Ya no va la Sinda, leré, ya no va a la fuente, leré, ya no va la Sinda, ya no se divierte, leré.
Eso dice la famosa jota calagurritana. Y parece ser que, por lo que pronostica el personal más lenguaraz y facundo de este país, los españoles somos la Sinda; vamos que, aunque Calahorra Calahorra, Calahorra es Washington, tiene obispo y to la hostia, casa putas y frontón, si nos convocan por tercera vez a las urnas, ya no nos divierte, y decimos que vaya su colipoterra madre a votar, que lo mismo me da que me da lo mismo.
Pero no, los votantes del PP no son la Sinda y, aunque la democracia se las trae al pairo, ellos, cuantas más veces son convocados, más acuden a las urnas.
La Sinda somos los escépticos, la inmensa mayoría del pueblo soberano, que en muy escasas ocasiones hemos visto que la política sirva a la función por la que se supone que nació, es decir, para salvarnos de la ley de la selva y servir de contrapoder al poder económico; para defender, en definitiva, los derechos del currante y sus familiares más dependientes o desfavorecidos frente a los enormes abusos de los ricos.
Surge una fuerza política que parece venir del soberano pueblo y, en pocos meses, ya se la despachan a gusto tirios y troyanos, conocedores de que la mayoría de los soberanos ciudadanos somos la Sinda.
Y el cántaro de la Sinda es frágil e ingenuo, cual alma de cántaro.
Así que, neutralizado el único referente político que pareció ser pueblo, los adalides del sistema saben que en unas terceras elecciones el cántaro de la Sinda se descuajeringará y los hijos de Franco, nietos de Gil Robles, bisnietos de Cánovas del Castillo, tataranietos de Fernando VII, choznos de Florida Blanca, trastataranietos de Felipe V..., nos seguirán gobernando.
Y el soberano pueblo se dice, como la tonadilla, “el PP podre me quiere gobernar y yo le sigo le sigo la corriente, porque no quiero que diga la gente: el PP podre me quiere gobernar”.
Hoy, en España, un buen negocio: el desodorante.
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