sábado, 28 de abril de 2018

PERSONAS MERCANCÍA

“Las personas no somos mercancía”. Lo dice el sindicalista de la CGT… y lo dice el redactor del Opus Dei en la Revista de Doctrina Social de la Archidiócesis. Mercancía, un objeto de compra y venta al mejor postor, quien paga más, se lo lleva. Todo tiene un precio, todo está a la venta. Las personas vendemos nuestro trabajo, de nuestro trabajo vivimos, nuestro trabajo tiene un precio, por lo tanto nuestra vida tiene un precio: la ecuación está servida. Sólo es cuestión de establecer el precio en cada caso, por supuesto en un mercado sujeto a la única ley de la oferta y la demanda, que es la ley de la selva, la ley del más fuerte en un mundo sin otra ley que esta.

Razonamiento lógico impecable, argumento sin fisuras, consenso social total de extrema izquierda a extrema derecha pasando por todo el espectro de la centralidad. Sólo nuestras malvadas élites políticas y económicas sostienen lo contrario, y se empeñan en sostener un sistema en el que las vidas humanas aparentan valer sólo los 5 euros por hora que el empresario desalmado está dispuesto a entregarle.  No es así, y paso a demostrarlo.

El trabajo tiene un precio básicamente porque cobramos en magnitudes numéricas, cuantificables. De Perogrullo pero con un sentido profundo que no siempre se aprecia. Lo cuantificable lo es en virtud de ser valor material, como materia expresada en un bien o servicio generado, y los valores materiales se expresan en números para conocer cual es el valor de esa cantidad de trabajo en relación a otras cantidades de trabajo. Intercambiar nuestro trabajo por un precio le da un valor intercambiable por otros bienes necesarios para nuestra subsistencia, un valor que no tendría o sería totalmente arbitrario de no tener un precio numérico;  en definitiva, de no ser así, nuestra subsistencia quedaría a merced de la arbitrariedad subjetiva de otros, que deciden que nuestro trabajo es equivalente a otra mercancía valiosa….o no.

En una sociedad donde el trabajo no se cuantifica en un valor numérico, podría darse la situación de un individuo trabajar hasta reventar obteniendo muy poco o nada a cambio, y cuando fueses a protestar, recibir esta respuesta: “has trabajado por el bien de todos, eso tiene un valor incalculable que no puede ser pagado con dinero, pero la recompensa que recibes es mayor: es la satisfacción de haber contribuido como el que más” ¿A alguien le puede parecer justo esto? Podrá alegarse que entre este injusto extremo y esos miserables 5 euros por hora que reciben la mayoría hoy, hay un ancho camino de justicia que recorrer, cobrar por ejemplo 12 euros la hora, o 15, o 20, pero entonces habrá que admitir que nuestro trabajo es en cualquier caso mercancía; mercancía a precio de oro, pero mercancía al fin y al cabo.

Vender tu trabajo o tus habilidades no es lo mismo que vender tu persona, por mucho que se intente asimilar ambas cosas. La prostitución está en la frontera de lo que diferencia ambas cosas, por eso suscita tanta polémica interminable, tantos ángulos de visión. Pero cualquier persona mínimamente instruida en el concepto de Derecho Humano sabe que entre vender un niño o una mujer  a vender voluntariamente 8 horas de tu tiempo y esfuerzo, hay un trecho moral de años luz. En la venta de una vida por un precio no hay diferentes ángulos de visión moral, en la venta voluntaria del tiempo de tu vida, la visión moral es que debe tener un precio, precisamente porque tiene un valor intercambiable por el tiempo que otro ha dedicado a crear otro valor, con otra habilidad. Valor por valor, no valor por la nada.


Mickdos