viernes, 6 de noviembre de 2020

En algo hay que creer: el dios de las pequeñas cosas

   

  ¿Para qué hablar de lo patético que resulta ver al país más poderoso de la Tierra intentando librarse del inquilino más mugriento de la Casa Blanca, y de todas sus argucias para aferrarse a la poltrona antes tener que responder ante los tribunales de sus Trampas financieras? Uno se pregunta si el pueblo estadounidense asume que la alternativa que se le ofrece es elegir "susto o muerte": Ultraderecha salvaje o Derecha Neoliberal. Pero ese es "su" problema, quizás parecido a nuestra alternancia en el poder entre el PP y el PSOE. 

Los problemas mundiales son: el agotamiento de recursos y la contaminación, la explosión demográfica y de consumo, la concentración del capital en pocas manos. Ningún país está dando una solución a ello, algunos ponen parches estéticos pero a una velocidad ridícula para el cambio climático que será irreversible en el 2030.

Una introducción descorazonadora, agravada porque la Pandemia podía haber servido para que en España hubiéramos abierto los ojos los que vamos a sufrir el Colapso Económico del "Sálvese quien pueda" en cuanto se nos pase la factura a pagar después de los confinamientos, de los gastos extraordinarios y de los despidos pòr millones, sin visos de recuperación con un turismo que no volverá a los 80 millones de turistas anuales, ni de una oferta inmobiliaria que muy pocos podrán afrontar.

Eso en el plano económico. En lo social: 7.500 millones de personas afanados en el rol que les toca: una cúpula que acapara con sus cómplices especializados; una mitad que lucha por sobrevivir; y otra mitad que busca la forma de mantener y mejorar su estado de bienestar. Tres mundos paralelos con intereses opuestos pero un único dios: el Dinero, que a veces obra el milagro de elevar a alguno a las alturas pero que casi siempre, despiadado, hunde en la pobreza del paro a millones de ingenuos a pesar de lo que lo adoraron. Para apestarlo aún más: las jerarquías tres religiones monoteístas actúan como momias milenarias arrastrando a sus creyentes: Trump y Bolsonaro se las dan de protestantes, el islamismo más cerril aterroriza al planeta, los judíos hacen piña en Israel y como dueños de las finanzas mundiales.

¿Y en el plano personal?. Como maestro, veo que no da tiempo para que la generación que estamos educando pueda reencauzar esta carrera del progreso consumista. Como padre, me angustia que mis hijos tengan que aceptar que hay que abrirse paso a codazos, que pertenecer a la clase media sea un privilegio cuando ellos crezcan. No me gusta la perspectiva de que los robots hagan casi todo el trabajo, haya un millón de profesionales imprescindibles, otro de empleados necesarios y una gran parte de la población subsista en la dependencia del Estado o en la precariedad de la miseria, según lo decida el Club Bilderberg o el Banco Mundial y el FMI.



Uno constata la inutilidad de Dios para la Humanidad y el auge mundial del dios-Dinero que marca la vida y la muerte: guerras, Covid, hambre, esclavitud...o cierto bienestar cargado de miedo para el resto. ¿Y los que no queremos participar en esa carrera enloquecida de trabajo-consumo que intentan convencernos que se llama "Estado de Bienestar", que en España ya se está quedando en "Provincia de Medioestar", cada vez menos habitable y más cutre?

Porque al ser humano no le basta tener cubiertas sus necesidades "animales", y es un necio empeño creer que satisfacerlas de forma cada vez más sofisticada es la solución.

Una vez bien alimentados, jugamos a la alta gastronomía. No basta disponer de una vivienda confortable, sino poseer un chalet con más váteres que culos. ¿Entonces, nos quedamos dormitando ante las pantallas, que cada día nos ofrecen historias más de nuestros gustos... aunque quizás sea nuestra sensibilidad la que se ha acomodado a esa basura? Es sorprendente cómo la combinación de ruidos y colorines, de vídeos de Tik Tok, de conversaciones insustanciales y noticias falsas pueden absorber tanto como para privar de tiempo libre, de descanso auténtico, a tantos miles de millones de personas.

La explicación es que nuestra parte mental demanda también alimento, y si no se le ofrece una nutrición sana, se lanza a los productos-basura que son la base del negocio de Internet y sus grandes corporaciones. Ya se comprobó que la televisión tenía el aliciente de que no exigía ningún esfuerzo para encenderla, y que estaba diseñada para enredarnos con su ritmo, con sus cambios, para que no nos moviéramos del sillón durante horas. Leer un libro sí requiere un esfuerzo: elegirlo, abrirlo, concentrarse, ignorar estímulos de distracción, mantenerse un buen rato...y sólo así logramos sumergirnos en una historia que es mucho más seductora que cualquier serie, porque la recreamos plenamente dentro de nuestra cabeza, con detalles que no sugiere el autor pero que añadimos de nuestros propios recuerdos. Afrontar una tarea artesana o artística constituye ya otra dimensión, la creatividad, que requiere un esfuerzo de formación y equipación, compensado por la obra personal.

Como vacuna contra el desánimo y el adocenamiento, propongo rememorar el jardín de nuestra niñez y adolescencia. Un jardín con espinas, y para algunos demasiado oscuro, mísero y pequeño, pero la fuente de emociones muy intensas, muchas de ellas positivas. Los recuerdos no son exactos, pero son fieles a la sensación de plenitud, de intensidad, de compromiso que vivimos en esos años. Recuperar los juegos, ahora con los hijos o los nietos, la mirada de asombro ante cosas nuevas, dándonos permiso para usar los sentidos como lo hacíamos de niños, cuando aún no estábamos anquilosados ni las palabras clasificaban todo: ofrecer caricias y sentir el tacto de los objetos; apreciar de verdad, con los ojos cerrados, olores que remueven nuestras emociones como el humo o el barniz; morder un bocadillo de pan con chocolate o de tomate, aceite y sal; escuchar esas músicas que nos removieron por dentro siendo chavales.

No hablo de revivir lo que ya pasó, sino de estar Presente en lo que hoy siento, lo que percibo ahora, con la autenticidad de no enjuiciar ni clasificar. La música clásica puesta a un volumen que no sea de fondo sino protagonista de la vibración en el recinto que sea. El paisaje completo, con su belleza, descubriendo nuevas armonías o contrastes.

Eso no quita afanarse en el día a día en el trabajo o en las tareas cotidianas, colaborar con el tejido social para luchar por un aspecto de la justicia.

Lo que supone es cambiar la actitud derrotista ante tanto ruido y tanta dictadura del Dinero. 

Cambiar mi vida diaria para cambiar MI mundo. 

Si eso ayuda a mejorar el Mundo, estupendo. 

Y si no, "ahí queda eso".

Que nos quiten lo bailao





Sentido Común