Está en nuestra naturaleza hacernos preguntas, el asombro viaja con nosotros desde que nacemos. Sin embargo no son las ciencias las que se ocupan de saber o explicar qué es la realidad, éstas solo describen las relaciones entre los distintos aspectos de nuestra experiencia y predicen los resultados experimentales. Es la Filosofía la que siempre se ocupó de preguntarse por las cosas que vemos, cómo se originan, hacia dónde caminan, por qué son como son, qué es la realidad.
Hasta hace poco la filosofía occidental oficial estuvo impregnada de fantasmas, habiendo triunfado desde la antigüedad clásica la línea que separaba en el ser humano la mente del cuerpo, pensamiento sistematizado por Aristóteles y adoptado por el cristianismo y los poderes políticos, abandonando la línea dialéctica de los presocráticos, de Tales de Mileto, de Heráclito, de la escuela de Elea, y de cuantos siguieron sosteniendo (a espaldas de la línea oficial) que el mundo es una unidad sin división entre materia y espíritu y que la “fisis” o materia, era el elemento básico de todo lo existente. A esta visión dialéctica que se desarrolló a espaldas de la línea oficial, se le llamó “oscura”, pero corría paralela al pensamiento oriental que, al cabo del tiempo ha devenido en una convergencia con los nuevos avances de la Física actual, echando por tierra la corriente filosófica que, durante dos milenios, mantuvo un conflicto en el ser humano al separar la mente (que llamaban espíritu) y el cuerpo, provocando una fragmentación no solo en el individuo sino en la relación de éste con la naturaleza, con los nuevos avances de las ciencias y con la sociedad en su conjunto.
No voy a hablar de iluminación, ni de física cuántica, porque me perdería. Solo quiero hablar de la experiencia. Cuando miro la tierra en invierno y escucho los latidos de toda la vida que germina dentro, y de pronto en primavera me impresiona la explosión de los brotes en el manzano y luego observo la magnífica apertura de la flor, para dar paso al cambio cualitativo del fruto, estoy tocando de primera mano la mejor lección de la naturaleza.
O si pensamos, por ejemplo, en algo tan elemental como son las hojas secas y cómo contribuyen a generar lluvia tal que si fueran imanes, o en qué modo a través de las bacterias que llevan adheridas y que son responsables de su descomposición, favorecen la transformación de la humedad de las nubes en gotas de lluvia y la formación del humus, nos habremos asombrado al comprobar que un simple grupo de hojas secas puedan fertilizar la tierra para que brote la vida.
En este proceso de descomposición, generación de agua y fertilización de la tierra, está explicada toda la dialéctica, los cambios cualitativos, el movimiento perpetuo que no nace de la nada sino que se manifiesta por las tensiones internas inseparables de la vida y de todas las formas de la materia, incluida la conciencia como otro estado superior de la misma. No necesitamos para entender los fenómenos de la naturaleza, ni dioses, ni entidades espirituales volanderas, aunque a veces los humanos llamemos así a lo desconocido o a lo oscuro que las ciencias no pueden definir aún.
Cuando nos hablan los físicos cuánticos sobre algunos fenómenos que solo tienen lugar si los observamos, nos parece absurdo. Y quizás lo que es absurdo es la explicación, puesto que bien podría ser que nuestro cerebro posea estructuras moleculares que puedan alterar su estado, en respuesta a un evento cuántico. Contado de una forma más simple: Podría ser que, al igual que se activan las neuronas para comunicarse por vía de señales eléctricas, igualmente cabría que al observar las partículas subatómicas fuéramos capaces de activarlas y cambiar su ruta a través de señales eléctricas existentes en nuestro propio cerebro. Esta comprobación queda para la ciencia, pero a nosotros nos queda la duda de si seríamos capaces de mover objetos con un cerebro bien entrenado, hecho que quedaría despojado de cualquier explicación espiritual o fantasmagórica, pues habríamos encontrado la comprobación física y palpable.
O cuando hemos tenido alguna experiencia que nos parece paranormal y que tendemos a recrearla con un relato fantástico, incluso a algunos les lleva a pensar en entidades supremas, quizás deberíamos sentarnos y esperar que la ciencia logre encontrar las capacidades y relaciones que nuestro cerebro posee para, en determinados estados de la conciencia, lograr traspasar límites de tiempo y espacio o de comunicación con otros cerebros alejados de nosotros.
Muchas cuestiones nos quedan por resolver, hasta hoy los humanos hemos estudiado de modo más objetivo la naturaleza y las cosas que nos rodean, que nuestro propio cerebro, debido a los condicionamientos a lo largo de la historia (la religión, el poder político y económico, la alienación, dependencia, manipulación de las mentes…), y que determinaron una fragmentación en nuestro ser, que nos impidió hasta ahora saber de qué materia están hechos también nuestros sueños.
Parece que la ciencia y la filosofía en su vertiente dialéctica, están dando pasos agigantados para dar respuesta a esa fragmentación. Nos están diciendo lo que los antiguos presocráticos (a los que llamaron oscuros) y lo que el pensamiento oriental ya sabía: que todo es uno, que el todo no es la suma de las partes, que todo tiene que ver con todo, que no necesitamos dioses ni entidades supracelestes para comprender el mundo. Desearemos que ambas, ciencia y dialéctica, nos ayuden a desentrañar nuestro cerebro desde sus orígenes como producto de un error genético, hasta su desarrollo maravilloso en la continua búsqueda de respuestas, y quizás entonces los seres humanos nos liberaremos de tanto conflicto interno y externo y podamos gozar de la armonía natural de la que gozan los árboles.
Eirene