viernes, 13 de noviembre de 2020

Rosebud y el jabalí de ocho patas


El cine tiene una fecha de nacimiento, 28 de diciembre de 1895, en un sótano de París los hermanos Lumiére presentan su artilugio llamado “cinematógrafo”, ante unos pocos espectadores fascinados por el movimiento real de las imágenes, que representaban la salida de los obreros de la fábrica y la llegada del tren a la estación. Uno de los asistentes fue Georges Méliès que poco después rodó la primera película conocida, “L´affaire Dreyfus” (1899)  contribuyendo así a la consideración del cine como un arte nuevo, aglutinador (en cierta forma) de todas las otras bellas artes. 

Este hecho simboliza una revolución cultural gigantesca, una nueva visión artística que encauza la vieja aspiración humana de expresar el movimiento de las cosas y de las ideas a través del arte, desde Altamira cuando pintaba jabalís de 8 patas simulando que se movían, o cuando inventaba máquinas, la linterna mágica de Athanasius Kirchr, hacia 1640, que proyectaba imágenes fantasmagóricas, recibidas con espanto por los espectadores, como los campesinos rusos que tomaron por brujo a un empleado de Lumiére por hacer aparecer la imagen del zar sobre una tela blanca.

El encuentro entre máquina, cultura y arte, más la difusión para ser disfrutado por amplias capas de la población, ha sido la aportación que el cine ha hecho a la historia.

 Desde su aparición, el cine ha generado el debate entre la mera reproducción de la realidad frente a otra visión donde prima la estética. En un principio, los Lumiére rodaban imágenes en movimiento real sin importar que los temas fueran banales. Pero Méliès, buen prestidigitador profesional, usó los trucajes, objetos que se movían solos, personajes voladores, apariciones, rodó más de 500 films aunque solo se conservan unos 50, “El hombre orquesta” (1900), “Viaje a través de lo imposible”(1904), “Viaje a la luna”(1902).

 Es tarea imposible hacer un recorrido por la historia del cine en unas cuantas líneas, así pues me permito, y centrándome solo en los primeros 40 años de este bello arte, hacer un batiburrillo de películas y directores que un día desde una butaca me sorprendieron gratamente o por reconocimiento de su importancia.

Tras las cintas de Méliès, el cine de fantasía posible de Zecca, los films de  Griffith y su uso de los primeros planos en “Intolerancia”. El contenido humano de Chaplin, con sus “Luces de la ciudad”, sus “Tiempos modernos”, su repudio al cine sonoro, a pesar de usarlo en “El gran dictador”.

El cine cuenta historias, escuchar o contar historias es indispensable en la vida humana. Las películas copian comportamientos cotidianos, historias reales de superación o adaptaciones de obras literarias, como “Jezabel”, “La carta” o Cumbres borrascosas”. Es enriquecedor para la mente ver cualquier historia de Jacques Feyder, como “Crainquebille” (basada en texto de Anatole France) o un drama de Dreyer, “La pasión de Juana de Arco” (1928) y disfrutar de la fuerza visual de los primeros planos que elevan la imagen sobre la palabra, acentuando el dramatismo de los actores. O sentarnos a ver las luces y sombras de “Ciudadano Kane” del que ya hemos hablado en el blog.

Entre las películas documentales silentes, sin trama ni actores, distingo la poesía de Dziga Vértov en “El hombre de la cámara” (1929), que muestra un día en las calles de una ciudad soviética.

 


A finales del cine no parlante y comienzos del sonoro, aparece un cine dramático, críticas tempranas al capitalismo, a la masificación, a la deshumanización de las ciudades, los films de King Vidor y de Fritz Lang (“Metrópolis”, 1927, que sienta las bases de la ciencia ficción moderna).

 En el vértice del equilibrio entre tradición e innovación, entre realismo y lirismo, hay un cine integrador, crítico, que descubre otras realidades estéticas. Aquí entra  a lo grande Jean Vigo, en su corta vida de 29 años dejó obras tan líricas como “L´Atalante”(1933), poema de amor en una barcaza fluvial. O Jean Renoir y sus aguafuertes sobre tipos abyectos o sus días de campo. Y Eisenstein, que se aparta del montaje clásico, cuyos films son impactantes (“La línea general”, “El acorazado Potemkim” y su escena de la escalinata, “Iván el terrible”…). Y tantos y tantos artistas de la cámara que nos han hecho soñar y que no caben en cien libros.

 Habría que hablar del gran mundo de la industria del cine y la utilización como negocio e  imposición de unas ideas adaptadas al statu quo imperante, cuando los directores se ponen al servicio de la ideología del poder y nos transmiten mensajes manipulando las emociones, dígase Hollywoodienses.

 Decía Jean-Luc Godard que el arte es como el incendio, nace de lo que quema. Así el cine nace de lo viejo que ya no nos sirve, pero al quemarlo produce formas nuevas. Por esta razón he querido recordar lo viejo, porque hay mucha belleza en esas llamas aún vivas, a pesar de que el ruido actual pretenda apagarlas.

 Siempre nos quedará París, y para algunos el olor del napalm por la mañana o Marcello mojándose en la fontana de Trevi, quizás vivir una odisea en el espacio o seguir el eco de la canción de Gelsomina, y a no ser que los ojos de Bette Davis se crucen en el camino, Gloria Swanson continuará bajando la escalera como una diosa en su crepúsculo y Kane repitiendo eternamente “Rosebud”,  lejos de Roma la ciudad abierta. Algún otro preferirá caminar bajo los techos de París con René Clair. O lanzarse a una ruta en la diligencia, esperando recoger una cesta de fresas salvajes en el desierto con Peter O´Toole, mientras piensa en jugar al ajedrez con la muerte o en el asno devorado por el enjambre de abejas de una tierra sin pan. Pero Monica Vitti vivirá su aventura cuantas veces queramos, y el profesor Charles Laughton nos dirá que la tierra es de todos, así una y otra vez, porque sabemos que el material del halcón maltés, al igual que el del cine, seguirá siendo el de los sueños.

 



Eirene