Escuchamos y
leemos más o menos lo de siempre con ocasión de esta fecha. Y yo soy de los que
no me gusta oír siempre lo mismo. Más que nada, porque poco nuevo aporta a
problemas que ya sabemos todos que existen desde hace mucho tiempo.
Personalmente, me gustaría oír y leer más reflexiones sobre cómo se valoriza el
trabajo en el cambiante mundo laboral de hoy, con la progresiva innovación
tecnológica que supone todo un reto y que nadie sabe dónde va a parar. O si va
a parar alguna vez.
Creo que estaremos todos de acuerdo en que el mejor derecho laboral es aquel que se puede mantener en el tiempo. Y se mantiene porque el trabajo aporta un valor al producto o servicio que desempeña del que no se puede prescindir, o al menos, que demuestra una adaptabilidad a ese cambiante mundo que le hace ser tenido en cuenta, con voz y voto porque lo vale. Tenido en cuenta por el capital, sí, su contraparte necesaria en el proceso productivo, aunque a muchos les escueza esto. Y ahí reside la verdadera fuerza del trabajo para la negociación salarial con el capitalista, y obtener una parte de la renta del producto justa y digna. Verdaderamente digna: obtenida por el propio valor que se aporta a la actividad, no por la protección paternalista del gobernante mediante decretos que igual que vienen pueden volatilizarse, o la capacidad de lucha de unos sindicatos que dependen de la "graciosidad" de ese mismo gobernante.
Ya sé. Es inevitable pensar que, por mucha buena voluntad, reformas laborales o ideas innovadoras que dediquemos al asunto, nuestro país está abocado a tener una parte de mercado laboral que no pueda valorizarse por sí misma: la hostelería. Pero aún en ese sector del que parece en ocasiones nos avergonzamos, cabe hacer cosas para valorizar las tareas del trabajador, y que me consta se están haciendo -distribuir las temporadas turísticas durante el año; turismo rural y urbano de calidad media y alta; irrupción de startups y pymes en coordinación con propietarios; potenciar formación en gastronomía, actividades recreativas y deportivas- . No podemos permitirnos el lujo despreciar un sector en el que tenemos una gran ventaja simplemente porque estereotipamos la figura del camarero que complementa su magro sueldo con propinas. Empecemos por reflexionar cómo ese camarero puede ser valioso para la digna actividad con la que se gana la vida, y con ello sentarse en pie de igualdad con el capitalista que la dirige y le paga. Y eso abrirá camino a muchos otros, en otros sectores.
Creo que estaremos todos de acuerdo en que el mejor derecho laboral es aquel que se puede mantener en el tiempo. Y se mantiene porque el trabajo aporta un valor al producto o servicio que desempeña del que no se puede prescindir, o al menos, que demuestra una adaptabilidad a ese cambiante mundo que le hace ser tenido en cuenta, con voz y voto porque lo vale. Tenido en cuenta por el capital, sí, su contraparte necesaria en el proceso productivo, aunque a muchos les escueza esto. Y ahí reside la verdadera fuerza del trabajo para la negociación salarial con el capitalista, y obtener una parte de la renta del producto justa y digna. Verdaderamente digna: obtenida por el propio valor que se aporta a la actividad, no por la protección paternalista del gobernante mediante decretos que igual que vienen pueden volatilizarse, o la capacidad de lucha de unos sindicatos que dependen de la "graciosidad" de ese mismo gobernante.
Ya sé. Es inevitable pensar que, por mucha buena voluntad, reformas laborales o ideas innovadoras que dediquemos al asunto, nuestro país está abocado a tener una parte de mercado laboral que no pueda valorizarse por sí misma: la hostelería. Pero aún en ese sector del que parece en ocasiones nos avergonzamos, cabe hacer cosas para valorizar las tareas del trabajador, y que me consta se están haciendo -distribuir las temporadas turísticas durante el año; turismo rural y urbano de calidad media y alta; irrupción de startups y pymes en coordinación con propietarios; potenciar formación en gastronomía, actividades recreativas y deportivas- . No podemos permitirnos el lujo despreciar un sector en el que tenemos una gran ventaja simplemente porque estereotipamos la figura del camarero que complementa su magro sueldo con propinas. Empecemos por reflexionar cómo ese camarero puede ser valioso para la digna actividad con la que se gana la vida, y con ello sentarse en pie de igualdad con el capitalista que la dirige y le paga. Y eso abrirá camino a muchos otros, en otros sectores.
Mickdos