Hay
que cambiar radicalmente las cosas. Esta es una afirmación habitual desde los
excitantes días de mayo del 68, y quien la decía pasaba por ser un progresista,
un partidario del Progreso. Durante mucho tiempo, para ser considerado tal sólo
requerías que un auditorio entregado de antemano a la causa escuchara salir
aquellas ardientes palabras de la boca o la pluma; fácil, limpio y sin riesgos
para el propio pellejo o bolsillo, de ahí lo de progre de salón.
Pero
50 años no pasan en balde. En 2017, ya nadie puede repartir carnés de
progresista sólo porque se sabe al dedillo a Sartre o Althusser. Fue grande la
decepción respecto de la acción pública que nunca colmó las aspiraciones
soñadoras de aquel 68, la propia mutación de aquellos jóvenes rebeldes en
maduros amaestrados e integrados con total naturalidad como piezas de esa
estructura que atacaban, en disciplinados discípulos del mainstream del Poder
establecido. Y los nuevos rebeldes no se conforman, no nos conformamos, con el
estado actual de las cosas. El Progreso sigue siendo una tarea pendiente,
siempre lo ha sido y muy posiblemente siempre lo será.
¿Dónde
encontrar nuevas vetas para revitalizar la idea de Progreso? Si hablamos de un
político, podemos establecer un listón de mínimos exigible en la honestidad
personal. Claro, únicamente la honestidad personal parece poco si nos remitimos
a la afirmación del principio, el cambio radical
de las cosas, dar la vuelta a la sociedad como un calcetín, o casi. Pero
sin duda, y visto el panorama de la Política y en general de las llamadas elites, se puede considerar que es
mucho. Y que la actuación honesta irradiada de arriba hacia abajo operaría tal
cambio sin necesidad de recurrir a la ideología, en feliz concurrencia con esa
corriente de pensamiento muy actual que pone su énfasis en la Ética y el
Humanismo, en los valores altruistas, como único y exclusivo motor de Progreso.
Pepe Mújica como referente.
Y
volvemos, como no, al capitalismo. El capitalismo como sistema económico que
hace del egoísmo su principal y casi único valor, y por tanto el aparente
enemigo mortal del Progreso ético. El capitalismo egoísta y codicioso que
supuestamente impide que las fuerzas latentes de aquel se desaten incontenibles
moldeando, por fin, la sociedad a imagen y semejanza de los altos valores
humanos que lo inspiran.
Pero
no hay tal enemistad, no hay contradicción, no hay impedimento a la irradiación
ética. Y no es honesto apartar al
capitalismo del Progreso, pues la idea de Progreso se desarrolló a la par del
capitalismo, no a pesar del capitalismo. El altruismo ha florecido en la cuna
del egoísmo, no fuera de ella. Y la prueba de esto es que siempre que se quiso
experimentar un Progreso no capitalista, nació un monstruo totalitario que daba
rienda suelta a los más bajos instintos de Poder arbitrario de unos hombres
sobre otros. El progresista Pepe Mújica lo sabe y por su eso su Uruguay, tras
una década de reformas, es más honestamente liberal que Francia o España.
Mickdos