viernes, 6 de julio de 2018

CAMBIOS


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¿Qué cambios? ¿Cuántos? ¿Cuándo? ¿Para qué y por qué? ¿Cómo?
Siempre lo dije: ¿Cuándo cambiaremos y cuánto? ¿Cuándo aprenderemos y cuánto?
Lo digo de otro modo: ¡Cuándo cambiaremos y cuánto! ¡Cuándo aprenderemos y cuánto!
Vamos ver. Hagamos un pequeño ejercicio. Cojamos aire, soltemos aire, pongamos los pies en el suelo, y comencemos a reflexionar. Comencemos a pensar fríamente, con calma pero con firmeza, con tranquilidad pero sin pausa.

Y ahora que estamos relajados, empecemos a pensar si todo lo que sucede nos gusta.
Seamos sinceros ahora, empezando por nosotros mismos. ¿Somos coherentes con lo que pensamos, o más bien nos dispersamos, enfrentándonos entre nosotros, a causa de la manipulación mediática de la que somos víctimas preferentes? Víctimas que, en muchos casos son voluntarias, ofrecidas sin exigir nada a cambio, así, a pecho descubierto y sin protección alguna.  Debemos tener claro que estamos siendo contaminados, y que de esa contaminación, tanto ambiental como mental, salen muchos de nuestros comportamientos. Comportamientos que, en la mayor parte de los casos, son involuntarios, son inconscientes, pero que ni siquiera cuando nos damos cuenta del error cometido, somos capaces de reaccionar en consonancia, y lo más grave de todo es que volvemos a caer en la siguiente, volvemos a tropezar con otra piedra, incluso con la misma pues, involuntariamente, hemos vuelto sobre nuestros pasos. Hay que retomar la realidad, hay que hurgar más y mejor en la búsqueda de la verdad. No podemos dejarnos llevar por esta vorágine tan atroz.

¿Nos gusta lo que vemos? Ahora empecemos a elevar la crítica, a nivel exigencia. La crítica está bien, pero hace falta que vaya acompañada de contundencia, para que se convierta en exigencia y para que se vea que estamos aquí, y que no vamos a disponernos a que nos machaquen más. Solo la crítica, en estos tiempos que nos tocó vivir, no es suficiente.

Como decía en un escrito anterior, la vulnerabilidad con que nos mostramos, nos produce casi todos los males que padecemos, pues quienes nos ven de ese modo, en esa actitud, saben sacar jugo y se aprovechan de nuestro río revuelto, pescando incluso más de lo que iba a pescar, o de lo que tenían pensado pescar. Somos como una mina sin fondo, un filón inagotable, del que muchos desalmados se benefician sin pudor, sin recato alguno, y sin miramientos ni escrúpulos.

Y para ejemplarizar lo que pretendo decir, ¿qué podríamos hacer para hacerles ver que no tragamos, o que no estamos en disposición de seguir por estos derroteros de infamia y de mentira, de estafa y de trile al más alto nivel? Muchas cosas, podríamos hacer tantas cosas que narrarlas aquí haría de este escrito algo interminable, e incluso podría llegar a ser demoledor, lo que invitaría, e incitaría, a su no lectura. Así de claro, así de rotundo y contundente. La verdad duele, pero más dolor causa la denuncia de ausencia de la verdad.

A todos se nos viene a la cabeza cosas que podríamos hacer para demostrar que no estamos contentos ni satisfechos con este modelo de vida que nos hacen vivir, sufriendo como condenados. Y ya que no tenemos a ninguna organización que nos movilice, podríamos comenzar por movilizarnos nosotros mismos, sin necesidad de salir a la calle con pancarta y alzando la voz. No sería necesario. De hecho, no es necesario. Tan solo es cuestión de no participar, o de participar menos, de este estilo de vida impuesto por quienes pretenden, y consiguen, que estemos donde estamos, y vayamos hacia donde vamos. ¿A que a ti, querido lector, querida lectora, se te ocurren muchas cosas que puedes hacer para salirte de esta barbaridad diaria con que nos machacan?

Porque, a estas alturas de contienda, de nada vale ver, por ejemplo, televisión para saber de qué habla el enemigo. De nada vale comprar prensa a diario para saber cómo se mueven las tropas contrarias. De poco, o de nada sirve escuchar la radio para oír qué dicen desde las otras trincheras.
A día de hoy ya sabemos de qué van y hacia dónde se dirigen. ¿Para qué envenenarnos más?
¿Y de qué sirve  acelerar más el coche para intentar llegar antes, si lo único que estamos haciendo es beneficiar a la próxima estación de servicios para volver a llenar el depósito antes de tiempo? ¿Y para que nos vale tener la luz encendida donde no hay nadie en ese lugar de la casa?
Oye, ¿te has fijado en la cantidad de comida que desperdicias todos los días a lo largo de tu vida?
¿Y qué me dices de todo aquello que crees que no te sirve, pero que también crees que no le servirá a nadie?

Y mientras esas cosas suceden, ellos, los poderosos, los adinerados, los políticos que gobiernan, las televisiones que nos contaminan, dispuestos a pergeñar para poder seguir con su patraña y para engordar más sus cuentas particulares. Y como no nos mostramos exigentes, críticos, contundentes,  y no rechazamos todo eso, pues nos meten más y más a fondo.
¿Que os parece esto? ¿Está bien, os gusta?

Bueno, pues volved a coger aire, soltadlo lentamente, hacedlo si es necesario hasta diez veces, mirad si tenéis los pies en el suelo o estáis levitando, y comenzad a reflexionar, a pensar en qué podemos hacer para empezar a cambiar, para comenzar a creer que el cambio es posible. Y no hagáis caso de todo lo que dije, pues todo lo que narré, es poca cosa, comparado con lo que realmente pasa, porque si lo que escribí os molestó, no os quiero contar lo que nos pasará, cuando conozcamos lo que de verdad nos está ocurriendo.

Sed, hambre, calor y frío. Y añade también la salud mental, y verás qué ocurre con el ser humano.
Y todo, en exceso.

Tengo escalofríos. Tengo miedo.


Tititokokoki