sábado, 29 de enero de 2022

GUERRA

 Cuando Sun Tzu dijo “lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla”, se adelantó algunos siglos al concepto actual de disuasión. Pero esto no siempre funciona y al final suele haber conflicto.  Por eso Pablo Iglesias ha dicho que “la paz se construye sobre los resultados de la guerra” y “la política se construye sobre cadáveres”. El escritor romano Vegecio decía que “si quieres la paz, prepara la guerra”, frase en línea con la de Cervantes “Las armas tienen por objeto y fin la paz”. Gustavo Bueno cree que “La guerra forma parte de nuestra naturaleza humana” y Hegel dice que "la guerra es bella, buena, santa y fecunda”. Para Von Clausewitz “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, afirmación similar a las de Mao Zedong “La guerra es la política con derramamiento de sangre” y “la política es la guerra no sangrienta” (también dijo que “el poder nace de las bocas de los fusiles”). Como decía el general Foch, “la guerra es una dialéctica de voluntades hostiles que emplean la fuerza para resolver el conflicto”. Al final, la voluntad de poder nietzschiana está en cada uno de nosotros.  

 

La guerra es tan destructiva que sus contornos son confusos y a veces no está claro quién es el amigo o quién es el enemigo. Esto se vio en las guerras entre el Ejército Negro del anarquista Néstor Majnó y el Ejército Rojo de los bolcheviques y en las guerras entre las izquierdas en la guerra civil española. No es extraño que Churchill dijera a un diputado de su partido que en el parlamento “los adversarios están enfrente y los enemigos, detrás”. Y que el ministro franquista Pío Cabanillas dejara la perla de “cuerpo a tierra, que vienen los nuestros” para aclarar que a veces los aliados son más peligrosos que los enemigos. 

 

La primera víctima de la guerra es la verdad, así que, siguiendo el aforismo griego “conócete a ti mismo”, conozcámonos, asumámonos y digamos que la guerra es consustancial al ser humano a lo largo de la Historia y que es tan natural a nuestras sociedades como la violencia a los individuos. Las armas y la guerra nos han acompañado a lo largo de la Historia: guerras tribales, en Mesopotamia, de egipcios contra hititas, las guerras médicas entre griegos y persas, las púnicas, entre tribus germánicas, entre feudos, imperios, culturas y religiones. La Historia es una sucesión de guerras que han conformado la identidad de las naciones. Y éste es el trayecto humano desde las flechas y las lanzas hasta las armas nucleares, desde Caín matando a Abel con una quijada de asno hasta un analista en Utah matando a un muyahidín con un dron desde su pantalla de ordenador, como si fuera un videojuego. 

Con este planteamiento inicial, mal empezamos, pero las cosas chungas es mejor decirlas así, rapidito, por derecho y sin rodeos. Así evitamos malentendidos y confusiones siendo honestos y sinceros. Además, el “pensamiento Alicia” de un idílico mundo sin guerras (pensamiento Disney, diría yo), hay que ponerlo entre paréntesis: es muy “cool”, pero no sé si realizable. Y aquí recuerdo que “la paz en el mundo” es la frase más repetida por las Misses en los concursos de belleza cuando les preguntan por sus deseos (estos Infantilismos naïf son propios de la postmodernidad). Además, para acabar con la guerra y hacer la guerra a la guerra, se necesitaría ejercer una fuerza igual o superior a la de la guerra inicial, lo cual sería una tautología y una contradicción en términos. 


La Antropología y la Neurociencia nos hablan de la agresividad del Homo Sapiens, de los circuitos neuronales implicados en la agresividad y de los instintos más elementales imbricados en la amígdala, sistema límbico y cerebro reptiliano. Y la Genética nos habla de genes relacionados con la conducta agresiva y de que tenemos más de chimpancé que de bonobo. No obstante, los sociobiólogos y antropólogos hablan del peso de la cultura, por lo que se puede modificar el comportamiento humano con un aprendizaje en la "cultura de la paz". Esto se lograría a través del control de la corteza prefrontal sobre dichas áreas implicadas en la agresividad (difícil, pero no imposible). Freud vinculaba la agresividad con la energía libidinal y hablaba de instintos de vida y muerte (eros y tánatos). Erich Fromm considera que estos impulsos agresivos caracterizan a la sociedad capitalista y que para cambiar esto habría que modificar la estructura social y política. Y Marcuse dice que la división del trabajo, el progreso, la ley y el orden, llevan al debilitamiento de Eros y al aumento de la agresividad. 

En la Mitología griega y romana, Ares y Marte eran los dioses de la guerra. Ya en La Ilíada se observan los elementos de una guerra: luchas de poder, cólera, búsqueda de la gloria, razón de estado y fuerza.  En la Odisea Ulises hace de la guerra “el arte del engaño” y los Argonautas encarnan la visión de la guerra como aventura. Platón piensa que la naturaleza humana favorece el conflicto y dice que griegos y bárbaros son por naturaleza enemigos. En la república ideal de Platón, los guardianes o guerreros son considerados el grupo más importante después del grupo de los filósofos (gobernantes). Por eso admira a Esparta, ciudad griega concebida para la guerra. En cambio, Aristóteles no cree que la naturaleza humana haga inevitable el conflicto, porque el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, es propio de los humanos. Claro que estas consideraciones no importaron mucho a Julio César cuando hizo su campaña militar en la Guerra de las Galias, que fue también una guerra de propaganda política (un millón de prisioneros vendidos como esclavos y otros tres millones muertos en batalla: tomad nota, propagandistas aficionados).

Hobbes dice que la guerra y el ser humano van unidos porque éste es malo por naturaleza: el hombre, antes de vivir en sociedades, recurría a la violencia para competir por recursos, comida o lugares para vivir. Para detener esa violencia sugiere un contrato social en el que los hombres ceden su libertad al Estado, que a través de las leyes les ofrece paz (porque el ser humano salvaje guerrea y el ser humano civilizado se somete a las leyes).  Maquiavelo defiende que en una sociedad organizada se pueda ejercer el uso de las armas, por lo que ve necesario que los Estados tengan un ejército profesional que defienda su soberanía y mantenga el orden. Para Maquiavelo las guerras van destinadas a engrandecer al Estado (muy maquiavélico este señor). 

A diferencia de Hobbes (el hombre es malo por naturaleza), Rousseau piensa que el hombre es bueno por naturaleza (buen salvaje) y es la civilización y el estado los que originan la violencia y la guerra. Erasmo de Rotterdam es otro idealista y su pensamiento antimilitarista se sintetiza en la frase “la guerra atrae a quienes no la han padecido”. Esta línea antimilitarista sigue también Kant, que escribió “Sobre la paz perpetua”, objetivo que se lograría mediante un gobierno o autoridad mundial con una base jurídica de derecho internacional: constitución republicana, federación de Estados republicanos soberanos y derecho cosmopolita. La comunidad ética sería el objetivo final. Y yo añado que las guerras dejarán de existir cuando la ética del ser humano avance tanto (o más) que la tecnología (cosa difícil, visto lo visto a lo largo de la historia). Por cierto, Einstein pedía también una “autoridad política común para todos los países” y así terminar con las guerras.  

En el libro “De la guerra”, el militar prusiano Karl Von Clausewitz considera la guerra como una prolongación de la política. La guerra sirve a un objetivo político y en todo conflicto debe existir una subordinación de lo militar a lo político, porque sin control político se puede llegar a la “guerra absoluta”. Posteriormente el general alemán Ludendorff supera este concepto de guerra absoluta y habla de “guerra total”, en la que lo político se subordina a lo militar y la sociedad se subordina a la guerra. Y este concepto de guerra total me recuerda a la guerra moderna, que ya no es convencional y tiene muchas variantes: guerras híbridas, asimétricas, culturales, mediáticas, propagandísticas, electrónicas, económicas, jurídicas (Lawfare), etc. 

En el siglo XIX se aplican las teorías darwinistas a las relaciones humanas, con la consiguiente visión de la guerra como ley de vida, un mecanismo de selección de naciones por el que se subyuga a las naciones inferiores. Pero no creamos que la guerra es exclusiva de la derecha, porque es un concepto transversal que supera ideologías. De hecho, la izquierda también la justifica: como decían Marx, Engels y Lenin, la violencia revolucionaria es justificable como forma de transformación radical de la sociedad. Así, en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, Engels vincula la guerra con el surgimiento del Estado, estructura que pretende asentar y arraigar el derecho a la propiedad privada y medios de producción de los individuos poseedores de los recursos frente a los que carecían de ellos. Y ahí empiezan las guerras entre explotadores y explotados (esclavos). Por eso Marx hablaba de una revolución mundial para una sociedad sin clases, momento en el que sucedería el fin las guerras y el final de la historia: sin lucha de clases ya no habría guerras y existiría la paz, porque las guerras las organizan las clases dominantes (estados) para que las clases dominadas se peleen.  


Siguiendo con la izquierda, Foucault invierte la famosa frase de Clausewitz y dice que “la política es la guerra continuada por otros medios”. Por tanto, aún en periodos de paz, las batallas se siguen dando, porque sigue la voluntad de los dominadores y la voluntad de los dominados por cambiar esas relaciones de poder. Para Foucault hay una batalla política y cultural para cambiar estos “epistemes” o sistemas de conocimiento de los dominadores para mantener el poder. Esta guerra política y cultural se da en la nueva izquierda woke, que ha sustituido la guerra de clases de la izquierda tradicional marxista por las guerras de identidad, raza, género y sexo.  Es una guerra cultural contra el relato dominante de un Occidente blanco, eurocéntrico, heteropatriarcal, cristianocéntrico, machista, homófobo y racista. Y se da también en autores de la teoría decolonial, como Houria Bouteldja y Enrique Dussel, que hablan de una guerra política y cultural contra un Occidente colonial e imperialista que comete epistemicidios culturales y destruye cosmogonías.  Y hablando de guerras culturales, USA ha incrustado su particular relato del "American Way of Life" de Hollywood por todo el orbe y hasta la médula: esto sí que es una guerra cultural, pero con Coca Cola y palomitas.

Pero este Occidente imperialista ahora presenta sus guerras como “operaciones de paz”. El relato justificativo de “Ejércitos conquistadores” ha sido sustituido por el de “Ejércitos para la paz”. Y el Ministerio de la Guerra ahora es Ministerio de Defensa (eufemismo que mola más: mejor defender que guerrear). Y como se suele asociar a Occidente con la guerra, es bueno recordar que en Oriente también le daban al tema bélico con fruición. En el libro “El arte de la guerra”, de Sun Tzu”, se habla de tácticas y estrategias militares ("la guerra es el Tao del engaño"). Y en El libro de los cinco anillos”,  Musashi Miyamoto, el mejor samurái de todos los tiempos, nos habla de cómo vencer al enemigo.  

 Entonces, ¿el hombre es bueno o malo? ¿es rousseauniano o hobbesiano? 

Ambas cosas a la vez. El hombre es bueno y malo, creador y destructor, capaz de lo mejor y lo peor, de amar y de odiar, Eros y Tánatos. Todos llevamos dentro un ángel y un demonio, el bien y el mal. Por eso se dice que "del amor al odio hay un paso" y que "en el amor y en la guerra todo vale". Schelling decía que nosotros albergamos el bien y el mal “y Chesterton afirmaba que “soy un hombre, y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios”. En la Literatura hay magníficas obras sobre la condición humana durante la guerra. En sus diarios de la guerra durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, Ernst Jünger reflexiona sobre el ser humano, haciendo una especie de “filosofía poética” y captación espiritual de la catástrofe, una expresión de la lógica de la barbarie. Habla del soldado que soporta el dolor porque “es capaz de extraerse a sí mismo fuera de sí mismo, de extraer fuera de sí la vida y cosificarla”. Para Jünger, en el mundo moderno e industrial “predominan las valoraciones técnicas y al ser humano se le exige lo mismo que a una máquina”. Un mundo en la que “la técnica y la ética se han vuelto sinónimos”, un mundo en el que la persona singular ha sido sustituida por la masa, lo que origina insensibilidad.   

 ¿Se puede acabar con las guerras? ¿Puede haber un “decrecimiento militar” en línea con el “decrecimiento económico”? 

Sí, claro. Como cantaba Patti Smith, “la gente tiene el poder, nosotros tenemos el poder”. Así que sí, podemos acabar con las guerras, como con las guerras foreras, en las que vuelan cuchillos y puñales. Pero, ¿queremos acabar con ellas? El día en que desaparezcan los enfrentamientos en este rincón con cuatro gatos empezaré a creer que pueden desaparecer en un mundo de 7.000 millones. Hasta entonces, no me hagáis preguntas difíciles, porque el Sísifo moderno seguirá llevando la piedra de la violencia a sus espaldas. 


Un Tipo Razonable