jueves, 31 de enero de 2019

IGUALES Y POBRES (V)



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La reacción para regresar al estado de cosas anterior a la Revolución Francesa perduró medio siglo, porque casi todo aquel privilegiado que no pertenecía a la comunidad de productores, se unió en la lucha por evitar que aquel acontecimiento con sus excesos se repitiera. Y por sofocar las ideas que lo originaron. Tal fue el impacto psicológico que tuvo pese a la momentánea derrota que llevó a muchos al engaño de pensar que se podía impedir por la fuerza que la revolución aflorara, para siempre. Al engaño que la Historia tenía vuelta atrás. Pero no la tiene.

El cambio fundamental irreversible está en la noción de soberanía, que corre paralelo al de Nación. Los individuos pasan de ser súbditos a ciudadanos libres e iguales, recuperando, actualizando y profundizando la antigua tradición grecorromana. Demos, civitas y res pública. Los reinos no son patrimonio de uno o varios en particular, o resultado de una tradición de grupo inmemorial (no en lo fundamental, al menos), sino constituciones políticas de todas las personas en la libre determinación que como ciudadanos nacionales les pertenece por derecho. Hasta después de la ola revolucionaria de 1848, la realidad del mapa no reflejará la fuerza de la implantación de estas ideas, que no obstante estaban ya germinando desde la Ilustración del XVIII.

Sabemos que el Estado viene desarrollándose en la era Moderna como instrumento de la volunta soberana. Que el titular soberano a su cargo cambie de uno a todos, lo convierte en un instrumento de poder aún más formidable. No se trata ya sólo de gobernar, legislar o juzgar con intención más o menos benevolente: esto ya se le presuponía al monarca o los oligarcas, en el debido cuidado de lo que al fin y al cabo era su patrimonio. Ahora se trata de poner todos los medios para cambiar, moldear, diseñar entera la sociedad, de la manera que se considera justa a la luz de la razón igualitarista, haciendo "tabla rasa" si es preciso y el Pueblo así lo manifiesta, con la legitimidad indiscutida que las nuevas ideas le otorgan a dicho instrumento. Este aspecto de Poder Total del republicanismo, el nacionalismo y la democracia, cuyas implicaciones apenas fueron percibidas entre los decimonónicos, cobrará plena relevancia ya en el siglo XX.

Por supuesto, los poseedores y rentistas de los que hemos hablado ampliamente en capítulos precedentes, se resisten a ceder el control del instrumento que puede hacer que dejen de ser los exentos de producir, mientras los desposeídos, mayoría entre la comunidad de productores, se esfuerzan para que el instrumento sea expresión de la voluntad de esa mayoría. Para establecer un diseño nuevo por completo, según los que no poseen nada, o introducir cambios variables en ritmo y/o profundidad, según aconseja el grado de acceso a la posesión material de cada grupo social: esta es la dialéctica subyacente en las luchas del convulso siglo XIX y la configuración de las ideologías conocidas como conservadurismo y progresismo, después derechas e izquierdas.

No debemos olvidar que en el siglo XIX la capacidad para generar excedente  -la clave de la Historia Material, como vengo señalando- reside todavía en la agricultura, en la mayor parte del mundo. Es por ello que la Reforma Agraria, cambiar de raíz la estructura de la propiedad del campo una vez enajenada de las manos muertas de los estamentos, será materia primordial y muy candente de discusión en las constituciones políticas de los flamantes ciudadanos, y que es en ese momento histórico cuando el control del instrumento estatal se revela como fundamental para la consecución exitosa, o no, de tal reforma.

Es desde esta perspectiva que las elites de propietarios rurales, los terratenientes, imprimen al temprano Estado liberal su fisonomía característica de Estado raquítico, autolimitado, excluyente y/o acaparado, caciquil en definitiva, en aquellos lugares como la Europa Meridional, Oriental o Sudamérica donde la agricultura tiene un peso económico mucho mayor que la industria hasta bien entrado el siglo XX, para provocar por lo general el fracaso o el desvirtuamiento de la reforma agraria, cuando no su simple olvido en un cajón de asuntos a no abordar jamás.

Allí donde la Revolución Industrial se desarrolla con pocas trabas del Estado o una elite rentista, la Europa del Norte y Norteamérica, la tremenda rapidez con que la comunidad de productores desposeídos pasa de ser en su mayoría campesinado sin tierra a proletariado industrial, simplifica el análisis. Lo que todos sabemos: una acumulación de capital nunca vista antes que ya venía de lejos con el desarrollo mercantil ultramarino y colonial, a costa de unas condiciones de trabajo que empeoran en algunos aspectos las del campesinado medio. Es el capitalismo manchesteriano, apoyado en un Estado eminentemente burgués al servicio de los intereses de esta clase, así como el Estado meridional lo está al de la clase rentista-rural.

Una situación que tiene su punto álgido hacia 1850-1870, para a partir de entonces comenzar a mutar al ritmo vertiginoso impuesto por el dinamismo de una economía en alto grado mercantilizada y dentro de poco plenamente global, así como en el ámbito político por la instalación, con pasos adelante y atrás pero ya definitivos para quedarse, del progresismo en sus distintas propuestas herederas de la experiencia de esta era de las Ideas y las Revoluciones.

Mickdos