En la sociedad civil donde la gente opera al margen del
mundo político, los particulares y empresas se relacionan continuamente entre
sí mediante contratos voluntarios. Una parte es el proveedor, y otra el
cliente. Firman acuerdos por propio interés, para obtener un beneficio ya sea
entendido este como cubrir una necesidad, o maximizar unos recursos
disponibles. Se actúa por el interés egoísta, sí, pero se asume que el
intercambio también beneficiará a la contraparte. Egoísmo explícito, altruismo
implícito.
En los contratos voluntarios entre proveedor y cliente están bien establecidos las obligaciones y derechos de cada cual. Si una parte incumple su obligación, ya sabe que la otra parte va a reclamar, o en su caso romper el contrato establecido. No hay ningún trauma en romper un contrato voluntario: se asume que es una contingencia habitual. El proveedor puede romper con el cliente porque este incurre en impago, o el cliente con el proveedor porque este incurre en desabastecimiento. Si hay mala fe o simple incompetencia, es factor secundario que sólo incumbe al sentimiento de confianza traicionada, al empeño personal defraudado. Pero nada más, porque tras este llegan otros, infinitos según la voluntad.
El mercado es el espacio donde se dan estas relaciones. Ni que decir tiene, que es el espacio que abarca la abrumadora mayoría de intercambios económicos de la gente corriente. Pero no sólo económicos. Los contratos voluntarios pueden extenderse a cualquier interrelación humana que teje una parte de la red que forma una sociedad. Tenemos contratos aunque no escritos, a veces ni siquiera verbalizados, en el seno de los grupos familiares, donde los padres “proveen” de seguridad y afecto, y los hijos “pagan” formándose como personas que les darán un relevo generacional. No se paga con dinero, porque hay cosas valiosas que no se pueden cuantificar en moneda, y a veces el papel de proveedor y cliente se confunden o intercambian. Pero el fundamento está presente: es un acuerdo voluntario que compromete a dos partes, hasta que una de ellas o las dos lo decidan. También libre y voluntariamente.
En los contratos voluntarios entre proveedor y cliente están bien establecidos las obligaciones y derechos de cada cual. Si una parte incumple su obligación, ya sabe que la otra parte va a reclamar, o en su caso romper el contrato establecido. No hay ningún trauma en romper un contrato voluntario: se asume que es una contingencia habitual. El proveedor puede romper con el cliente porque este incurre en impago, o el cliente con el proveedor porque este incurre en desabastecimiento. Si hay mala fe o simple incompetencia, es factor secundario que sólo incumbe al sentimiento de confianza traicionada, al empeño personal defraudado. Pero nada más, porque tras este llegan otros, infinitos según la voluntad.
El mercado es el espacio donde se dan estas relaciones. Ni que decir tiene, que es el espacio que abarca la abrumadora mayoría de intercambios económicos de la gente corriente. Pero no sólo económicos. Los contratos voluntarios pueden extenderse a cualquier interrelación humana que teje una parte de la red que forma una sociedad. Tenemos contratos aunque no escritos, a veces ni siquiera verbalizados, en el seno de los grupos familiares, donde los padres “proveen” de seguridad y afecto, y los hijos “pagan” formándose como personas que les darán un relevo generacional. No se paga con dinero, porque hay cosas valiosas que no se pueden cuantificar en moneda, y a veces el papel de proveedor y cliente se confunden o intercambian. Pero el fundamento está presente: es un acuerdo voluntario que compromete a dos partes, hasta que una de ellas o las dos lo decidan. También libre y voluntariamente.
Hoy estamos abrumados porque no paramos de recibir noticias
de escándalos de corrupción y abusos en la Política y sus esferas adyacentes.
El mundo del contrato político de los ciudadanos con quienes les representan. Y
sí, aquí también hay una relación de proveedor, de servicio público, y cliente,
el ciudadano que le paga otorgándole su confianza. Si el contrato no funciona
para una de las partes, se rompe, dicen muchos. Y tienen razón. Pero incluso
para esto la referencia es el ámbito de los contratos voluntarios, el espacio
del mercado. El denostado y vilipendiado mercado.
Mickdos