Siguieron explicándome que en ese planeta, además de tener gran variedad de flora y fauna semejante a la que conocía, estaba habitado por grupos de primates parecidos al ser humano, de hecho, afirmaron, el componente genético era el mismo, las únicas diferencias radicaba en el aspecto primitivo de los mismos.
Me dotaron de un sofisticado equipo de supervivencia capaz de proporcionarme toda clase de recursos técnicos para darme cobijo confortable y procesar los alimentos que de forma natural aquel planeta pudiera abastecerme. También me dieron que me dejarían a mi suerte, sin control, sin normas ni trabas de ninguna clase, hasta que la muerte una vez agotados los medios que garantizarían mi vida durante muchos años, que sería superior a la de cualquier otro ser viviente del planeta, la muerte llegaría de forma natural, salvo infortunios con los que tendría que tener los cuidados que mi propia prudencia me facilitase.
Y allí quedé, viendo como aquel cacharro se elevaba poco a poco hasta desaparecer en el inmenso cielo azul, embutido en aquel traje y la ligera escafandra que me permitía
procesar la respiración de un aire al que tendría que ir acostumbrándome poco a poco, embutido en un traje térmico, pegado al cuerpo, que reaccionaba automáticamente a los cambios de temperatura manteniéndose siempre en unos constantes y confortables 23º C positivos, además de estar dotado de otras ventajas de auto-defensa en caso de necesitarlo.
Los días fueron transcurriendo sin mayor novedad que la del sustento y el descanso diario. Me encontraba en medio de lo que parecía ser una sabana arbolada, como las que existían en ciertos lugares de mi añorado planeta. Grupos de animales deambulaban de aquí para allá, paciendo unos y cazando otros. Teniendo la posibilidad de ciertos recursos técnicos, como decía antes, podía repeler sin causar daños cualquier ocasional ataque de algún depredador. No podía siquiera ser sorprendido por algunos de ellos gracias a los sensores que disponían los sistemas de detección del traje, que me avisaba de la actividad electromagnética cerebral procedente de cualquier animal que modificase su comportamiento habitual en otro agresivo.
Y llegó el día en que me encontré con ellos. De manera fortuita. En uno de mis paseos de exploración, al remontar una pequeña loma rocosa, cuya falda contraria iba a parar a una charca de agua. Lo vi, agachado, bebiendo con una de sus manos el agua que recogía y llevaba a la boca. No se dio cuenta de mi presencia. De alguna manera aquel ser intuía que por el lado de donde yo me encontraba no iba a recibir peligro alguno y teniendo su frente despejado se le veía tranquilo y confiado. Con sigilo empecé a bajar la pequeña ladera hasta situarme al otro lado de la charca donde estaba él, llegando hasta la orilla de la misma a unos 15 o 20 metros de distancia. En uno de esos movimientos de intentar beber con el cuenco de su mano levantó la vista y me vio. Reaccionó brúscamente, asustándose sobremanera dando un respingo hacia atrás cayendo de culo al suelo. Evidentemente, supuse que fue por la impresión que le di. Era obvio que en su vida había visto nada igual. No supo levantarse, o no pudo, quedó como paralizado, con los ojos y la boca muy abiertos por las extrañas sensaciones que, con seguridad, le provocaba mi inaudita presencia. Pasaron varios segundo sin que él ni yo nos moviésemos. No quería asustarlo más de lo que estaba, pero tampoco se me ocurría cómo evitarlo. Y levanté la mano derecha con el pensamiento de que pudiera interpretarlo como un saludo de paz. Su reacción no correspondió a mi intención. Se levantó de un salto y olvidándose de la rudimentaria lanza que portaba empezó a correr en dirección contraria de donde me hallaba, lanzando al aire una especie de ulular que por su tono me pareció un lamento de terror y miedo.
Bueno, me dije, al menos no ha intentado agredirme... Ahí están, totalmente parecidos a aquellos hombres primitivos que tantas veces había visto representados en imágenes y reportajes del cine y la televisión. Pero, quedaba claro, que el encuentro tenía que ser inevitable, andaban por allí y no íbamos a estar eternamente esquivándonos ya que ocupábamos un mismo territorio. Pasaron varios días sin tener señales de aquél ejemplar de homínido que, por su aspecto, se asemejaba a las representaciones que se hicieron de los llamados “homos hábilis”, o “homo erectus” que, por el rostro barbado y abundancia de vello corporal, me pareció era macho. Pero tampoco tardé en volverlos a encontrar. Esta vez un clan entero. Un grupo de unos veinte ejemplares, entre machos y hembras, incluidos algunas crías. Estaban en un pequeño calvero del terreno, al abrigo de unas rocas verticales que cubrían sus espaldas. No había ninguna fogata, señal de que no conocían aun la domesticación del fuego. Se les notaba tranquilos, pero expectantes. Cuatro o cinco ejemplares machos estaban un tanto alejados de espaldas al grupo, repartidos en semicírculo, en clara actitud de vigilancia, atentos a cualquier movimiento extraño en el entorno. Dudé que hacer. Sabía que mi presencia iba a alterarlos, pero no me quedaba más remedio que hacerlo. Tarde o temprano pasaría, y creía que lo recomendable sería que fuera cuanto antes y procurando que el encuentro fuera lo más tranquilo y pacífico posible.
Pude reconocer, que uno de los ejemplares vigilantes era el individuo que me encontré bebiendo en la charca. Pensé que lo mejor era que fuera él quien me viera primero. No sé, pensé que al menos él ya tenía esa experiencia que, con seguridad, habría contado de alguna manera al resto del clan. Di un pequeño rodeo sin que me viera y me situé en su perpendicular, detrás de unos arbustos, fuera aun del alcance de su vista.
Por fin me decidí y salí de entre el follaje comenzando a andar despacio y tranquilamente en su dirección, a unos treinta o cuarenta metros de mi posición. Enseguida me percaté del movimiento corporal extraño que mi deambular le causó en cuanto me vio. Se envaró, puso cara de horror, lanzó un gran grito y, volviéndose, se dirigió corriendo hacia donde estaba el resto del grupo. Los otros guardianes, al oírlo y darse cuenta de la situación, tras mirarme, se asustaron e hicieron lo propio, corriendo también hacia las rocas.
Seguí avanzando hacia el grupo de homínidos despacio, sin hacer gestos extraños, con todos los sentidos alertas, los dispositivos de defensa del traje activados y dispuestos para ser accionados en caso de necesidad. Anduve un poco más hasta que me hallé a escasos metros de donde se arracimaba aquel grupo de homínidos, muertos de miedo, aullando y abrazados unos a otros, agolpados contra las rocas. Sólo, media docena de varones jóvenes, empuñando sus rudimentarias armas, daban la espalda al grupo intentando protegerlo en actitud de defensa. Me detuve a una distancia que creí prudencial y me quedé quieto, sin hacer movimientos que pudieran ser interpretados como hostiles, esperando alguna reacción diferente a la que tenían.
El grupo de homínidos seguía gimiendo y chillando mientras sus defensores, en actitud amenazante, blandían sus palos puntiagudos a modo de lanzas. Estaban tan asustados como el resto, pero un básico instinto de supervivencia les obligaba hacerme frente a pesar de ser una situación totalmente diferente a las que hasta ahora se habían encontrado. Decidí alzar mi mano derecha, del mismo modo que hice cuando me encontré con uno de ellos, el mismo que ahora intentaba proteger al grupo, y un murmullo de gruñidos aun más fuerte siguió saliendo de sus gargantas.
Dije unas palabras en señal de saludo, consciente de que no iban a entenderme, pero la verdad es que no sabía de qué modo podría ganarme la confianza de seres tan primitivos y diferentes a mí. Al escuchar mi voz el nerviosismo y los gemidos del grupo aumentó, de modo que uno de los defensores, espoleado por la tensión, se abalanzó histérico sobre mí empuñando aquel palo afilado y apuntando hacia mi pecho. No tuve más remedio que accionar el sistema de ultrasonidos instalado en el casco, que dirigía sus haces de ondas exactamente hacia donde yo dirigiera mi mirada. Al impactar el haz de ondas ultrasónicas en el cerebro del individuo, éste paró en seco y cayó al suelo como fulminado. No lo maté, sólo quedó aturdido momentáneamente. Los gritos y lamentos de aquellos seres siguieron subieron de tono, permaneciendo abrazados unos a otros en apretada piña, y los que mantenían la actitud de defensa amenazante finalmente hicieron lo mismo: arrojaron sus armas y se unieron a aquel coro de amedrentados seres. Me acerqué al individuo derribado para ver como estaba. Iba recuperando el sentido poco a poco e intentaba ponerse de pie, cosa que consiguió con mi ayuda.
Al ver quien le tenía agarrado se zafó retrocediendo asustado, dando trompicones, buscando el abrigo del resto del grupo y uniéndose a ellos en aquella algarabía de gritos y lamentos. Me quedé allí, de pie, esperando a ver si aquellas manifestaciones de desenfrenado nerviosismo se apaciguaban. Transcurrieron los minutos y convencidos de que mi actitud no era hostil, poco a poco fueron bajando en intensidad tanto los gritos como la ansiedad nerviosa que los provocaba. No obstante, en cuanto me movía o realizaba un gesto de aproximación empezaba de nuevo aquella vorágine de histéricos lamentos, por lo que opté no moverme más hasta ver si acababan acostumbrándose a mi presencia, si eran capaces de considerar que en ningún momento no les quería hacer ningún daño. Y sin querer, se presentó la oportunidad de demostrar a aquellas criaturas que no sólo no alentaba ninguna intención de causarles ningún mal, sino que tuve la ocasión de defenderlas de un peligro real, como el que provocaba, en aquellos momentos, la súbita presencia de una manada de leones, compuesto por un par de machos adultos y varias hembras. El rugido de uno de los leones fue el que alertó a aquella amedrentada tropa de que otro peligro, esta vez conocido, auténtico y cercano, se cernía sobre ellos. Y volvieron a arreciar en aquel ulular desenfrenado provocado por el miedo y la impotencia sin atreverse a realizar ninguna otra acción.
La manada de leonas se desplegó en semicírculo por el calvero, avanzando directamente en dirección a tan fáciles y frágiles presas, mientras los dos leones se situaban detrás de las mismas, preparados para intervenir en caso necesario. La pantalla de rocas que había detrás impedía cualquier posible escapatoria por parte de aquellos seres. El nerviosismo subió en aumento ante lo que consideraban una muerte cierta. Me volví hacia la manada, conté hasta siete leonas que avanzaban en abanico cortando cualquier posibilidad de fuga para cualquiera que saliera corriendo en esa dirección pues no había otra. Ajusté la frecuencia de ultrasonidos del casco-escafandra miré a la primera leona de mi derecha y accioné el disparador. La leona, al recibir el haz de ondas golpeándole directamente el cerebro, dio un salto sobre si misma cayendo al suelo y quedando inmóvil.
Y así hice con una segunda, la tercera, la cuarta… el resto de animales intuyendo que aquel comportamiento de sus compañeras de caza no era normal, pararon su avance y cambiaron la actitud agresiva por otra de prudente retirada. Aun tuve tiempo de abatir a otra de las leonas. Las leonas abatidas iban recuperando el conocimiento pero les fui proyectando haces ultrasónicos de más baja frecuencia, de manera que sin aturdirlas del todo quedaron persuadidas de que lo mejor era marcharse de allí, desistiendo de la caza. Me volví hacia el grupo de homínidos que se habían quedado asombrados, mudos y expectantes… hasta que el hombre joven con el que me encontré en la charca por primera vez, hincó las rodillas en tierra y se postró temeroso.
Los demás le imitaron haciendo sonar en un tono más leve aquellos sonidos guturales. Esta vez de sorpresa, admiración y sumisión. Me dije: Bueno, me han tomado por un “ser sobrenatural” o algo parecido. Habrá que aprovecharse de ello para poder salvaguardar mi integridad física. Era previsible que pasara una cosa así. Alguna vez había leído, que en mi planeta, el origen de las religiones podían haber tenido un comienzo parecido a este. No me extrañaba. En cierto modo, aquí y ahora está pasando una cosa semejante. Todo por culpa de esa puñetera “Lotería Cósmica”, o cómo diablos se llame...
Continuara...
Flansinnata