Es de dudoso gusto el susto. No se debe asustar a nadie. Antiguamente se hacía en las esquinas y la gente se reía. Hoy se hace desde los medios de comunicación y la gente ya no ríe, más bien llora. Con lo cual, hoy, el susto se diluye en el llanto, como las lágrimas en la lluvia (que declamaba y clamaba el famoso replicante, con más tristeza que picante).
Es de tristeza que se inunda el erial de nuestra patria, tan sicaria. Espurios monigotes, intrigantes tuercebotas, filoaves de rapiña, pájaros de mal agüero, liendres encastradas en escrotos incautos que devienen piojosos plumillas de lengua alambicada y bífida, marmotas rumiantes de cenicientas nostalgias imperiales. Toda esta grey mató al soberano que en democracia no es rey sino ciudadano. Más de cien son los pueblos deshabitados en la cordillera celtibérica. La peste de la desprotección y el desahucio.
Acabaron con los señoríos para hacer del campesino proletario. Los mayorazgos también cayeron para enriquecer aún más a los ricos. Y las desamortizaciones anticlericales ensoberbecieron al clero, al punto de hacer resucitar la Inquisición, a la vez que se aprovechaba para hacer al rico más rico y al pobre más pobre. Tras un interminable infierno de pronunciamientos castrenses y castrantes, apenas pasado un siglo, nos llevaron a la guerra entre hermanos, para encanallarnos un poco más, para hacernos más siervos, para eliminar de nuestra testuz toda sombra de talento. Y así hasta el siglo presente que nos llevan agarrados por los cojones, pasando la fregona por la memoria. “Tantum ergo”, santo Tomás de Inquina (Quina Santa Catalina que nos daban a los niños para dormirnos, que para adormecernos ya se bastaban solos)..
Croniamental