¿Qué clase de tribu es esta en la que vivimos en la que el que más más roba y miente más medra, mientras que al honrado y veraz se le considera tonto?
España tiene un inquietante sufijo (o semantema), qué yo ya no sé muy bien que cosa es esta; los conocimientos adquiridos en mi juventud, muchos se ahogaron en este río que es el vivir (que diría Manrique) por necesidad sobrevenida, al tener yo que soltar lastre por evitar que mi pequeña nave vital naufragara bajo el peso de ser uno mismo; recto, humilde y cabal, como lo fue mi padre.
Y no es que solo al que su padre se parece honra merece, es que intentar emular a un progenitor como el que yo tuve, es tarea de titanes. Algo de él aprendí.
Es-paña. Paña (neologismo rancio que me acabo de inventar): lugar de paños, paños sucios, paños calientes, de apaños y pañales de alta cuna, de pañuelos sudados de campesinos y pañuelos impolutos de señoritos. España es paña. Y si lo pones en europeo, donde la ñ no existe, se queda en pana. Pana de socialistas primerizos que devienen, tras largos años encaramados en el poder, en fino percal; tela fina, en seda o euros, según se hable de la misma ropa o lo que guardan sus bolsillos.
Una gran parte de los españoles entre paños calientes, otros a la sopa boba, otros de ilusiones. Pero algunos se han cansado de soñar y, como se dijo el 25M en la Puerta del Sol, “si nos robáis los sueños, no os dejaremos dormir”.
Entre marasmo y marasmo, el montaraz embustero toma aliento para (aunque sea por aburrimiento) volver a conseguir el voto, la llave de la Moncloa.
Mariano Rajoy es el paradigma del marasmo y el politiqueo que, desde el Siglo de Oro hasta nuestros días, retrataron con maestría autores de la talla de Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Mariano José de Larra, Benito Pérez Galdós, Pedro Muñoz Seca, Miguel Delibes, Antonio Buero Vallejo, Arturo Pérez Reverte, Juan José Millás, y tantos otros…
El eterno diletante, el funcionario cesante, el impertérrito ignorante de la indecencia, el embozado intrigante, el escapista pasmado, el licenciado vidrieras, el apóstol del conformismo, el ande yo caliente ríase la gente, el culo reciamente pegado a la poltrona, el héroe ausente, el pasmarote de la causa.
La gran virtud de Mariano Rajoy es que es atemporal, lo mismo serviría para una novela costumbrista de Miguel de Cervantes como para un ensayo novelado de la incertidumbre firmado por Juan José Millás. Su gran defecto: que, si de él dependiera, seguiríamos en el siglo XVI.
Por él no pasa ni el tiempo ni la necesidad de la gente.
Croniamental