sábado, 29 de enero de 2022

GUERRA

 Cuando Sun Tzu dijo “lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla”, se adelantó algunos siglos al concepto actual de disuasión. Pero esto no siempre funciona y al final suele haber conflicto.  Por eso Pablo Iglesias ha dicho que “la paz se construye sobre los resultados de la guerra” y “la política se construye sobre cadáveres”. El escritor romano Vegecio decía que “si quieres la paz, prepara la guerra”, frase en línea con la de Cervantes “Las armas tienen por objeto y fin la paz”. Gustavo Bueno cree que “La guerra forma parte de nuestra naturaleza humana” y Hegel dice que "la guerra es bella, buena, santa y fecunda”. Para Von Clausewitz “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, afirmación similar a las de Mao Zedong “La guerra es la política con derramamiento de sangre” y “la política es la guerra no sangrienta” (también dijo que “el poder nace de las bocas de los fusiles”). Como decía el general Foch, “la guerra es una dialéctica de voluntades hostiles que emplean la fuerza para resolver el conflicto”. Al final, la voluntad de poder nietzschiana está en cada uno de nosotros.  

 

La guerra es tan destructiva que sus contornos son confusos y a veces no está claro quién es el amigo o quién es el enemigo. Esto se vio en las guerras entre el Ejército Negro del anarquista Néstor Majnó y el Ejército Rojo de los bolcheviques y en las guerras entre las izquierdas en la guerra civil española. No es extraño que Churchill dijera a un diputado de su partido que en el parlamento “los adversarios están enfrente y los enemigos, detrás”. Y que el ministro franquista Pío Cabanillas dejara la perla de “cuerpo a tierra, que vienen los nuestros” para aclarar que a veces los aliados son más peligrosos que los enemigos. 

 

La primera víctima de la guerra es la verdad, así que, siguiendo el aforismo griego “conócete a ti mismo”, conozcámonos, asumámonos y digamos que la guerra es consustancial al ser humano a lo largo de la Historia y que es tan natural a nuestras sociedades como la violencia a los individuos. Las armas y la guerra nos han acompañado a lo largo de la Historia: guerras tribales, en Mesopotamia, de egipcios contra hititas, las guerras médicas entre griegos y persas, las púnicas, entre tribus germánicas, entre feudos, imperios, culturas y religiones. La Historia es una sucesión de guerras que han conformado la identidad de las naciones. Y éste es el trayecto humano desde las flechas y las lanzas hasta las armas nucleares, desde Caín matando a Abel con una quijada de asno hasta un analista en Utah matando a un muyahidín con un dron desde su pantalla de ordenador, como si fuera un videojuego. 

Con este planteamiento inicial, mal empezamos, pero las cosas chungas es mejor decirlas así, rapidito, por derecho y sin rodeos. Así evitamos malentendidos y confusiones siendo honestos y sinceros. Además, el “pensamiento Alicia” de un idílico mundo sin guerras (pensamiento Disney, diría yo), hay que ponerlo entre paréntesis: es muy “cool”, pero no sé si realizable. Y aquí recuerdo que “la paz en el mundo” es la frase más repetida por las Misses en los concursos de belleza cuando les preguntan por sus deseos (estos Infantilismos naïf son propios de la postmodernidad). Además, para acabar con la guerra y hacer la guerra a la guerra, se necesitaría ejercer una fuerza igual o superior a la de la guerra inicial, lo cual sería una tautología y una contradicción en términos. 


La Antropología y la Neurociencia nos hablan de la agresividad del Homo Sapiens, de los circuitos neuronales implicados en la agresividad y de los instintos más elementales imbricados en la amígdala, sistema límbico y cerebro reptiliano. Y la Genética nos habla de genes relacionados con la conducta agresiva y de que tenemos más de chimpancé que de bonobo. No obstante, los sociobiólogos y antropólogos hablan del peso de la cultura, por lo que se puede modificar el comportamiento humano con un aprendizaje en la "cultura de la paz". Esto se lograría a través del control de la corteza prefrontal sobre dichas áreas implicadas en la agresividad (difícil, pero no imposible). Freud vinculaba la agresividad con la energía libidinal y hablaba de instintos de vida y muerte (eros y tánatos). Erich Fromm considera que estos impulsos agresivos caracterizan a la sociedad capitalista y que para cambiar esto habría que modificar la estructura social y política. Y Marcuse dice que la división del trabajo, el progreso, la ley y el orden, llevan al debilitamiento de Eros y al aumento de la agresividad. 

En la Mitología griega y romana, Ares y Marte eran los dioses de la guerra. Ya en La Ilíada se observan los elementos de una guerra: luchas de poder, cólera, búsqueda de la gloria, razón de estado y fuerza.  En la Odisea Ulises hace de la guerra “el arte del engaño” y los Argonautas encarnan la visión de la guerra como aventura. Platón piensa que la naturaleza humana favorece el conflicto y dice que griegos y bárbaros son por naturaleza enemigos. En la república ideal de Platón, los guardianes o guerreros son considerados el grupo más importante después del grupo de los filósofos (gobernantes). Por eso admira a Esparta, ciudad griega concebida para la guerra. En cambio, Aristóteles no cree que la naturaleza humana haga inevitable el conflicto, porque el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, es propio de los humanos. Claro que estas consideraciones no importaron mucho a Julio César cuando hizo su campaña militar en la Guerra de las Galias, que fue también una guerra de propaganda política (un millón de prisioneros vendidos como esclavos y otros tres millones muertos en batalla: tomad nota, propagandistas aficionados).

Hobbes dice que la guerra y el ser humano van unidos porque éste es malo por naturaleza: el hombre, antes de vivir en sociedades, recurría a la violencia para competir por recursos, comida o lugares para vivir. Para detener esa violencia sugiere un contrato social en el que los hombres ceden su libertad al Estado, que a través de las leyes les ofrece paz (porque el ser humano salvaje guerrea y el ser humano civilizado se somete a las leyes).  Maquiavelo defiende que en una sociedad organizada se pueda ejercer el uso de las armas, por lo que ve necesario que los Estados tengan un ejército profesional que defienda su soberanía y mantenga el orden. Para Maquiavelo las guerras van destinadas a engrandecer al Estado (muy maquiavélico este señor). 

A diferencia de Hobbes (el hombre es malo por naturaleza), Rousseau piensa que el hombre es bueno por naturaleza (buen salvaje) y es la civilización y el estado los que originan la violencia y la guerra. Erasmo de Rotterdam es otro idealista y su pensamiento antimilitarista se sintetiza en la frase “la guerra atrae a quienes no la han padecido”. Esta línea antimilitarista sigue también Kant, que escribió “Sobre la paz perpetua”, objetivo que se lograría mediante un gobierno o autoridad mundial con una base jurídica de derecho internacional: constitución republicana, federación de Estados republicanos soberanos y derecho cosmopolita. La comunidad ética sería el objetivo final. Y yo añado que las guerras dejarán de existir cuando la ética del ser humano avance tanto (o más) que la tecnología (cosa difícil, visto lo visto a lo largo de la historia). Por cierto, Einstein pedía también una “autoridad política común para todos los países” y así terminar con las guerras.  

En el libro “De la guerra”, el militar prusiano Karl Von Clausewitz considera la guerra como una prolongación de la política. La guerra sirve a un objetivo político y en todo conflicto debe existir una subordinación de lo militar a lo político, porque sin control político se puede llegar a la “guerra absoluta”. Posteriormente el general alemán Ludendorff supera este concepto de guerra absoluta y habla de “guerra total”, en la que lo político se subordina a lo militar y la sociedad se subordina a la guerra. Y este concepto de guerra total me recuerda a la guerra moderna, que ya no es convencional y tiene muchas variantes: guerras híbridas, asimétricas, culturales, mediáticas, propagandísticas, electrónicas, económicas, jurídicas (Lawfare), etc. 

En el siglo XIX se aplican las teorías darwinistas a las relaciones humanas, con la consiguiente visión de la guerra como ley de vida, un mecanismo de selección de naciones por el que se subyuga a las naciones inferiores. Pero no creamos que la guerra es exclusiva de la derecha, porque es un concepto transversal que supera ideologías. De hecho, la izquierda también la justifica: como decían Marx, Engels y Lenin, la violencia revolucionaria es justificable como forma de transformación radical de la sociedad. Así, en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, Engels vincula la guerra con el surgimiento del Estado, estructura que pretende asentar y arraigar el derecho a la propiedad privada y medios de producción de los individuos poseedores de los recursos frente a los que carecían de ellos. Y ahí empiezan las guerras entre explotadores y explotados (esclavos). Por eso Marx hablaba de una revolución mundial para una sociedad sin clases, momento en el que sucedería el fin las guerras y el final de la historia: sin lucha de clases ya no habría guerras y existiría la paz, porque las guerras las organizan las clases dominantes (estados) para que las clases dominadas se peleen.  


Siguiendo con la izquierda, Foucault invierte la famosa frase de Clausewitz y dice que “la política es la guerra continuada por otros medios”. Por tanto, aún en periodos de paz, las batallas se siguen dando, porque sigue la voluntad de los dominadores y la voluntad de los dominados por cambiar esas relaciones de poder. Para Foucault hay una batalla política y cultural para cambiar estos “epistemes” o sistemas de conocimiento de los dominadores para mantener el poder. Esta guerra política y cultural se da en la nueva izquierda woke, que ha sustituido la guerra de clases de la izquierda tradicional marxista por las guerras de identidad, raza, género y sexo.  Es una guerra cultural contra el relato dominante de un Occidente blanco, eurocéntrico, heteropatriarcal, cristianocéntrico, machista, homófobo y racista. Y se da también en autores de la teoría decolonial, como Houria Bouteldja y Enrique Dussel, que hablan de una guerra política y cultural contra un Occidente colonial e imperialista que comete epistemicidios culturales y destruye cosmogonías.  Y hablando de guerras culturales, USA ha incrustado su particular relato del "American Way of Life" de Hollywood por todo el orbe y hasta la médula: esto sí que es una guerra cultural, pero con Coca Cola y palomitas.

Pero este Occidente imperialista ahora presenta sus guerras como “operaciones de paz”. El relato justificativo de “Ejércitos conquistadores” ha sido sustituido por el de “Ejércitos para la paz”. Y el Ministerio de la Guerra ahora es Ministerio de Defensa (eufemismo que mola más: mejor defender que guerrear). Y como se suele asociar a Occidente con la guerra, es bueno recordar que en Oriente también le daban al tema bélico con fruición. En el libro “El arte de la guerra”, de Sun Tzu”, se habla de tácticas y estrategias militares ("la guerra es el Tao del engaño"). Y en El libro de los cinco anillos”,  Musashi Miyamoto, el mejor samurái de todos los tiempos, nos habla de cómo vencer al enemigo.  

 Entonces, ¿el hombre es bueno o malo? ¿es rousseauniano o hobbesiano? 

Ambas cosas a la vez. El hombre es bueno y malo, creador y destructor, capaz de lo mejor y lo peor, de amar y de odiar, Eros y Tánatos. Todos llevamos dentro un ángel y un demonio, el bien y el mal. Por eso se dice que "del amor al odio hay un paso" y que "en el amor y en la guerra todo vale". Schelling decía que nosotros albergamos el bien y el mal “y Chesterton afirmaba que “soy un hombre, y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios”. En la Literatura hay magníficas obras sobre la condición humana durante la guerra. En sus diarios de la guerra durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, Ernst Jünger reflexiona sobre el ser humano, haciendo una especie de “filosofía poética” y captación espiritual de la catástrofe, una expresión de la lógica de la barbarie. Habla del soldado que soporta el dolor porque “es capaz de extraerse a sí mismo fuera de sí mismo, de extraer fuera de sí la vida y cosificarla”. Para Jünger, en el mundo moderno e industrial “predominan las valoraciones técnicas y al ser humano se le exige lo mismo que a una máquina”. Un mundo en la que “la técnica y la ética se han vuelto sinónimos”, un mundo en el que la persona singular ha sido sustituida por la masa, lo que origina insensibilidad.   

 ¿Se puede acabar con las guerras? ¿Puede haber un “decrecimiento militar” en línea con el “decrecimiento económico”? 

Sí, claro. Como cantaba Patti Smith, “la gente tiene el poder, nosotros tenemos el poder”. Así que sí, podemos acabar con las guerras, como con las guerras foreras, en las que vuelan cuchillos y puñales. Pero, ¿queremos acabar con ellas? El día en que desaparezcan los enfrentamientos en este rincón con cuatro gatos empezaré a creer que pueden desaparecer en un mundo de 7.000 millones. Hasta entonces, no me hagáis preguntas difíciles, porque el Sísifo moderno seguirá llevando la piedra de la violencia a sus espaldas. 


Un Tipo Razonable

jueves, 27 de enero de 2022

La loteria cosmica (Parte III)

Aprendí a convivir con estos seres. Poco a poco fui haciéndome de sus costumbres y de
cómo se relacionaban entre ellos. De todos modos, no llegué a mezclarme en sus
quehaceres cotidianos, sino que aparecía de vez en cuando, para irles dando algunas
instrucciones de cómo aprovechar mejor los recursos de los que disponían. A través del
diminuto pero potente ordenador instalado en mi traje pude ir descifrando su primitivo
lenguaje hasta llegar a entenderlo y hablarlo a la perfección. Eso facilitó enormemente
la comunicación y un mayor grado de confianza entre aquellos seres, sobre todo a la
hora de facilitarles una serie de informaciones básicas en el aspecto relacional,
consejos de higiene, labores agrícolas, culinarias, de manutención, etc.

Fue, la obtención del fuego y sus aplicaciones, lo que más impresión les causó,
costándome gran paciencia enseñarles a manejarlo pues eran capaces, sin querer, de
poner en peligro el entorno y sus propias vidas por la ignorante negligencia que
demostraban en su uso. Y poco a poco, no sólo el dominio del fuego, sino también el
uso de otras cosas como utensilios domésticos, herramientas y el perfeccionamiento del
material de defensa que necesitaban para cazar y defenderse de los eventuales
ataques de otros grupos de homínidos.

 



Ni que decir tiene, como ser humano que soy, que tuve la oportunidad de satisfacer
necesidades básicas relacionadas con el sexo. El aspecto de aquellas homínidas no era
comparable a las humanas de mi planeta, pero dada las circunstancias tampoco iba a
hacer ascos a las animosas solicitudes que en ese sentido recibía por parte de aquellas
jóvenes que, además, admitían como un auténtico privilegio llegar a ser preñadas por
quien consideraban era un dios.


Empecé a observar, que entre algunos de ellos, los de mayor inquietud espiritual,
elaboraban ritos en mi honor y burdas representaciones de mi figura, pero consideré
que para el grado de inteligencia que desarrollaban, aquello no podía hacerles daño, y
al mismo tiempo los aglutinaba en la identificación de una idea común, cohesionándolos
aun más como grupo, a diferencias de otros que también pululaban de manera errante y
caótica por algunos lugares de aquella extensa sabana. Estaban aprendiendo a estar en

mejores condiciones anímicas y materiales para enfrentarse a cualquier contingencia, y
repeler con éxito también cualquier posible ataque de otros clanes pues era habitual
que se enfrentaran por los recursos disponibles en el territorio, aunque nunca intervine
personalmente en sus conflictos para beneficiarlos de forma directa, siendo ellos los que
asumían lo aprendido poniéndolo en práctica.


Y así transcurrieron los días, los meses y los años. Llegó a ser incontable la prole
nacida de mis relaciones con las homínidas, observando que los vástagos nacidos de
mi simiente, según iban procreando, eran más inteligentes que el resto, ayudando con
ello a mejorar, desde el punto de vista intelectivo, la especie. Pero también observaba
que eso les llevaba a diferenciarse socialmente con el resto de clanes, naciendo un
sentimiento de poder y dominación sobre los demás que los sumía en conflictos y
enfrentamientos constantes. No pude, ni quise hacer nada por evitarlo. Toda mi
inquietud era sobrevivir el mayor número de años posible y llegar al fin de mis días con
la mayor tranquilidad personal.


Creo, que hace ya más de 200 años que llegué a este planeta. Los recursos técnicos
para el mantenimiento de mi estabilidad física y mental se están agotando. Sé, por lo
tanto, que pronto voy a morir. Es por eso que me animé a dejar grabados estos someros
datos de mi memoria en un dispositivo electrónico. Aunque tengo la certeza de que
nunca llegará a ser descubierto por nadie. Soy una aberración, una quimera, una
realidad imposible puesta por un extraño azar en un mundo también imposible... 

¡Y todo por culpa de esa puñetera Lotería Cósmica de los cojones!


Acabo este relato, que sólo recogen las extrañas circunstancias que me trajeron aquí,
acaecidas en un principio. No valía la pena perder el tiempo en más exposiciones.
Por cierto: Es curioso el nombre con que estos homínidos se refieren a su planeta. Le
llaman, en su jerga, la “Tierra”...


Este documento electrónico fue encontrado por un grupo de paleontólogos en un
yacimiento arqueológico, a 27 metros de profundidad por causa de los sedimentos
depositados durante los aproximadamente 1,5 millones de años con que se data el
hallazgo. Estaba perfectamente conservado en el interior de una cajita, de un extraño
metal altamente anticorrosivo. Lo desconcertante es que este mensaje fue grabado en
lenguaje binario, en una especie de chip digital que ha podido ser descifrado y
reproducido.

 

Flansinnata

martes, 25 de enero de 2022

LA LOTERIA COSMICA (parte II)

Siguieron explicándome que en ese planeta, además de tener gran variedad de flora y fauna semejante a la que conocía, estaba habitado por grupos de primates parecidos al ser humano, de hecho, afirmaron, el componente genético era el mismo, las únicas diferencias radicaba en el aspecto primitivo de los mismos.

Me dotaron de un sofisticado equipo de supervivencia capaz de proporcionarme toda clase de recursos técnicos para darme cobijo confortable y procesar los alimentos que de forma natural aquel planeta pudiera abastecerme. También me dieron que me dejarían a mi suerte, sin control, sin normas ni trabas de ninguna clase, hasta que la muerte una vez agotados los medios que garantizarían mi vida durante muchos años, que sería superior a la de cualquier otro ser viviente del planeta, la muerte llegaría de forma natural, salvo infortunios con los que tendría que tener los cuidados que mi propia prudencia me facilitase.

Y allí quedé, viendo como aquel cacharro se elevaba poco a poco hasta desaparecer en el inmenso cielo azul, embutido en aquel traje y la ligera escafandra que me permitía 



procesar la respiración de un aire al que tendría que ir acostumbrándome poco a poco, embutido en un traje térmico, pegado al cuerpo, que reaccionaba automáticamente a los cambios de temperatura manteniéndose siempre en unos constantes y confortables 23º C positivos, además de estar dotado de otras ventajas de auto-defensa en caso de necesitarlo.

Los días fueron transcurriendo sin mayor novedad que la del sustento y el descanso diario. Me encontraba en medio de lo que parecía ser una sabana arbolada, como las que existían en ciertos lugares de mi añorado planeta. Grupos de animales deambulaban de aquí para allá, paciendo unos y cazando otros. Teniendo la posibilidad de ciertos recursos técnicos, como decía antes, podía repeler sin causar daños cualquier ocasional ataque de algún depredador. No podía siquiera ser sorprendido por algunos de ellos gracias a los sensores que disponían los sistemas de detección del traje, que me avisaba de la actividad electromagnética cerebral procedente de cualquier animal que modificase su comportamiento habitual en otro agresivo.

Y llegó el día en que me encontré con ellos. De manera fortuita. En uno de mis paseos de exploración, al remontar una pequeña loma rocosa, cuya falda contraria iba a parar a una charca de agua. Lo vi, agachado, bebiendo con una de sus manos el agua que recogía y llevaba a la boca. No se dio cuenta de mi presencia. De alguna manera aquel ser intuía que por el lado de donde yo me encontraba no iba a recibir peligro alguno y teniendo su frente despejado se le veía tranquilo y confiado. Con sigilo empecé a bajar la pequeña ladera hasta situarme al otro lado de la charca donde estaba él, llegando hasta la orilla de la misma a unos 15 o 20 metros de distancia. En uno de esos movimientos de intentar beber con el cuenco de su mano levantó la vista y me vio. Reaccionó brúscamente, asustándose sobremanera dando un respingo hacia atrás cayendo de culo al suelo. Evidentemente, supuse que fue por la impresión que le di. Era obvio que en su vida había visto nada igual. No supo levantarse, o no pudo, quedó como paralizado, con los ojos y la boca muy abiertos por las extrañas sensaciones que, con seguridad, le provocaba mi inaudita presencia. Pasaron varios segundo sin que él ni yo nos moviésemos. No quería asustarlo más de lo que estaba, pero tampoco se me ocurría cómo evitarlo. Y levanté la mano derecha con el pensamiento de que pudiera interpretarlo como un saludo de paz. Su reacción no correspondió a mi intención. Se levantó de un salto y olvidándose de la rudimentaria lanza que portaba empezó a correr en dirección contraria de donde me hallaba, lanzando al aire una especie de ulular que por su tono me pareció un lamento de terror y miedo.

Bueno, me dije, al menos no ha intentado agredirme... Ahí están, totalmente parecidos a aquellos hombres primitivos que tantas veces había visto representados en imágenes y reportajes del cine y la televisión. Pero, quedaba claro, que el encuentro tenía que ser inevitable, andaban por allí y no íbamos a estar eternamente esquivándonos ya que ocupábamos un mismo territorio. Pasaron varios días sin tener señales de aquél ejemplar de homínido que, por su aspecto, se asemejaba a las representaciones que se hicieron de los llamados “homos hábilis”, o “homo erectus” que, por el rostro barbado y abundancia de vello corporal, me pareció era macho. Pero tampoco tardé en volverlos a encontrar. Esta vez un clan entero. Un grupo de unos veinte ejemplares, entre machos y hembras, incluidos algunas crías. Estaban en un pequeño calvero del terreno, al abrigo de unas rocas verticales que cubrían sus espaldas. No había ninguna fogata, señal de que no conocían aun la domesticación del fuego. Se les notaba tranquilos, pero expectantes. Cuatro o cinco ejemplares machos estaban un tanto alejados de espaldas al grupo, repartidos en semicírculo, en clara actitud de vigilancia, atentos a cualquier movimiento extraño en el entorno. Dudé que hacer. Sabía que mi presencia iba a alterarlos, pero no me quedaba más remedio que hacerlo. Tarde o temprano pasaría, y creía que lo recomendable sería que fuera cuanto antes y procurando que el encuentro fuera lo más tranquilo y pacífico posible.

Pude reconocer, que uno de los ejemplares vigilantes era el individuo que me encontré bebiendo en la charca. Pensé que lo mejor era que fuera él quien me viera primero. No sé, pensé que al menos él ya tenía esa experiencia que, con seguridad, habría contado de alguna manera al resto del clan. Di un pequeño rodeo sin que me viera y me situé en su perpendicular, detrás de unos arbustos, fuera aun del alcance de su vista.

Por fin me decidí y salí de entre el follaje comenzando a andar despacio y tranquilamente en su dirección, a unos treinta o cuarenta metros de mi posición. Enseguida me percaté del movimiento corporal extraño que mi deambular le causó en cuanto me vio. Se envaró, puso cara de horror, lanzó un gran grito y, volviéndose, se dirigió corriendo hacia donde estaba el resto del grupo. Los otros guardianes, al oírlo y darse cuenta de la situación, tras mirarme, se asustaron e hicieron lo propio, corriendo también hacia las rocas.
Seguí avanzando hacia el grupo de homínidos despacio, sin hacer gestos extraños, con todos los sentidos alertas, los dispositivos de defensa del traje activados y dispuestos para ser accionados en caso de necesidad. Anduve un poco más hasta que me hallé a escasos metros de donde se arracimaba aquel grupo de homínidos, muertos de miedo, aullando y abrazados unos a otros, agolpados contra las rocas. Sólo, media docena de varones jóvenes, empuñando sus rudimentarias armas, daban la espalda al grupo intentando protegerlo en actitud de defensa. Me detuve a una distancia que creí prudencial y me quedé quieto, sin hacer movimientos que pudieran ser interpretados como hostiles, esperando alguna reacción diferente a la que tenían. 

 

El grupo de homínidos seguía gimiendo y chillando mientras sus defensores, en actitud amenazante, blandían sus palos puntiagudos a modo de lanzas. Estaban tan asustados como el resto, pero un básico instinto de supervivencia les obligaba hacerme frente a pesar de ser una situación totalmente diferente a las que hasta ahora se habían encontrado. Decidí alzar mi mano derecha, del mismo modo que hice cuando me encontré con uno de ellos, el mismo que ahora intentaba proteger al grupo, y un murmullo de gruñidos aun más fuerte siguió saliendo de sus gargantas. 

Dije unas palabras en señal de saludo, consciente de que no iban a entenderme, pero la verdad es que no sabía de qué modo podría ganarme la confianza de seres tan primitivos y diferentes a mí. Al escuchar mi voz el nerviosismo y los gemidos del grupo aumentó, de modo que uno de los defensores, espoleado por la tensión, se abalanzó histérico sobre mí empuñando aquel palo afilado y apuntando hacia mi pecho. No tuve más remedio que accionar el sistema de ultrasonidos instalado en el casco, que dirigía sus haces de ondas exactamente hacia donde yo dirigiera mi mirada. Al impactar el haz de ondas ultrasónicas en el cerebro del individuo, éste paró en seco y cayó al suelo como fulminado. No lo maté, sólo quedó aturdido momentáneamente. Los gritos y lamentos de aquellos seres siguieron subieron de tono, permaneciendo abrazados unos a otros en apretada piña, y los que mantenían la actitud de defensa amenazante finalmente hicieron lo mismo: arrojaron sus armas y se unieron a aquel coro de amedrentados seres. Me acerqué al individuo derribado para ver como estaba. Iba recuperando el sentido poco a poco e intentaba ponerse de pie, cosa que consiguió con mi ayuda. 

Al ver quien le tenía agarrado se zafó retrocediendo asustado, dando trompicones, buscando el abrigo del resto del grupo y uniéndose a ellos en aquella algarabía de gritos y lamentos. Me quedé allí, de pie, esperando a ver si aquellas manifestaciones de desenfrenado nerviosismo se apaciguaban. Transcurrieron los minutos y convencidos de que mi actitud no era hostil, poco a poco fueron bajando en intensidad tanto los gritos como la ansiedad nerviosa que los provocaba. No obstante, en cuanto me movía o realizaba un gesto de aproximación empezaba de nuevo aquella vorágine de histéricos lamentos, por lo que opté no moverme más hasta ver si acababan acostumbrándose a mi presencia, si eran capaces de considerar que en ningún momento no les quería hacer ningún daño. Y sin querer, se presentó la oportunidad de demostrar a aquellas criaturas que no sólo no alentaba ninguna intención de causarles ningún mal, sino que tuve la ocasión de defenderlas de un peligro real, como el que provocaba, en aquellos momentos, la súbita presencia de una manada de leones, compuesto por un par de machos adultos y varias hembras. El rugido de uno de los leones fue el que alertó a aquella amedrentada tropa de que otro peligro, esta vez conocido, auténtico y cercano, se cernía sobre ellos. Y volvieron a arreciar en aquel ulular desenfrenado provocado por el miedo y la impotencia sin atreverse a realizar ninguna otra acción.

La manada de leonas se desplegó en semicírculo por el calvero, avanzando directamente en dirección a tan fáciles y frágiles presas, mientras los dos leones se situaban detrás de las mismas, preparados para intervenir en caso necesario. La pantalla de rocas que había detrás impedía cualquier posible escapatoria por parte de aquellos seres. El nerviosismo subió en aumento ante lo que consideraban una muerte cierta. Me volví hacia la manada, conté hasta siete leonas que avanzaban en abanico cortando cualquier posibilidad de fuga para cualquiera que saliera corriendo en esa dirección pues no había otra. Ajusté la frecuencia de ultrasonidos del casco-escafandra miré a la primera leona de mi derecha y accioné el disparador. La leona, al recibir el haz de ondas golpeándole directamente el cerebro, dio un salto sobre si misma cayendo al suelo y quedando inmóvil. 

Y así hice con una segunda, la tercera, la cuarta… el resto de animales intuyendo que aquel comportamiento de sus compañeras de caza no era normal, pararon su avance y cambiaron la actitud agresiva por otra de prudente retirada. Aun tuve tiempo de abatir a otra de las leonas. Las leonas abatidas iban recuperando el conocimiento pero les fui proyectando haces ultrasónicos de más baja frecuencia, de manera que sin aturdirlas del todo quedaron persuadidas de que lo mejor era marcharse de allí, desistiendo de la caza. Me volví hacia el grupo de homínidos que se habían quedado asombrados, mudos y expectantes… hasta que el hombre joven con el que me encontré en la charca por primera vez, hincó las rodillas en tierra y se postró temeroso. 

Los demás le imitaron haciendo sonar en un tono más leve aquellos sonidos guturales. Esta vez de sorpresa, admiración y sumisión. Me dije: Bueno, me han tomado por un “ser sobrenatural” o algo parecido. Habrá que aprovecharse de ello para poder salvaguardar mi integridad física. Era previsible que pasara una cosa así. Alguna vez había leído, que en mi planeta, el origen de las religiones podían haber tenido un comienzo parecido a este. No me extrañaba. En cierto modo, aquí y ahora está pasando una cosa semejante. Todo por culpa de esa puñetera “Lotería Cósmica”, o cómo diablos se llame... 

Continuara...

 

Flansinnata

sábado, 22 de enero de 2022

LA LOTERÍA CÓSMICA (I parte)



El silencio. No se “oía” otra cosa que aquel maldito silencio que lo impregnaba todo.


Era como, si de repente, todas las cosas, hubiesen quedado quietas, inanimadas, sin movimiento. Sólo existía la inercia de la quietud. Aunque podía darme cuenta que era una quietud aparente, pues si bien no apreciaba el movimiento de la realidad que me rodeaba, sin embargo respiraban sin dificultad y eso me indicaba que las moléculas gaseosas del aire, entraban y salían de los alvéolos de mis pulmones a cada gesto respiratorio que realizaba. En realidad, no tenía ninguna dificultad en moverme.


Vivía una quietud extraña, exasperante, que aturdía mis sentidos aun no acostumbrados a aquél fenómeno. ¿Cuánto tiempo había pasado?... ¿un día, dos, desde aquél momento en que todo se paró, como si de un frenazo en seco se tratara?… Lo explico así porque no sé con exactitud cómo definirlo, de qué manera determinar aquella situación, aquél estado de cosas.

Eran las doce en punto del mediodía del 22 de diciembre del año 2000, el reloj de mi muñeca sigue siendo mudo testigo de ese hecho, marcando desde entonces esa fecha y hora, sin haberse movido en lo más mínimo su mecanismo cuando todo adquirió una sensación de quietud asombrosa. Pero no sin que antes diera lugar a inusitados fenómenos.

En los primeros momentos, en la confusión de los extraños y poco usuales efectos físicos que se fueron dando no sabía qué pensar, mi mente era incapaz de comprender absolutamente nada, sólo trataba de adaptarme a aquellas nuevas realidades que desafiaban y modificaban de forma radical la percepción sensorial del mundo que hasta entonces conocía. Después, poco a poco, fui entendiendo…

En el mismo momento en que empezaron a darse tan misteriosos fenómenos, la primera impresión que tuve fue del repentino y gran mareo que trastornaba mi sentido del equilibrio. De inmediato, llegué a salir impelido como si una mano gigante me arrancara de mi posición estática y me hiciera volar por los aires. De no ser por la mullida fronda de un parque cercano que amortiguó la aparatosa caída me hubiera matado, aunque seguí a continuación rodando por el suelo como una bola sin causa aparente. A pesar de haberme levantando en cuanto pude, tratando de mantenerme en posición vertical, la sensación de borrachera aun persistía y me costaba coordinar mis pasos en una tendencia de avance obligado que no podía evitar, haciendo que fuera dando traspiés, que me hacían caer de rodillas para de nuevo volver a levantarme y seguir avanzando por una inercia extraña que tiraba de mí sin sentido alguno. Tenía la sensación de haberme tirado al suelo desde un vehículo en marcha, pero con un empuje de inercia cien veces superior, no tanto por lo violento, sino por lo continuado. 

Al mismo tiempo que me sucedía esto, y desde los primeros instantes de estas extrañas sensaciones, un ruido enorme, como un rugido compuesto de multitud de sonidos distintos llegó a mis oídos dejándome medio aturdido. No supe de qué se trataba pues venía de todos sitios… y de ninguna parte. Simplemente parecía que se había creado de la nada en el aire. Ya más repuesto, con el torso doblado y los brazos extendidos hacia delante, como quien intenta mantenerse de pie a pesar de que lo están empujando, trastabillando un poco en pequeños pasos, me fui adaptando a aquella situación, percatándome, al mismo tiempo, de una cierta sensación de pesadez que hasta ese momento no había sido usual. Era como si pesara más, como si mi cuerpo hubiese adquirido de golpe algunos kilos extras, como si la atracción que ejercía el mundo sobre mí se hubiese incrementado. A pesar de ello, de ese aparente lastre, no me causaba grandes esfuerzos para moverme con un mínimo de soltura. Cuando miré a mi alrededor caí en la cuenta de que muchos edificios, sobre todo los más altos, habían quedado sensiblemente inclinados, precisamente, en la dirección hacía donde yo todavía acusaba esa sensación de vértigo que aun me molestaba. Llegué a observar que algunos, incluso, habían caído al suelo de ese lado, como si una gran fuerza invisible los hubiese abatido.

El aire, hasta entonces quieto, empezó a soplar cada vez con mayor ímpetu, adquiriendo poco a poco una velocidad espantosa. Tuve que correr para refugiarme en el interior de una cloaca cercana, que me protegiera de lo que sin duda significaría mi final si seguía a la intemperie pues la fuerza del vendaval iba arreciando. Llegué a destapar la entrada e introducirme en ella justo a tiempo en que el fuerte viento empezaba a despegar mis pies del suelo. Era impresionante, desde aquel abrigo abierto, ver volar toda clase de objetos, arrastrados por aquel huracán que había surgido de pronto, de la nada, sin causa aparente que lo justificase. Y esperé durante horas a que amainase. Salí con precaución del sumidero, el viento aun se movía pero no lo hacía con la fuerza del principio y podía mantenerme en pie. 

Deambulé de un lado para otro y todo era desastre y desolación. Muchos edificios estaban en ruinas, con los ventanales hechos añicos. Vehículos, contenedores de basura, mobiliario urbano de lo más diverso y mil heterogéneos objetos, se esparcía por todos lados de manera informe y caótica. Muchos árboles, arrancados de cuajo, tirados por aquí y allá, añadían al lamentable panorama más confusión si cabe. Pero, el mayor misterio, es que no veía a nadie, a ningún ser humano, hombre o mujer, vivo o muerto.


Con el trascurso de las horas el aire remitió cada vez más hasta llegar a una quietud completa, total, absoluta. Sólo sentía que había atmósfera si me movía con cierta velocidad, pero si no lo hacía, o los movimientos eran los normales, no había ninguna sensación de viento, ni la más leve brisa. De pronto me di cuenta. Creo que desde que empezó todo habrían transcurridos 12 ó 13 horas. Según ese cálculo tendría que ser las 12 de la noche, por lo menos… Pero el Sol seguía brillando, ¡Y no se había movido de su cenit!... Pero… no es el Sol el que se mueve, es el mundo, en su giro constante sobre su eje el que nos transmite la sensación del aparente movimiento del Sol… ¿Entonces?... ¡¡¡No puede ser!!!... ¡¡¡Era una locura pensar aquello!!!… Pero ¿¡qué otra explicación podría caber!?... Por otro lado, al repasar los fenómenos descritos, vas cayendo en la cuenta de que no existe otra explicación posible… ¡¡¡por aberrante que parezca!!!... Pero…, pero, ¿¡¡¡cómo habría podido suceder aquello!!!?... ¡¡¡El mundo se había detenido!!!… ¡¡¡Había dejado de rotar sobre su eje!!! ... ¡¡¡Esa era la única explicación posible!!! … 

Me senté anonadado sobre una piedra porque las piernas, por el estado emocional en que me encontraba, se negaban a mantenerme en pie. Las rodillas me temblaban, y no era por aquella sensación de mayor peso, eso era soportable sin mayor problema, sino porque mi mente estaba desbordada, incapaz de asimilar lo que, a todas luces, parecía una pesadilla. Una evidente y horrible pesadilla. Cubrí la cara con mis manos, confuso, desesperado, sin saber qué hacer. ¿Qué iba a pasar a partir de ahora?, ¿Qué nuevos y extraños sucesos el destino me depararía?... El abatimiento y la confusión era total. Llegaban a mi mente pensamientos extraños que no me gustaban. Pensamientos que nunca tuve, por azarosa que a veces la vida pareciera… ¡Pero, aquella situación!... ¡No, no!... tuve que darme un puñetazo en la cabeza para despejar los fantasmas del suicidio… ¡Estoy vivo!… ¡He soportado todos los horribles sucesos de estas últimas horas!... ¡Tengo que ser fuerte para enfrentarme a lo que sea!...

Entre amagos de sollozos motivados por la desesperación comencé a escuchar un ruido sordo, indefinido, que se hizo cada vez más patente, como si se tratará de viento, aunque era evidente que el aire no se movía… Y venía… de arriba…

En menos de un minuto hizo su aparición. ¿Qué era aquello?... ¿Qué extraño aparato. por llamarlo de alguna manera, se iba acercando desde lo alto, cada vez más, sin apartarse de la vertical en donde me encontraba?... Me quedé quieto, expectante, me dije a mí mismo que no tenía sentido salir corriendo ante aquella aparición extraña, me daba cuenta que ninguna acción de evasión que emprendiese sería eficaz, podría dar resultado. Tenía la sensación que, si quisiera, lo que fuese aquello, podría cazarme como a un conejo, con toda facilidad. Así que esperé. En segundos, aquel “aparato”, se posó en el suelo…

¿Qué estaba viendo?... ¿Un “ovni”?... ¿Uno de esos artilugios que la ciencia ficción nos presenta como naves de otros mundos?... ¿O, lo que narran tantos investigadores que dicen haber entrevistado a supuestos testigos de naves procedentes de otros sistemas cósmicos?... Creo que mi preocupación y miedo eran superiores a estas pueriles preguntas especulativas que no me daban respuestas. No quedaba más remedio que esperar, a ver qué pasaba… 


A los pocos segundos de haberse posado en tierra aquel extraño aparato, de su pulida y lisa pared externa se abrió, surgiendo de la nada, una oquedad totalmente circular, proyectándose desde la base de la misma hasta el suelo una especie de rampa luminosa. Parecía ciertamente luz, pero compacta, pues el ser humanoide que hizo acto de presencia en la puerta comenzó a bajar por ella. Al llegar a mi altura me saludó con lo que parecía una tranquilizadora sonrisa y me dijo:

-Bien, cuando quieras, podemos llevarte.

-¿Llevarme?... ¿A mí?... ¿Adónde?...

-Fuera de este planeta –contestó el ser-

-¿Fuera del planeta?... ¿Por… por qué?... –balbuceé-.

-Bueno, esa fue tu petición, ¿no?...

-¿Cómo que esa fue mi petición?... ¡No entiendo nada!...


Aquel ser, mirándome con una especie de paternal paciencia, me dijo:

-De acuerdo, te explicaré.

-Existe desde el principio de los tiempos, desde que el Gran Demiurgo otorgó permiso para que toda la materia del anterior universo, acumulada en el último y gran super-agujero negro, se transformara en una fontana blanca, en un espacio diferente, ocasionando otra vez la liberación de la misma en eso que vosotros definís como el “Big-Bang”, y que dio lugar al universo actual, el que tú conoces... Existe, como digo, una Ley Cósmica, emanada de la voluntad del Gran Demiurgo, que otorga, a través de mecanismos que sólo él conoce, dentro de los miles de millones de deseos que sus criaturas emiten en todos los mundos de seres inteligentes, la posibilidad de que ese deseo sea cumplido… ¡Y te ha tocado!...

-¿Cómo que me ha tocado?... ¿Tocarme el qué?... ¡Joder, no entiendo nada!...

-¿Recuerdas lo que deseaste, antes de que empezaran todos los fenómenos que has presenciado y que ha dado lugar a que este mundo se parara?

-¿Qué deseé… qué?... ¿No recuerdo?... –dije, ya sin saber que pensar, entre molesto e indignado-

-Si, dijiste: “¡¡¡Me cago en to lo que se menea: Que se pare el mundo, que me bajo!!!”... Y eso es lo que ha sucedido. En ese momento la Lotería Cósmica, según los designios del Gran Demiurgo, “volaba” –por decirlo de algún modo- sobre ti. Y, como diríais vosotros: Te ha tocado… Y te ha tocado con todas las consecuencias que tal deseo conlleva.

-Pero… ¡Pero, eso es una frase hecha!… sin ningún sentido, estaba ofuscado por algunos problemas personales y la solté por desahogo… pero no es la primera vez, algunas veces la digo en situaciones parecidas a las de ese momento… ¡Mucha gente dicen lo mismo!...

-Sí, sí, de acuerdo, pero las cosas son así, y así está establecido desde el origen de todos los tiempos universales, tanto los presentes, como los pasados y los futuros. Obedece al Plan de los Hacedores de Mundos, quienes tienen la potestad para hacer y deshacer en todo los órdenes de su Creación… Y no hay más que discutir…

Pero…

Y sólo me quedé en el “pero”, porque cuando me di cuenta estaba a bordo de aquel aparato, nave, o lo que fuese, viendo como el planeta donde había vivido hasta ahora se alejaba haciéndose cada vez más pequeño. No sé cómo sucedió pero caí en una especie de letargo, un sueño profundo. Cuando desperté según me dijeron esos seres, semejantes a los humanos pero con el típico aspecto, según la iconografía fantástica que conocía a través de narraciones y películas de ciencia-ficción, de estar vestidos con una especie de mono blanco enterizo adaptado al cuerpo, había estado sumido en una especie de letargo artificial que mantuvieron durante varios miles de años si lo comparamos con la medida tradicional del tiempo a que estaba acostumbrado. No quise siquiera pensar en ello, me daban nauseas sólo considerarlo ya que me encontraba a merced de unos acontecimientos que me superaban y no aceptaba explicaciones que me eran imposible de procesar. Me dijeron que me iban a reubicar en otro planeta de las mismas características del que dejé atrás, con un Sol y sistema solar parecido al que me encontraba hace ya… ¿cuánto?… no sé, me dije a mí mismo una vez más que no quiero saberlo, que no tenía ganas de especular con ello. 

Continuara...

Flansinnata

viernes, 14 de enero de 2022

LOS GRIEGOS TENÍAN RAZÓN

La veleidosidad y promiscuidad de los casquivanos dioses griegos, tal y como la refleja Homero en sus poemas épicos La Ilíada y La Odisea, acabó constituyendo un motivo de escándalo e incredulidad para los helenos sabios y bienpensantes.

Son unos dioses que toman partido por los distintos héroes, reclaman cuantiosos sacrificios y suelen tener los mismos apetitos eróticos que cualquier mortal. Una especie de niños malcriados coronados con una aureola divina. Durante siglos, los griegos se educaron con los textos de sus poetas. Pero poco a poco surgió una rebelión contra este tipo de enseñanza, y los poetas empezaron a ceder su plaza privilegiada en el saber griego primero a los sabios, y luego a los filósofos. Los textos del viejo Homero empezaron a ser considerados como un simple compendio de supersticiones que era del todo insuficiente para explicar el mundo real. Y sin embargo, el saber popular griego estaba quizá ya reflejando ese mundo real aunque fuese de una forma embellecida y poética. Porque la impresión que daban esos dioses que pugnaban entre sí era la misma que ofrecía la misma naturaleza; un caos continuo en el que sus criaturas podían ser devastadas por el frío, el fuego, el ardor de los volcanes, tragados por la inmensidad del mar, etc. De ahí la existencia de los sacrificios, que se consideraban necesarios para ganar el favor de esos dioses tan caprichosos en sus preferencias.

Pitágoras fue el primero en dar con la palabra “filosofía”, que no significa sabiduría, sino el amor a la misma. Pero Pitágoras fue también el creador de un mundo ideal basado en los números, un mundo y un cosmos que por supuesto gozarían de un perfecto orden inspirado por los dioses. Unos dioses que, por esa misma razón, compartirían muy pocos rasgos con los de Homero. Pero también surgieron otros tipos de filósofos que no buscaban una perfección diseñada en base a esquemas puramente del intelecto, sino basada en la aproximación gradual a los fenómenos de la naturaleza. Principalmente, los de la escuela del pensamiento jónica. Estos pensadores supieron aprovechar el sustrato secularizado que les había legado Homero, y empezaron a desarrollar una auténtica ciencia de la naturaleza, ajena a preceptos prediseñados y abierta a nuevas intuiciones y descubrimientos. Filósofos como Tales de Mileto, Anaximandro o Anaxímenes formularon ideas nuevas y originales, y en el caso de Anaximandro, se avanzó incluso una pseudo teoría de la evolución que se adelantaba a Darwin en más de veinte siglos: “Los primeros seres vivos nacieron del agua y estaban cubiertos de una corteza espinosa; en una fase más avanzada se trasladaron a terreno seco y al caérseles la corteza cambiaron en poco tiempo su forma de vida”. Y también: “Los seres vivos nacieron del agua cuando esta fue evaporada por el Sol. El hombre, al principio, parecía otro animal, concretamente un pez”. Y el mismo Homero había escrito en la Ilíada (14, 200 y 244) que “el océano es el origen de todas las cosas y de los dioses”, algo que también habían afirmado algunos textos de la antigüedad egipcia. Pero quizá el punto más alto del ataque filosófico contra el pensamiento idealista pitagórico se alcanzase con el atomismo de Leucipo y Demócrito. También jónico, Leucipo superó con sus teorías las objeciones de Parménides, fundador de la escuela eleática, al movimiento y transformación continua de las cosas que había proclamado Heráclito y que estaba también implícita en las ideas de los pensadores jónicos primitivos. Por un lado, reconoció que Parménides tenía razón al afirmar que la sustancia primaria del universo y la Tierra tenía que ser una e indivisible, pero por otra neutralizó sus objeciones al teorizar –la ciencia griega todavía no estaba en condiciones de “demostrar” en el sentido moderno del término– que los distintos seres y objetos cambian constantemente de forma y condición a través de las diferentes combinaciones de los átomos que eran en sí invariables. En definitiva, Leucipo y su discípulo directo Demócrito habían dado un paso de gigante hacia una explicación puramente materialista del Universo. Como base de su sistema, el propio Demócrito escribió que: “Nada se crea de la nada, ni desaparece en la nada”. Pero al mismo tiempo lo que se intuía era que nadie era tampoco necesario y mucho menos inmortal, dado que los átomos que constituían el alma se disgregaban junto con los del cuerpo al producirse la muerte del individuo. Más grave todavía, el pensamiento pitagórico quedaba refutado porque ya no era posible incluir a la materia dentro de una teoría de los números. En definitiva, ni los dioses homéricos eran necesarios, ni el pensamiento abstracto pitagórico tenía por qué servir de guía para la comprensión de los fenómenos que constituían la existencia humana.

¿Qué era lo que le quedaba pues al pensamiento idealista, espiritual, cerrado y holístico después del embate del pensamiento jónico y atomista con sus características de una aproximación fragmentaria y gradual al saber en lugar de una teoría supuestamente infalible elaborada a priori? Fuera como fuese, los dioses tenían que recuperar su lugar, especialmente en una sociedad que se suponía que debía ser jerarquizante de una manera u otra. Había que volver a poner orden en el Universo, y a ese empeño es a lo que se dedicaría esa especie de Santísima Trinidad que constituyeron Sócrates, Platón y Aristóteles.

Las obras de Platón, incluyendo todos los diálogos en los que participa su maestro y/o personaje Sócrates, son una reivindicación del pensamiento idealista, una refutación casi constante del pensamiento jónico y atomista, hasta el extremo de condenar todas las ideas principales de Demócrito sin mencionar siquiera el nombre del odiado filósofo. Dicha tarea es iniciada por Sócrates, con sus constantes apelaciones a la Divinidad, y Platón no se recata de buscar sus fuentes en las ideas pitagóricas y en Parménides. A diferencia de Demócrito, y de lo que luego haría Epicuro, el otro gran filósofo atomista, Platón no ceja tampoco en su empeño de conseguir una teoría de gobierno “perfecta”, esto es, de acuerdo con los mandatos de los dioses. Las máximas manifestaciones de este empeño, después de su frustrado período como consejero gubernamental en Siracusa, son sus dos últimos libros: ”La República” y “Las leyes”. En el primero, aboga por una forma de gobierno que anticipa en siglos al mundo feliz de Aldous Huxley, y acaso también el infierno orwelliano: una sociedad jerarquizada en la que los “guardianes-filósofos” están autorizados a mentir, y en la que cada cual debe aceptar el rol que le ha asignado el orden establecido. Para ello se inventa un mito fundacional, llamado “Mito de los metales” que consiste en lo siguiente:
“Vosotros, ciudadanos del Estado, sois todos hermanos. Pero la divinidad, cuando os moldeó, puso oro en la mezcla con la que se generaron aquellos capacitados para gobernar, siendo de tal forma del más alto valor; plata en los auxiliares; hierro y bronce en los campesinos y demás artesanos. Y si alguien, a pesar de todo, desafiara el orden establecido los jueces lo condenarán a muerte”.

A la vez, Platón explica también en este libro la llamada “Alegoría de la caverna”, en la que, una vez más, expone su idea de la situación en que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento, con la existencia de dos mundos; el sensible, que se puede alcanzar a través de los sentidos, y el mundo inteligible, sólo alcanzable a través de la razón. Y en mi opinión, es justamente en esta concepción de “la razón”, que por supuesto es preferible al “engañoso” –según Platón– mundo de los sentidos, donde se encuentra el mayor fraude de toda la concepción platónica del mundo. Porque la razón a la que apela Platón no es la razón que proviene de una contemplación exhaustiva de los fenómenos de la Naturaleza, sino de una especie de pensamiento desiderativo –“wishful thinking”, que dirían los anglosajones– sobre cómo debería ser el universo y el mundo que nos rodea. Dicho de otro modo: teología pura “avant la lettre”. Todos estos conceptos son reafirmados de una manera u otra en “Las leyes”, la obra postrera de Platón, en la que llega a recomendar el internamiento en campos de concentración de quienes siguieran las teorías de los filósofos jónicos y fisicistas para su posterior instrucción por parte de funcionarios del Estado en las verdades religiosas del pensamiento oficial, o sea, la religión definida por el propio Platón, una especie de combinación de las divinidades griegas junto con los dioses estelares de los caldeos. En caso de mantenerse refractarios a la verdad revelada, los prisioneros serán eventualmente condenados a muerte. No es de extrañar que el cristianismo primitivo distinguiera enseguida a Platón como su filósofo de cabecera, casi el único digno de ser rescatado entre los pensadores “paganos”. Pues el pensamiento religioso es siempre holístico de una manera inevitable, y casi siempre totalitario en sus manifestaciones.


En los siglos posteriores a Sócrates, Platón y Aristóteles –quien, por lo menos enmendó con algo de auténtica racionalidad y método científico las obras de su maestro–, la contienda filosófica entre fisicistas y epicúreos por un lado y platónicos por el otro se mantuvo equilibrada. Pero fue el Cristianismo quien finalmente decantaría la balanza durante siglos. De ahí que conservemos la obra íntegra de Platón, mientras que lo que nos ha llegado de la obra de Epicuro –al parecer, más copiosa que la del mismísimo Aristóteles– son los fragmentos e ideas generales que se encuentran en las vidas de filósofos de Diógenes Laercio y, sobre todo, el célebre poema de Lucrecio “De rerum naturae” (De la naturaleza de las cosas), en la que se exponen las ideas principales del filósofo atomista. Un libro cuya recuperación –narrada en el libro “The Swerve”, de Stephen Greenblatt– fue uno de los hitos que dieron inicio al Renacimiento.

Dicho todo esto, quisiera concluir con dos ideas; la primera es que la principal habilidad de Platón fue detectar que tanto el pensamiento primitivo homérico como el pensamiento filosófico jónico y fisicista tenían algo en común que no podía tener lugar en su república: es decir, eran sistemas de pensamiento abiertos incompatibles con la personalidad y la esencia de la obra de Platón. Una república de la que Platón también quería ver desterrados el teatro y la poesía. La segunda es que el ser humano probablemente sólo alcance su auténtica liberación cuando abandone no sólo la idea de la divinidad, sino también la de una naturaleza benigna y casi providencialista. Algo que la pandemia del covid se ha encargado de recordarnos. Otra cosa es que se quieran o no aprender las lecciones correspondientes. Pues como dijera Alberto Caeiro, ese alter ego del gran Pessoa:

“Vi que não há Natureza,
Que Natureza não existe,
Que há montes, vales, planícies,
Que há árvores, flores, ervas,
Que há ríos e pedras,
Mas que não há um todo a que isso pertença,
Que um conjunto real e verdadeiro
É uma doença das nossas ideias".




O como habría dicho el viejo Epicuro: “No hay teleología en el mundo, en una naturaleza hostil y cargada de defectos”.

Veletri


Bibliografía:
“A History of Western Philosophy”, Bertrand Russell.
“The Swerve”, Stephen Greenblatt.
“La sociedad abierta y sus enemigos”, Karl R. Popper.
“Ciencia y filosofía en la antigüedad”, Benjamin Farrington.
“Epicuro”, Carlos García Gual, (Alianza Editorial).
“Los siete sabios (y tres más)”, Carlos García Gual, (Alianza Editorial).

domingo, 9 de enero de 2022

CUENTA CUENTOS

 No sé si nos paramos a pensar tanto como yo creo que merecería, lo apasionante que es el universo de la comunicación humana. Las complejas implicaciones que nacen cuando dos personas se cuentan algo. Literalmente, contar cuentos nos retrotrae a la imagen de un corrillo de personas con la boca abierta, toda su atención física, mental y hasta espiritual en las palabras del cuentacuentos   -alrededor de una hipnotizante luz de chimenea, mucho mejor- , palabras cuyo sonido es lo único que rompe el silencio, el mágico silencio que sirve de marco. Por Manitú que pocas cosas hay más emocionantes.

Pero hay más que la magia del instante. Hay implicaciones, llamémosle química emocional con poso por resumir, y repercusiones. Lo que comunicamos repercute en lo que el otro va a pensar y comunicar a su vez. Se forma una idea, retroalimentada por la idea previa recibida y que alimenta la posterior que se formará, en un círculo potencialmente infinito de estaciones de paso que van sumando matices al contenido del cuento. Enriqueciendo la idea originaria. De persona a persona, en un reducido tiempo y espacio, y después de generación a generación, en un extenso tiempo, conectando gentes y lugares distantes, hasta finalmente llegar de una punta a otra del Mundo.




Un momento: ¿Siempre sumando? ¿siempre enriqueciendo?. El círculo de la comunicación puede ser virtuoso...o vicioso quizás. Comunicar mal "ensucia" el proceso: son los célebres malentendidos. Pero no sólo. Comunicar de manera impulsiva dejando que las emociones controlen el mensaje en vez que lo haga el pensamiento lógico, es transmitir una información pobre cuanto menos. Distorsionada las más de las veces, e infiel a lo pensado otras muchas. O directamente contrario a lo que, quizá en la frialdad de unos minutos antes o después, se hubiera deseado transmitir de no haber interferido el resentimiento, la intención de herir, impregnando con su veneno ese mal momento que escupimos por la boca, más que hablar.

Vamos a contar mentiras, tralalá. ¿Hay siempre mala fé? Dejando aparte la pura ficción y la exageración inherente al género de la fabulación, muy legítimo y apreciado, transmitir información falsa a sabiendas está feo. Para qué vamos a negarlo. Pero el hecho es que se transmite información falsa a go gó, y no es cuestión exclusiva de mala intención. Ocurre que el proceso de comunicación tiene muchos desperfectos. Está el famoso sesgo. Y no únicamente el sesgo. Las palabras que usamos, incluso con la mejor de las intenciones para hacernos comprender, y en pleno convencimiento que se ajustan a la verdad de lo que pretenden expresar, pueden ser fallidas.

 ¡Y qué decir de la estructura sintáctica y semántica! Una de mis mayores obsesiones es la organización del pensamiento para su posterior expresión oral de forma correcta, más que nada por cortesía a quien pierde tiempo y energía en atender. Es un fenómeno fascinante que tengamos asumido con toda naturalidad que tan compleja operación se haga o deba hacerse de manera casi instantánea, por lo general. O por ser más específico: parezca que estamos obligados a realizarlo en menos de dos-tres segundos, por aquello de no hacer esperar al oyente, tendente a la impaciencia o todavía peor: a arrebatar el turno de palabra a la menor oportunidad. Lo ideal sería tomarse el tiempo necesario, no sé, de medio minuto en adelante. Pero en esta vida de inmediatez comunicativa, ese tiempo sólo se le concede a los cuenta cuentos a la luz de la hoguera ¡qué se le va a hacer!

Aunque seamos indulgentes: tampoco es plan de imitar las conversaciones y guiones de película. Desde que era un crío, es una de las cosas para mí más llamativas del cine clásico, como los personajes se expresan perfectamente en frases redondas, memorables. Aunque estén temblando de emoción, en medio de una situación de tremendo dramatismo en la que peligra su pellejo, y la cabeza no está para estas cosillas, al fin y al cabo no tan vitales, de intercambiar hondas impresiones filosóficas con la novia, el amigo o el enemigo. Sabemos que ese nivel comunicativo es inalcanzable, pero no por ello dejamos de quedar maravillados, y yo en particular reconozco que envidioso, ante una expresividad tan certera... tan artística. Por algo será.

Hablando de Arte, todos tenemos claro que callar es comunicar también, y no poco precisamente. Al silencio lo puedes acompañar de gestos, y entonces ya no es callar. Pero con la ventaja que el lenguaje gestual es más flexible, permeable. Matizable. Se es esclavo de las palabras, pero no de los gestos. Y a mitad de camino entre las palabras y los gestos están los "ummm", los "jeje", y los nunca reconocidos en su justa valía, a pesar de los esfuerzos del añorado Pau Donés, "depende"...¡qué sería de más de uno de nosotros sin los socorridos "depende"!

Pero no sobrevaloremos el silencio comunicativo, pues es un recurso a usar con inteligencia, dosificándolo. Y es que no decir nada que comprometa, por norma, no es síntoma de inteligencia, sino de "escaqueo". De huida de reflexiones incómodas, fastidiosas, que nos perturban el ánimo. Y digamos las cosas como son: los cuenta cuentos nunca pretendieron que nuestro ánimo permaneciera imperturbable tras escuchar sus historias.


Mickdos

domingo, 2 de enero de 2022

IDENTIDAD

 

“Ser o no ser, ésa es la cuestión”: Hamlet, príncipe de Dinamarca (Shakespeare). 

 

A veces hay que ponerse frente al espejo, mirarse a la cara y preguntarse sin miedo, sin medias tintas y por derecho, ¿quiénes somos? Esta es una cuestión que el Mono Sapiens se plantea desde siempre, desde que tiene conciencia de sí mismo. Para responder a esta pregunta puede ayudarnos la neurociencia, que nos dirá que somos circuitos neuronales, bioquímica y neurotransmisores. La genética nos hablará de ADNs cruzados de nuestros antepasados, que pasan de generación a generación. La sicología nos hablará de emociones, razón y autoconciencia. La antropología nos habla de un Mono Sapiens tribal y sociable (hoy las tribus modernas serían países, naciones e ideologías). Y por eso somos usos, costumbres y tradiciones de las distintas tribus, que sedimentarán en el derecho consuetudinario y el derecho positivo. La filosofía intentará responder a esa pregunta trascendental que todos los seres humanos se hacen alguna vez en la vida. Así, somos experiencias (empiristas), emociones (románticos), razón (cartesianos), lenguaje (Wittgenstein), mera existencia (existencialistas), el yo y sus circunstancias (Ortega y Gasset), etc. Por no hablar de las religiones, que, al hablar de alma y espíritu, nos dan una identidad religiosa que trasciende lo corporal y material. 

  

Del mismo modo que hay una identidad personal, hay una identidad social, porque los pueblos tienen ese inconsciente colectivo (como diría Jung), esa memoria social y grupal, sedimento de tradiciones, usos y costumbres que pasaron de generación a generación. Este sedimento o poso cultural es el pegamento que une y da identidad a esas colectividades, naciones, estados e ideologías, tribus modernas que son la prolongación de las antiguas tribus del Mono Sapiens, un ser sociable que se agrupaba en grupos o comunidades. Esas tribus primitivas hoy serían las tribus ideológicas de izquierda o derecha. 

Hablar de identidades en Europa es hablar de su evolución política y social desde imperios, reinos, feudalismo y monarquías hasta el nacimiento de los estados-nación. El tema de la identidad colectiva, tras estos estados modernos, llegó a un punto de inflexión con el marxismo y su materialismo dialéctico, cuyo internacionalismo obrero pretendió superar estos nacionalismos, relatos identitarios impuestos por las clases dominantes a los trabajadores: identidad de clase o identidad obrera frente identidad de clase dominante y explotadora. Y la pregunta es obvia: ¿terminó ese internacionalismo con las identidades de las naciones y estados? 

Obviamente no terminó, porque el Mono Sapiens necesita raíces, una historia, un grupo del que forme parte y al que pertenezca, un pasado al que se sienta ligado y del que sea prolongación. Por eso somos seres con historia, pasado e identidad. Cuando William Faulkner decía que "el pasado no está muerto, ni siquiera es pasado", llevaba toda la razón. Según Marx el hombre es un ser histórico y esa historia se mueve de manera dialéctica en la lucha de clases, motor de la historia. Esa historia terminará cuando esas clases no existan (historicidad presente en Hegel y recientemente en Fukuyama). Para el cristianismo el hombre también es un ser histórico, pero incorporando la presencia de Dios dentro de esa historicidad. Esta historicidad está presente también en los movimientos decoloniales e indigenistas, que intentan recuperar esa historia nativa propia que les ha sido arrebatada y subsumida en una modernidad global que les ha impuesto Occidente, con el consiguiente olvido y destrucción de sus raíces y su identidad. La conclusión sería que la multiculturalidad sería "multihistoricidad y multiidentidad" al coexistir distintas historias y distintas identidades de distintas culturas (digo coexistir porque convivir no siempre es posible: la interculturalidad es un pensamiento sugerente, pero difícil de implementar).  

Dado que ese historicismo e “identitarismo” son inherentes al ser humano, ¿es Occidente identitario? Mi respuesta es que sí, porque en este mundo globalizado y multicultural, los países occidentales también reivindican sus raíces e identidad frente a la reivindicación identitaria de los “desheredados de la tierra” (expresión de Franz Fanon y Sartre). Sería una especie de reacción identitaria de Occidente frente a la pulsión identitaria multicultural de otras culturas. Y de ahí el auge de los movimientos identitarios en Europa, como los casos de Orban, Le Pen, Salvini, Vox y Eric Zemmour. El caso de Zemmour es interesante porque su programa se basa en “recuperar la identidad francesa” y ha creado un nuevo partido llamado “Reconquista” (palabra complicada para referirse a la historia de España). Estos movimientos identitarios son llamados reaccionarios y neofascistas, porque suponen una reacción contra la modernidad, la multiculturalidad y la globalización. Esta globalización, representada por Soros, Bill Gates, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y demás magnates mundiales, supone un nuevo orden mundial en un mundo globalizado y sin identidades gobernado por multinacionales, bancos y políticos a su servicio. Según este análisis, habría una lucha entre globalistas e identitarios, internacionalistas y nacionalistas y las identidades nacionales podrían ser sustituidas por ese nuevo internacionalismo capitalista de plutocracia global. Así, este nuevo eje identitarios-globalistas podría sustituir al eje clásico derecha-izquierda (la derecha sería más identitaria y la izquierda más globalista).  

Y en el caso de España, ¿cuál es su identidad? Difícil pregunta, porque España es un problema existencial y una duda metódica andante. España es un país existencial con problemas existenciales y la duda metódica de Descartes no es nada comparada con nuestras dudas identitarias (si Sartre y Camus vivieran, quizás podrían ayudarnos en esta cuestión existencialista hispana). Tenemos dudas sobre quiénes somos, de dónde venimos y ya no sabemos si la cosa empieza con la Hispania Romana, con Leovigildo cuando se proclama rey de Hispania, con San Isidoro de Sevilla al hablar de ella en su Historia Gothorum, los conflictos con Al Ándalus, los RRCC, la constitución de 1812 o cuando narices empezó el tema. Y si a esto le sumamos los conflictos históricos identitarios no resueltos de Cataluña y Euskadi, la cosa no mejora. Estas dudas identitarias se vieron en la guerra civil, donde dos almas o identidades chocaron: la de la izquierda revolucionaria y la de la derecha tradicionalista. Quizás la identidad española tiene muchas banderas y no es fácil que estén todas juntas. O quizás lo que queda de nuestra identidad sea la liga de fútbol, la gastronomía, nuestro estilo de vida, los realitys de Telecinco, los enfrentamientos de las diversas tribus hispanas...y poco más (quizás los exyugoslavos podrían decirnos algo al respecto). 

La vida son luchas de identidad: de niños no sabemos quiénes somos y peleamos por construir nuestra identidad; de adolescentes seguimos buscándola; de adultos creemos haberla encontrado; y cuando llegamos a viejos…bueno, ya nos da igual, porque queremos seguir, con la identidad que sea. Y los problemas de la identidad sexual son razón de ser para el colectivo feminista y LGTBI. 

La Historia de la Humanidad es una sucesión de guerras. Dicen que por territorios, recursos y poder, pero yo creo que son guerras de identidad cultural por imponer nuestra cosmovisión, nuestra identidad de tribu, ideología o nación.  Incluso los enfrentamientos en el blog son luchas de identidades ideológicas, políticas y personales.   

Como decía la canción de Siniestro Total, “¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?” Y mi respuesta es que seguimos sin saberlo, porque somos Sísifos eternos con nuestra identidad a cuestas. Quizás la respuesta ante este exceso de identidad sea dejar las cosas estar, dejarlas ir, dejarlas venir. O el desapego budista para acallar ese exceso de ego e identidad. Quizás deberíamos dejar de focalizarnos tanto en nuestra identidad, salir de ella, fijarnos más en la alteridad, trascender en el otro y mirar a los demás. Y así, al salir de nuestra zona de confort identitario, sentiríamos más las identidades ajenas y terminaríamos con la dicotomía eterna entre identidad propia e identidad ajena. 



Un Tipo Razonable