viernes, 10 de julio de 2020

Ratas y margaritas

No voy a decir con Erasmo de Rotterdam que “cada bien de la vida es un don de la locura”, pero sí quiero tener en cuenta las dos dimensiones que parecen existir en la misma, la clínica y la creativa, asociadas al dolor y a la creación, en lucha constante entre la razón y la sinrazón, habitando casi siempre en la línea donde asoma la irracionalidad que forma parte de todos los seres humanos.

En cada uno de nosotros hay una tendencia creadora que a veces casa mal con el orden al que estamos sometidos en la vida diaria (el trabajo, la seguridad,  la escuela, las relaciones familiares y sociales…). Y nos embelesa mirar hacia ese otro lado donde el pensamiento es más espontáneo, desordenado y libre, o más oscuro, ante el cual la gente “normal” (palabreja que hoy está de moda y habría que analizar firmemente) opta, o por huir con miedo o por admirar, sin atreverse nunca a saltar la barrera, quedando en nosotros esa sombra (o luz, según se mire) que nos atrae hacia una vida opuesta al orden en el que vivimos.

Hablemos de los que viven del otro lado del espejo, de los que han sufrido el dolor, la marginación, la exclusión y también de los llamados genios, que fueron capaces de generar nuevos pensamientos tras haber desconectado del orden y de las reglas sociales impuestas por la sociedad de su época, a costa a veces de su propia salud y de su vida.

Quiero escribir desde mi experiencia personal para que la teoría no mate el conocimiento concreto. Viví  trece años con un artista pintor loco, alcohólico y con brotes de psicosis, inteligente, culto, extrovertido e introvertido, razonable e irracional, tierno y violento, todo a partes iguales pero sucesivas. Por ello me siento capacitada para decir que conozco la locura en propia carne, pues la locura alcanza y contagia si no de forma tan prolífica como el Covid, sí de forma tan envolvente y directa, hasta con resultado de muerte.  Viví atrapada en un delirio con olor a trementina y entre colores hechos tanto de libertad como de miedo y de angustia, en un mundo que la gente que nos rodeaba admiraba como si fuera una luz blanca. Era pintor conocido, avalado por varios miles de obras y decenas de exposiciones en todo el mundo, algunos oiríais hablar de él (lo digo por los lugares y los años de algunos foreros), pediría discreción y silencio si alguien piensa en el nombre.

Viví con él atravesando el límite, en la zona donde se encuentra la luz más hermosa, la simbiosis con la naturaleza más delicada, el amor, el arte, las pasiones más exaltadas, pero también las sombras más oscuras y el dolor más profundo. Tras los lienzos y el histrionismo, estaban las tinieblas, las botellas, la violencia, los cuchillos, las visiones terroríficas, los intentos de suicidio, las noches de delirium tremens, los gritos, el peregrinaje por clínicas y consultas de los maestros del “psi” (psicólogos, psiquiatras, psicoterapeutas…), y los continuos viajes de la cordura a la locura y viceversa, contemplado todo con impotencia y sufrimiento por mi parte.

En una ocasión pintó un óleo que representaba un delirium tremens, estado vivido semanas antes, las ratas, las arañas negras, las serpientes envolviendo a personajes con un ojo sangrante, se sucedían en la tela de dos metros. Me dijo que le añadiera algo y pinté unas minúsculas margaritas en la parte de abajo, donde solía él poner la firma. Así hacía también con sus botellas, le metía flores, como intento desesperado de ofrecerle el lado de la luz. Pero (ingenuidad mía de siempre) valía por un instante solo, después era un rasgo inútil, incluso a veces comienzo de un delirio nuevo. La gente admiró el cuadro. Solo él y yo conocíamos el horror tras la tela.

Y por fin, el pozo de la depresión para mí, su acompañante impotente a pesar de la entrega (imposible). Y el resultado de muerte para él que terminó muriendo sólo, en una habitación pequeña de un pueblo perdido, rodeado de botellas vacías y lienzos que ya no podía pintar.

Los “psi” cuentan que en ese enfrentamiento entre la razón y la sinrazón, el cerebro humano recurre a un proceso por el que puede crear una realidad nueva, transformada por la visión atrayente del otro lado. En definitiva, los “psi” cumplen su función educadora quedándose en el medio. Y quizás tengan ”razón” (claro).  Pero los “psi” obvian que los recursos que ellos ofrecen no curan a quien no quiere ser obediente a las reglas que impone el poder de un sistema bien disciplinado. La racionalidad y lo irracional muchas veces se intercambian los vestidos.

“La nave de los locos”, J. Bosch, 1503-1504 (fragmento)

Curioso es que hasta finales de la Edad Media los locos andaban errantes por los caminos, o a veces se embarcaban en naves por los ríos, el agua está asociada a la curación, de esto saben mucho los orientales. Pero más tarde se les encerró, se les recluyó, se les marginó en instituciones en los extrarradios de las ciudades, como peligrosos por revertir el orden social impuesto por quienes tienen el poder de privar de la libertad a las personas.

Foucault y la antipsiquiatría contribuyeron a cerrar esos macabros manicomios donde el horror era el aire en el que vivieron millones de seres a lo largo de varios siglos.

Tras una dura y larga batalla se acabó con aquellas instituciones psiquiátricas destinadas sobre todo a los pobres, también en la enfermedad hay lucha de clases. Y a finales del siglo pasado (en España con la Ley de 1986) se cerraron los manicomios.  Sin embargo hoy aún existen muchas carencias referidas a la salud mental, hace falta dedicar tiempo y recursos a la investigación. Y cambiar el chip, que es lo más difícil, porque hoy se sigue intentando adaptar el enfermo al sistema, se le busca un trabajo, se le hace productivo, se le medica para que sea obediente y sumiso.  Pero no se le da voz.

Hablar de psicosis, esquizofrenia o depresión es inútil para el que no lo sufre. Solo es importante consignar que hay 450 millones de seres en el mundo que padecen algún problema grave mental, y más de 150 millones de personas que han tenido alguna vez en su vida una depresión, cerca de un millón acaban suicidándose. Cifras que no dicen nada tampoco a quien no ha tenido cerca a alguna de los 90 millones de personas que sufren problemas mentales serios causados por el alcohol y las drogas. 

Sin intentar dar soluciones, porque las desconozco, he tratado de compartir mi experiencia y mis dudas. Espero haber abierto alguna línea de diálogo en el foro.

Eirene