viernes, 27 de mayo de 2022

SOÑAR CON EL SOCIALISMO

Yo, lo confieso, soy libertaria de corazón. Creo que la única sociedad feliz sería aquella que consiguiese un igualitarismo absoluto y en todos los campos de la vida. Me gusta imaginarme al planeta compuesto por pequeñas comunidades humanas autogestionadas, cooperativistas, no patriarcales y liberadas del trabajo alienante, donde el ocio y el amor libre ocuparan la mayor parte de la vida y el mayor derecho fuese, como reclamaba Lafargue, el de la pereza...

¿Dije "de corazón"? Pues sí, es un deseo, un ideal en el que recreo mi mente pero como a otras personas les gusta imaginar otros  mundos también ideales, llenos de unicornios blancos, hadas bienhechoras y duendes saltarines. Pero la realidad es que ese tipo de sociedades, libertarias  socialistas o comunistas, con o sin estado por medio, son impracticables. El socialismo, sobre el papel, lo aguanta todo pero cuando se ha intentado llevar a la práctica en cualquiera de sus formas, o ha fracasado o se ha quedado a medias. Sin retrotraernos a los diversos intentos por crear sociedades igualitarias a lo largo de la historia,  bien mediante revoluciones o a través de proyectos aislados alejados de la civilización o de sistemas políticos jerárquicos, que han durado un suspiro, los ejemplos más recientes nos indican que algo falla cuando se lleva el anarquismo o cualquier otro socialismo (incluso con vistas a llegar al comunismo) a la práctica.

Sin salir de Europa ni irnos más atrás del s.XX, las revoluciones anarquistas de Macedonia, la rusa de 1905, la Majnovista en Ucrania o la llevada a cabo durante la Guerra Civil española fueron las más importantes y, aunque fueron aplastadas por factores externos contrarios a su implantación, queda por saber cuánto hubiesen tardado en caer en desviaciones y colapsar a causa de factores internos. Pero sí sabemos qué pasó con la experiencia comunista en Rusia (si podemos hablar de Comunismo tal como Marx lo entendía, puesto que no se llegó a la eliminación del Estado y no se pasó de la Dictadura del Proletariado, que solo era una fase intermedia en la teoría marxista). Y qué ha dado de sí el llamado socialismo cubano, coreano o venezolano, que más bien se han quedado en intentos, vías para llegar a un socialismo que nunca se acaba de completar. 

Objetaréis algun@s, y con razón, que el poderoso sistema capitalista que domina el mundo, no les deja respirar, les impide completar el proyecto socialista y llevar a sus sociedades a esa Arcadia feliz a la que, sin duda, llegarían si no sufriesen el boicot y el intervencionismo de las potencias capitalistas pero este argumento no nos sirve con la URSS, por ejemplo, pues aunque también sufrió desde el primer momento y hasta su colapso estas presiones externas, fueron también causas internas las que desviaron desde el primer momento la sociedad comunista que teorizó el marxismo hacia formas autoritarias y jerarquizadas de gobierno..En las mentes de los jerifaltes del partido nunca estuvo deshacerse del Estado ni ceder las riendas al proletariado de forma real.

Arcadia Feliz, 1890, de Konstantin Yegorovich Makovsky (1839-1915, Rusia)

Y es que yo pienso que -salvo en pequeñas comunidades no contaminadas y asentadas en formas de vida que no salieron del neolítico- es una quimera pensar que las sociedades afectadas por siglos, milenios de civilización puedan hacer una transición -traumática o no- a cualquier tipo de socialismo de forma completa y permanentemente exitosa. ¿Y por qué? Pues porque el ser humano producto de siglos de civilización tendría que hacer antes un trabajo de desaprendizaje de un montón de vicios y de hábitos relacionales que están grabados a fuego en su inconsciente colectivo. El egoísmo, la ambición, la avaricia, la territorialidad, el ego individual..etc, acabarán siempre por aparecer y malograr cualquier exitosa revolución socialista por muy buenas intenciones que se tengan y por muy exitosas que aparezcan en las teorías de grandes pensadores..

Y otro factor que teóricos como Marx no han tenido en cuenta a la hora de establecer las bases y condiciones para que se pueda desarrollar el socialismo y llegar al comunismo es el de la psicología de los pueblos, su espíritu colectivo..El análisis materialista de la historia olvidó o despreció este "detalle" y por eso Marx falló en sus previsiones, pues creía que el comunismo triunfaría en sociedades industrializadas mientras lo descartaba para sociedades precapitalistas que permanecerían en el semifeudalismo hasta que sufrieran procesos de industrialización y se generara una clase proletaria lo suficientemente importante para hacer la revolución.

¿Y qué pasó con la teoría cuando se dio de frente con la realidad? Pues que donde debería haber triunfado el socialismo (Alemania, que era donde Marx vaticinaba que triunfaría por ser una sociedad altamente industrializada con una importante masa proletaria) lo que triunfó fue el fascismo...y donde triunfó la revolución comunista fue en Rusia, una sociedad de campesinos y en muchos aspectos, semifeudal.

¿Qué no tuvo en cuenta Marx, entonces? El factor espiritual, la historia no solo materialista sino espiritual de los pueblos, su alma colectiva...Y la naturaleza del ser humano viciado por milenios de civilización.

maleficae

viernes, 20 de mayo de 2022

BAIZUO: EL DÍA QUE OCCIDENTE MURIÓ

 Como el tema de actualidad es la guerra europea en Ucrania, tenía en mente otras entradas relacionadas con Occidente, como qué papel juega en el mundo, el auge de los movimientos identitarios reaccionarios (neofacismos, derecha alt-right), la nueva izquierda postmoderna occidental, el futuro de Europa (¿qué es mejor, el decrecimiento económico o que caiga ya el meteorito?) y si al planeta le da igual lo que Occidente haga con él (al fin y al cabo, nosotros llevamos en esta roca un cuarto de hora y solo estamos de paso).  

Estas dudas me las resolvió Fernando Márquez, “el zurdo”, cuando en su canción “Mi dulce geisha” decía que “en cada europeo se esconde un idiota”. Cosa que sospechaba yo cuando comparaba el estilismo de las asiáticas de Londres y su pelo teñido de colores chillones, con el aspecto estirado y frígido de los ingleses, tan flemáticos ellos y con pinta de lechuga. Así que no me extraña que David Bowie tuviera su “China girl”. Ni que en los 80 triunfaran grupos musicales como “China crisis” y en España “Las Chinas”. Ni que las instalaciones de Hengdian, (el Hollywood chino o Chinawood), sean el estudio cinematográfico más grande del mundo (Hollywood, chúpate ésa).  

Estaba yo con estas reflexiones cuando el chino de la tienda de la esquina me dijo: “los occidentales sois unos flojos”. Y tras esta frase lapidaria me puse a rumiar una idea: ¿llegó ya la decadencia y ocaso de Occidente? Ante esta posibilidad (muy real y plausible), supongo que la izquierda revolucionaria forera salivará (por fin se termina el imperialismo occidental, ¡qué alivio!) y el sector bloguero derechuzo se entristecerá (lástima de cultura europea que finiquita, mecachis).  Así que este Occidente, heredero de la cultura grecorromana, la ilustración, la razón y tantas revoluciones, tiene los días contados: ¡qué bien!, por fin se termina el ciclo de Occidente y su pretendida superioridad cultural (siempre fue un cuento chino). 

La idea de la decadencia de Occidente ya la habían adelantado autores como Nietzsche, que hace una crítica feroz a la cultura europea, viciada desde su origen griego (a Platón lo masacra). Nietzsche, Marx y Freud son “los filósofos de la sospecha” (así llamados por Ricoeur), porque critican el pasado de Occidente y reniegan de sus paradigmas filosóficos, culturales y sociales. Oswald Spengler en su libro “la decadencia de Occidente” afirma que la cultura occidental está en su fase final. Thomas Pikkety habla en su libro "El capitalismo del siglo XXI", de una regresión al siglo XVIII porque el capital está concentrado cada vez en menos manos: la nueva aristocracia. Umberto Eco dice que vamos hacia una “Nueva Edad Media” de estructura neofeudal con nuevos señores feudales (multinacionales, oligarquías financieras y clase política) y una degradación de las democracias occidentales, sistemas demasiado vastos y complejos para ser coordinados. Lo cual concuerda con la teoría marxista de un colapso civilizatorio occidental por las contradicciones del sistema capitalista. Colapso en el que participa China, que está sustituyendo a USA como imperio mundial, porque el ciclo occidental habría llegado a su fin.  


Que finalice el imperio occidental es normal (como todos los imperios), pero que lo haga por desistimiento y suicidio cultural es abracadabrante, porque no se ha visto en la historia una cultura con una autocrítica tan feroz contra sí misma (rara vez se escucha a un chino, japonés o musulmán criticar su cultura). Y esta autocrítica occidental viene tras haber alumbrado las sólidas verdades ideológicas del comunismo, socialismo, anarquismo, liberalismo y demás ismos de la modernidad. Verdades sólidas que luego Occidente deconstruye y sustituye por la verdad líquida y débil de la postmodernidad, que es la incredulidad en los grandes relatos, el escepticismo social y el fin de las certezas del pensamiento, como dice François Lyotard. Con lo cual Occidente no cree ni siquiera en sí mismo y disfraza su hastío con palabros como Postmodernidad, Sobremodernidad, Modernidad Líquida, Modernidad Débil, Segunda Modernidad, Modernidad Tardía, Ultramodernidad, Automodernidad, Transmodernidad, Altermodernidad, Post-postmodernidad y demás hallazgos lingüísticos y ocurrencias. Así que, tras las verdades duras y tradicionales de la Modernidad y su deconstrucción por la Postmodernidad, ¿qué nos queda de Occidente? Nada. No queda nada. Excepto el recuerdo de lo que un día fue y que ahora es un Parque Temático del pensamiento pasado. O el “desierto de lo real”, como dice Zizek. O el magma informe y fluido de una sociedad líquida, como dice Zygmunt Bauman. O el pensamiento débil, que dice Vattimo. O el existencialismo vacío y deprimente de los engreídos franceses. Así que Occidente, sin sus antiguas referencias sólidas tradicionales, se ha convertido en un desierto lleno de ideas líquidas, débiles y sin identidad, donde solo quedan los colorines del capitalismo de ficción y espectáculo, que nos ofrece una falsa realidad de ficción o realidad mejorada, plasmada en las pantallas y virtualidad de Internet. O sea, nada. Vacío y más vacío, eso es Occidente hoy. Bueno, algo queda: la cultura de centro comercial, la telebasura de los realitys de casquería, Netflix, Hollywood y el pensamiento a golpe de Twit de 20 caracteres (pero esto lo arregla San Elon Musk en un periquete). 

Y este vacío, ¿de dónde viene? Me aventuro a creer que de un sentimiento de culpa que viene de lejos. Quizás de los tiempos de Alejandro Magno (Alejandro, otro cabrón imperialista). O de cuando los griegos derrotaron a los persas (debieron ganar Ciro, Jerjes y compañía, coño). O de cuando Roma venció a Cartago (los cartagineses, esos incomprendidos). O de cuando Europa se impuso sobre el Islam: lástima que Carlos Martel ganara en Poitiers, que los musulmanes no se quedaran en España, que Solimán no conquistara Viena y que Europa no sea hoy Eurabia (¡pobres musulmanes!). O de cuando Occidente globalizó el mundo: debería haberlo hecho Genghis Khan, los aztecas, los mayas, los japoneses, los chinos, el Islam o cualquier otra civilización (hubiera sido mucho mejor porque no existiría el malvado eurocentrismo). O de cuando USA ganó la guerra fría (debería haberla ganado la URSS, que fue la que más puso en la derrota del nazismo). En todo caso, Occidente tiene un sentimiento de “deuda histórica”, de haberse equivocado al extender su relato civilizatorio y “destruir cosmogonías”, como dice Foucault y Enrique Dusel. Por eso Sartre hablaba de colonias, metrópolis y élites europeas en el libro de Franz Fanon “Los condenados de la tierra “. Y por eso da vergüencita a los occidentales reconocer que son occidentales y esconden sus raíces, pasado y logros culturales. Y por eso Occidente ya no se ve a sí mismo como un segundo imperio romano civilizador, cosa que pensaba en su época de matón y macarra mundial (sí, fuimos unos chulos, es la cruda realidad). 

Dice Foucault que "no hay conocimiento objetivo, sino epistemes o sistemas de conocimiento creados por grupos de poder". Y añado yo que como Occidente ha ostentado esos epistemes o sistemas de conocimiento, se siente culpable de haberlos impuesto. Culpa que intenta paliar con su multiculturalismo (no sé si interculturalismo), tal que redención cultural y acto de contrición para lavar su mala conciencia de pasado:  es culpable por haber triunfado y debe pagar por ello. Quizás por ello da un paso atrás y deja un vacío, que otras culturas como China, Rusia o India ocupan con sus epistemes alternativos. Y así, ya no habría un mundo unipolar sino otro multipolar, con Occidente en franca retirada porque ya apenas tiene identidad social y su inconsciente colectivo y memoria histórica están llenos de dudas y culpas: por eso ya no quiere (ni puede) imponer su cosmovisión. 

¿Y cuál es el futuro de Occidente? 

Respuesta corta: Kaput. The End. 

Respuesta larga: Occidente está llegando (o ha llegado) al final de su ciclo de hegemonía por una conjunción de factores: sentimiento de pasado culpable, dudas sobre sí mismo, fatiga existencial (maldita postmodernidad), autocrítica feroz y auge de otras civilizaciones.  Y entre ellas, la más cabrona es China, que protagonizó la mayor revolución moderna de las últimas décadas a partir de 1978 con Deng Xiaoping, cuando el PCCh dio a luz el socialismo de mercado, ese extraño híbrido entre comunismo y capitalismo que mandará a Occidente al basurero de la historia. Este país es el mayor poseedor de deuda pública estadounidense: 1,12 billones de dólares en bonos del Tesoro de USA, con lo cual Pekín podría utilizar este armamento económico y dar un puñetazo sobre la mesa si Washington se pusiera farruco y le tocara las pelotas (Taiwán, ve calentando). Y aunque USA presente su proyecto de ley para apoyar al dólar como principal moneda de reserva mundial, no podrá evitar que el PIB de China, de casi 13 billones de euros, iguale o supere al de USA en pocos años (y el consiguiente papel del yuan como moneda internacional). Esta hegemonía china y éxito de su modelo autoritario supondría un futuro inquietante para Occidente: adiós a la democracia parlamentaria de DDHH y libertades (Montesquieu, eres un pringado). Y adiós a las veleidades occidentales ecologistas, verdes, sostenibles, feministas, LGTBIQ-friend, decrecimiento económico y demás leit motivs de la izquierda líquida, porque China es un régimen autoritario, no se anda con chiquitas, tiene las ideas claras, va a lo suyo y no tiene esas inquietudes woke. Por no hablar de su resentimiento y deseo de venganza histórica por el colonialismo occidental en Asia, ideas que ya adelantaron los nacionalistas japoneses (y después Yukio Mishima). 

El futuro esperado hasta hace poco en Occidente era un escenario idílico en el que alcanzaría el cenit de la civilización. Pero va a ser que no, porque el dragón chino supone un punto de inflexión. Y si no es China será India. Y si no, Rusia. Con lo que el escenario plausible, tras la caída de Occidente, será la coexistencia de culturas y civilizaciones en un mundo multipolar con varios centros de poder y áreas de influencia. En este escenario coexistirían sistemas distintos, como el capitalismo duro o salvaje (USA), el capitalismo liberal-socialdemócrata (UE), el socialismo de mercado (China) y sistemas autoritarios (Islam, Rusia).  Pero coexistir no es fácil, Occidente se resistiría antes de caer y podría haber un “choque de civilizaciones”: Samuel Huntington fue un profeta y Fukuyama un tonto a las tres.  

Al final, Occidente caerá: “Alea iacta est”, la suerte está echada. Y mientras Occidente finaliza, reflexionemos sobre la posibilidad de que en cada europeo se esconda un idiota, como decía “el zurdo”; o si los occidentales somos unos flojos, como decía el chino de la esquina. O sea, unos baizuo, esa palabra con la que los chinos definen a esos occidentales que pretenden salvar al mundo con sus ínfulas de superioridad moral y cultural, ¡qué ilusos! 




Un Tipo Razonable


viernes, 13 de mayo de 2022

Venezuela: el retorno a la esperanza

Hace años solía comprar la revista militar “DEFENSA” editada por Vicente Talón. En aquella época era de lo mejorcito sobre el tema, más que nada por falta de competencia. Resulta que he abierto uno de los últimos números que compré, allá por marzo de 1999 y, en la editorial aparece este artículo:

Venezuela: El retorno a la esperanza

El pasado día 2 de febrero, el teniente coronel (retirado) Hugo Chávez Frías asumió el cargo de presidente de la República de Venezuela. Este barinés al que sus padres, ambos maestros, le inculcaron el hábito del estudio y al que sus años en el ejército, donde llegaría a mandar un batallón de paracaidistas, le acentuaron el espíritu de entrega a la institución castrense y a la Patria, que en su razón misma de ser, llega a la más alta responsabilidad del Estado rodeado por la esperanza de los más y la indiferencia o la hostilidad de los menos.. Su triunfo, limpiamente democrático, es el resultado, entre otras cosas, del hartazgo popular tras el anquilosamiento del sistema bipartidista que en los últimos decenios había llevado a relevarse, en el Gobierno, a los dos grandes partidos nacionales sin que. Ni el uno ni el otro, consiguiese parar -antes por el contrario, la aceleraron– la caída de Venezuela en el abismo de la corrupción, de la ineficacia y de las peores artes de que en ocasiones son capaces los políticos profesionales.

Ningún presidente venezolano, antes de Chávez, había recibido al país sumido en una crisis como la actual y. Además, disponiendo de tan contados recursos financieros. Por otra parte, y aunque su victoria en las presidenciales fue por goleada, por lo menos hasta que tengan lugar otras citas electorales sólo controla las gobernaciones de 8 de los 23 Estados venezolanos, 73 de los 209 escaños de la Cámara de Diputados y 19 de los 38 del Senado. Tampoco en materia de política internacional va a carecer de contrapesos ya que pagándose -como se paga- el petróleo a precio de saldo, bastaría con que el cliente principal, los EE.UU, decidiese prescindir del de Venezuela para que la débil economía nacional se fuese definitivamente a pique. Este panorama marca, para Chávez, una conducta pragmática y necesariamente inteligente a la que ya demostró adecuarse, en las semanas que precedieron a la imposición de la banda presidencial, con nombramientos como el de uno de los más prestigiosos y respetados militares venezolanos, el general Raul Salazar Rodriguez, para la cartera de Defensa.

Con 43 años el día que las urnas le dieron un refrendo masivo, Chávez ostenta, como ha escrito el general colombiano Alvaro Valencia Tovar, el grado militar de la renovación en todos los ejércitos… es el grado quizás mejor de toda la carrera de las armas, porque se reúnen los ímpetus juveniles con los ideales propios de la edad dorada de la vida. Así es aunque lo que condujo a la mayoría de sus conciudadanos a votarle no fue exactamente eso sino la esperanza de que protagonice un decidido golpe de timón y un subsiguiente cambio de rumbo capaces ambos de devolverle a Venezuela la serenidad, la honestidad y el espíritu constructivo del que fue desposeída por quienes hicieron del ejercicio del poder un torpe instrumento de nepotismo, descontrol y enriquecimiento propio.




Las negritas son mías… La realidad no siempre es como la pensamos ni como la algunos-muchos la cuentan… y ahora vas y la cascas, PPSOE, infames ladrones siempre y en todo lugar.

CapitanRed

viernes, 6 de mayo de 2022

En busca del instante liberado del tiempo

Nos acompañan palabras relacionadas con el tiempo numerosas veces al día, pero no nos preguntamos lo suficiente cuál es la naturaleza del tiempo. Marcel Proust lo hizo, a ello dedicó toda su obra y su vida. Su descubrimiento fue poder “aislar un poco de tiempo en estado puro” y lo consiguió cuando el azar hizo que se fundiesen el pasado y el presente al destaparse la parte de la memoria que guarda impresiones olvidadas, tan cotidianas como el sabor de una magdalena mojada en té, el ruido de una cuchara sobre un plato o la sensación de pisar dos losas desiguales. Pero no voy a hablar de Proust sino a trazar a través de unas líneas un dibujo (impreciso será) sobre las diversas concepciones del tiempo y sobre la experiencia.

Al no disponer de un órgano específico que nos haga sentir el tiempo directamente, necesitamos la imaginación para invocar la memoria y anticipar o desvariar sobre el futuro. No todas las culturas y los seres han entendido y vivido la experiencia temporal y espacial de la misma manera. En esta cultura occidental cristiana nuestra, la concepción que tenemos es longitudinal, controlada, medida y remedida en segundos, minutos, horas, días, meses, años, siglos, delimitada siempre en función del aprovechamiento productivo o de la pérdida, por eso se habla tanto del tiempo ganado, gastado, ahorrado o comprado, como si la vida tuviese como finalidad pertenecer a una cadena de montaje y como si el presente solo tuviese sentido siendo eslabón de esa cadena, no como un estado completo. Así concebido el tiempo, no podemos detenerlo, cada etapa de la vida la vivimos solo como un eslabón para ser adulto y viejo, de ahí nuestro miedo a la vejez y a la muerte, y de ahí también la incomprensión hacia niños y jóvenes a los que nos esforzamos en preparar solo para ser “hombres y mujeres del futuro”, no para vivir y disfrutar de su presente. No en vano la palabra infancia viene del latín “infans” (el mudo, el que no habla, el sin voz), o lo que es lo mismo “cuando seas padre comerás huevo”.

Esta obsesión por el tiempo enlatado y encorsetado en bien de una puntualidad para la mejora de la producción en el trabajo, chocaba en mi infancia y adolescencia con mi despiste continuo por cualquier acontecimiento que se me ofrecía a los sentidos. Por las mañanas, camino de la escuela, me resultaba difícil no poder pararme con mis vecinos cuando los veía realizar sus oficios (entonces se trabajaba con las puertas abiertas) para satisfacer mi curiosidad de niña, o no poder mirar despacio las flores de las que emanaban perfumes tan sugerentes desde los jardines próximos (en aquel tiempo las rosas y los alhelíes olían), o tener que separarme de alguna amiga con la que me hubiese quedado hablando, sin que alguien me avisara de que era ya tarde. Se me antojaba que la hora de entrada en la escuela era una imposición contra natura, por eso comencé a odiar los relojes, los horarios y la palabra “adiós” (y no por su origen religioso).

Uno de los lugares donde me refugiaba y escapaba de los relojes, era bajo el arbusto del jazmín que teníamos en el jardín de la casa familiar y donde me escondía siempre con algún libro, intentando liberarme de las horas. Otro espacio era un molino en ruinas desde donde podía ver correr el agua del río en los veranos y donde el día de mi octavo cumpleaños destruí el reloj que me regalaron, porque sentí, como años más tarde me enteré que Cortázar y otros también, que el regalo era yo y el homenajeado era el reloj. Como el anarquista Martial Bourdin que quiso detener el tiempo atentando contra el Observatorio de Greenwich Park y aunque perdió la vida, hizo su batalla. ¡Es tan bello poder detener el tiempo aunque sea en instantes tan breves!

William Blake, El anciano de los días, 1794

Además de la visión del tiempo longitudinal occidental, existen otras formas de sentirlo y vivirlo. Los humanos primitivos ordenaban los hechos en relación a sucesos próximos, “nació después de los últimos hielos” o “vino cuando florecen los cerezos”.

Para los aymara, habitantes de los Andes, el tiempo y el espacio no se disocian, tienen una concepción holística que recuerda a Einstein, es un tiempo circular y flexible. Lo singular de los aymara es que invierten la flecha interna del tiempo, utilizan el mismo término para referirse al pasado y para nombrar lo que se ve delante, extendiendo los brazos hacia delante cuando se refieren a lo que pasó y hacia su espalda cuando hablan de lo que sucederá, para ellos el futuro está detrás. En general, las culturas latinoamericanas y las orientales, practican la lentitud para vivir los instantes que se nos presentan cada día. Si se llega después de la hora acordada, nadie se enoja, se sabe que una hora de tardanza es un tiempo prudente cuando no depende de ello la vida de alguien.

Borges, apelando a esa concepción circular del tiempo desde la literatura, describe en uno de sus libros la historia del pájaro Goofus, que vuela hacia atrás “porque no le importa adónde va, sino dónde estuvo”. Borges es un gran investigador del tiempo, contó también la historia de Funes el Memorioso, que tenía más recuerdos de los que ha tenido toda la humanidad, pero solo recordaba datos, no abstraía ni pensaba.

Y Ray Bradbury, en su relato “El sonido del trueno”, narra un viaje temporal, preciosa descripción donde se reflexiona sobre lo que puede variar el presente si cambiamos algo del pasado, tras haber pisado una mariposa.

El físico italiano Carlo Rovelli (un continuador de la obra de Stephen Hawking) dice que “si queremos aprender más acerca del universo tenemos que cambiar nuestras visiones sobre el tiempo”. Creer que el tiempo es lineal, como dice la filosofía tradicional cristiana, es pensar en una cuerda estirada con momentos ordenados, medible con relojes, esto es como decir que la tierra es plana. El tiempo no funciona así, aunque nos lo hayan hecho interiorizar de esa forma.

Las preguntas que podemos hacernos dependerán de los ojos nuevos con los que miremos. ¿Se podrá detener de algún modo el tiempo para evitar que el olvido apague nuestra memoria sin convertirnos en el Memorioso? ¿Es el tiempo un río que fluye? ¿Tiene forma? ¿De qué manera podemos liberarnos de la visión tradicional rectilínea y productiva del tiempo? ¿Y si el tiempo es uno con el espacio? ¿Y si el aleteo de una mariposa no solo hace variar las cosas en el espacio sino también en el tiempo?

La imaginación, “el órgano que tenemos para gozar de la belleza” (que diría mi amigo Marcel Proust), ha nutrido el sueño de la humanidad y el afán de científicos, filósofos, poetas y músicos por descubrir de qué material está hecho ese juego de espejos y espejismos que llamamos tiempo. Estoy convencida de que entre las páginas de “En busca del tiempo perdido”, alambiqueando la música contenida en ellas, se halla la respuesta a muchos interrogantes de la ciencia sobre el tiempo.

Eirene