El
cine tiene una fecha de nacimiento, 28 de diciembre de 1895, en un sótano de
París los hermanos Lumiére presentan su artilugio llamado “cinematógrafo”, ante
unos pocos espectadores fascinados por el movimiento real de las imágenes, que
representaban la salida de los obreros de la fábrica y la llegada del tren a la
estación. Uno de los asistentes fue Georges Méliès que poco después rodó la
primera película conocida, “L´affaire Dreyfus” (1899) contribuyendo así a la consideración del cine
como un arte nuevo, aglutinador (en cierta forma) de todas las otras bellas
artes.
Este
hecho simboliza una revolución cultural gigantesca, una nueva visión artística
que encauza la vieja aspiración humana de expresar el movimiento de las cosas y
de las ideas a través del arte, desde Altamira cuando pintaba jabalís de 8
patas simulando que se movían, o cuando inventaba máquinas, la linterna mágica
de Athanasius Kirchr, hacia 1640, que proyectaba imágenes fantasmagóricas, recibidas
con espanto por los espectadores, como los campesinos rusos que tomaron por
brujo a un empleado de Lumiére por hacer aparecer la imagen del zar sobre una
tela blanca.
El
encuentro entre máquina, cultura y arte, más la difusión para ser disfrutado
por amplias capas de la población, ha sido la aportación que el cine ha hecho a
la historia.
Desde
su aparición, el cine ha generado el debate entre la mera reproducción de la
realidad frente a otra visión donde prima la estética. En un principio, los
Lumiére rodaban imágenes en movimiento real sin importar que los temas fueran
banales. Pero Méliès, buen prestidigitador profesional, usó los trucajes, objetos
que se movían solos, personajes voladores, apariciones, rodó más de 500 films
aunque solo se conservan unos 50, “El hombre orquesta” (1900), “Viaje a través
de lo imposible”(1904), “Viaje a la luna”(1902).
Es
tarea imposible hacer un recorrido por la historia del cine en unas cuantas
líneas, así pues me permito, y centrándome solo en los primeros 40 años de este
bello arte, hacer un batiburrillo de películas y directores que un día desde
una butaca me sorprendieron gratamente o por reconocimiento de su importancia.
Tras
las cintas de Méliès, el cine de fantasía posible de Zecca, los films de Griffith y su uso de los primeros planos en
“Intolerancia”. El contenido humano de Chaplin, con sus “Luces de la ciudad”,
sus “Tiempos modernos”, su repudio al cine sonoro, a pesar de usarlo en “El
gran dictador”.
El
cine cuenta historias, escuchar o contar historias es indispensable en la vida humana.
Las películas copian comportamientos cotidianos, historias reales de superación
o adaptaciones de obras literarias, como “Jezabel”, “La carta” o Cumbres
borrascosas”. Es enriquecedor para la mente ver cualquier historia de Jacques
Feyder, como “Crainquebille” (basada en texto de Anatole France) o un drama de
Dreyer, “La pasión de Juana de Arco” (1928) y disfrutar de la fuerza visual de los
primeros planos que elevan la imagen sobre la palabra, acentuando el dramatismo
de los actores. O sentarnos a ver las luces y sombras de “Ciudadano Kane” del
que ya hemos hablado en el blog.
Entre
las películas documentales silentes, sin trama ni actores, distingo la poesía
de Dziga Vértov en “El hombre de la cámara” (1929), que muestra un día en las
calles de una ciudad soviética.
A
finales del cine no parlante y comienzos del sonoro, aparece un cine dramático,
críticas tempranas al capitalismo, a la masificación, a la deshumanización de
las ciudades, los films de King Vidor y de Fritz Lang (“Metrópolis”, 1927, que sienta
las bases de la ciencia ficción moderna).
En
el vértice del equilibrio entre tradición e innovación, entre realismo y
lirismo, hay un cine integrador, crítico, que descubre otras realidades
estéticas. Aquí entraa lo grande Jean
Vigo, en su corta vida de 29 años dejó obras tan líricas como “L´Atalante”(1933),
poema de amor en una barcaza fluvial. O Jean Renoir y sus aguafuertes sobre
tipos abyectos o sus días de campo. Y Eisenstein, que se aparta del montaje
clásico, cuyos films son impactantes (“La línea general”, “El acorazado
Potemkim” y su escena de la escalinata, “Iván el terrible”…). Y tantos y tantos
artistas de la cámara que nos han hecho soñar y que no caben en cien libros.
Habría
que hablar del gran mundo de la industria del cine y la utilización como
negocio e imposición de unas ideas
adaptadas al statu quo imperante, cuando los directores se ponen al servicio de
la ideología del poder y nos transmiten mensajes manipulando las emociones,
dígase Hollywoodienses.
Decía
Jean-Luc Godard que el arte es como el incendio, nace de lo que quema. Así el
cine nace de lo viejo que ya no nos sirve, pero al quemarlo produce formas nuevas.
Por esta razón he querido recordar lo viejo, porque hay mucha belleza en esas
llamas aún vivas, a pesar de que el ruido actual pretenda apagarlas.
Siempre
nos quedará París, y para algunos el olor del napalm por la mañana o Marcello
mojándose en la fontana de Trevi, quizás vivir una odisea en el espacio o
seguir el eco de la canción de Gelsomina, y a no ser que los ojos de Bette
Davis se crucen en el camino, Gloria Swanson continuará bajando la escalera
como una diosa en su crepúsculo y Kane repitiendo eternamente “Rosebud”, lejos de Roma la ciudad abierta. Algún otro
preferirá caminar bajo los techos de París con René Clair. O lanzarse a una
ruta en la diligencia, esperando recoger una cesta de fresas salvajes en el
desierto con Peter O´Toole, mientras piensa en jugar al ajedrez con la muerte o
en el asno devorado por el enjambre de abejas de una tierra sin pan. Pero
Monica Vitti vivirá su aventura cuantas veces queramos, y el profesor Charles
Laughton nos dirá que la tierra es de todos, así una y otra vez, porque sabemos
que el material del halcón maltés, al igual que el del cine, seguirá siendo el
de los sueños.