Hace décadas que no oigo la expresión que, sin embargo, en tiempos resumía la acerba experiencia del vivir a sabiendas que ibas a dejarlo de hacerlo un día u otro: la angustia vital.
Uno claudicaba de su mismidad o de la de los vecinos por angustia vital.
Dejaba a al novia, los estudios, la empresa, los hijos, a su misma madre, por angustia vital.
En cambio, la angustia vital le hacía fiel al alcohol, a las drogas, a la promiscuidad (con el concurso de los demás o sus propias manos).
Yo ya no me atrevo a hablar de angustia vital, porque cualquier sieso me podría maldecir o acusarme de anacrónico (y yo, sinceramente, con Ana, nunca he sido crónico, alterno toda la vez).
Pero tengo que reconocer que el PP, el PSOE y Ciudadanos me causan angustia vital. Porque me quieren convencer e imponer el sentido común menos común de todos los sentidos: que uno ha de aguantar la angustia vital que es vital para el Estado.
Seguir observando a estos canguros del hijo del diablo me deja hecho añicos, necesito mirar los ojos de otra gente.
No quiero ponerme espeso ni cursi, ni mamarracho ni grotesco.
No me voy a explicar, pero Rafa Nadal me da vidilla, ese hombre merece la pena (y la alegría). Podría hablar de la humildad, del pundonor, de la honorabilidad, pero no, prefiero que cada cual juzgue lo que estime conveniente.
Para mí, no tiene nada que ver el careto lamentable del hipócrita con ese aire de vida que traslada en cada uno de sus actos el tenista.
Con un poco de guasa, pero con cierto acojono: contra la angustia vital, Rafa Nadal.
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