La tristeza invade España. La
incertidumbre sobre su futuro es la máxima preocupación para la ciudadanía de
bien de este país. El miedo, acompañado de asco y repugnancia, está en la mente
de todos los ciudadanos de bien de esta tierra masacrada por aquellos que
decidieron que era suya y que acompañaron esa decisión con la acción, llevando
el saqueo a extremos que rebosan toda capacidad de entendimiento y de
comprensión.
Es triste, realmente triste, que
en España se hable de corrupción con la misma naturalidad con que se habla del
tiempo, de fútbol o de si hace sol, llueve o está nublado. Hemos alcanzado tal
estado de normalidad que hablar de corrupción es algo cotidiano, habitual,
llegando a normalizarlo al mismo nivel que si se habla de mascotas, de vinos o
de recetas de cocina.
Es terrible haber llegado a este
sitio y a estos tiempos. Es maligno y pernicioso que se tenga esa palabra en la
boca todos los días, con la misma normalidad con que hablamos con cualquier
vecino sobre la inmensidad del Atlántico.
No es normal lo que le sucede a
este país. A poco que sigan las cosas así, sucediéndose una tras otra, la
noticia de un nuevo caso de corrupción, es muy probable que mucha gente acabe enferma,
con un ataque de ansiedad o una crisis nerviosa.
Está visto y demostrado que el
sistema no funciona. Ni el formato de la prensa, ni el sensacionalismo de las
televisiones, ni el modo en que emiten las emisoras de radio, ni la acción de
los jueces, son suficientes en la lucha contra la corrupción. Más bien parece
que consiguen lo contrario, y lejos de despertar en la gente ganas por acabar
con todo, lo que se consigue es que la sociedad aborrezca todo y se canse de
todo.
Y ya no digamos nada sobre el papel de aquellos partidos que dicen luchar
contra la corrupción, como son el PSOE y Ciudadanos que, lejos también de tomar
decisiones y de ser determinantes, se alían del lado de los corruptos y de los
corruptores para que gobiernen y para que, probablemente, no destapen las
mierdas que también esconden los que secundan a estas tramas corruptas que
asolan a este país.
De momento hablar de corrupción
alcanzó normalidad. Y es triste que hayamos llegado hasta este punto, y si no
lo sabemos superar, o no podemos, o no nos dejan, es muy probable que la situación llegue a un
punto de no retorno y que acabemos todos inmersos en una vorágine corrupta sin
fin, engañándonos unos a otros, hasta que, bien sea la enfermedad mental que
padecemos, bien sea la acumulación de crispación ante tanta barbaridad
compartida, la cosa acabe en suicidios y en suicidios y en asesinatos. O sea,
la locura colectiva anunciada, y perseguida con encono y absurdo afán.
¡Malditos sean!