lunes, 28 de mayo de 2018

LA INDIGNACIÓN YA ES NADA.

“No experimenté ninguna iluminación, ninguna aparición, en ningún momento se me manifestó la verdad, pero la continua acumulación de pequeñas ofensas, las mil indignidades y momentos olvidados, despertaron mi ira y rebeldía, y el deseo de combatir el sistema que oprimía a mi pueblo.” Nelson Mandela.

A causa de la acumulación de indignidades, en España hemos pasado de una indignación que saltaba al instante en cuanto nos ponían delante cualquier barbaridad, a una indignación que ya forma parte de la normalidad de nuestras vidas sin que pase absolutamente nada.
Desde el momento en que hemos empezado a asumir que ciertas cosas son normales, como consecuencia de una repetición sistemática de todo aquello que hasta hace poco nos indignaba, hemos pasado a convivir con toda normalidad con una carga de indignación constante ante todo aquello que, teóricamente, debería habernos hecho levantar nuestros culos del sofá y pasarnos a la acción sin más. Es lo más normal a día de hoy. Vivir en permanente indignación, y si acaso, desahogarla, intentando deshacernos de ella en un vano ejercicio de autorepresión, en redes sociales, en la barra del bar, o ante el cuñado de turno, o el patio de comadres de la vecindad, ya se hizo rutina perniciosa. Pero nada más,  para desgracia mayor.

Ya hemos asumido que la mentira es modo de vivir, e incluso la hemos trasladado a nuestra vida en común, a pie de calle, en el trabajo y delante de nuestro propio ombligo, o ante nuestra propia sombra. Antes nos indignaba, ahora no. Hemos asumido también que la esclavitud laboral es modus vivendi, la precariedad salarial, o la ausencia de derechos laborales también hicieron que pasáramos de un modo de vida a otro en menos de lo que canta un gallo o que pasa boeing 737 ante nuestras narices. También tenemos por válido el que nos roben delante de nuestra cara, y a cara descubierta. Hasta hace muy poco, al que robaba los despreciábamos/despreciaban. Ahora le aplaudimos/aplauden. Y es más, somos capaces de unirnos a él/ella como tabla de salvación, haciendo polvo nuestros escrúpulos y dejando atrás el más mínimo sentido de la vergüenza o la decencia. Ya somos capaces de lo que sea con tal de sobrevivir, pues ya dejamos que nos roben, nos timen, nos estafen o sencillamente nos quiten el pan de la mesa y nos den a cambio otro duro de hace días. Incluso a veces nos dejan sin pan, directamente.

“Tendríamos que indignarnos 1.000 veces más.”. José Luis Sampedro.

¿Y de qué nos sirve estar permanentemente indignados? De nada, pero debería ser suficiente el que nos indignáramos tan solo una vez, ante cualquier tropelía, y a continuación deshacernos de ella a golpe de llenar las calles y de decir que por ahí, no. Sin embargo estamos en permanente indignación, y seguimos acumulando indignidades. ¿Y qué se consigue con eso? Pues lo único que se consigue con eso, es hacer el juego a los que saben que cada vez que nos carguen con más indignación, más salen ellos reforzados y más capacidad alcanzamos para volver a indignarnos más.
Así que, reaccionemos antes de que sea tarde.

Fac modo quae moriens facta fuisse velis.
“Haz lo que al morir te hubiera gustado hacer”.





No esperes.

Tititokokoki