” como muertos.

Pasaron los días y nadie vino a molestarlos. Al contrario, siendo la casa de uno de los fusilados, la mala conciencia de algunos, el respeto sincero de otros, o el temor de entablar relación con semejantes estigmatizados hacían que prácticamente nadie se interesara por nada y, ni paisanos ni autoridades, removían ninguna cuestión relativa a los sucesos ocurridos. El abuelo de mi mujer se fue recuperando de las heridas, acondicionó lo mejor que pudo el agujero donde vivía y aprendió el oficio del hermano, que era zapatero, para colaborar en la economía de la casa. Nadie jamás se enteró de que aquel hombre, que se había salvado de una muerte segura, vivía entre sus paisanos en la más absoluta clandestinidad. Durante algún tiempo la familia públicamente siguió haciendo el “paripé” del lloro de su muerte hasta que poco a poco las cosas fueron volviendo a la normalidad. La “normalidad” que el régimen dictatorial que vino después imponía, desde luego.

Cuando le conocí le pregunté que por qué no se acogió al decreto de prescripción de penas que el régimen de Franco promulgó a finales de los sesenta. Este hombre, a pesar de su enclaustramiento estaba bien informado y al cabo de la calle de cuantos acontecimientos políticos y sociales sucedían tanto a nivel nacional como internacional. Su contestación fue que, aun sabiendo que efectivamente pudo hacerlo no quería “agradecer” nada a la dictadura, que la oportunidad de salir a la calle sería cuando acabara aquel infame régimen político y se hubiese implantado uno democrático. Más concretamente, decía, que saldría a la calle el día en que se celebrasen, ya en democracia, las primeras elecciones generales. Y cumplió su palabra.

Este hombre lamentaba que, siendo yo ya parte de la familia, mi esposa no me hubiese dicho nada de su existencia pero quería seguir en la más absoluta clandestinidad esperando hasta que llegara el momento oportuno. Había esperado 41 años metido en aquel agujero a causa de la intolerancia ideológica y quería que, cuando lo hiciese, la situación política fuese la misma que la que le obligaron a dejar en el 36 intentando matarle.

Por otra parte, él sabía que algunos de los falangistas que formaron el pelotón de fusilamiento aún vivían, y concretamente el que les dio uno a uno el tiro de gracia, que él conocía bien pues eran del mismo pueblo y poco más o menos tenían la misma edad. El abuelo de mi mujer tenía algo en mente y quiso ponerlo en práctica a toda costa llegado el momento.

Murió Franco, se inició el proceso de transición democrática y se celebraron las primeras elecciones generales del 15 de junio de 1977.

Aquella mañana de elecciones, el abuelo de mi mujer se aseó, se puso un traje que aún conservaba desde los años treinta que, a sus ya cumplidos 71 años, aún le caía bien porque siempre fue delgado. Desayunó por primera vez en el comedor de su casa, se levantó y se dirigió a la puerta de la calle para salir a la misma. Nadie reparó en él porque nadie había en esos momentos. Se dirigió al colegio donde sabía se estaban celebrando las elecciones. Por el camino una cara conocida, pero ya envejecida por los muchos años transcurridos, venía en dirección contraria a sus pasos, al llegar a su altura se miraron y con una sonrisa en la boca el abuelo de mi mujer le saludó llamándole por el mote que desde siempre era conocido. El sorprendido paisano se paró y giró sobre sí mismo viendo como aquel hombre también mayor que seguía su camino y que le había llamado por su mote volvía la cabeza para volverle a sonreír diciéndole: “¿Qué pasa, ya no te acuerdas de mí?”… Me contaba el abuelo de mi mujer que aquel amigo de juventud se quedó blanco como la cal, con la quijada desprendida del estupor, no dijo nada porque le pidió que no hablase, que no preguntara nada, que tiempo habría, y este hombre, confuso, sin salir de su asombro, se pegó a él y estuvo acompañándole por las calles del pueblo con la intuición de que estaba viviendo un acontecimiento extraño e insólito.

Entraron en el colegio electoral, se dirigió a la mesa de las papeletas y escogió una: la del Partido Comunista de España. La dobló y se la guardó en el bolsillo.

Evidentemente, aquella papeleta no la cogió para votar ya que él no existía, no constaba en censo alguno. El abuelo de mi mujer empezó a notar miradas y murmuraciones a su alrededor, sobre todo provenientes de las personas más mayores, pero me explicó que no les hizo caso, que le parecía bien que la gente empezara a hacerse preguntas sobre alguien que “murió” hacía 41 años porque fue injustamente fusilado. Me explicaba que nadie, en sus dudas, cuchicheos, sorpresas y vacilaciones se atrevía a acercarse y preguntar nada, como si él fuera un espectro viviente, proveniente de un pasado lejano, que venía a visitarles, pero que aún se encontraba vivo en la memoria de los más viejos. Salió del colegio electoral y se encaminó al bar social del pueblo, que todo el mundo conocía como “El Casino”, situado en la plaza mayor, donde había estado siempre. Detrás de él no sólo seguía acompañándolo el confuso y sorprendidísimo amigo de juventud, sino que algo así como media docena de personas más, todas mayores, también les seguían sus pasos, hablando entre ellas, sorprendidas, como intentando deshilvanar viejos recuerdos. Alguien con cierto temor y timidez, acercándose a él le hizo la pregunta directa de si acaso era familiar de alguien que murió durante la guerra civil y él, sin contestar, sólo se limitaba a sonreír mientras caminaba.

Entraron en el casino, y el abuelo de mi mujer apenas avanzó unos metros lo vio sentando en la mesa habitual que siempre ocupaba con otros tres paisanos para jugar al dominó. Se trataba del antiguo falangista que mandaba el pelotón de fusilamiento y que, fusil también en mano, dio la orden de disparar sobre el grupo de asesinados para propinarles el tiro de gracia después.

Se acercó a la mesa. La espontánea comitiva detrás. Los ocupantes de la mesa ante la inesperada presencia de aquel hombre, en principio desconocido, levantaron la vista para mirarle. En ese momento el abuelo de mi mujer sacó la papeleta electoral del bolsillo de la chaqueta, alzándola con la mano para que todo el mundo la viera y con una serenidad que a él mismo le sorprendió, según me contó, levantó la voz y dijo; “Me llamo Fulanito de Tal (omito nombres por razones obvias), muchos de los que estáis aquí y tenéis mi edad me conocéis, y seguro que os acordaréis de mí. La mala puntería de los que nos fusilaron, como la de éste que se sienta aquí, hizo que me salvara y volviera a mi casa donde he estado escondido todos estos años”. Y agitando la papeleta en alto, alzando más la voz, con un punto de indignación, exclamó: “¡Mirad qué tengo en la mano!” “¡Una papeleta de voto del Partido Comunista de España. Por votar a este partido y por ser fiel a la República me quisieron quitar de en medio, como a tantos miles de españoles que no cometieron otro delito que pensar diferente. Tuve más suerte gracias a la mala puntería de éste, aunque después estuve enterrado en vida. De nada le ha servido a él y a tantos asesinos como él haber derramado tanta sangre!”. Dio un paso, se acercó al estupefacto y demudado viejo falangista, que instintivamente se echó para atrás, sin saber muy bien qué iba a pasar. Dando un manotazo con la papeleta encima de la mesa continuó: “¡Aquí tienes, el voto al Partido Comunista. Como puedes ver una papeleta electoral no mata a nadie. Las balas de la barbarie y la intransigencia, sí!”. Me comentó que se lo quedó mirando a los ojos un buen rato. El silencio que se creó en el bar fue tremendo. No esperó a que nadie dijese nada, dio media vuelta y salió del local por el pasillo que el ya numeroso público congregado le hizo. Me contó que en esos momentos empezó a emocionarse pues los ojos empezaron a humedecerse, pero guardó la compostura con la dignidad que dan más de cuarenta años de preparación y espera a que llegara un momento así.


Le pregunté qué hizo después. Me contestó que se dirigió al Ayuntamiento para presentarse a las autoridades y explicarles su situación. Declaró que no guardaba rencores ni deseo de venganza alguna, y que quería vivir lo que le quedaba de vida en paz y armonía con el resto de sus vecinos. Lo “rehabilitaron” en el registro civil como persona “aparecida” para poder ejercer sus derechos civiles. Ni qué decir tiene que el pueblo vivió unos días muy “entretenidos” a partir de entonces.

Conocí en él a una persona muy centrada, instruida, serena, pero con la lógica amargura contenida de a quien le han robado 41 años de vida a causa de la intransigente barbarie de las ideas únicas que reprimen todas las demás. Pero vivió lo suficiente como para utilizar la más mortífera de las armas: la razón moral que su ejemplo vivo de denuncia inesperada significó para tantas conciencias adormecidas.

Hace ya bastantes años que el abuelo de mi mujer murió. Me alegro sobremanera de haber conocido y conversado con personas que, dadas las circunstancias que vivieron, demostraron una entereza heroica digna de respeto y admiración.

Desde aquí mi más sentido homenaje.

Flan Sinnata

viernes, 3 de enero de 2020

¿GUERRA O PAZ?

Es indudable que el centro del poder y de la influencia del planeta se instala inexorablemente en Asia. Una sólida prueba de ello son, por ejemplo, los festejos de fin de año en Shanghai; donde en vez de los tradicionales fuegos artificiales usaron drones, a cientos, a la vez y coordinados. Fue una imagen espectacular y… moderna, pleno s.XXI. Mientras, aquí, en Europa, nos limitamos a sustituir las bombillas por LEDs, eso sí, a millones, para que se vea que somos de Bilbao.

¡¡¡¡Los "chinos" nos comen!!!!

Lo que, en plena globalización es normal, puesto que, sumados, son mayoría: China, India, Japón (el mayor acreedor de los USA, *ver "Recordad Pearl Harbour" de Manuel Leguineche), ¡¡¡Corea!!!, Indonesia, Tailandia y, esperad a que "despierten" las Filipinas, y después, Afrika y Latinoamérica.

Occidente se rezaga, por muchas armas que fabrique, porque está adoptando "un pensamiento único", para ser exactos el neoliberal, que en realidad es un barniz que oculta a la intransigencia, a la intolerancia y a la pazguatería cristiana, resultando de ello, "monstruos" como Trump, Bolsonaro o Abascal (por no decir Aznar).

Ante este "panorama", la disidencia, casi cualquier disidencia, es beneficiosa. Al "Imperio" (cristiano occidental) se le resiste un puñado de Estados aún libres y, más o menos, independientes. Hay opciones a ese "único pensamiento" y, eso… es bueno.

Una de las razones, yo creo que la principal, para que Europa se convirtiera a partir del s.XV en la cabeza del mundo fue, que Europa era entonces un mosaico de Estados libres europeos (y, hace 500 años, había unos cuantos), donde si en uno no eras aceptado, siempre podrías ser bien recibido en el vecino y encontrar refugio a tus ideas. El caso contrario fue la China Imperial, donde el príncipe podía detener todo un país; donde no había cabida a la disidencia ni a la innovación. O el del Antiguo Egipto, petrificado durante milenios por la religión. Pero si sumas la seguridad relativa de tus ideas y pensamientos, a la competición económica y, por ende, militar, los avances de todo tipo, tanto sociales como tecnológicos están asegurados. Y, pasados unos pocos siglos, ¡¡voilá!! tienes el mundo a tus pies.

Por ello, creo que la diversidad es contraria a globalización; que la diversidad de ideas, de culturas, de forma de vivir… de genes, es una bendición y que la actual globalización nos lleva a la catástrofe. Que un Gobierno mundial sería el fin, aunque estuviera en manos de un Pablo Iglesias, o en las mías (vade retro).

Esta conclusión me lleva al título. Desde un punto de vista amoral, pragmático, y sin contar locuras como los genocidios, creo que los conflictos y, sobre todo las revoluciones, son más beneficiosas que perjudiciales para el futuro de la especie humana. Porque, a ver si nos enteramos de una vez, (no me vengáis con el "los niños, pensad en los niños") por mucho que nos queramos, nosotros solo somos peones y, muy prescindibles además.
Venga ¡¡¡a liarla parda!!!

CapitanRed