“Ser o no ser, ésa es la cuestión”: Hamlet, príncipe de Dinamarca (Shakespeare).
A veces hay que ponerse frente al espejo, mirarse a la cara y preguntarse sin miedo, sin medias tintas y por derecho, ¿quiénes somos? Esta es una cuestión que el Mono Sapiens se plantea desde siempre, desde que tiene conciencia de sí mismo. Para responder a esta pregunta puede ayudarnos la neurociencia, que nos dirá que somos circuitos neuronales, bioquímica y neurotransmisores. La genética nos hablará de ADNs cruzados de nuestros antepasados, que pasan de generación a generación. La sicología nos hablará de emociones, razón y autoconciencia. La antropología nos habla de un Mono Sapiens tribal y sociable (hoy las tribus modernas serían países, naciones e ideologías). Y por eso somos usos, costumbres y tradiciones de las distintas tribus, que sedimentarán en el derecho consuetudinario y el derecho positivo. La filosofía intentará responder a esa pregunta trascendental que todos los seres humanos se hacen alguna vez en la vida. Así, somos experiencias (empiristas), emociones (románticos), razón (cartesianos), lenguaje (Wittgenstein), mera existencia (existencialistas), el yo y sus circunstancias (Ortega y Gasset), etc. Por no hablar de las religiones, que, al hablar de alma y espíritu, nos dan una identidad religiosa que trasciende lo corporal y material.
Del mismo modo que hay una identidad personal, hay una identidad social, porque los pueblos tienen ese inconsciente colectivo (como diría Jung), esa memoria social y grupal, sedimento de tradiciones, usos y costumbres que pasaron de generación a generación. Este sedimento o poso cultural es el pegamento que une y da identidad a esas colectividades, naciones, estados e ideologías, tribus modernas que son la prolongación de las antiguas tribus del Mono Sapiens, un ser sociable que se agrupaba en grupos o comunidades. Esas tribus primitivas hoy serían las tribus ideológicas de izquierda o derecha.
Hablar de identidades en Europa es hablar de su evolución política y social desde imperios, reinos, feudalismo y monarquías hasta el nacimiento de los estados-nación. El tema de la identidad colectiva, tras estos estados modernos, llegó a un punto de inflexión con el marxismo y su materialismo dialéctico, cuyo internacionalismo obrero pretendió superar estos nacionalismos, relatos identitarios impuestos por las clases dominantes a los trabajadores: identidad de clase o identidad obrera frente identidad de clase dominante y explotadora. Y la pregunta es obvia: ¿terminó ese internacionalismo con las identidades de las naciones y estados?
Obviamente no terminó, porque el Mono Sapiens necesita raíces, una historia, un grupo del que forme parte y al que pertenezca, un pasado al que se sienta ligado y del que sea prolongación. Por eso somos seres con historia, pasado e identidad. Cuando William Faulkner decía que "el pasado no está muerto, ni siquiera es pasado", llevaba toda la razón. Según Marx el hombre es un ser histórico y esa historia se mueve de manera dialéctica en la lucha de clases, motor de la historia. Esa historia terminará cuando esas clases no existan (historicidad presente en Hegel y recientemente en Fukuyama). Para el cristianismo el hombre también es un ser histórico, pero incorporando la presencia de Dios dentro de esa historicidad. Esta historicidad está presente también en los movimientos decoloniales e indigenistas, que intentan recuperar esa historia nativa propia que les ha sido arrebatada y subsumida en una modernidad global que les ha impuesto Occidente, con el consiguiente olvido y destrucción de sus raíces y su identidad. La conclusión sería que la multiculturalidad sería "multihistoricidad y multiidentidad" al coexistir distintas historias y distintas identidades de distintas culturas (digo coexistir porque convivir no siempre es posible: la interculturalidad es un pensamiento sugerente, pero difícil de implementar).
Dado que ese historicismo e “identitarismo” son inherentes al ser humano, ¿es Occidente identitario? Mi respuesta es que sí, porque en este mundo globalizado y multicultural, los países occidentales también reivindican sus raíces e identidad frente a la reivindicación identitaria de los “desheredados de la tierra” (expresión de Franz Fanon y Sartre). Sería una especie de reacción identitaria de Occidente frente a la pulsión identitaria multicultural de otras culturas. Y de ahí el auge de los movimientos identitarios en Europa, como los casos de Orban, Le Pen, Salvini, Vox y Eric Zemmour. El caso de Zemmour es interesante porque su programa se basa en “recuperar la identidad francesa” y ha creado un nuevo partido llamado “Reconquista” (palabra complicada para referirse a la historia de España). Estos movimientos identitarios son llamados reaccionarios y neofascistas, porque suponen una reacción contra la modernidad, la multiculturalidad y la globalización. Esta globalización, representada por Soros, Bill Gates, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y demás magnates mundiales, supone un nuevo orden mundial en un mundo globalizado y sin identidades gobernado por multinacionales, bancos y políticos a su servicio. Según este análisis, habría una lucha entre globalistas e identitarios, internacionalistas y nacionalistas y las identidades nacionales podrían ser sustituidas por ese nuevo internacionalismo capitalista de plutocracia global. Así, este nuevo eje identitarios-globalistas podría sustituir al eje clásico derecha-izquierda (la derecha sería más identitaria y la izquierda más globalista).
Y en el caso de España, ¿cuál es su identidad? Difícil pregunta, porque España es un problema existencial y una duda metódica andante. España es un país existencial con problemas existenciales y la duda metódica de Descartes no es nada comparada con nuestras dudas identitarias (si Sartre y Camus vivieran, quizás podrían ayudarnos en esta cuestión existencialista hispana). Tenemos dudas sobre quiénes somos, de dónde venimos y ya no sabemos si la cosa empieza con la Hispania Romana, con Leovigildo cuando se proclama rey de Hispania, con San Isidoro de Sevilla al hablar de ella en su Historia Gothorum, los conflictos con Al Ándalus, los RRCC, la constitución de 1812 o cuando narices empezó el tema. Y si a esto le sumamos los conflictos históricos identitarios no resueltos de Cataluña y Euskadi, la cosa no mejora. Estas dudas identitarias se vieron en la guerra civil, donde dos almas o identidades chocaron: la de la izquierda revolucionaria y la de la derecha tradicionalista. Quizás la identidad española tiene muchas banderas y no es fácil que estén todas juntas. O quizás lo que queda de nuestra identidad sea la liga de fútbol, la gastronomía, nuestro estilo de vida, los realitys de Telecinco, los enfrentamientos de las diversas tribus hispanas...y poco más (quizás los exyugoslavos podrían decirnos algo al respecto).
La vida son luchas de identidad: de niños no sabemos quiénes somos y peleamos por construir nuestra identidad; de adolescentes seguimos buscándola; de adultos creemos haberla encontrado; y cuando llegamos a viejos…bueno, ya nos da igual, porque queremos seguir, con la identidad que sea. Y los problemas de la identidad sexual son razón de ser para el colectivo feminista y LGTBI.
La Historia de la Humanidad es una sucesión de guerras. Dicen que por territorios, recursos y poder, pero yo creo que son guerras de identidad cultural por imponer nuestra cosmovisión, nuestra identidad de tribu, ideología o nación. Incluso los enfrentamientos en el blog son luchas de identidades ideológicas, políticas y personales.
Como decía la canción de Siniestro Total, “¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?” Y mi respuesta es que seguimos sin saberlo, porque somos Sísifos eternos con nuestra identidad a cuestas. Quizás la respuesta ante este exceso de identidad sea dejar las cosas estar, dejarlas ir, dejarlas venir. O el desapego budista para acallar ese exceso de ego e identidad. Quizás deberíamos dejar de focalizarnos tanto en nuestra identidad, salir de ella, fijarnos más en la alteridad, trascender en el otro y mirar a los demás. Y así, al salir de nuestra zona de confort identitario, sentiríamos más las identidades ajenas y terminaríamos con la dicotomía eterna entre identidad propia e identidad ajena.
Un Tipo Razonable