viernes, 7 de febrero de 2020

Ideas y realidad: tribus y trincheras infinitas

El día que entré en este foro una persona me dijo que “estábamos enfrentados en distintas trincheras y que ella sabía cuál era la suya”. Y llevaba razón: la historia de la humanidad es una historia de tribus y trincheras ideológicas.

El homo sapiens primitivo era sociable y vivía en tribus. Hoy las tribus modernas serían países, estados, naciones e ideologías, grupos complejos unidos por el sedimento histórico de guerras, religiones y culturas. La evolución lleva a la secuencia clan, banda, tribu, reino, ciudad-estado, estado-nación, imperio, etc.: desde la trinchera tribal inicial a las grandes trincheras ideológicas de hoy.

Tribus y trincheras que definen ideas y realidad. Pero ¿qué es la realidad? ¿una construcción personal y subjetiva? ¿algo inefable y objetivo? ¿nuestras ideas pueden abarcarla? La filosofía lleva preguntándolo muchos siglos y la ciencia es lo más cercano que tenemos para interpretarla y conocerla.

Las trincheras ideológicas suponen interminables discusiones entre marxistas y liberales; o sobre las desigualdades producidas por el capitalismo (Milton Friedman & Chicago boys) y el fracaso del comunismo; o sobre modelos alternativos: el eurocomunismo (Marchais, Berlinguer) y el neomarxismo cultural (Escuela de Fránkfurt); o sobre por qué el socialismo triunfó en Europa y no en USA (William Sombarg).

Vemos la realidad desde nuestra trinchera personal o particular cosmovisión, una construcción subjetiva según nuestras experiencias, vivencias y aprendizajes. Así, unos harían énfasis en la igualdad y la justicia (izquierda, socialistas); otros en la libertad personal (liberales, derecha). Trincheras ideológicas procesadas y centrifugadas por cada uno.

Vale, pero, ¿y si ese esquema es obsoleto y la realidad no es de izquierda ni de derecha, ni conservadora ni progresista, porque hoy las geometrías ideológicas están rebasadas? ¿Y si esos parámetros ya no valen para un futuro radicalmente distinto? Esquemas antiguos para modelos futuros que nadie conoce. Esquemas viejos (trabajo para toda la vida en la misma empresa), que ya no existen en un mundo cambiante lleno de incertidumbre en el que desaparecerán trabajos tradicionales y aparecerán otros nuevos (robotización, automatización y digitalización de los procesos productivos). Mundo nuevo en el que podemos preguntarnos ¿y si ya no hay tensión entre capital y trabajo sino entre personas cualificadas con trabajos de alto valor añadido y personas sin cualificación y poco valor añadido? El trabajador de hoy sería responsable de su vida, de formarse, estudiar y estar actualizado en nuevas tecnologías sin esperar a que el estado se lo dé todo masticadito. Lo contrario sería paternalismo e infantilización del mismo. Vivir hoy supone una formación continua desde la cuna hasta la tumba.

Como dice Zygmunt Bauman, ¿qué hay de estable en una sociedad líquida en la que desaparecen las ideas sólidas tradicionales de nuestros abuelos (trabajo y matrimonio para toda la vida), y dan paso a un mundo precario, provisional, ansioso de novedades y agotador? Un mundo líquido, lleno de incertidumbre, donde todo es cambiante y se volatilizan los conceptos sólidos e inamovibles. Un mundo donde antiguos marxistas están en coalición con partidos burgueses. O donde antiguos izquierdistas franceses ahora votan a la ultraderecha de Lepen: el mundo al revés, antiguos progresistas se han vuelto “identitarios furibundos” que defienden sus privilegios “de clase”.

Un mundo de “crisis orgánica” (Gramsci) en el que las instituciones no son capaces de dar cauce a las reivindicaciones populares y hay que diferenciar los de arriba y los de abajo (Laclau). Una España con crisis del régimen del 78 (idea fuerza de Podemos) y crisis política por las trincheras nacionalista y constitucionalista. Y ahí estamos, en una lucha de trincheras (algunos lo llamarán debate existencial sobre qué narices es España).

Vivimos en una época de procesos enormemente acelerados, donde lo que sucede ahora en cinco años se corresponde a lo que antes sucedía en cinco siglos. La velocidad de procesamiento de los ordenadores se duplica cada doce meses (ley de Moore). Las nuevas tecnologías (inteligencia artificial, nanotecnología, biotecnología, Big Data, robotización de los procesos de producción, etc.) ¿son nuevas trincheras tecnológicas?

La realidad en Occidente (nuestra trinchera ideológica), la define el capitalismo liberal con sus tres etapas: el capitalismo de producción, el de consumo y el de ficción. En este último fabricamos y consumimos no solo mercancías, sino experiencias, sensaciones, expectativas y deseos (Vicente Verdú).

Superados ya el de producción y el de consumo (desde la Segunda guerra Mundial hasta la caída del Muro), estamos en pleno capitalismo de ficción (a partir de los 90 del siglo XX), donde se ofrece una nueva o segunda realidad: realidad de ficción o realidad mejorada. Este capitalismo de ficción nos ofrece el mundo como un espectáculo en el que los ciudadanos son espectadores pasivos y se les vende nuevas experiencias, procurando alimentar en cada persona la impresión de ser alguien. Un capitalismo de ideas-espectáculo que fabrica una realidad ficcionada, personalizada, customizada y adaptada a cada uno. Una realidad de ficción, con ideas low-cost prefabricadas y consumidas y en la que los maestros de ceremonia (brujos y chamanes modernos) son políticos, ideólogos e intelectuales que actúan como publicistas de un mundo feliz (Aldous Huxley).

Pero este “buen capitalismo” está en contradicción con la teoría de la “Nueva Edad Media” (Umberto Eco y Roberto Vacca). Según esta idea estaríamos en una degradación de las democracias capitalistas de la era tecnológica, sistemas demasiado vastos y complejos para ser coordinados y, por tanto, estamos condenados al colapso y retroceso de la civilización industrial.

En esta Nueva Edad Media no sabemos si los nuevos bárbaros son los chinos, los musulmanes, el tercer mundo, los pobres y marginados sociales (cuarto mundo), la generación contestataria, los inmigrantes que apremian en las fronteras o los que ya trabajan en nuestras sociedades (como los bárbaros que trabajaban dentro del Imperio Romano como esclavos o soldados).

Esta teoría de la “Nueva Edad Media” concuerda con las teorías neomarxistas, que hablan de un colapso civilizatorio inminente por las contradicciones económicas, sociales y políticas del sistema capitalista “depredador y consumista”. Colapso al que se suma la crisis ecológica, energética y los futuros escenarios de sobrepoblación mundial y escasez de recursos. Sólo el eco-socialismo o los modelos alternativos de “decrecimiento armónico” podrían salvarnos.

Las trincheras ideológicas estarían en el “choque de civilizaciones” (Samuel Huntington), lo que me recuerda las tres fases históricas de todas las civilizaciones: la mágico-mítica, la filosófica y la técnico-científica (positivismo de Augusto Comte). Cada cultura está en su fase histórica y trinchera y por eso hay un choque cultural entre el Islam (fase mítica y religiosa) y Occidente (fase técnico-científica). Y por eso no hay choque cultural entre Japón o Corea del sur y Occidente (ambos en fase técnica científica).

Las trincheras ideológicas pueden cambiar. El ejemplo paradigmático es Japón, sistema feudal medieval hasta mediados del XIX y que en cinco décadas se transformó en un país moderno e industrial tras la revolución Meiji. Este Japón feudal, aislado de Occidente por la política de cierre (sakoku), se modernizó, se occidentalizó y se industrializó, cambiando la trinchera medieval por la de la modernidad.

Otro ejemplo es Rusia, que pasó de una trinchera comunista a otra capitalista salvaje. O el de China, ejemplo de fusión y conciliación de ambas trincheras. Los que no cambian (o cambian muy poco) son los países musulmanes, que persisten en su trinchera medieval y esencialista.

¿Pueden desaparecer las trincheras ideológicas mediante un gobierno o autoridad mundial? Eso pensaba Kant cuando escribió “Sobre la paz perpetua” para asegurar los derechos humanos en el mundo; y Marx, que predicaba una revolución mundial para una sociedad sin clases; y Einstein, que pedía una “autoridad política común para todos los países”.

Somos enanos en hombros de gigantes (Bernard de Chartres) y cuando nos sostenemos sobre ellos vemos más lejos. Por eso aprendemos de las viejas trincheras: las de los clásicos griegos, racionalistas (Descartes, Spinoza), empiristas (Locke, Hume), ilustrados (Voltaire, Diderot, Rousseau), Kant, Karl Marx, existencialistas, etc.

En la postmodernidad líquida y fragmentada no hay respuestas sino preguntas. Soy una persona de dudas más que de certezas y de curiosidad más que de fe y creo que sólo el espíritu crítico y la búsqueda personal puede salvarnos de la mediocridad. Y a veces ni eso. Debe ser la insoportable levedad del ser dentro de la trinchera personal de cada uno en su tribu ideológica.

Un tipo razonable