viernes, 25 de diciembre de 2020

CRITICA A LA DERIVA DEL BLOG

 Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”.

Frase de Estanislao Figueras, primer presidente de la malograda I República Española. Cuenta la leyenda que el presidente Figueras, tras la enésima reunión de políticos incapaces de llegar a ningún acuerdo, pronunció estas palabras.

En primer lugar, quiero dejar claro que defiendo el lenguaje inclusivo, pero la frase es la que es, y supongo que se entiende.



Bueno a lo que voy:

Cuando Arturo González dejó de publicar sus entradas o ‘articulillos’ en el Blog ‘Puntadas sin hilo’ (Público.es), allá por marzo de 2016, el ínclito Okupado nos hizo la generosa oferta de hacer un blog para quienes habíamos quedado huérfanos del primero, y se puso manos a la obra publicando en esta nueva casa la última entrada de Arturo. Así comenzó la andadura de este blog coral.

Sería cansino y aburrido relatar todas las vicisitudes que hemos pasado hasta llegar al día de hoy. Como es sabido por todos, en el faldón derecho está el historial completo de estos cuatro años y pico, para quien quiera documentarse y curiosear todo lo que le dé la gana.

En los diferentes vaivenes de estos años hemos sufrido: la poca participación, la poca aportación de entradas y comentarios y la permanente desaparición de algunos de los padres de esta casa. Como no han dado razones de su huida, no tengo nada que decir. Este blog nació con vocación de contrastar opiniones políticas e ideologías, como un rincón libertario, con libertad total de opinión y expresión.

A los que nos hemos quedado, la endogamia de estos años, los roces, las suposiciones, la insidias y por fin los insultos y descalificaciones nos han ido minando y a la vez crispando la buena marcha del blog.

Se pusieron moderadores, pero aquello no terminó de fraguar porque se suponía que, en aras de la libertad de opinión, se podía decir lo que se quisiera, pero claro, de opinar a insultar hay un largo trecho que terminó por ser inexistente.

También se dijo que la moderación era una especie de venganza personal, algo que solo podía caber en una mente vengativa, aunque los insultos y descalificaciones todavía siguen escritos para verificación de quien quiera leerlos.

Tras una votación, se quitaron los moderadores, se cambió el administrador (por cansancio o lo que fuese que le pasase a Oku). Pero resultó que el nuevo moderador censuraba y baneaba, e incluso insultaba, a quien le parecía, en aras a una pureza ideológica que iba en contra de la libertad de opinión de esta casa. Dicho moderador dejó de administrar el blog y apareció Yuan pen, volviendo a revivir a este enfermo.

Durante este largo tiempo, también hemos sufrido ataques de trols y algunos de los más veteranos, que dejaron esta casa, tuvieron la crueldad de borrar todos sus comentarios quedando algunas entradas hechas unos zorros, pues los comentarios restantes quedaron casi sin sentido, con el argumento peregrino de que los comentarios eran de su propiedad.

Más tarde llegaron nuevos blogueros y, parecía que la sangre nueva nos vivificaría, pero tras un corto periodo se polarizaron aún más las diferencias y en esas estamos.

Cuando me he referido a este blog, siempre lo he hecho como si este fuese una posada o una cocina donde, mal que bien, pero con total entrega, cada voluntario que nos regalaba una entrada, nos cocinaba un plato y lo servía al paladar de todos.

Como cada cual es como es, algunos cocineros han sido más creativos y sabrosos al paladar, otros más selectivos y menos participativos y otros solo han aportado sus comentarios, masticando y tragando o escupiendo cada nuevo plato.

Solo quien escribe una entrada sabe lo que cuesta escribirla y lo ingrato que es que, a las 12 horas, pasemos de ella y comentemos noticias del día, del tiempo que hace o de enfermedades, cumpleaños y muchos saludos y despedidas, transformando el blog en un insustancial chateo capaz de aburrir hasta a las ovejas.

También es muy cansino, ver y releer comentarios repetidos hasta la extenuación ocular, así como tener que leer a quien escribe como un niño pequeño que aparenta no saber de ortografía para mortificarnos aún más las córneas. También, en mi opinión, se abusa de múltiples falacias como las descalificaciones ad hominem (a la persona y no al argumento) y la falacia del hombre de paja (refutar una proposición diferente), pero es el precio que al final pagamos todos por el respeto a la libertad y la diversidad.

Algunos curtidos en estos lares, esgrimen a veces, la peregrina excusa de que su comentario-respuesta es una ironía o sarcasmo, lo que viene siendo ¡una tomadura de pelo!, vamos. Es bueno recordar que no es lo mismo reírse con que reírse de.

Podría aburrir, pero ya lo voy dejando. Como en cualquier orden de esta sociedad aquí en el blog hay muy diferentes niveles de comprensión, de expresión y de educación, y lo peor de todo es que, aunque aquí paramos bastantes jubilatas aburridos, entre los que me encuentro, venimos y aparecemos cuando podemos, queremos o nos dejan nuestras ocupaciones diarias que casi todos tenemos y, según el día que hayamos pasado o cómo sople el viento, venimos más o menos alegres o crispados. Esto lo digo porque cuando alguien se siente vejado, vituperado o insultado, recurre al: “Me insultaron y nadie dijo nada…”

Durante cierto tiempo aparecieron y aun hoy aparecen académicos fracasados de la Lengua viperina que se dedican a corregir errores gramaticales o de teclado, “con la mejor intención”, aunque curiosamente, encima o debajo haya otro comentario con errores más gordos aún. Ahora ¡¡diles tú a ellos algo y leerás que tienen mil excusas!!

Y la última es, cuando pones un enlace o noticia, siempre hay un lorito que te dice: “Eso lo puse yo ayer”, “no, yo anteayer” o “yo hace 5 días”.

Muchas medallas hay que traer para repartirnos a tantos egos.

El interés que me mueve a lo escrito es que deberíamos tratar de compartir y aprender del conocimiento, de las vivencias o sinsabores que hemos pasado cada uno, aunque a veces eso esté muy profundo. Lo malo que pasa es que al tener ese conocimiento de los demás, lo usamos como arma arrojadiza en caso de trifulca. Por eso es por lo que a veces hay quién prefiere callar.

Como una vez dijo aquí un fanfarrón que huyó como un conejo, yo tengo en mi mochila para publicar cienes de entradas, pero animo a que quien aún no se haya atrevido a publicar una, que lo haga, para que sienta y valore el esfuerzo que cuesta, lo ingrato y cruel de las críticas, pero que así al menos, pueda compartir sus sueños de un mundo mejor y colabore en mantener este blog.

Texto escrito el 6 de diciembre.

Adenda:

Ha reaparecido un personaje convenientemente disfrazado, que con su fino bisturí se ha propuesto romper el blog y aburrirnos a todos, en especial a los que ahora por razones varias, tienen poco tiempo para visitarnos y prefieren no entrarle al trapo.

Por mi parte, deciros que, aunque esta visita pueda parecer negativa, para mí, es un revulsivo a todo lo anteriormente expuesto, y que yo no estoy dispuesto a concederle la posibilidad de que consiga su fin.

Usa hábilmente la técnica del guepardo: al principio, ataca al más débil de la manada y después trata de seguir cobrándose deudas que supongo tendrá pendientes.

No debería conseguirlo, de nosotros depende.

Ivanjoe


viernes, 18 de diciembre de 2020

HUMANIZAR LOS DERECHOS

 Según la Constitución española, el derecho a la vivienda no es un derecho fundamental. El artículo 47 es así pues un mero principio de política social y económica, pero no un derecho comparable a la libertad de expresión o al derecho a la propiedad privada. Quienes niegan ese derecho como algo inalienable recuerdan que ni siquiera en la Europa comunitaria, ese supuesto non plus ultra de la civilización mundial, el derecho a la vivienda es considerado como un derecho fundamental. 

Quizá siguiendo la vieja máxima de George Bernard Shaw de que tanto un multimillonario como un mendigo tienen el mismo derecho a dormir en un banco del parque si lo desean. 

Claro está que por la misma razón hay más margen para interpretar ese derecho a la vivienda, lo mismo que el derecho a una sanidad gratuita o a la educación, por citar sólo dos, desde perspectivas ideológicas. Por ejemplo, cualquier ciudadano estadounidense es libre de morir sin asistencia médica de ningún tipo si así lo desea, o incluso si no lo desea, y, de hecho, alrededor de cien mil estadounidenses al año mueren de esta forma. La famosa ACA (Affordable Care Act) , pensada también para favorecer a las grandes empresas del sector sanitario y denigrada por los republicanos como “Obamacare”, dio algunos tímidos pasos en el camino de remediar esa situación, pero se quedó a medias, lo que muy probablemente era su propósito original, ya que un “single payer system” , como se conoce en Estados Unidos a la sanidad pública universal, está anatemizado en ese país como “socialista”. 

¿Pero qué es lo que tienen el derecho a la propiedad privada y el derecho a la libertad de expresión para ser los derechos reconocidos sin límite alguno en todos los países capitalistas por encima de todos los demás? ¿La unanimidad respecto a ambos obedece a un amor desaforado a la libertad de expresión? ¿Existe quizá un vínculo estrecho entre los dos?

Nadie puede negar la importancia de la libertad de expresión en el funcionamiento de una sociedad dinámica y saludable. La falta del libre intercambio de ideas que sufrió Europa durante la llamada Alta Edad Media a causa del predominio absoluto del pensamiento de la patrística cristiana fue el origen de una época de enclaustramiento de las ideas que sólo empezaría a relajarse a partir del siglo XIII de nuestra era. Del mismo modo que el actual fundamentalismo islamista es una clara prueba de adonde puede llevar este tipo de pensamiento circular. Algo parecido podría decirse de los períodos más duros del estalinismo en la extinta Unión Soviética.

¿Pero por qué esta obsesión de que el libre pensamiento y la libre circulación de las ideas ha de estar indisolublemente ligada al capitalismo? ¿No es esa idea ya en sí una forma de pensamiento único? Pero peor todavía es cuando los supuestos campeones de la libertad de pensar y de elegir empiezan a otorgar licencias y patentes de corso para romper sus propias reglas. ¿Por qué es legítimo hacer negocios con Arabia Saudita pero no con Venezuela o Cuba? ¿Por qué Mohamed Bin Salman sí pero 



Kim-Jong Un no? – un espíritu travieso podría preguntar también cuántas veces va a dar la prensa occidental por muerto a Kim-Jong Un, pero ese sería otro tema-. Estas incoherencias podrían llevar a pensar que la supuesta defensa por parte de Occidente de estos tan cacareados derechos humanos no es más que una forma velada de continuar con el imperialismo de los siglos precedentes. Mientras que países como Cuba, Venezuela o Bolivia sufren un escrutinio incansable e implacable sobre todo lo que hacen, incluidos sus procesos electorales, las constantes infracciones de todos los derechos humanos imaginables por parte de Arabia Saudita en el Yemen son objeto de un clamoroso silencio por todos los gobiernos occidentales. Otro ejemplo de un gobierno con patente de corso para realizar toda clase de atropellos sería el de Haití, apoyado sin reservas por el gobierno de Donald Trump e incluso el gobierno canadiense.(https://www.counterpunch.org/2020/12/11/canada-haiti-and-hong-kong/). Por no hablar de la ignorancia absoluta del constante agravio contra el pueblo palestino a manos del gobierno israelí o de otras minorías étnicas ignoradas en el mundo como por ejemplo los rohingyas o los cachemiros (los uigures quizá tengan mejor suerte). (https://www.counterpunch.org/2020/12/11/pukr-palestinians-uighurs-kashmiris-and-rohingyas/ )   Contrasta todo esto de manera más notable todavía con la muy reciente campaña occidental contra Siria, y el envío y apoyo militar por parte de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia a todos esos yihadistas de Al-Nusra –la marca local de Al-Qaida – y del Estado Islámico reciclados a toda prisa como “freedom fighters” al estilo de los talibanes jaleados por Ronald Reagan en los 80. Al parecer, los derechos humanos de los sirios sí que merecen este apoyo por parte de Occidente al estilo de los famosos amores que matan. 

Y , desde luego, sí que existe un nexo inefable entre la libertad de expresión y el derecho a la propiedad o el capitalismo. Porque sin libertad de expresión no hay propaganda, como muy bien sabía Edward Bernays (1891-1995), https://es.wikipedia.org/wiki/Edward_Bernays) el inventor de la teoría moderna de la propaganda, uno de cuyos más aventajados discípulos fue el mismísimo Goebbels. No en vano, la tarea de la mayoría de los “think-tanks” radicados en Washington , entre ellos el célebre “National Endowment for Democracy”, que es poco menos que el brazo propagandístico de la CIA, consiste  en facilitar los cambios de régimen que sean oportunos en el país que en aquel momento sea el blanco de los dos imperios occidentales de referencia, el norteamericano y el británico –el segundo, eso sí, muy subordinado al primero-, acompañados de los compañeros de viaje ocasionales ( Alemania, Francia, Italia, España, etc…). Si se busca un cambio “pacífico”, el método elegido suele ser el de “la revolución de colores”, siguiendo el manual redactado en su día por el politólogo Gene Sharp ( https://es.wikipedia.org/wiki/Gene_Sharp ) Sería el caso de países como Ucrania . En el caso de regímenes muy sólidos y/o totalitarios en los que tal estrategia resulta improductiva, se recurre a la intervención militar directa (Iraq, Libia, Siria). En otros , como Venezuela, se ha intentado un procedimiento mixto de revolución de colores e intervención militar. Y luego estarían los casos de los golpes de estado en el sentido más clásico, reminiscencia del infame golpe de estado en España del 1936, como el golpe de Pinochet en Chile en 1973 –el auténtico inicio de la era neoliberal que luego arrasaría el mundo entero- o, más recientemente, Honduras y Paraguay. Tomas de poder por parte de los militares con el sabor añejo del típico alzamiento decimonónico que se hizo famoso en todo el mundo partiendo de España. 

Pero quizá el colmo de la duplicidad de la propaganda occidental se da en casos como la estigmatización y condena simbólica a la hoguera de personajes como Julian Assange o Edward Snowden. Los que para nuestra desgracia ya tenemos una edad recordamos como se canonizó en su día a disidentes de la antigua URSS como Aleksandr Solzhenitsyn  o Andrei Sajarov, ambos premiados con sendos premios Nobel. Quizá por eso sea para nosotros un motivo de consternación aún mayor el trato que están sufriendo tanto Snowden como, sobre todo, Assange, sometido en Londres a un juicio a medio camino entre los procesos de Moscú del padrecito Stalin y la ira inquisidora del senador de infausto recuerdo Joseph McCarthy. Y resulta más escandalosa todavía la manera en la que la muy democrática e ilustrada “main stream media” occidental ha dejado en la estacada a quien fuera en su día un antiguo colaborador, cuyos wikileaks fueron publicados por los más destacados periódicos liberales del mundo (The New York Times, The Guardian, El País, Der Spiegel, Le Monde…). Los mismos medios que ahora le difaman y condenan. Como es bien sabido, Assange se enfrenta ahora a una más que probable cadena perpetua en Estados Unidos en cuanto se de vía libre a su extradición, algo que parece inminente y que se sabrá con certeza el próximo 4 de enero. 

Por todo eso sería quizá mejor dejar de lado tanta hipocresía y aparcar la palabrería sobre los derechos humanos para sustituirla por una humanización de los derechos. Una ética que reconociera que no puede existir nada que se parezca a una auténtica democracia sin el reconocimiento explícito de  una serie de derechos humanos esenciales tales como el derecho  a la vivienda, el derecho a una educación gratuita e independiente de tutelas políticas y religiosas o el derecho a una sanidad universal gratuita y un respeto elemental a las minorías inmigrantes. Una ética política que aceptara el hecho de que si estos derechos no están al alcance de la totalidad de la población, la supuesta libertad de expresión no es más que un estéril derecho al pataleo , en el ejercicio del cual acaban prevaleciendo los sofistas y los bufones del sistema, convenientemente apoltronados en sus cátedras universitarias, en sus salas de redacción y en sus tribunas televisivas o radiofónicas, sin olvidar los ejércitos de cibermercenarios a sueldo que repiten a diario el argumentario recibido de sus superiores en los laboratorios de pensamiento como quien repite el padrenuestro en sus oraciones diarias. Aunque sean oraciones al dios Mammón.  

Veletri

viernes, 11 de diciembre de 2020

UNIPARTIDISMO

 ¿Son los países gobernados por partidos únicos democracias?

La respuesta es clara y contundente ¡No!

Antes de nada, digamos que, en la actualidad, los cinco principales países gobernados por partidos únicos son:

- China.

- Corea del Norte

- Cuba.

- Laos y

- Vietnam.

Todos tienen algunas características comunes, como es que la ideología que los sustenta a todos es el socialismo: Socialismo a secas (en Cuba), socialismo Juche (en Corea del Norte) o socialismo de mercado (en China, Laos y Vietnam).

Otra característica es que todas provienen o se instauraron tras una cruenta guerra civil, con una gran represión y posterior eliminación de la disidencia.

Y aunque la mayoría tiene una Constitución envidiable, pero con artículos sobre la inmovilidad del socialismo y la apertura a la Economía de mercado, todas presentan restricciones: a la libertad de movimiento, control y bloqueo de internet y de las redes sociales, a la libertad de expresión, de manifestación o reunión, a la libertad de prensa y la propiedad privada está muy limitada. También la mayoría realiza detenciones de ciudadanos díscolos catalogados como detenidos de conciencia, incluso son llevados en algunos casos a centros de reeducación.

Se podría argüir dialécticamente que estos tipos de socialismo en realidad son un paso previo al ansiado comunismo y que, a su vez, este comunismo es un segundo paso previo al comunismo libertario. Pero la realidad a día de hoy nos golpea y nos dice que estos países siguen anclados en la dictadura del proletariado, que es la otra o la misma cara de la dictadura del capital, y que la entrada de capital y empresas extranjeras y las transacciones comerciales con el exterior han dulcificado un tanto esa dictadura, así como que gracias a tener en sus manos los medios de producción han conseguido un gran crecimiento económico. El uso posterior de dicho crecimiento económico para conseguir la igualdad, 

la asistencia sanitaria y educativa de todos los ciudadanos o para mejorar la defensa del socialismo potenciando el ejército y la tecnología armamentística, marcaría el progreso de dicha revolución.


FOTO Monkey Parliament de Banksy

En las democracias pluripartidistas consolidadas, se podría afirmar que la distribución de la riqueza está garantizada por los impuestos que cada individuo o empresa aporta al erario público y que el Gobierno distribuye proporcionalmente en la asistencia universal sanitaria y social, en la educación, la investigación, las infraestructuras, etc., para corregir las desigualdades sociales. Aunque haya casos de corrupción política.

¿Pero cuáles son los retos con los que se encuentran los países y sociedades modernas?

Uno de ellos es la carrera armamentística, o el pulso por la supremacía militar y económica que todas las grandes potencias quieren liderar. Porque estar bien armado es una medida disuasoria ante los enemigos, la sumisión de los amigos y un buen negocio para encender la mecha de una guerra, a ser posible, lejos del imperio.

Esto lleva a que, por un lado, las grandes corporaciones tecnológicas capitalistas se apoderen de la producción militar y tecnológica, y por el otro, los países socialistas, para competir en el mercado global, recortan las libertades sociales: de expresión, de prensa y manifestaciones y, armándose hasta los dientes, reducen el gasto en beneficios económicos a sus clases trabajadoras.

Todo esto ha revolucionado y complicado el panorama mundial, pues en países donde existe la pluralidad de partidos, podría decirse que ante Constituciones donde no están garantizados los derechos fundamentales de los ciudadanos: cuando gobierna la derecha, reduce los derechos laborales y sociales y cuando gobierna la izquierda, los aumenta, en una especie de baile de la Yenka: 

¡¡Izquierda, izquierda, derecha, derecha,

adelante, detrás, un, dos, tres.


Lo que viene siendo una intolerable pérdida de tiempo, ya que los derechos laborales y sociales deberían estar consolidados y ser susceptibles solo de mejoría y no de reducción.

Hay una característica común a todos los sistemas políticos actuales que es la excesiva burocratización y aumento del aparato del Estado.

Otro reto que afecta a las democracias occidentales es la avalancha de inmigrantes, personas que no teniendo nada que perder, nada más que sus vidas, la arriesgan huyendo de la tiranía de sus países y las guerras, y llegan a los países fronterizos como al Dorado en pos de una Arcadia feliz que los nativos aun no conocemos, pero que los inmigrantes creen que disfrutamos.

Aquí se produce otro curioso fenómeno que es que los lugareños, o sea los que llegaron aquí primero, ante esa muchedumbre de hambrientos, ven peligrar su pan con manteca y sienten xenofobia y en consecuencia sufren una exacerbación de nacionalismo rancio.

La realidad es que, aunque haya aproximaciones, no existe un país que haya conseguido la sociedad perfecta, más justa en bienestar y derechos sociales, con pluralidad de partidos y libertades individuales.

Foto Parlamento chino

Si miramos a China, observamos cómo ha pasado en tres décadas del maoísmo o comunismo chino a una economía capitalista, autoritaria y con un fuerte componente nacionalista.

Es cierto que China permite que haya ocho partidos que colaboran y aceptan la autoridad del PCCh. Aunque la Constitución china garantiza la libertad de expresión, utiliza la cláusula de “subversión del poder estatal” para encarcelar a cualquier persona. Controla, censura y encarcela a disidentes y periodistas. Prohíbe religiones como la islámica.

En China no hay elecciones. Cada 5 años, más de 2000 delegados, llegados a Pekín de todos los rincones, a puerta cerrada, votarán a los miembros del Comité Central, formado actualmente por 205 personas. Entre ellos, saldrán posteriormente los elegidos para entrar en el Politburó (ahora compuesto por 24 miembros) y, finalmente, el Comité Permanente, el órgano ubicado en la cúspide de la pirámide de poder del PCCh: actualmente sólo está formado por siete hombres, los más poderosos de China. De ellos sale el presidente que a su vez es el secretario general del PCCh. Su mandato era de 5 años y dos mandatos. En 2018, una reforma constitucional permite presentarse indefinidamente a la reelección.

Algunos especialistas en el marxismo opinan que actualmente China se encuentra en una fase similar a la de la Nueva Política Económica en los primeros años de la URSS, asentando el capitalismo para, una vez superada esa fase de transición, poder dar el salto definitivo a un modelo socialista afianzado.

Por el contrario, si miramos a otro gran país también surgido tras una guerra civil, los Estados Unidos de América (USA), paradigma del capitalismo mundial, donde vales por lo que tienes, apenas hay Sanidad pública y servicios asistenciales mínimos, y tiene 40 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza. Su sociedad es bastante racista con la población negra e hispana. Aunque podemos afirmar sin titubeos, que allí cualquiera puede ser presidente, la realidad es que solo cualquiera que consiga que le avalen los padrinos capitalistas.

Su Constitución legitima el pluripartidismo, hasta tiene un partido comunista americano, pero residual. En las elecciones teóricamente puede ganar cualquiera, pero de hecho, solo pueden ganar o los demócratas o los republicanos, o sea: o la derecha o la extrema derecha.


foto parlamento europeo

Simpatizo con algunas socialdemocracias centroeuropeas, sobre todo con Dinamarca (el séptimo país más rico del mundo) que, aunque es una monarquía parlamentaria con casi seis millones de habitantes, ha favorecido el estado de bienestar y garantizado el acceso a los servicios públicos, haciendo gran hincapié en la redistribución de las riquezas, la inclusión social y la universalidad de las prestaciones, con una elevada participación de los sindicatos.

Dinamarca es el país que menos corrupción ha experimentado en el mundo. La mayoría de los daneses apoyan el nivel de impuestos porque saben que es manejado correctamente, en favor del Estado de bienestar y para beneficio de todos.

En Dinamarca, la Educación y la Sanidad son gratuitas, con ayudas para los estudiantes y para adquirir una vivienda los que tengan salarios bajos.

Si me diesen a elegir un país para vivir, elegiría a Dinamarca sin duda. Aunque Vietnam también me llama mucho la atención, por ser el 80% de la población practicante del Budismo Mahayana, por practicar la medicina tradicional natural y la Acupuntura, exenta de efectos secundarios.

foto parlamento vietnamita


Ivanjoe


viernes, 4 de diciembre de 2020

EL CASTIGO

 Desde los tiempos más inmemoriales, el ser humano ha intentado siempre interpretar y hacer suyos los designios de la Naturaleza. Con el devenir de las generaciones, y ante la imposibilidad de dominar ninguno de los accidentes atmosféricos, climáticos o sísmicos que destrozaban sus vidas, los humanos buscaron alguna explicación que pusiera un aparente orden en la violencia y caos frío y sin sentido que se abatía sobre ellos. Aterrorizados por una cólera que provenía de la nada, empezaron a inventarse dioses a los que responsabilizar por aquellos cataclismos, y también a idear los sacrificios que pudieran apaciguar a esos dioses. Así es como hay que interpretar las grandes obras de la antigüedad , especialmente  de la cultura griega, como los poemas épicos de Homero o las tragedias de Esquilo y Sófocles (Eurípides empieza a poner en tela de juicio a las divinidades). 

Esta tendencia se corrigió y aumentó con el advenimiento de las religiones monoteístas inspiradas en el judaísmo. Dichas creencias religiosas supusieron no sólo una visión crecientemente antropomórfica del universo, sino, sobre todo, una codificación estricta de las maneras en que se podía ofender a los dioses –en este caso, al Dios único, omnipotente y omnisciente-, y también de las maneras en que había que expiar esa culpa. En el caso del cristianismo, no sólo había los Diez Mandamientos, sino toda una serie de pecados mayores y menores, catalogados en los evangelios supuestamente genuinos y denostados por una infinidad de teólogos desde la época de la patrística. Con ello, la gran coartada estaba dispuesta, no sólo para los lideres de todas esas confesiones monoteístas, sino para los gobernantes , reyes y emperadores que se apresuraron a investirse con la autoridad divina, empezando por Constantino, el emperador romano que inició la gran liquidación del paganismo. Ya que no se podía dominar la Naturaleza y los designios de Dios eran inescrutables, se disponía al menos de una guía espiritual para evitar incurrir las iras divinas. Era lícito llorar a los muertos, pero existía la consolación de una vida eterna en un mundo mejor a salvo de todo tipo de adversidades y devastaciones de la Naturaleza. Las epidemias, al igual que los grandes temporales o los terremotos,  eran consideradas por los místicos de guardia como un castigo enviado por la Divinidad contra la Humanidad descarriada y pecadora.

Fue el gran terremoto de Lisboa de 1755 , ciudad católica por excelencia, el que movió a los intelectuales de la época a cuestionar este orden de cosas. Lisboa era por aquella época la cuarta ciudad más populosa de Europa, superada solo por Londres, París y Napolés, pero fue casi aniquilada por el seísmo. La gran mayoría de los 70.000 fallecidos de ese 1 de noviembre, día de Todos los Santos, perdieron la vida dentro de las iglesias donde estaban rindiendo tributo a la divinidad. Voltaire escribió ampliamente sobre la tragedia, no sólo en un pasaje de su “Candide”, sino en un célebre poema titulado “Poème sur le desastre de Lisbonne”. En ambas obras Voltaire arremete contra el pensamiento optimista de pensadores anteriores como Leibniz o incluso Descartes: “ Filósofos engañados que gritan /”Todo está bien”/Vengan y contemplen estas ruinas espantosas / Esos restos, esos despojos, esas cenizas desdichadas/ Esas mujeres, esos niños, unos sobre otros apilados/”. 

Todavía en 1722, el gran escritor inglés Daniel Defoe en su “A Journal of the Plague Year” era capaz de ver en la gran epidemia de peste que había asolado Londres en el año 1655 una prueba que Dios había puesto a los hombres, y de la cual habían salido fortalecidos los más puros de corazón y los que más fieles eran a los mandatos divinos y a virtudes como la laboriosidad. Pero habían bastado unas pocas décadas dentro del mismo siglo y el trabajo de los filósofos franceses de la Ilustración para que esta idea cayera en desgracia. No bastaba con la fe ciega, sino que empezó a comprenderse que había que buscar explicaciones más racionales y, por así decirlo, inhumanas, a los fenómenos y catástrofes naturales. La postura radicalmente contraria a la de Defoe la encontraríamos en la célebre novela de Albert Camus, “La peste” (1947). En ella la idea del castigo divino ni siquiera se plantea, sino que mientras que la epidemia devasta la ciudad de Orán, la pregunta constante y angustiosa que se plantean los protagonistas es el por qué Dios, si existe, permite el sufrimiento de los débiles y los inocentes. Y  la solución que encuentra uno de los personajes es reivindicar una “santidad sin Dios”. Es decir, una dedicación incondicional a nuestros semejantes que sufren y perecen en la enfermedad. 

Pero incluso una vez descartada la idea de Dios, de un dios bondadoso e omnipotente pero a la vez vengativo, seguía el problema de la Naturaleza. ¿Qué es la Naturaleza? ¿Es la realización de algún proyecto? ¿Tiene algún sentido? ¿Existe algún plan en el Universo? Uno de los heterónimos del poeta portugués Fernando Pessoa –en mi opinión el mayor poeta del siglo XX- resuelve el problema de esta manera:

Num día excesivamente nítido 

Día em que dava a vontade de ter trabalhado muito 

Para nele nao trabalhar nada,

Entreví, como uma estrada por entre as arvores

O que talvez seja o Grande Segredo,

Aquele Grande Misterio de que os poetas falsos falam

Ví que nao há Natureza

Que Natureza nao existe

Que há montes, vales, planicies

Que há arvores, flores, ervas

Que há ríos e pedras ,

Mas que nao há um tudo a que isso pertença,

Que um conjunto real e verdadeiro

E uma doença das nossas ideias.

A Natureza é partes sem um todo.

Isto é talvez o tal misterio de que falam

Foi isto o que sem pensar nem parar

Acertei que devia ser a verdade 

Que todos andam a achar e que nao acham

E que so eu, porque a nào foi achar, achei 


(Alberto Caeiro)

Atrás queda incluso el sofisticado y nada ingenuo ni pueril panteísmo de un Spinoza. Para Caeiro, quizá para el propio Pessoa, en el universo no existe un plan, sino que simplemente ocurren cosas. ¿Acaso la extinción de los dinosaurios supuestamente por un meteorito formaba parte de un plan divino para que los mamíferos se apoderasen de la Tierra? Caeiro se reiría de semejante idea, lo mismo que la inmensa mayoría de los científicos de nuestro tiempo, y de hecho una de las preocupaciones mayores de los astrónomos es justamente que nuestro fin como especie sea muy similar al de nuestros gigantescos predecesores. En la película “Melancolia” (2011) ,del cineasta danés Lars Von Trier, se plantea esta posibilidad. El planeta Melancholia, fugado de su órbita, se precipita hacia la Tierra y acaba colisionando con ella acabando con toda la vida sobre nuestro planeta. Pero no haría falta colisionar con un planeta entero para ello; bastaría con un meteorito o asteroide de un determinado tamaño. Y de esta forma, nuestra especie terminaría su historia sin haber encontrado a ninguno de nuestros imaginados y deseados congéneres inteligentes intergalácticos. 

El coronavirus ha revitalizado la idea del castigo de la Naturaleza, esta vez sobre todo desde la izquierda o, al menos, desde una cierta izquierda. Ya no es Dios quien nos castiga, sino la Madre Naturaleza, que no tiene bastante con azotarnos con terremotos, huracanes, cánceres, enfermedades diversas de una crueldad inimaginable que acaban con la vida no sólo de los más viejos y también a menudo de los más inocentes, sino que ha tenido que sacarse de la manga el Covid para abrumarnos con su ira. En este caso, la falta la habría cometido el capitalismo, aunque, como en tiempos de la divinidad más o menos derrocada, seguirían pagando justos por pecadores. El planeta, o Madre Tierra, mostraría su enfado mandándonos esta plaga del siglo XXI. 

Sin embargo, tanto la historia de la Humanidad como de las epidemias parece demostrar algo distinto. Cuando los humanos no han salido a buscar las pestilencias en terrenos inhóspitos, han sido las plagas los que han ido a buscarlos. Cólera, tifus, la misma peste negra, y tantas otras. Como dice el polemista y ocasionalmente filósofo francés Bernard Henry Levy  en su reciente libro “Ce virus qui rend fou”- no es santo de mi devoción, pero en esto no puedo evitar estar de acuerdo con él-, los virus no miran a quien infectan, ni hacen política, ni tienen conciencia de razón histórica alguna. ¿Por qué entonces esta izquierda se aferra a esta idea del castigo sobrenatural o, quizá habría que decir, hipernatural? ¿Simplemente para tener un argumento más que esgrimir contra el sistema capitalista? Al capitalismo se le puede recriminar muchas cosas, pero considero que culparle del coronavirus es una pretensión cuando menos discutible. Creo más bien que esas personas tampoco aceptan la idea de la insoportable soledad de nuestra especie, tanto entre las demás especies como a nivel cósmico, y por eso creen que hay que ajustarse a un orden natural supuestamente inalterable. Por supuesto que hay que respetar a nuestro planeta, pero no porque nos amenace un castigo impuesto por una sabiduría superior que con toda probabilidad ni siquiera existe, sino por una solidaridad elemental hacia las demás especies animales y  porque si no se siguen las reglas del juego, quedas fuera de la partida, como quien quisiera saltar con su caballo fuera del tablero de ajedrez. 


 


Veletri

viernes, 27 de noviembre de 2020

La actitud frente al Poder



Paradojas:

Sabemos que el aire que impide que el avión avance más rápido es el mismo que le sostiene. Sucede que la palabra abstracta que permitió la construcción del ser humano es la que nos enreda y encadena.

Desde hace milenios, varias civilizaciones han tenido la intuición de que no hay respuestas definitivas a las preguntas que formulamos. Pero han sido las que se han aferrado a las respuestas más burdas, más demoledoras, las que han logrado una primacía sobre sus vecinos hasta convertirse en imperios. Desde las que se han inventado a un Dios Todopoderoso hasta la que ha afirmado su imperio a base de dólares que imprimían sin mayor garante que un sofisticado ejército dispuesto a imponer esa primacía en cualquier parte del mundo, con la ayuda de sus cómplices en cada país.

Los colectivos que sentían como fantasía a los Seres sobrenaturales y a las palabras grandilocuentes como "Honor, Gloria, Patria, Destino", no se libraron de la fuerza bruta de los Imperios que se expandieron a base de esas mentiras compartidas e impuestas.

En el nivel individual, los cómplices de los poderosos han medrado hasta lo indecible, como la Voz de su Amo (IDA), y cuanto más mediocres eran más han ascendido hasta un pasmoso nivel de máxima incompetencia y apabullante acumulación de corruptelas que les han hecho millonarios. ¿Para qué explicar dónde estamos los "pobres, pero honrados?: en la lucidez de un Diógenes que mira el juego de las vanidades y se espanta de que eso acabe contagiando a sus hijos.

El Poder y la impotencia:

Ambas son palabras que se retroalimentan: juntas definen la desmedida injusticia del desequilibrio entre unos pocos y la mayoría. Quizás una excepción pudo ser los tiempos de los colonos en norteamérica: 

cada uno era dueño de una tierra que le bastaba para vivir y su mundo era tan concreto como producir y vender sin someterse a otro dueño que no fueran los vaivenes del mercado. Ahora todos dependemos de los demás, ningún empleo está garantizado por más que alguien se dedique a él en cuerpo y alma, ningún ahorro está libre de los juegos de inflación o especulación.

Puede ser que la clave estribe en el valor que le damos a ese concepto, de Poder, como si estuviera al alcance de nuestra mano expandir nuestro control más allá de lo inmediato de nuestra vestimenta o acciones cotidianas. Un campesino tiene claro que a él le toca participar en el ciclo de la tierra, y se limita a acertar en la siembra, cuidados y recolección basándose en la sabiduría ancestral o en las nuevas tecnologías, pero no pretende transformar sus tierras de cereal en una plantación de frutales si el clima lo hace imposible.

Pero sucede que, con la cabeza a pájaros por las novelas, la tele y ahora las pantallas, hoy cualquiera tiene los delirios de grandeza de controlar lo que le rodea: definir sus relaciones con el jefe, elegir al político que encabezará su Administración, transformar su entorno a imagen y semejanza de sus sueños y elucubraciones.

Una perspectiva, tres actitudes:

Nadie niega el cambio climático, se sabe que ya es inevitable una crisis debida al calentamiento global, al abuso de los recursos naturales, a la contaminación y a la explosión demográfica. Tan obvio, que son las grandes corporaciones energéticas las que se han volcado en ese cambio de negocio, para pillar tajada "haciendo como que arreglan" las barbaridades que han cometido durante casi un siglo. De ese cinismo, sólo se libra la Iglesia Católica, que sigue fiel a su lucha contra el control de la natalidad, contemplando indiferente la muerte por hambre de millones de niños y, más grave a largo plazo, la desertización de tierras sobreexplotadas porque es imposible atender a una población que se duplica cada 30 años.

La actitud pesimista ante esto es la de "Comamos y bebamos, que mañana moriremos". Como ese "mañana" supone unas cuantas décadas y encima queremos que nuestra descendencia esté en buena posición, el empeño por acumular bienes para no pasar escasez a largo plazo provoca todo tipo de maniobras de acaparamiento y especulación, donde las fondos de inversión tienen un papel importante para apoderarse de empresas y hacernos creer que así nuestra jubilación estará garantizada.

La actitud optimista es tener FE en que los progresos tecnológicos arreglen lo que ellos han destrozado. Creer que, si hemos contaminado la Tierra, vamos a poder irnos a otro planeta que será un vergel donde no repetiremos los errores del pasado. Esperar que, ya que el planeta no tiene recursos para mantener la calidad de vida para una mayoría, se logrará un control de natalidad "por las buenas o por las malas": este año ha caído el gasto en pensiones en España "gracias" a la COVID. Esa también fue la esperanza de algunos cuando el SIDA.

La actitud Consciente es la de VER este Sistema como una representación que se sostiene sólo por la credulidad de la gente, por la comodidad de dejarse llevar por el consumismo. Diógenes no se encabronó con Alejandro Magno: sabía que miles de ciudadanos libres y millones de esclavos le sostenían en sus ínfulas de grandeza que se extinguieron con su muerte a los 33 años. Trump ha caído como un sapo verrugoso, dando tumbos por la Casa Blanca apestado hasta del partido republicano. El monarca Campechano ve que su dinastía borbónica se tambalea por su desmedido amor por el dinero, el lujo y las mujeres. "A cada cerdo le llega su San Martín". Los tres Príncipes del Mundo dependen de nuestra credulidad y complicidad: ni Bezos, ni Musk ni Bill Gates serían nada si optáramos por dejarles de lado y buscar alternativas.



La Pandemia era el momento ideal para que una mayoría abriera los ojos a ese Sistema que da entretenimiento a cambio de sumisión. La decepcionante realidad es que millones de personas quieren "salvar la Navidad" típica de comilonas y francachelas, sin importarles la tercera ola que se cierne, porque saben en el fondo que la cuesta de enero durará años y será tan brutal como el crack del 29. Personalmente, apostaré por realizar honestamente mi trabajo como educador, por cuidar a mi familia y apreciar a los amigos, sin festejos que acaben en funeral. Y solidarizarme con mis medios con las iniciativas que apuesten por la Dignidad de todos los seres humanos.

Por mi parte, poco más. Reconozco que he repetido hasta la saciedad lo mismo en estas 21 entradas, y esta última la he redactado como cierre, en vista de que otros que se jactan de capacidad pero se les va la fuerza por la boca. Estoy seguro que hay ideas mucho más enjundiosas, productivas y hermosas que las mías, como queda patente en la entrada de Eirene sobre el cine... Me encantaría una entrada de Limonada, especialmente.

"Toda la vida es Cine y los sueños, cine son" Mi truco: elegir un buen relato donde uno se sienta héroe y no bellaco ni comparsa.



Sentido Común

viernes, 20 de noviembre de 2020

MAS FICCION QUE CIENCIA

 Son incontables –o eran- los admiradores de las novelas de Julio Verne. No sólo por sus tramas , que solían enganchar al lector como lo hacen todos los grandes best-sellers, sino por la en apariencia prodigiosa capacidad del autor para adelantarse a los grandes progresos de la ciencia. Casi todas las profecías del autor francés se cumplieron. Desde el viaje de ” 20.000 leguas de viaje submarino” a “De la Tierra a la Luna” pasando por “París Siglo XX”, una novela póstuma en la que llegó incluso a predecir la Internet. Aún hoy en día, nos admira su perspicacia e intuición para adivinar los caminos que iban a tomar las nuevas tecnologías. Pero en “París Siglo XX” Verne muestra el pesimismo que subyacía bajo su aparente entusiasmo por la ciencia y la técnica. Aunque Verne narra un París imaginario de 1960, la atmósfera social  que describe se parece más a la de los años 90, una década ya sin utopías, en la que el mercantilismo y el cientifismo se han apoderado incluso de los últimos reductos del pensamiento. Esta novela futurista fue rechazada por su editor, Pierre Jules Hetzel, quien le escribió a Verne que nadie leería una novela tan pesimista, añadiendo que la publicación de dicho texto podría suponer un verdadero desastre para la reputación de Verne como escritor. La novela en cuestión no fue publicada hasta 1994. Coincidiendo con el surgimiento de la propia Internet. 

Por contra, tengo que admitir que la lectura de las novelas de ciencia ficción modernas me produce cada vez un mayor desapego. Estoy un poco aburrido de leer narraciones de viajes intergalácticos que ni se producen ni tienen visos de irse a producir, o de supuestas razas extraterrestres que nos superan en todos los aspectos tecnológicos además de en sabiduría. El mismo Asimov me despierta cada vez menos entusiasmo, y lo mismo podría decir de la mayoría de los demás autores del género. Los que más me interesan son los que han dedicado sus narrativas más a las distopias terrestres que a las utopías de viajes a las estrellas: por ejemplo, Philip K. Dick, Chuck Palaniuk y, sobre todo, el británico J. G. Ballard,  a mi juicio uno de los autores más lúcidos y más infravalorados de nuestra época. Estos autores muestran los demonios que habitan entre nosotros, y como el narcisismo, el hedonismo y la insatisfacción van apoderándose de las mentes en estos tiempos de capitalismo avanzado y  poco a poco van desintegrando los lazos de convivencia de la sociedad.  




 

A diferencia de Verne, que se mantenía muy informado acerca de la ciencia de su época y sus posibles desarrollos, los autores de ciencia ficción que he mencionado antes especulan de manera desenfrenada sobre las supuestas consecuencias de la teoría de la relatividad o de la teoría de los quanta o cosas como la telequinesis para explicar los futuros viajes astrales. Pero incluso en este campo de la fantasía desbocada está teniendo lugar una reacción cultural que tiene visos de poner en su lugar estas entelequias cuya realización parece cada vez más lejana. El libro “Rare Earth: Why Complex Life Is Uncommon  in the Universe”, de los norteamericanos Peter D. Ward y Donald Brownlee, geólogo el uno y astrónomo el otro, explica las razones por las que la Tierra es un planeta verdaderamente excepcional al albergar ese experimento casual que es la vida inteligente. El libro explica las numerosos razones por las que la inmensa mayoría de los sistemas solares son del todo estériles salvo quizá en vida microbiana: o bien son sistemas planetarios dotados con dos estrellas, lo que produce unas temperaturas del todo incompatibles con la vida como la conocemos en la Tierra, o bien su estrella ya ha colapsado convirtiéndose en una supernova o un agujero negro, o sus planetas son demasiado pequeños para tener una atmósfera conveniente, o son planetas  arrasados de manera constante por lluvias de meteoritos u otros astros minúsculos de los cuales nos protege el planeta Júpiter a modo de pantalla en nuestro Sistema Solar. Otro producto cultural en este sentido ha sido la película “Ad Astra”, dirigida por James Gray,  en la que se narra la infructuosa búsqueda de vida en otros planetas realizada por el padre del protagonista, interpretado por Brad Pitt, con un esquema narrativo que recuerda fuertemente al de “En el corazón de las tinieblas”, la novela de Joseph Conrad. Vista desde esta perspectiva, la aventura humana y su vida supuestamente inteligente parece como una gran excentricidad dentro del Universo, algo que no puede encontrar su réplica ni siquiera en galaxias muy lejanas. De manera que es muy probable que el temor de Stephen Hawking de que un contacto con alguna civilización extraterrestre fuera nefasto para nosotros no pase de ser una ensoñación en el fondo optimista que parece un residuo cultural de las novelas de H. G. Wells. Tal riesgo no existe porque incluso si esas civilizaciones hostiles existieran se encontrarían a una distancia desmesurada que haría imposible cualquier encuentro con ellas. 

Por supuesto que esta exclusividad de la vida humana en el Cosmos puede ser reciclada y utilizada por las religiones monoteístas como una prueba de la excepcionalidad de la especie humana. Como afirmaban los papas del pasado, no puede haber otra vida inteligente que no sea la terrestre, porque de lo contrario Jesucristo habría tenido que predicar en una infinidad de planetas, convirtiéndose en una especie de misionero cósmico de travesías estelares interminables. Pero el argumento opuesto a este podría ser que en ese caso, si la vida inteligente es el auténtico propósito del Universo, Dios sería algo así como un cocinero que necesita varios millones –quizá billones- de huevos (panetas) para hacer una sola tortilla (la Tierra). Ignoro qué clase de consuelo o explicación podría ser ese. 

 



Mi sospecha personal es que si la raza humana llega a vivir los siglos XXII y XXIII, dichas novelas de aventuras galácticas –incluso las de un escritor tan excepcional como Stanislaw Lem- dejarán de ser consideradas premonitorias para convertirse en un género literario parecido a las novelas de caballerías de las que Cervantes se mofaba en su Don Quijote; historias absurdas que ya sólo sirven para el mero entretenimiento. Porque la tecnología está derivando hacia otros caminos. El progreso tecnológico que de verdad se está desarrollando sirve sólo para materializar un determinado tipo de sociedad del divertimento a la vez que del control de la ciudadanía. Las posibilidades de participar en la sociedad de manera principalmente estéril se multiplican (Twitter, Facebook, Instagram, etc.) , a la par que el predominio de las grandes fortunas se consolida en todas las sociedades occidentales. La brecha entre ricos y pobres no ha hecho sino agrandarse en casi todas ellas, especialmente en Estados Unidos y Gran Bretaña, los dos países que más suelen marcar tendencia en los asuntos sociales. Vivimos en unas sociedades embotadas en el individualismo cuando no en la angustia económica, pero es un individualismo que es del todo incapaz de salir del ensimismamiento para plasmarse en iniciativas colectivas o que se escapen de la disciplina aceptada. Uno de los ejemplos punteros en este sentido en China, un país en el que tener una conducta intachable según los baremos establecidos por el gobierno es vital para cada ciudadano que aspire a tener un empleo digno, ostentar el menor cargo público o incluso obtener préstamos bancarios. Bajo una justificación diferente, los Estados Unidos están emprendiendo un camino parecido. La Patriot Act, instaurada por la administración Bush en el nefasto año 2001 –en nada parecido al que auguraran Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke en su película-, y renovada de manera indistinta bajo égida republicana o demócrata, establece una serie de controles que permiten rastrear hasta lo más ínfimo de la vida de cualquier ciudadano. De manera que la tecnología está cada vez más ceñida a lo profano y terrestre más que a cualquier tentación exploratoria de latitudes espaciales lejanas. 

Hay, sin embargo, una excepción: la exploración y explotación del espacio inmediatamente cercano para mantener a toda costa el modo de vida capitalista y la actual afluencia de recursos naturales. De la Luna y Marte se espera extraer los minerales y metales raros necesarios. Esa es la razón de ser última del cuerpo espacial del ejército creado por Donald Trump que debe impedir que Rusia o China colonicen los planetas y astros del Sistema Solar en el futuro. Una nueva carrera del espacio iniciada por los propios norteamericanos en la esperanza o la creencia de que ningún otro país será capaz de seguirles. Se ha calculado que para que todos los habitantes de la Tierra pudiesen “disfrutar” del nivel de vida y, sobre todo, de consumo de los Estados Unidos, harían falta siete planetas como la Tierra. ¿Contaría entre esos el pobre Plutón, degradado a la triste condición de planeta enano por la astronomía oficial? Pero la pregunta más acuciante sería la del destino de la propia Tierra, la cual, en palabras de Jeff Bezos, podría acabar convirtiéndose en un parque temático para el recreo humano. (https://www.counterpunch.org/2020/11/06/the-origins-of-commercial-capitalism/ ), mientras su empresa, Blue Origin, coloniza el espacio a la manera en que las empresas capitalistas de los siglos XVII-XIX colonizaron la India o las Américas. 


Veletri

viernes, 13 de noviembre de 2020

Rosebud y el jabalí de ocho patas


El cine tiene una fecha de nacimiento, 28 de diciembre de 1895, en un sótano de París los hermanos Lumiére presentan su artilugio llamado “cinematógrafo”, ante unos pocos espectadores fascinados por el movimiento real de las imágenes, que representaban la salida de los obreros de la fábrica y la llegada del tren a la estación. Uno de los asistentes fue Georges Méliès que poco después rodó la primera película conocida, “L´affaire Dreyfus” (1899)  contribuyendo así a la consideración del cine como un arte nuevo, aglutinador (en cierta forma) de todas las otras bellas artes. 

Este hecho simboliza una revolución cultural gigantesca, una nueva visión artística que encauza la vieja aspiración humana de expresar el movimiento de las cosas y de las ideas a través del arte, desde Altamira cuando pintaba jabalís de 8 patas simulando que se movían, o cuando inventaba máquinas, la linterna mágica de Athanasius Kirchr, hacia 1640, que proyectaba imágenes fantasmagóricas, recibidas con espanto por los espectadores, como los campesinos rusos que tomaron por brujo a un empleado de Lumiére por hacer aparecer la imagen del zar sobre una tela blanca.

El encuentro entre máquina, cultura y arte, más la difusión para ser disfrutado por amplias capas de la población, ha sido la aportación que el cine ha hecho a la historia.

 Desde su aparición, el cine ha generado el debate entre la mera reproducción de la realidad frente a otra visión donde prima la estética. En un principio, los Lumiére rodaban imágenes en movimiento real sin importar que los temas fueran banales. Pero Méliès, buen prestidigitador profesional, usó los trucajes, objetos que se movían solos, personajes voladores, apariciones, rodó más de 500 films aunque solo se conservan unos 50, “El hombre orquesta” (1900), “Viaje a través de lo imposible”(1904), “Viaje a la luna”(1902).

 Es tarea imposible hacer un recorrido por la historia del cine en unas cuantas líneas, así pues me permito, y centrándome solo en los primeros 40 años de este bello arte, hacer un batiburrillo de películas y directores que un día desde una butaca me sorprendieron gratamente o por reconocimiento de su importancia.

Tras las cintas de Méliès, el cine de fantasía posible de Zecca, los films de  Griffith y su uso de los primeros planos en “Intolerancia”. El contenido humano de Chaplin, con sus “Luces de la ciudad”, sus “Tiempos modernos”, su repudio al cine sonoro, a pesar de usarlo en “El gran dictador”.

El cine cuenta historias, escuchar o contar historias es indispensable en la vida humana. Las películas copian comportamientos cotidianos, historias reales de superación o adaptaciones de obras literarias, como “Jezabel”, “La carta” o Cumbres borrascosas”. Es enriquecedor para la mente ver cualquier historia de Jacques Feyder, como “Crainquebille” (basada en texto de Anatole France) o un drama de Dreyer, “La pasión de Juana de Arco” (1928) y disfrutar de la fuerza visual de los primeros planos que elevan la imagen sobre la palabra, acentuando el dramatismo de los actores. O sentarnos a ver las luces y sombras de “Ciudadano Kane” del que ya hemos hablado en el blog.

Entre las películas documentales silentes, sin trama ni actores, distingo la poesía de Dziga Vértov en “El hombre de la cámara” (1929), que muestra un día en las calles de una ciudad soviética.

 


A finales del cine no parlante y comienzos del sonoro, aparece un cine dramático, críticas tempranas al capitalismo, a la masificación, a la deshumanización de las ciudades, los films de King Vidor y de Fritz Lang (“Metrópolis”, 1927, que sienta las bases de la ciencia ficción moderna).

 En el vértice del equilibrio entre tradición e innovación, entre realismo y lirismo, hay un cine integrador, crítico, que descubre otras realidades estéticas. Aquí entra  a lo grande Jean Vigo, en su corta vida de 29 años dejó obras tan líricas como “L´Atalante”(1933), poema de amor en una barcaza fluvial. O Jean Renoir y sus aguafuertes sobre tipos abyectos o sus días de campo. Y Eisenstein, que se aparta del montaje clásico, cuyos films son impactantes (“La línea general”, “El acorazado Potemkim” y su escena de la escalinata, “Iván el terrible”…). Y tantos y tantos artistas de la cámara que nos han hecho soñar y que no caben en cien libros.

 Habría que hablar del gran mundo de la industria del cine y la utilización como negocio e  imposición de unas ideas adaptadas al statu quo imperante, cuando los directores se ponen al servicio de la ideología del poder y nos transmiten mensajes manipulando las emociones, dígase Hollywoodienses.

 Decía Jean-Luc Godard que el arte es como el incendio, nace de lo que quema. Así el cine nace de lo viejo que ya no nos sirve, pero al quemarlo produce formas nuevas. Por esta razón he querido recordar lo viejo, porque hay mucha belleza en esas llamas aún vivas, a pesar de que el ruido actual pretenda apagarlas.

 Siempre nos quedará París, y para algunos el olor del napalm por la mañana o Marcello mojándose en la fontana de Trevi, quizás vivir una odisea en el espacio o seguir el eco de la canción de Gelsomina, y a no ser que los ojos de Bette Davis se crucen en el camino, Gloria Swanson continuará bajando la escalera como una diosa en su crepúsculo y Kane repitiendo eternamente “Rosebud”,  lejos de Roma la ciudad abierta. Algún otro preferirá caminar bajo los techos de París con René Clair. O lanzarse a una ruta en la diligencia, esperando recoger una cesta de fresas salvajes en el desierto con Peter O´Toole, mientras piensa en jugar al ajedrez con la muerte o en el asno devorado por el enjambre de abejas de una tierra sin pan. Pero Monica Vitti vivirá su aventura cuantas veces queramos, y el profesor Charles Laughton nos dirá que la tierra es de todos, así una y otra vez, porque sabemos que el material del halcón maltés, al igual que el del cine, seguirá siendo el de los sueños.

 



Eirene

viernes, 6 de noviembre de 2020

En algo hay que creer: el dios de las pequeñas cosas

   

  ¿Para qué hablar de lo patético que resulta ver al país más poderoso de la Tierra intentando librarse del inquilino más mugriento de la Casa Blanca, y de todas sus argucias para aferrarse a la poltrona antes tener que responder ante los tribunales de sus Trampas financieras? Uno se pregunta si el pueblo estadounidense asume que la alternativa que se le ofrece es elegir "susto o muerte": Ultraderecha salvaje o Derecha Neoliberal. Pero ese es "su" problema, quizás parecido a nuestra alternancia en el poder entre el PP y el PSOE. 

Los problemas mundiales son: el agotamiento de recursos y la contaminación, la explosión demográfica y de consumo, la concentración del capital en pocas manos. Ningún país está dando una solución a ello, algunos ponen parches estéticos pero a una velocidad ridícula para el cambio climático que será irreversible en el 2030.

Una introducción descorazonadora, agravada porque la Pandemia podía haber servido para que en España hubiéramos abierto los ojos los que vamos a sufrir el Colapso Económico del "Sálvese quien pueda" en cuanto se nos pase la factura a pagar después de los confinamientos, de los gastos extraordinarios y de los despidos pòr millones, sin visos de recuperación con un turismo que no volverá a los 80 millones de turistas anuales, ni de una oferta inmobiliaria que muy pocos podrán afrontar.

Eso en el plano económico. En lo social: 7.500 millones de personas afanados en el rol que les toca: una cúpula que acapara con sus cómplices especializados; una mitad que lucha por sobrevivir; y otra mitad que busca la forma de mantener y mejorar su estado de bienestar. Tres mundos paralelos con intereses opuestos pero un único dios: el Dinero, que a veces obra el milagro de elevar a alguno a las alturas pero que casi siempre, despiadado, hunde en la pobreza del paro a millones de ingenuos a pesar de lo que lo adoraron. Para apestarlo aún más: las jerarquías tres religiones monoteístas actúan como momias milenarias arrastrando a sus creyentes: Trump y Bolsonaro se las dan de protestantes, el islamismo más cerril aterroriza al planeta, los judíos hacen piña en Israel y como dueños de las finanzas mundiales.

¿Y en el plano personal?. Como maestro, veo que no da tiempo para que la generación que estamos educando pueda reencauzar esta carrera del progreso consumista. Como padre, me angustia que mis hijos tengan que aceptar que hay que abrirse paso a codazos, que pertenecer a la clase media sea un privilegio cuando ellos crezcan. No me gusta la perspectiva de que los robots hagan casi todo el trabajo, haya un millón de profesionales imprescindibles, otro de empleados necesarios y una gran parte de la población subsista en la dependencia del Estado o en la precariedad de la miseria, según lo decida el Club Bilderberg o el Banco Mundial y el FMI.



Uno constata la inutilidad de Dios para la Humanidad y el auge mundial del dios-Dinero que marca la vida y la muerte: guerras, Covid, hambre, esclavitud...o cierto bienestar cargado de miedo para el resto. ¿Y los que no queremos participar en esa carrera enloquecida de trabajo-consumo que intentan convencernos que se llama "Estado de Bienestar", que en España ya se está quedando en "Provincia de Medioestar", cada vez menos habitable y más cutre?

Porque al ser humano no le basta tener cubiertas sus necesidades "animales", y es un necio empeño creer que satisfacerlas de forma cada vez más sofisticada es la solución.

Una vez bien alimentados, jugamos a la alta gastronomía. No basta disponer de una vivienda confortable, sino poseer un chalet con más váteres que culos. ¿Entonces, nos quedamos dormitando ante las pantallas, que cada día nos ofrecen historias más de nuestros gustos... aunque quizás sea nuestra sensibilidad la que se ha acomodado a esa basura? Es sorprendente cómo la combinación de ruidos y colorines, de vídeos de Tik Tok, de conversaciones insustanciales y noticias falsas pueden absorber tanto como para privar de tiempo libre, de descanso auténtico, a tantos miles de millones de personas.

La explicación es que nuestra parte mental demanda también alimento, y si no se le ofrece una nutrición sana, se lanza a los productos-basura que son la base del negocio de Internet y sus grandes corporaciones. Ya se comprobó que la televisión tenía el aliciente de que no exigía ningún esfuerzo para encenderla, y que estaba diseñada para enredarnos con su ritmo, con sus cambios, para que no nos moviéramos del sillón durante horas. Leer un libro sí requiere un esfuerzo: elegirlo, abrirlo, concentrarse, ignorar estímulos de distracción, mantenerse un buen rato...y sólo así logramos sumergirnos en una historia que es mucho más seductora que cualquier serie, porque la recreamos plenamente dentro de nuestra cabeza, con detalles que no sugiere el autor pero que añadimos de nuestros propios recuerdos. Afrontar una tarea artesana o artística constituye ya otra dimensión, la creatividad, que requiere un esfuerzo de formación y equipación, compensado por la obra personal.

Como vacuna contra el desánimo y el adocenamiento, propongo rememorar el jardín de nuestra niñez y adolescencia. Un jardín con espinas, y para algunos demasiado oscuro, mísero y pequeño, pero la fuente de emociones muy intensas, muchas de ellas positivas. Los recuerdos no son exactos, pero son fieles a la sensación de plenitud, de intensidad, de compromiso que vivimos en esos años. Recuperar los juegos, ahora con los hijos o los nietos, la mirada de asombro ante cosas nuevas, dándonos permiso para usar los sentidos como lo hacíamos de niños, cuando aún no estábamos anquilosados ni las palabras clasificaban todo: ofrecer caricias y sentir el tacto de los objetos; apreciar de verdad, con los ojos cerrados, olores que remueven nuestras emociones como el humo o el barniz; morder un bocadillo de pan con chocolate o de tomate, aceite y sal; escuchar esas músicas que nos removieron por dentro siendo chavales.

No hablo de revivir lo que ya pasó, sino de estar Presente en lo que hoy siento, lo que percibo ahora, con la autenticidad de no enjuiciar ni clasificar. La música clásica puesta a un volumen que no sea de fondo sino protagonista de la vibración en el recinto que sea. El paisaje completo, con su belleza, descubriendo nuevas armonías o contrastes.

Eso no quita afanarse en el día a día en el trabajo o en las tareas cotidianas, colaborar con el tejido social para luchar por un aspecto de la justicia.

Lo que supone es cambiar la actitud derrotista ante tanto ruido y tanta dictadura del Dinero. 

Cambiar mi vida diaria para cambiar MI mundo. 

Si eso ayuda a mejorar el Mundo, estupendo. 

Y si no, "ahí queda eso".

Que nos quiten lo bailao





Sentido Común


viernes, 30 de octubre de 2020

El Progreso nos ha hecho sus esclavos

 

 No es que uno fuera una persona lúcida desde la infancia, sino que había mucho sentido común en casa, compartido por tantísimos hogares con la mentalidad de posguerra. Nos permitió crecer razonablemente sanos, despiertos y con cierta solidaridad. El objetivo era vivir un poco mejor que nuestros padres, y nuestro sueño, disfrutar de una libertad política y cultural que se nos negaba: yo he tenido en  mis manos demasiados libros con el "nihil obstat" impreso (el sello con el que la censura eclesial autorizaba la publicación de textos que no fueran contra la moral y las buenas costumbres que exigía para los españolitos la Santa Madre Iglesia Católica, apostólica y romana).

En la escala de valores, teníamos claro "Pobre, pero honrado", donde lo ilegal era también inmoral,antisocial y vergonzoso. Al delincuente sólo se le aceptaba si era un robagallinas para dar de comer a su familia. 
En el aspecto material, nos sentíamos afortunados por tener "un cacho pan" (y una buena olla de legumbres, y pollo los domingos), por poder abrigarnos lo suficiente, aunque hubiera que zurcir alguna rodillera y porque había una estufa de butano para suavizar el frío invernal, que requería estar con jersey en casa. 
A nadie se le ocurría "cambiar de muebles", sino sólo de colchón cuando los muelles amenazaban con pincharnos. Esa austeridad permitía que no faltaran libros en casa, cuantos fueran necesarios para completar los estudios y los que llegaran de ficción en los regalos de Reyes, cumpleaños y santos, que también se celebraban en casa, sin soñar en ir a un restaurante.

No voy a hacer un panegírico de los tiempos pasados, ni extenderme en otros diversos aspectos de la vida familiar en tiempos de Franco, cuando mi padre se cuidaba mucho de expresar sus opiniones políticas o religiosas, aunque procuraba dejar caer cierto escepticismo hacia el Destino en lo Universal que proclamaba el Movimiento en sus manuales escolares y en el telediario de la única cadena.

Pretendo reflexionar sobre lo cerca que estuvimos, posiblemente Europa más que España o EEUU, de haber logrado que todos pudiéramos vivir dignamente. Prefiero hablar de lo que conozco, y por eso usaré la metáfora del juego de las Siete y media: consiste en, a partir de una carta, hacer una apuesta contra la banca de acercarse al valor de siete y media, pero sin pasarse. Se van pidiendo cartas, y uno puede plantarse cuando lo estime. Sólo cuando todas las apuestas están cerradas, la banca hace su juego, y también se puede plantar. Si se pasa, paga a todos. Pero si se planta, todos los que no lleguen o la igualen, tienen que pagar la apuesta. Con lo que sólo quien gane, cobra su apuesta.

Pues el Sistema capitalista nos metió en ese Juego: apostamos nuestro tiempo, nuestra vida, en ganar lo más posible, partiendo de la carta que hemos recibido inicialmente. Estudios, empleos, chapuzas o negocios, inversiones o chanchullos, para acercarse a lo que uno sueña como Éxito. PERO las cartas son traidoras, y a veces nos pasamos: se nos va la mano y enfermamos, envejecemos o traicionamos lo que sentíamos más valioso (amistades, principios) y toda la jugada de desmorona de un plumazo. Hasta ahí, el juego parecía razonable: 

si te plantas, si no fuerzas las cosas, la vida será tibia, previsible, segura. PERO no contábamos con la Banca: ella apuesta Contra nosotros, poner sus reglas que cambia a su antojo (beneficios privados pero pérdidas públicas). 

Resulta que la gran corporación en la que entramos de botones y ascendimos con un trabajo honesto y cursos de formación, ya no nos considera un trabajador ejemplar, sino un gasto del que prescindir porque la externalización y deslocalización son aún más rentables. 

Resulta que haber confiado nuestra vejez a un plan de pensiones sólo supone evitar impuestos actuales, para encontrarnos que el beneficio de lo ahorrado se ha quedado en comisiones y el capital está mermado por la inflación. 

Resulta que la Seguridad Social a la que hemos contribuído durante décadas está tan saqueada y esquilmada, que cuando llega la Pandemia nos toca ser nominados para un triaje con destino a la morgue del Palacio de Hielo.






La Banca no es tonta, dispone de las Escuelas de Negocios no tanto para enseñar a rapiñar, sino para captar a los socios que necesita para extender sus redes: allí entró Urdangarín para que el ilustre y brillante Torres le guiara como regio Cobrador del Frac hacia Valencia y Baleares. ¿Recordamos a Álvarez Conde, patrocinador de los másters para embellecer los patéticos currículum del PP? Tampoco olvidemos el uso que se hace de los medios de comunicación para que creamos que no hay alternativa al sistema.

Pero no echemos toda la culpa a la Banca: cada persona tiene su propio criterio, y cada uno sabe cuánto está abarcando más de lo que puede apretar, y a qué está renunciando cuando se mete en la carrera por ser el más rico del cementerio. He tenido amigos que su padre era pluriempleado para tener una casita en la sierra, y para eso se perdió la infancia de sus hijos y la propia salud. He conocido varias personas que han llegado al nivel de máxima incompetencia, y están cobrando un sueldo que no les compensa la frustración de haber abandonado una tarea satisfactoria para ellos que hacían muy eficazmente para todos.

Mi padre decía: "Hemos pasado de golpe de la alpargata al coche". Qué lástima que no hayamos sabido apostar por la bicicleta para que las ciudades no fueran un infierno de coches, inhóspitas para la infancia. 
Una pena que no hayamos reivindicado con más convicción transportes públicos dignos, que son los que de verdad menos contaminan: hasta un bus de gasóleo contamina menos que la producción de veinte coches eléctricos, y no se come todo ese espacio de aparcamiento que demanda el vehículo privado. 
Un derroche que, en vez de fábricas, hemos usado el cemento para construir segundas residencias en lugares idílicos que dejaron de serlo al ser urbanizados. Somos el Rey Midas pero al revés: todo lo que tocamos, lo convertimos en mierda.

Los ancianos y ancianas que se han salvado, milagrosamente, de la Pandemia, nos deben estar mirando con el mismo desprecio con que contemplaban en su juventud al fanfarrón del cortijo montado a caballo, incapaz de valorar lo importante ni de dar las gracias a quien le daba de comer. Con la socarronería de estar de vuelta de todo, nos recordarán su frase "Prefiero comer una sardina debajo de un puente, que estar presa en un palacio"...y encima, el nuestro es sólo virtual, hecho sólo de pantallas.




Sentido Común

viernes, 23 de octubre de 2020

Vivir sin sentido común

 

Cuando uno mira alrededor, se queda estupefacto de las decisiones que toman las personas que tiene cercanas: casi nunca las comprendemos. Adicciones, parejas tóxicas, miedos infundados, permanencia en trabajos indignos. Pero si uno es honesto, descubre que el nivel de incomprensión es directamente proporcional a la distancia afectiva y sociocultural que hay entre el observado y el que juzga. Con los más lejanos simplificamos hasta la caricatura: "los chinos son unos pringados explotados y los yanquis unos explotadores; los europeos quieren mantener su bienestar, mientras los españoles sólo queremos vivir bien". Con los cercanos somos mucho más tolerantes: mis compañeros de profesión sufren mucho estrés; los seguidores de lo que me gusta a mí son muy respetables y a mi familia que nadie se atreva a criticarla. Para llegar a la absoluta ceguera cuando se trata de uno mismo: justificamos nuestras dependencias, obsesiones, fobias y manías...para no tener que cambiar un ápice nuestros esquemas mentales.

Por eso es que es tan difícil llegar a un acuerdo para resolver un asunto: las motivaciones son enormemente dispares, y las circunstancias personales y colectivas casi nunca ayudan a la convergencia de intereses. Incluso dentro de la familia, cuánto más en la comunidad de vecinos, y en otros colectivos más amplios.

Si no logramos resolver los problemas cotidianos, ¿cómo vamos a resolver el gran enigma que es la vida, su último Sentido?

Pues cambiando radicalmente el paradigma: 

La vida no es un problema para ser resuelto, es un misterio para ser vivido.

La frase no es mía, aunque dudo que sea Gandhi el autor, como algunos le atribuyen.

Ningún otro ser conocido anda preguntando cosas y discutiendo las respuestas: se limitan a responder a los estímulos del ambiente. Los lobos no luchan por la Patria, sino por su territorio de caza, y así nadie se aprovecha de enarbolar ninguna bandera. Los virus se replican si las circunstancias (y la estupidez humana) son favorables, pero se extinguen si no se les da cancha, sin sufrimiento ni frustración. Los dinosaurios no maldijeron al cielo de donde provino el meteorito que les extinguió.

Toda una vida intentando dominar las palabras y construir un discurso sólido, y resulta que son las palabras las que nos dominan y el discurso es tan sólido que es una cárcel mental. Ocurre que el límite entre las convicciones y los prejuicios es muy sutil y sólo los actos demuestran la coherencia de cada uno al relacionarse con los demás.

La Palabra fue la base de la cultura, el pensamiento y la ciencia, pero esa magnífica herramienta la hemos convertido en el fin último, el Alfa y Omega. "En el principio era el Verbo...". Y esa explicación antropocéntrica del Universo nos hizo inventar dioses y empeñarnos en encontrar el Sentido de nuestra vida.

Pero no hay tal sentido, y mucho menos un "sentido común". No hay Dios, pero tampoco ideología que guíe nuestro entendimiento ni nuestra conducta cercana, aunque sí nuestra postura política.

La única explicación que puedo darle al hecho de que la Humanidad se acerque al abismo es que ambos conceptos no son reales y nuestra mente se ve desbordada por nuestro empeño en abarcar muy distintos planos de realidad. En este ejemplo: categorizamos Humanidad para 7.500 millones de seres humanos que viven realidades sumamente distintas; ya comenté que un gitano de respeto me contó que era imposible que un payo lograra entenderles, y vivíamos en el mismo barrio. Y he definido como Abismo un futuro económico, ecológico y demográfico que aún no existe, que unos pocos consideran una increíble oportunidad de negocio y miles de millones de personas no conciben cuando su interés es lograr comida y cobijo en el durísimo día a día.

Cada persona percibe algunos planos de la realidad y no otros. No pretendo ser exhaustivo: sólo pongo algunos ejemplos, sin juzgarles y sabiendo que hay una enorme graduación entre los extremos opuestos, que cualquiera puede intuir:

- Hay muchas personas que jamás se han cuestionado sus emociones y sentimientos y ello les hace ser esclavos de sus altibajos, de ocultarlos o aferrarse a uno de ellos.

- Hay personas que sus necesidades son de una urgencia e importancia suprema, y lo gastronómico o sexual marcan permanentemente su motivación para el trabajo, las relaciones, el ocio o la creatividad. Y otras que el campo intelectual que les apasiona les hace olvidar o preterir su carnalidad: científicos, literatos, artistas o diletantes.

- Hay personas que han encontrado una cosmovisión que les ayuda a comprender la sociedad, sea de orden religioso o marxista, económico o filosófico. Y que procuran que sus acciones sean coherentes con esos principios.

- Hay personas que el dinero y los bienes que les proporciona supone la medida de su autoestima, y las propiedades determinan sus esfuerzos laborales y su ocio.

La idea esencial que pretendo aportar es que todos estos planos (y varios más) están presentes en cada persona, por acción u omisión, y es inevitable. El glotón va a ser despedido por mucho que pase de política; el gran profesional sufre depresión como cualquiera, y a todos nos pica los bajos y lo solucionamos con mejor o menor fortuna.

Es una tarea titánica pretender afrontar intelectualmente todos estos planos, darles una respuesta equilibrada y consciente, gestionar el equilibrio de esa macroestructura: me evoca la escena de las esfinges de La historia interminable, que llenan de preguntas al humano que pasa entre ellas.

Y, sin embargo, vivimos y nos desenvolvemos en todos esos ámbitos (corporal, relacional, laboral, intelectual, ético), porque en el fondo sabemos que no importa tanto dar respuesta a esas inagotables fuentes de preguntas. Procuramos hacerlo paso a paso: hoy leo sobre economía, mañana hago la declaración de la renta o del IVA, pasado me doy un homenaje, al otro me siento culpable por la resaca y pensando que ese dinero podía haber sido más útil a quien lo necesita para comer... y vuelta a empezar.

 Si llevamos cinco milenios de escritura, deberíamos haber encontrado la clave para comprender el mundo...si hubiera UN mundo. Mi explicación es que hay una Totalidad inabarcable, y cada persona se construye SU mundo, con los pocos mimbres que le proporciona la cultura que recibe, y la interpretación según su temperamento heredado. 

Mi "solución" estriba en asumir que ese marasmo de realidades es inabarcable: somos nosotros los que la escaneamos en algunos aspectos que alcanzamos, que suelen ser los que nos demanda nuestro entorno concreto. Y aceptar que no llegamos a todo, que no controlamos nada, pero que es mejor crear algo que destruir o depredar.

No creo en la búsqueda de la felicidad. Si acallamos la mente, sin clasificar ni juzgar, dejamos de mirar las estructuras con las que se nos explicó el mundo y podemos VER una Realidad libre de estructuración humana, mucho más bella y armónica, con la que sentirnos en paz conmigo, con el otro y con el Todo.

No es un alegato hacia la pasividad: desde esa Actitud Serena, cualquier acción cobra pleno sentido...para uno.


Sentido Común