Muerto ya el dictador "por la gracia de dios", surgió el que se consideró primer periódico progresista e independiente de España, llamado “Mundo Diario”.
Me aficioné a comprarlo a diario porque tanto en el modo de dar las noticias como, sobre todo, el contenido de los llamados artículos de opinión concordaba con mis ideas políticas y sociales. Y entre los buenos y distintos articulistas de fondo destacaba, para mí, los que escribía el historiador y escritor catalán Eduardo Pons Prades.
La interesante lectura de sus enjundiosos artículos me llevó a profundizar un poco más sobre la personalidad de este autor y fui adquiriendo su obra escrita que versaba sobre diversos temas relacionados con la Guerra Civil, la resistencia anti-franquista, la actividad guerrillera de los republicanos que pasaron a Francia enfrentándose al nazismo y posterior participación en la Segunda Guerra Mundial. Obras bien documentadas que, sobre todo, incidía en aquellos aspectos que la historia oficial no cuenta pero que forma parte de los pormenores de las pequeñas historias locales y personales, vividas por los protagonistas y contada en primera persona.
Una tarde del verano de 1982 me encontraba dando una vuelta por la librería de “El Corte Inglés” de Plaça de Catalunya en Barcelona, cuando entre las estanterías de libros veo su nombre asociado a un título que me dejó patidifuso. Lo tomé y hojeé, y me quedé muy sorprendido porque tanto el título, “El Mensaje de otros Mundos”, como el contenido, no concordaba mucho con el personaje y su trayectoria de vida (ciertamente, era el mismo Eduardo Pons Prades, pues lo pude comprobar en el currículum y la foto de la contraportada).
El antiguo combatiente republicano, ateo, anarquista, de sólida formación humanista, combatiente en la Batalla del Ebro, guerrillero en el maquis francés, historiador y escritor político, contaba en este libro en primera persona, nada más y nada menos que una experiencia de encuentro con seres antropomorfos provenientes de otros mundos, platillo volante incluido, de unos 70 metros de diámetro, según las huellas que dejó, y que pudieron medirse después, en el calvero del bosque donde estuvo posada. Narra el acceso a dicha nave por invitación de estos seres y posterior entrevista a bordo de la misma, que llegó a despegar con él dentro. Todo ello durante un intervalo de siete horas.
Seiscientas pesetas costaba el libro y seiscientas pesetas justas llevaba en el bolsillo. Lo adquirí sin importarme cómo iba a volver a casa, pues no tendría dinero para el autobús. Me senté en un banco del Paseo de Gracia, me puse debajo de una farola para cuando se hiciese de noche poder seguir viendo y lo leí de un tirón.
Ya, amaneciendo, me fui para casa recorriendo a patita los 9 kms. de distancia que habían. Prácticamente, dos horas de buena marcha. No fui capaz de pedirle dinero a nadie para poder coger el autobús nocturno.
Cuando llegué a casa con el sol bien alto mi mujer estaba a punto de salir, con el carrito de la niña preparado, para presentarse en el cuartelillo de la guardia civil y denunciar mi “desaparición”. No teníamos entonces ni un mal teléfono para poder haberla avisado desde algún bar donde, generosamente supongo, me lo hubieran permitido. Nos habíamos mudado recientemente y aún no disponíamos de línea telefónica.
Le expliqué a mi esposa lo que había sucedido y la pobre no sabía qué hacer, si reír o llorar, si abrazarme porque no me había pasado nada, o perseguirme por el piso a sartenazos.
Ella ya conocía mi “natural inquietud” por muchas cosas, pero hasta el punto de que pasasen las horas y no supiera nada de mí por una causa así ya era demasiado. No obstante, sirvió para que se tomara en adelante ese “natural inquietud” mía con mayor filosofía.
“El mensaje de otros mundos”, título que según me confesó el autor personalmente no le gustaba pero que le fue impuesto por la Editorial Planeta por razones evidentes de un mayor gancho comercial, se editó una vez y, a pesar de la demanda posterior que existió, no volvió a publicarse más. Hoy es imposible obtenerlo, aunque en ese empeño estoy pues tuve la fatal ocurrencia de prestarlo (como tantos otros) y nunca llegué a recuperarlo. (1)
En algunas de mis posteriores conversaciones con Eduardo me aseguraba que tal o cual editorial estaba dispuesta a publicarlo, pero la cuestión es que nunca se hizo. En esa época se especuló, con fundamento, que a “ciertos resortes de poder” no les interesaba que eso se produjese. ¿El motivo? Pues que entiendo que Eduardo Pons Prades no es un “contactado” cualquiera. No es lo que hoy muchos podríamos considerar un “friki” medio descerebrado ansioso de formar parte del famoseo casposo y cutre de este país que tanto estuvo de moda años atrás. Conociendo la gran calidad humana del autor y su trayectoria política y social, además de profesional, motivos ocultos habrán tenido para negar las nuevas ediciones que, el interés general sin embargo demandaba en la publicación y obtención de esta obra.
De hecho, Pons Prades, ocupa casi medio libro hablando de eso: en denunciar las intenciones manipuladoras que el sistema y sus poderes fácticos utilizan y manejan para forzar y cambiar las voluntades de la población para hacerles creer lo que ellos quieren que crean; y que era consciente del carácter extraordinario de su experiencia y de las perniciosas influencias que podría ejercer en las personas una fabulación así. Pero a pesar de ese riesgo, él cuenta lo sucedido tal como lo vivió, sin que en su ánimo existiese ninguna intención manipuladora y extorsionadora de esa realidad.
Era muy probable que la probidad moral reconocida del autor, unido a la divulgación de un hecho tan extraordinario, podría haber creado una cierta zozobra en el ánimo de los diferentes mandamases políticos y religiosos como para lograr impedir nuevas ediciones.
Con todo, Pons Prades no organizó ningún tinglado contactista como los muchos que han surgido a lo largo de los últimos 60 años de fenomenología ovni. Inclusive, según cuenta él, estas supuestas entidades le otorgaban absoluta libertad para que publicase, o no, los pormenores del aquel extraordinario encuentro. Ni siquiera tuvo necesidad de contárselo a todo el mundo dentro de su entorno inmediato, pues yo mismo he sido testigo de las caras que ponían allegados suyos cuando, al acercarse a nuestra conversación, se daban cuenta de lo que estábamos hablando, haciendo exclamar a este hombre “¡¿vaya, a ti tampoco te lo había contado?!”… Gentes, en definitiva, de trato diario y muy cercana a él en lo ideológico que no tenían ni idea de aquella insólita experiencia.
Eduardo Pons Prades falleció el 28 de mayo de 2007. Quiero, desde estas líneas dedicarle un íntimo y personal homenaje póstumo a la memoria de un hombre que fue fiel a sus ideales y los llevó a cabo con humana e íntegra honestidad.
Particularmente, estoy convencido que este hombre vivió unos hechos extraños y extraordinarios. Y que dice verdad. Otra cosa es saber, dentro de su rica y pormenorizada exposición subjetiva, qué fue aquello a lo que se enfrentó, qué había exactamente detrás de tan sorprendente suceso.
Reproduzco a continuación la transcripción de la primera carta que recibí de él, una vez localicé su domicilio de Barcelona y le pedí relación epistolar.
En homenaje:
(1) Este libro puede bajarse en pdf de Internet.