viernes, 26 de febrero de 2021

HOLOGRAMAS DE UN FUTURO PROBABLE

 

Finales del año 2021: ¡Hemos salvado la Navidad! Toda España está vacunada, los europeos vienen a emborracharse a Baleares y a tomar el sol en Canarias. Los españoles somos felices tomando cañas, dando abrazos por doquier y bailando sin mascarillas en las discotecas.

Inicio del año 2022: la cuesta de enero empieza con el recorte presupuestario marcado por Bruselas. La Deuda pública del 120% no se paga sola, y el artículo 135 hace sagrado el pago de los intereses a cuantos nos prestaron el dinero con el que sobrevivimos a la parálisis de la pandemia. Las cuatro patas del Estado de Bienestar se van carcomiendo: sanidad, educación, pensiones y atención a la dependencia. Listas de espera indefinida, peores salarios, cómputo de la totalidad de la vida laboral para el cálculo de la pensión y menos plazas para todo ello.

Año 2024: termina la legislatura del gobierno de Pedro y Pablo, y la nueva CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) logra la mayoría, con la inestimable ayuda del PNV y la burguesía catalana, cuya referencia más estable es el Barça más que el nombre del partido que usen los Pujoles, Puigdemones o sus herederos.

No acaba el año sin que salgan a la venta el resto de empresas estatales: Renfe, Aena, puertos y aeropuertos, los hospitales, residencias de titularidad pública, y las televisiones autonómicas, claro. La educación pública queda como subsidiaria de la privada, que recibe todos los conciertos que necesita pero sigue financiada por la “aportación voluntaria” de las familias. Las pensiones quedan reducidas a una renta de supervivencia, porque “ustedes han vivido por encima de sus posibilidades”.

Pero esa economía local está determinada por la macroeconomía mundial: China ya es la primera economía mundial, con el control de la deuda de Europa y Estados Unidos, con la titularidad de las grandes industrias (aunque muchas fábricas están en Indochina y África, mucho más baratas y sumisas), con el dominio sobre las materias primas de África y Latinoamérica (suministros agrícolas, ganaderos y mineros). Pero también es puntera en investigación y dueña de las grandes corporaciones audiovisuales mundiales, a las que dicta qué contenidos y enfoques debe ofrecer al sumiso y compulsivo consumidor de pantallas.

Los Juegos Olímpicos de París en 2024 suponen la constatación del Nuevo Orden Mundial: la vieja Europa acogiendo a los turistas de todo el mundo, a los directivos de las grandes corporaciones que previamente han comprado casi todas las entradas como incentivo a sus más leales y despiadados empleados. Por los museos se pasean con sus flamantes “forfait” los ejecutivos y ejecutivas que han demostrado más astucia en beneficio de su empleador, acompañados por sus parejas, amantes y retoños, luciendo ropa de marca que sus propios mini-drones se encargan de trasmitir a sus redes sociales para envidia del resto de los mortales.

Europa del Sur queda como una “reserva cultural”, un parque temático con edificios construidos hace muchos siglos, con una gastronomía original para los millones de turistas deseosos de experiencias, de alcohol y de sol. Europa del Norte tiembla por el crecimiento demográfico de su población emigrante. Europa del Este se ha convertido en la fábrica barata de los pocos productos que aún China consiente que podamos producir.

Los Nuevos “Felices años Veinte” son un espejismo: la empequeñecida clase media quiere vengarse de los confinamientos a base de alcohol, sexo y viajes, intentando imitar con calimocho y calamares el derroche que disfruta la clase acomodada que ha sabido especular con las dos crisis del siglo: la financiera de 2008 y la Coronavírica del 2020. Para la Casta, no hay champán francés inasequible ni caviar iraní que no puedan pagar. Ahora toca disfrutar de una estancia en la Estación Espacial. 55 millones de euros es el precio de ese pequeño capricho.

Pero por debajo de esa superficialidad de la sociedad occidental, resulta que todo está carcomido:

1.       La explosión demográfica de África desborda las fronteras de Europa. La pobreza de América Latina hace otro tanto con el famoso Muro entre USA y México.

2.       La juventud occidental ha dejado de creer en que los estudios universitarios garantizan una vida digna, porque ha visto a sus hermanos mayores, con idiomas y máster, mendigando empleos precarios como cajeros, conductores de Uber o repartidores de Glovo.

3.       El cinturón de óxido de EEUU (que fue el cinturón de acero en los 70, con la automoción) ahora contempla que una mínima parte progresa con la tecnología punta, pero que la mano de obra resulta innecesaria para computadoras y robots.

4.       China ha demostrado que la máxima rentabilidad se basa en una industria controlada por el Partido con mano de obra sumisa y directivos bien pagados a cambio de no cuestionar el sistema de control férreo que se ejerce sobre toda la ciudadanía. Rusia, en manos de los antiguos KGB, sigue esa misma estela de omnipresencia y prepotencia.


Todo eso hace que la Humanidad, en su sentido ético y de tejido social, se cuestione a fondo. Los humanos creen que basta correr más que el vecino para salvarse de los sucesivos “descartes”: han caído millones por la Covid-19, pero eran viejos, gordos o negros; las hambrunas sólo afectan a África; los nuevos virus sólo matarán a quien no pueda pagar la vacuna correspondiente; las guerras asolan otros países pero Yugoslavia sólo hubo una…

Se cree en “mamá Naturaleza” como un Ser que nos cuida o castiga, pero que tiene algún Plan para el ser Humano, el hijo más listo y poderoso de la Evolución. Pero NO hay tal Mamá, ni atisbo del cuento del “hijo pródigo”.

El Planeta es una bola con unas dimensiones muy concretas: 40.000 kms de perímetro. Lo que millones automóviles suelen circular CADA año. Sólo con pensar las consecuencias de ese ir y venir de cada humano subido a un artefacto de más de una tonelada, bastaría para condenar a la extinción a la especie más irresponsable y sucia que ha pisado la Tierra.

¿Entonces?... Silencio en vez de ruido mediático; Quietud en vez de correr sin sentido; Solidaridad cercana en vez de competitividad inmisericorde.

Imagina que hay una guerra pero Nadie acude”. Si objetamos al NeoLiberalismo, se desmoronará como la entelequia arbitraria que es. Sólo se sostiene por el Miedo.


Año 2030, Año del No Retorno. Con o sin Pandemia. 2 grados más en el planeta. Derretimiento irreversible de los casquetes polares y del permafrost (para Antonio: la capa permanentemente helada de la zona subártica) con la consiguiente liberación de metano con un efecto invernadero mayor de el del CO2.

Descontrol de las corrientes marinas que redistribuyen el calor.

Desequilibrio de sequías y lluvias torrenciales. Mares llenos de plástico, hasta superar (o supUrar) el peso de los propios peces.

Fin de la Amazonía, de las selvas del sudeste asiático y probablemente de muchas de África para producir cereales para alimentar ganado, con aún más metano liberado.

No es Distopía, es la consecuencia de la estupidez de los dirigentes y la pasividad de los dirigidos.

Cuando un médico ve un cáncer, su pronóstico no es "distópico", sino científico. Lo que nos hacemos, es un suicidio colectivo, un holocausto de egoísmos cerriles.



Sentido Común

viernes, 19 de febrero de 2021

¿HACIA DÓNDE VAMOS?

¿Podemos cambiar el futuro?

Esta pregunta se la hace Arnold Schwarzenegger a Linda Hamilton en “Terminator: destino oscuro”. En esta franquicia cinematográfica se juega con la posibilidad de futuros alternativos al del apocalipsis de la humanidad. Yo creo que cada decisión personal en cada momento puede cambiar nuestro futuro. Y en el mundo también, porque sería la suma de miles de millones de decisiones humanas. Y esto indican la física cuántica y teoría de cuerdas al afirmar que esta suma de decisiones podría originar universos paralelos en un multiverso de realidades múltiples (esta idea estaba presente en las películas de “Regreso al futuro”).

Cuando era joven fantaseaba con la idea de mi futuro y cómo sería de mayor. Pero la vida te da sorpresas y el azar decide más que lo que uno imagina y quiere. Al final no soy lo que imaginé porque intervino la suerte.  Y quizás al mundo le sucede lo mismo, que va donde el azar decide. En todo caso, ni el mundo ni yo sabemos hacia dónde vamos.

En mi entrada anterior hablaba sobre las ideologías a lo largo de la historia. No sé si siguen vigentes, pero creo que el mundo va a tal velocidad que esos parámetros ideológicos pueden haber quedado obsoletos, superados e insuficientes para un futuro de realidades nuevas, distintas y complejas. Por eso podemos preguntarnos ¿cómo será el mundo del mañana?  Pues ni puta idea y no creo que nadie lo sepa. Así que esta entrada será una especulación sobre posibles escenarios. Y digo “posibles” porque todo puede suceder, la historia futura no está escrita y solo finalizará cuando finalice la especie humana y no quede un humano sobre la faz de la tierra. Fukuyama pecó de optimismo y se columpió cuando habló del “fin de la historia”. Mentira cochina, claro (lo siento por él y por otros profetas antihistoria).

El escenario esperado hasta hace pocos años nos hablaba de un futuro idílico en el que los avances en ciencia y tecnología solucionarían todos los problemas de la humanidad. Acabaríamos con el hambre, las guerras y las enfermedades. El ser humano alcanzaría el cenit de la civilización, todos seríamos felices, comeríamos perdices y estaríamos hiperconectados en una red mundial de paz, amor y plus en el salón. Por fin nos regiríamos por una ética universal donde los valores morales se impondrían sobre el egoísmo personal y la fría tecnología. En este relato maravilloso pensábamos que el futuro de nuestros hijos sería mejor que el de sus padres, que tendrían mejores sueldos y que tendrían más calidad de vida. En esta línea de mejora humana “ad aeternum” están los transhumanistas, que nos hablan de un ser humano mejorado y con capacidades aumentadas por la tecnología. Algo así como cyborgs que conservarían sus emociones y humanidad.



Suena bien, ¿verdad? Pues no, “nastic de plastic”, que diría el castizo. El mono cabrón que llevamos dentro asoma el hocico, así que ya podemos ir olvidándonos de utopías y pensamientos Alicia porque el futuro es distópico de narices. Cada vez es más obvio que habrá tensiones y desequilibrios en el planeta, que viviremos peor y que nuestro nivel de vida será inferior, con menores salarios y menos calidad de vida.

Thomas Pikkety en su obra “El capitalismo del siglo XXI” nos habla de una regresión al siglo XVIII porque el capital está concentrado cada vez en menos manos: la nueva aristocracia.  Umberto Eco y Roberto Vacca dicen que vamos hacia una “Nueva Edad Media”. En esta estructura neofeudal los nuevos señores feudales serán las multinacionales, oligarquías financieras y clase política. Y los demás seríamos el pueblo llano, los vasallos y la plebe. Incluyendo obreros, proletarios y burgueses mejor o peor adaptados. Esta aristocracia de señores feudales nos controlaría mediante los medios de comunicación de masas, como dice Noam Chomsky al hablar de estrategias de manipulación mediática y doctrina del shock.

Otro hipotético escenario sería el de un colapso civilizatorio debido a las contradicciones del sistema capitalista “depredador y consumista”. Colapso al que se sumaría la crisis ecológica y energética, la sobrepoblación mundial y la escasez de recursos. La solución a este colapso podría venir del ecosocialismo o de modelos alternativos de “decrecimiento armónico” (esto dice también SC cuando habla de “decrecimiento económico, armonía y equilibrio”).



La idea de “nueva aristocracia y nuevos señores feudales” concuerda perfectamente con la hipótesis defendida por muchos autores de una élite capitalista global frente a la que se resisten los movimientos reaccionarios o identitarios (otros los llamarían fascistas o neofascistas”). De hecho, muchos autores dicen que la dicotomía Izquierda-derecha ha sido sustituida por la batalla entre globalistas e identitarios. Este escenario sería una nueva “lucha de clases”, pero la definitiva, versión 2.0, remasterizada, centrifugada y actualizada.  Los nuevos “explotadores” de este capitalismo global serían Empresas Tecnológicas (Google, Apple, Facebook, Amazon, etc), fondos de inversión y banca. Y los magnates serían George Soros, Bill Gates, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, la familia Rockefeller, los Rotschild, etc  (y últimamente Xi Jinping). Estos magnates se juntan de vez en cuando en el Foro de Davos para darnos instrucciones de cómo debemos vivir y qué estilo de vida debemos adoptar, cosa que pueden hacer porque sus fortunas son mayores que los PIBs de muchos países. Estas élites o nuevos aristócratas predican un "internacionalismo económico y multicultural” y les da igual las fronteras, los países y las culturas.  Y quizás esto explica el apoyo de muchos yankees al “fascista” Trump, que sería un nacionalista votado por los identitarios que defienden una USA de valores tradicionales y que se resiste a ese internacionalismo económico (lo que me recuerda al internacionalismo marxista: espero que los marxistas del blog me permitan esta “boutade”).

Hay un escenario que me gusta mucho y estoy seguro de que hará las delicias de los anarquistas del blog. Es un escenario de Anarquismo y democracia digitales que aprovecha la tecnología de las redes sociales para que todos podamos votar de forma rápida y segura. Un mundo de personas libres y librepensadoras, con espíritu crítico, ideas propias y liberadas de doctrinas y corsés que estados e instituciones nos imponen. Un escenario donde el Bitcoin y monedas digitales nos liberen de los corsés de poderes políticos y bancos centrales. Aunque pensándolo bien, no sé si sería el triunfo del neoliberalismo más que el del anarquismo (o ambos juntitos de la manita, vaya usted a saber).

Un escenario muy plausible sería un mundo a dos velocidades con división de zonas desarrolladas y zonas no desarrolladas. Un mundo de dos áreas enfrentadas y separadas por un muro económico. Sería una especie de “Imperio Romano” y “Mundo Bárbaro” en el que no sabemos si los nuevos bárbaros serían los musulmanes, el tercer mundo, los pobres, los inmigrantes que se agolpan en las fronteras o los que ya trabajan en nuestras sociedades. Un mundo que sería la versión global de “hombre rico, hombre pobre” y en el que este último acabaría invadiendo el primero porque no se puede poner puertas al campo ni a la pobreza.

En otro escenario posible habría una coexistencia de culturas y civilizaciones en un mundo multipolar con varios centros de poder y áreas de influencia: Occidente, China, Rusia, Islam, etc. En este escenario coexistirían sistemas distintos como el capitalismo duro o salvaje (USA), el capitalismo liberal-socialdemócrata (UE), el socialismo de mercado (China) y sistemas autoritarios (Islam).  Pero claro, coexistir no es fácil, Occidente se resistiría a dejar el liderazgo y podría haber un “choque de civilizaciones” entre distintas culturas (como decía Samuel Huntington).

Otro escenario posible sería la sustitución de la hegemonía occidental e imperio USA por la hegemonía asiática con China como líder indiscutible. El ciclo occidental (imperios inglés, francés, holandés, español, etc) que comenzó en el siglo XVI habría llegado a su fin y ahora le tocaría a China. Este país es el mayor tenedor soberano de deuda pública estadounidense y de muchos países. Con un total de 1,12 billones de dólares en bonos del Tesoro de USA en cartera, Pekín podría utilizar este armamento económico y dar un puñetazo sobre la mesa si Washington se pusiera farruco y continuara tocándole las pelotas. Esta hegemonía china y éxito de su modelo autoritario supondría un futuro inquietante para Occidente por la eliminación de la democracia parlamentaria de DDHH y libertades (esto suena desasosegante para nosotros, ¿no?). Como dice un proverbio chino para maldecir a alguien, “así vivas en una época interesante”.

No quiero imaginar ni me atrevo a hablar de futuros distópicos y apocalípticos. Como una posible guerra nuclear y destrucción del planeta (con posterior invierno nuclear y vida en refugios nucleares), un colapso económico mundial (con el consiguiente caos, desorden y fin de la civilización) y un apocalipsis ecológico por superpoblación, falta de recursos y destrucción de los ecosistemas. Por no hablar de la huida de la humanidad a otros planetas en naves espaciales tras la destrucción del nuestro.

Pero como el ser humano es superviviente por naturaleza y renace de sus cenizas (como el ave fénix), quiero pensar que estos escenarios chungos podrían desembocar en un nuevo orden planetario y gobierno mundial con instituciones globales totalmente distintas a las actuales (esta idea de un gobierno o autoridad mundial ya había sido propuesta por Kant y Einstein). Esto sí que sería el nacimiento de un hombre nuevo y no el que decían algunas ideologías. Un hombre nuevo que priorizaría la ética sobre la tecnología, porque hasta el día de hoy esta última ha ido a toda leche mientras que la ética ha ido a pedales.

Como decía el grupo Asia, “Only time will tell” (sólo el tiempo lo dirá). El futuro está ahí. Hagan sus apuestas.

pepito perez

viernes, 12 de febrero de 2021

Post póstumo Croniamental, primer y ultima publicación.


DIOS NO EXISTE

 Dios no existe, porque si existiera ya no viviría, que de eso yo me encargaría.

No habría mayor cabrón que él, tanto que yo lo mataría; yo, que soy incapaz de matar a nadie.

Pero si hay alguien que se acredita como el hacedor de todas las cosas, yo lo mataría.



Mario Selles, Croniamental.



Porque las cosas, tal como están (y han estado siempre) siempre han sido malas para casi todos y muy buenas para los menos, los que con expropiarnos y acumular en sus pocas manos lo que es de todos casi han hecho de esta vida a casi todos insoportable.

Pero la vida es mucho más de lo que se nos puede expropiar y la felicidad es una actitud, la actitud de los pobres que vivimos sin nada que echarnos aparte.
En la frontera de Macedonia parece que se levanta ese dios insoportable como un muro impenetrable.
Wall Street adora a ese dios, digo yo, que no existe pero que nos quiere hacer creer que sus manos son santas, manos manchadas de sangre.





Dios no existe, es la excusa de los cobardes, de los traidores de su especie, de los que hacen de la vida, para ellos una orgía, para los demás un desastre.

No saben cantar las corbatas que se pintan de negro falso en los funerales.

Y acabarán por no saber oír el canto; el canto de los que vivimos y somos felices a su pesar, sin nada que echarnos aparte.

Mario (Croniamental)





DEL DISPARATE NACIONAL EN EL QUE VIVIMOS


Uno de los caminos que se propone para resolver la cuestión catalana es el arbitrio de la UE. Es sorprendente que tengamos que llegar a ello. Parece que nadie se ha leído la Constitución de 1978, porque si alguien la hubiera leído estaría informado de que ya tenemos un árbitro constitucional y muy bien pagado: el Jefe del Estado. En su artículo 56 del Título II, la Constitución establece taxativamente que el Rey tiene la obligación de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones.



En la crisis institucional más grave que hemos sufrido en democracia, la función arbitral y moderadora del jefe del Estado resulta ineludible. Pero don Felipe ni está ni se les espera. Tal cosa le desacredita por completo para seguir ejerciendo la Jefatura del Estado. España necesita, hoy más que nunca, un Jefe del Estado que arbitre y modere el berenjenal político en el que nos han metido a los españoles dos gobiernos absolutamente incompetentes: el Gobierno de España y el Govern de Catalunya. Si el actual Jefe del Estado no está por la labor, habrá que buscar otro, republicano, por supuesto.


Por otra parte, cunden las críticas más acerbas contra el jugador de fútbol Gerard Piqué por querer conjugar su vocación independentista con su acreditada lealtad a la selección española. Hay quién exige su inmediata expulsión de la selección, parece que no entiende que Catalunya todavía es España.


Lo más grave no es la situación convulsa en la que vivimos, lo más grave es con quién la vivimos.



Croniamental





viernes, 5 de febrero de 2021

MENOS CINE POR FAVOR

 La  canción de Luis Eduardo Aute “Más cine por favor” evoca  diversas películas, pero sobre todo a la célebre “Los 400 golpes” de François Truffaut y también a la Nouvelle Vague francesa. Con la lupa de Diógenes habría que buscar ahora en Francia o en cualquier otro país europeo un movimiento cinematográfico o artístico similar. Europa le ha cedido definitivamente los bártulos del arte cinematográfico al cine de Hollywood. No es que el viejo continente librara nunca esa lucha muy en serio. Es bien sabido que a los mismos europeos no solía gustarles el cine europeo. Y a los gobernantes europeos quizá menos todavía. Las grandes películas del neorrealismo  –“Ladrón de bicicletas” y muchas otras– eran rechazadas por gran parte del público italiano, que las encontraba demasiado deprimentes e incluso dañinas para la imagen del país. Las películas de Lucchino Visconti o de Bernardo Bertolucci, con sus análisis marxistas o neomarxistas de la realidad europea, tampoco eran mucho mejor recibidas, por mucho que fueran aclamadas por la crítica y la clase intelectual. 

Tanto el cine neorrealista italiano como la Nouvelle Vague francesa tenían en común la creación de un estilo y lenguaje cinematográficos propios, renunciando a competir con las grandes producciones hollywoodenses. El cine de Goddard en especial pronto desarrolló unos rasgos experimentales que le alejaban por completo del cine comercial, con excepción de relativos éxitos de taquilla como, por ejemplo, “À bout de souffle”, protagonizada por Jean Paul Belmondo y Jean Seberg , y que con el tiempo sería objeto de un remake en el cine americano. Era un cine deliberadamente ajeno a las tendencias comerciales, y que difícilmente podía alcanzar a un público muy amplio. Truffaut, gran admirador del cine de Alfred Hitchcock, realizó películas más aceptables para la taquilla, pero de un inconfundible sello personal. 

En Alemania, el nazismo había borrado en su día hasta el último vestigio del cine expresionista y también de la Neue Sachlichkeit –Nueva Objetividad– que fue su sucesor inmediato. Y como el cine surgido del nazismo tampoco era reivindicable después de la guerra, el cine de ese país fue creando productos relativamente olvidables hasta la aparición en los años 70 de lo que se dio en llamar el Nuevo cine alemán. Fue el momento de la aparición de cineastas como Werner Herzog, Wim Wenders y algunos otros, pero, sobre todo, de Rainer Werner Fassbinder. Destaco a Fassbinder porque creo que fueron sus películas las que tenían unas señales más distintivas dentro de esta corriente cinematográfica. Su mensaje distaba mucho de la atmosfera complaciente del cine germano que le había precedido. En sus películas, de una deliberada estética feísta, reflejaba los lados más oscuros no sólo de la naturaleza humana, sino del  famoso “milagro alemán” que le había tocado vivir. Mostraba todas las contradicciones y conflictos de aquellos años, y también la mentalidad y las actitudes que habían hecho posible una aberración como el nazismo, y sus secuelas tales como la xenofobia o la homofobia. Pero sobre todo, revelaba la hipocresía oculta bajo esa sociedad en apariencia tan armoniosa y casi perfecta, y también la subordinación de Alemania ante Estados Unidos tras la derrota militar. La misma Maria Braun, la protagonista de la que quizá sea su película más famosa, es un personaje que medra gracias a sacrificar su integridad personal, renunciando a  sus sentimientos en pos de la obtención de un ascenso social. Su posterior película “Lili Marlen” abunda todavía más en los mismos temas.  Pero en general toda la cinematografía de Fassbinder representa una ruptura con el cine mediocre y adocenado que se hacía en la Alemania de los años 50, una ruptura que enlaza con el cambio cultural que dejó tras de sí el Mayo del 68 francés y movimientos como la ya citada Nouvelle Vague. 

Muchos consideran que la muerte prematura del propio Fassbinder, tan autoinducida como la de la propia Maria Braun, quizá una presagio y símbolo de la otra,   en 1982 a consecuencia de una sobredosis significó también la muerte de este Nuevo cine alemán. Lo cierto es que pronto las películas germanas empezaron a circular por caminos más trillados. Se relegó  poco a poco la reflexión sobre la propia historia, y se volvió a un cine de comedias intrascendentes que difícilmente interesaban a nadie fuera de la propia Alemania. Y si las películas tenían un cariz político, eran por supuesto para recordar cuán horrible había sido la difunta RDA, como por ejemplo la oscarizada “La vida de los otros”. ¿Hubiera sido posible que una película de Fassbinder, por ejemplo, hubiera ganado un Oscar? Desde luego, no si hubiera dependido de Meryl Streep. La legendaria actriz norteamericana declaró en una entrevista publicada en el semanario francés “Le Nouvel Observateur” en el 1981 que las películas de Fassbinder le parecían “repletas de cinismo”. Claro está, en Estados Unidos era la época de Reagan, cuando ganaban el Oscar películas como “Carros de fuego” o “La fuerza del cariño”, películas que exaltaban los valores patrióticos y familiares rehuyendo cualquier  examen de la sociedad. 




Cabe decir que esta decadencia del Nuevo cine alemán fue además muy bien vista por los gobiernos de la CDU que se fueron sucediendo después del relativamente breve intervalo socialdemócrata. Era preferible un cine “Bidermeier”, un cine de entretenimiento que no hurgara demasiado en los problemas ni plantease interrogantes molestos. Para quien no lo sepa, la Bidermeier era una estética que propugnaba una especie de romanticismo “light”, de zapatillas y andar por casa, tanto en lo literario como en lo artístico, y que se impuso en todo el mundo germánico, sobre todo debido al discreto y no tan discreto impulso de las autoridades competentes, después del Congreso de Viena de 1815, el mismo que selló la derrota definitiva de Napoleón y de cualquier vestigio de la Revolución Francesa. En cuanto a los cineastas alemanes de la generación siguiente a la de Fassbinder, los que pudieron emigraron a Hollywood –algo que también hizo Wim Wenders, pero con muy escaso éxito; era demasiado “europeo” para el gusto americano–, y si no, se quedaron en Alemania a hacer el tipo de cine que ya he mencionado, escapista y sin problemas.

Realmente, este era el tipo de cine y el tipo de estética que necesitaba la Europa del euro. Un cine y un arte acríticos, que se preocupen quizá de los derechos humanos en China o en la extinta Yugoslavia, pero que sean indiferentes a los devenires de la propia sociedad. Cierto que todavía quedan algunos excéntricos que se empeñan en que las películas signifiquen algo desde el punto de vista social, tales como Ken Loach en Gran Bretaña o Robert Guediguian en Francia, pero son viejos y es poco probable que dejen sucesores. Berlusconi tenía toda la razón al pensar que el público italiano iba a preferir a las despampanantes azafatas que desfilaban por sus programas de televisión a todo el cine italiano de la posguerra. En cuanto a los demás países de Europa, no han tardado en seguir la misma estela. Los cineastas franceses actuales se limitan a hacer copias del cine de Hollywood más o menos adaptadas a la mentalidad francesa, y no quieren saber nada de experimentaciones. Quizá el único director francés reciente que haya reivindicado de alguna manera el espíritu de autores legendarios del pasado como Jean Vigo haya sido Jean Pierre Jeunet. Pero a la larga todo su talento ha acabado llevándole a trabajar también para Netflix después de realizar una película tan brillante y entrañable  a la vez que conformista, como  Amélie. 

Y hablando de Netflix, estamos hablando del juggernaut que puede significar el final de lo que durante más de un siglo hemos conocido como cine. Un cine en miniatura que se puede visionar desde las pantallas del ordenador, la tablet o el móvil , y que es inmune a todo tipo de pandemias. Si el cine ha sido a la vez una infinita fuente de entretenimiento –u opio del pueblo– y una poderosa arma propagandística, como muy bien entendieron Lenin, Goebbels y Hollywood, ¿qué no puede ser Netflix? Pues puede ser la armonización definitiva de los gustos cinematográficos, la garantía absoluta de que nunca pueda haber un llamado “cine de autor” que aporte innovaciones o sacuda las conciencias. Y la Europa de la zona euro, durante tantos años comandada por la inefable Frau Merkel, desde luego no necesita ni merece más. Es la cosa más consecuente del mundo que una Europa que renuncia a fabricar su propia vacuna ante una crisis sanitaria como la del coronavirus y prefiere mendigar –pero eso sí, mendigar a la europea; previo pago de miles de millones de euros– las vacunas de empresas ubicadas en Estados Unidos o Gran Bretaña, sin tener la menor garantía real de que vayan a llegar o no, renuncie también a una minucia como el cine o la propia identidad cultural. De manera que no tiene nada de particular que Netflix y quizá otras plataformas similares les parezcan la solución adecuada.  Al fin y al cabo, para mantener los rescoldos de la cultura europea siempre quedarán la Torre Eiffel o la Torre de Pisa,  para que los turistas estadounidenses , japoneses, rusos  o chinos se hagan selfies subidos a ellas. Siempre y cuando la pandemia acabe algún día y lo permita, claro está. 

Veletri