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Recuerdo cuando empezamos a descubrir que se nos había engañado vilmente con mentiras y con promesas que luego no se cumplieron. La indignación saltó por los aires, aunque no lo suficiente como para parar toda aquella barbaridad. Pues es hoy el día en el que se sigue produciendo eso, y quizá más y peor, y ya lo estamos asumiendo como natural, como algo que es inevitable y que nos debemos acostumbrar a vivir así.
Recuerdo cuando empezamos a descubrir todos los casos de corrupción en este país.
Estábamos indignados, teníamos un cabreo monumental. Pues estamos en el momento en el que la corrupción no satisfizo a casi nadie, en cuanto a su “aparente solución parcial”, y ya lo tenemos asumido como algo inherente e inevitable.
También recuerdo que los fondos buitres nos crispaban, los bancos eran nuestros principales y más sangrientos enemigos, o las autopistas las ignorábamos, yendo por carretera alternativas, aún a pesar de los trastornos que nos causaba. Han pasado unos cuantos años desde aquella tropelía, y es hoy el día en el que nada de aquello se resolvió y estamos ya asumiendo una realidad que creemos que es insalvable.
Tengo también recuerdos recientes sobre los tejemanejes de la Casa Real. Las frases aquellas de “que se jodan”, nos indignaba y nos cabreaba, llegando a colmar la paciencia de más de uno. Pues estamos en una quinta parte del siglo XXI, y todo sigue igual. Seguimos jodidos.
Recuerdo que las estafas nos ponían de los nervios, al comprobar que nos estaban tomando el pelo, que nos tomaban por tontos y que nos hacía sentir estúpidos. Y eso nos resultaba insoportable, inadmisible, intolerable. Pues la situación no ha cambiado en nada. Es más, creo que es más grave el problema. Pero tenemos ya la costumbre de ir asumiendo mierda pinchada en un palo como animal de compañía. Y le damos premios, tal cual a nuestra mascota cuando se porta bien.
Los que teníamos grandes esperanzas en que los nuevos tiempos nos traerían mejores venturas, nos hemos llevado un chasco monumental. Nos hemos hecho con un fracaso de dimensiones colosales. Lo que en un principio nos soliviantó, ahora nos parece normal, inevitable e irrecuperable. Ahora, las nuevas generaciones ya nacen con el pan de la mentira debajo del brazo, con el mendrugo de la corrupción en la axila, y la cigüeña nos trae criaturas convencidas de que este mundo es así, tal cual lo comprueban cuando ven la luz por primera vez.
O sea, que este mundo dio un paso de gigante de cara al abismo anunciado por quienes nos llevamos gato por liebre, o nos metieron en el saco de la compra un enorme fletán por merluza del norte.
Y con ese paso, ¿a dónde cojones creemos que vamos? ¿Qué carallo pretendemos conseguir con este lastre? ¿Qué creemos que vamos a alcanzar con esta mochila mugrienta y maloliente? ¿A dónde huevos queremos llegar con estas maletas cargadas de inmoralidad, de indecencia y de barriobajerismo?
Sea el viaje que sea el que hagamos, lo único que vamos a conseguir, es volver a la casilla de salida con las maletas llenas de más de lo mismo. Igual que cuando vas de viaje de vacaciones y te tienes que comprar una maleta a mayores para traerte los regalos o los recuerdos.
Y estamos condenados a volver a repetir el viaje para llenar más maletas, más mochilas y más lastre en nuestras vidas. Esa es la condena, esa es la penitencia.
Si nos damos cuenta, si reflexionamos por un instante, nos daremos cuenta de que hoy, siglo XXI, estamos tranquilos, relajados, sumisos y obsesivamente resignados a lo que tenemos.
¡Nos parecerá bien, y todo!
Tititokokoki