viernes, 31 de julio de 2020

CONSPIRANOIAS

    Circulan por las redes cientos de teorías conspiranoicas sobre los más diversos temas; el 11-S, la llegada del hombre a la Luna, los ovnis, etc. La aparición del Covid-19 no ha hecho más que agudizar la situación. A las especulaciones sobre su origen, se añaden las polémicas sobre su posible tratamiento, o también incluso sobre si la pandemia existe verdaderamente o es una especie de gripe sobrevalorada.

    Intentaré ahora esclarecer el por qué de la proliferación de estas teorías llamadas conspiranoicas. ¿Provienen la mayoría de grupos de interés muy determinados y difíciles de detectar a primera vista o por el contrario constituyen la manifestación espontánea del miedo y el recelo en la sociedad capitalista contemporánea?

    Quisiera detenerme en la que considero la madre de todas las conspiranoias modernas; el asesinato del presidente de los Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy en Dallas (Texas) el 23 de noviembre del 1963. ¿Cuánta gente cree realmente que el tal Lee Harvey Oswald fue el único actor del magnicidio? Según la mayoría de las encuestas, una minoría. Personalmente, creo que en este caso creer en la versión oficial es el equivalente moderno a creer en la multiplicación de los panes y los peces, en especial cuando uno piensa en la famosa “bala mágica” capaz de cambiar varias veces de trayectoria para herir tanto a Kennedy como al gobernador Connally que viajaba con él en el famoso Lincoln negro descapotable que luego sería limpiado de cualquier rastro por los servicios secretos inmediatamente después del atentado.
https://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_de_una_sola_bala
Luego estuvo la conveniente eliminación física del propio Oswald –“I’m a patsy”, fueron sus últimas palabras–, el fallecimiento masivo e inexplicado/inexplicable de decenas de testigos que hubieran podido arrojar luz sobre el caso, y el famoso “grassy knoll”, en el que muchos oyeron disparos que podrían haber alcanzado el coche presidencial. Quien quiera adentrarse en este tema, puede consultar infinidad de bibliografía o de material en Internet, por no hablar del célebre filme de Oliver Stone, JFK. Tampoco el extraño hecho de que jamás se haya sabido una sola palabra de lo que dijo Oswald en el interrogatorio de 11 horas al que le sometió la policía de Dallas antes de ser asesinado por el mafioso Ruby contribuyó a disipar las sospechas, por no hablar de la célebre película Zapruder.

    Y en mi opinión con este atentado repleto de incógnitas se abrió la veda de las conspiranoias que ha durado hasta nuestros días. Luego vinieron otras teorías conspirativas; la de que los norteamericanos no habían llegado a la Luna –para mí la más absurda de todas–, las numerosas conspiranoias con referencia  a las vacunas –a estas volveré a referirme más tarde–, las especulaciones sobre el 11-S y la posibilidad de que se tratase de un ataque de falsa bandera, hasta llegar al auténtico avispero de conspiranoias que están proliferando con motivo del coronavirus. A nivel celtibero y más chapucero, podríamos referirnos a la llamada trama del 11-M, según la cual los autores del atentado de Atocha habrían sido unos etarras y no los militantes de Al Qaeda que se atribuyeron el atentado.

    Para mí la auténtica cuestión es ¿por qué tienen tanto éxito todas estas teorías? Creo que habría que distinguir entre las que son difundidas de manera interesada por un partido político en concreto –sería el caso de la teoría del 11-M en España– y aquellas que encuentran resonancia debido a la pérdida de confianza de los ciudadanos en sus gobernantes. En el caso de un país como los Estados Unidos, las encuestas detectan una gran pérdida de confianza en las instituciones. Si en los años 50 y principios de los 60 hasta un 75% de los ciudadanos norteamericanos creían ciegamente en lo que decía su gobierno, las últimas encuestas realizadas reflejan sólo un 17% de confianza entre los encuestados.
https://www.pewresearch.org/politics/2019/04/11/public-trust-in-government-1958-2019/
¿Por qué sucede esto? Hay quien lo achaca a la influencia de la filosofía de Reagan y sus propagandistas, según los cuales el gobierno era siempre el problema y nunca la solución, y por lo tanto había que desconfiar de todo lo que viniera de la administración (salvo que fuera una rebaja de impuestos, claro). Pero en realidad la desconfianza hacia el gobierno entre los votantes demócratas es aún mayor. Y eso casi con independencia de qué partido se encuentre en el poder. De ahí que en el caso de los Estados Unidos posiblemente se trate del síntoma de una decadencia civilizatoria. En el panorama mundial no aparece ningún país que pueda reemplazar a Estados Unidos como primera potencia –en mi opinión, ni siquiera China–, pero resulta evidente que cada vez menos norteamericanos tienen una fe ingenua en las potencialidades y la pureza de su propio país. El paisaje es un poco distinto en Europa, especialmente en los países latinos, donde en general la gente nunca ha confiado en el gobierno. Pero en los países europeos –especialmente los latinos, insisto– tanto la decadencia como la desconfianza hacia las instituciones son hechos asumidos que ya ni siquiera suscitan una gran inquietud.

    Si hubiera que escoger, ¿quién sería más temible? ¿Los conspiranoicos o los oficialnoicos ¿Los que desconfían del gobierno, de las guerras en que esos gobiernos se meten, los que rechazan las vacunas, los que creen en el fenómeno ovni o que el hombre no llegó jamás a la Luna, o los que creen a pies juntillas y por principio  cualquier información que provenga de los medios informativos convencionales –el famoso main stream media–, el gobierno o cualquier canal oficial? Personalmente me encuentro a menudo en ambas orillas. Por ejemplo, encuentro inconcebible que personas de mediana inteligencia puedan creer, todo el armazón de mentiras que sirvió para justificar la guerra de Iraq del 2003, con todas las historietas de las armas de destrucción masiva –Weapons of Mass Destruction– y todo el folklore mediático creado a propósito del famoso “eje del mal”, que agrupaba a tres países que no tenían nada que ver entre sí –el Iraq de Saddam Hussein, el Irán de los ayatollahs y nada menos que Corea del Norte–. así que admito que suelo temer bastante más a los oficialnoicos. Las teorías conspiranoicas verdaderamente disparatadas –creo, quizá soy demasiado optimista, y es verdad que a lo largo de la Historia ha habido excepciones–, suelen difuminarse con el tiempo a no ser que cuenten con un gran respaldo por parte del Poder con mayúscula. Es muy poca, por ejemplo, la gente que duda de la llegada del hombre a la Luna.

    Pero no quisiera terminar este escrito sin referirme a la teoría conspiranoica por excelencia de nuestros días; el origen real del coronavirus y todas las polémicas en torno a su tratamiento. ¿Se trata en verdad de la peor plaga que ha sufrido la Humanidad en un siglo o, como afirman algunos, del timo del Milenio? ¿Puede uno confiar en una OMS infiltrada por todas partes por las compañías farmacéuticas a través de las famosas puertas giratorias? ¿Son verdaderamente los confinamientos la mejor solución a largo plazo? Cuando nos dicen que “no se sabe” si la inmunidad de rebaño funcionaría contra el coronavirus porque quizá no haya tal inmunidad, ¿por qué hemos de creer que una posible vacuna futura sí que proporcionaría dicha inmunidad que, según dicen algunos médicos, no puede alcanzarse de forma natural, al revés de lo que históricamente ha sucedido con casi todos los virus? ¿Sucede eso acaso porque quizá se trate de un virus artificial? ¿Se puede confiar en compañías farmacéuticas como Gilead, a su vez propiedad del gran fondo de inversión Blackrock? A todas estas incógnitas, las únicas respuestas del oficialismo son recomendar el sacrosanto confinamiento y afirmar la certeza casi mística de la vacuna salvadora en el horizonte.


    Mi conclusión final es que si todas estas conspiranoias suelen tener éxito es porque la sociedad capitalista ha vencido pero no ha convencido; es decir, ha conseguido imponerse a los demás modelos de sociedad utilizando toda clase de medios y quizá por los defectos y carencias de esos modelos alternativos, pero la confianza de la ciudadanía en los dirigentes y las élites financieras, políticas y religiosas que las gobiernan están bajo mínimos. No son sólo los 83 billonarios que piden pagar más impuestos, es una gran parte de la población la que comprende que esta sociedad moderna se encuentra en una bancarrota moral y espiritual absoluta.

Veletri