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Siendo la tierra con sus frutos y el trabajo de los brazos de los
hombres los únicos generadores de los bienes materiales, durante muchos siglos
la dinámica de Poder consistió en la lucha constante por su posesión. Posesión
de tierra y personas: el Medievo en pocas palabras.
Posesión por las malas de una forma u otra, con las armas en la
conquista bélica, o con la irracional ideología justificativa de los estamentos
cerrados. Imperio, Trono y Dios, laboratores, bellatores y oratores. El gran descubrimiento de esta Era
es una conquista sin el estruendo del entrechocar del hierro pero más duradera:
la conquista de las mentes. Mantener al pobre en su pobreza por aceptación
voluntaria de su condición, destinada a ser estática e inmutable. Y para que cuando se rebele porque la miseria
es insoportable, lo haga en nombre del Dios y el Trono que lo protege en su
solemne pobreza.
Con la sociedad medieval la acumulación de riqueza de unos pocos quedó
unida de manera indefectible a la noción
de pobreza de la mayoría, hasta nuestros días. Aunque no siempre será así, como
se comprobará cuando la estructura medieval se derrumbe. Pero por entonces,
esto era verdad. El hombre con tierra y el hombre sin tierra marcará la
diferencia de riqueza o pobreza durante más de diez siglos, en el Viejo y en
los Nuevos Mundos, con la agricultura de subsistencia como base económica y
punto de anclaje social, más allá de matices entre un mayor o menor grado de
servidumbre / libertad de la comunidad de productores respecto a los
privilegiados apartados de la producción, y de proporción / desproporción en la
tenencia de parcelas de tierra y su tamaño, según las regiones.
¿Y qué fue de aquel excedente comercial que permitió a los pueblos del
Mediterráneo Antiguo diversificar y enriquecerse, ampliar horizontes materiales
y culturales, introducir dinámicas diferentes en la evolución social abriendo
la puerta a la movilidad, la complejidad, el progreso de unos y otros?
El comercio tendrá sobre sí la mancha de la sospecha del judío usurero,
del enriquecimiento vil al margen del trabajo de la tierra y de la misión
sagrada de los estamentos. Y cuando el comercio revolucione Occidente en la
expansión ultramarina tardomedieval, tendrá mucho más de conquista mediante el
hierro y la Biblia, que de voluntaria relación mercantil. Ser rico por el
esfuerzo productivo, y no por la gracia de Dios, será un pecado a ojos de casi
todos cuya factura en modo de pobreza estancada pagará la Humanidad hasta bien
entrada la Modernidad.
Pero el comercio y el espíritu industrioso que con él va asociado, es un
hábito imparable que va socavando poco a poco, como el pico en la mina, los
cimientos de lo que se concibió como estático y
eterno. Y la evidencia que las redes de intercambio comercial con su
excedente actúan de agitador de la realidad material de ricos y pobres en
apariencia inmutables, y la mental del total entreguismo y resignación a tal
estado de cosas, también lo harán.
Mickdos