miércoles, 17 de octubre de 2018
EL ANARQUISMO, UNA IDEOLOGÍA DEL FRACASO
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Tenía en mente 117 temas posibles para la entrada, la mayoría de ellos relacionados con la cultura,
el arte, el cinematógrafo, los barbitúricos, la caza, el mundo de los toros, la agricultura intensiva…,
sin embargo me ha parecido más apropiado ya que este es un blog supuestamente político optar por el del anarquismo. En principio lo iba a titular ‘Vigencia del anarquismo’ o ‘Actualidad del anarquismo’, pero me ha parecido más certero ‘El anarquismo, una ideología del fracaso’.
La verdad es que anarquismos hay muchos anarco comunismo, anarco sindicalismo, anarco colectivismo, anarco individualismo, anarco pacifismo y hasta anarco capitalismo , y casi tantos como anarquistas. He utilizado intencionadamente una argumentación clara y un lenguaje sencillo para que me puedan entender también los votantes del PSOE y de Podemos.
La pregunta complementaria que propongo (y cuya selección dejo al libre albedrío de okupado) es: ¿Están condenados los anarquistas y los comunistas a entenderse? Como no voy a votar, respondo aquí mismo: no, no, y mil veces no.
Más que del anarquismo como idea en abstracto lo que de verdad me interesa es indagar en su realización práctica: ¿es posible que el anarquismo llegue a implantarse alguna vez en la sociedad de un modo significativo? (Como es un tema que no interesa a casi nadie, no me veré obligado a permanecer al pie del cañón defendiendo mi tesis, y si interesa ya encontraré alguna excusa para pirármelas).
Para quien lo ignore, es conveniente saber que el anarquismo viene a ser un tipo de estructura política sin ninguna clase de autoridad gobernante. Los anarquistas propugnan la abolición del Estado y la instauración de comunidades regidas por una autoridad que ellos mismos se imponen de forma voluntaria.
La idea es realmente sugerente: un mundo habitado por seres libres unidos por su amor a la libertad y el rechazo a cualquier tipo de opresión, un mundo donde no existan las desigualdades ni la explotación del hombre por el hombre. ¿No es acaso maravilloso?
Casi todas las teorías son, en teoría, realizables, incluso las más descabelladas; lo malo es cuando llega el momento de llevarlas a la práctica. Pongamos un ejemplo: desde tiempo inmemorial el Hombre se ha interesado por una idea que no ha dejado de rondarle por la cabeza: el transplante de cabezas; no obstante, hasta la fecha no ha habido éxito en los transplantes de cabezas de seres humanos que se han intentado llevar a cabo. Y aunque doctores soviéticos del período estalinista lograron insertar una cabeza extra en varios perros (algunos lograron sobrevivir unos días), los experimentos acabaron fracasando. Por cierto, al perro de Stalin lo respetaron y no le insertaron ninguna cabeza.
Con el anarquismo ocurre algo similar: la teoría es en apariencia fantástica, pero ¿y la práctica? ¿Es posible practicar el anarquismo aquí y ahora?
Pero antes de nada veamos qué es un anarquista. Y nadie mejor que un genuino representante del anarquismo, Benjamín Tucker (sí, el mismo Benjamín Tucker que a veces tenía ideas un poco locas) para aclarárnoslo mediante una pregunta y dos respuestas posibles:
‘¿Crees o aceptas alguna forma de imposición por la fuerza sobre los humanos? Si aceptas alguna, no eres un anarquista. Si no aceptas ninguna, eres un anarquista’ Fácil, ¿no? (Incluso más fácil que resolver una ecuación de Euler Lagrange). El anarquista es, entonces, un tipo que no acepta ninguna clase de imposición por la fuerza.
Bien, una vez definido qué es un anarquista, la cuestión que realmente me interesa es, ¿por qué el anarquismo siempre ha fracasado cuando ha querido llevar a la práctica sus ideales? Muchos me dirán: eh, que eso no es cierto, y me recordarán la revolución cantonalista de 1873, la Semana roja en Italia en 1914, el Consejo de Turín en 1920, varios soviets en la revolución Rusa, la Patagonia rebelde en 1921 (hay una película de 1974 de Héctor Olivera que recomiendo), la Revolución de Asturias de 1934 (con importante participación anarquista) y, finalmente, la Joya de la Corona, la Revolución española y las colectividades. No vamos a hablar del anarquismo primitivo estilo neandertal ni del anarquismo de las comunas de los sucios jipis de los años 60 porque el primero cae demasiado lejos y el segundo nunca ha sido serio. Y en cuanto a los primeros casos mencionados, todos fueron flores de un día.
El anarquismo tuvo sus mayores logros en un país, la España, y dentro de ese país en Cataluña y algunas zonas de Aragón, Andalucía, etc. En Cataluña no solo se crearon colectividades sino que lograron autogestionarse fábricas e infraestructuras importantes (siete hospitales de Barcelona, por ejemplo, y con gran éxito). Sin embargo, este logro del impulso libertario no fue posible tanto por méritos propios como por un hecho trágico: el golpe de Estado fascista y la Guerra Civil, que posibilitó que en algunos lugares la presencia del Estado quedara eclipsada o tan debilitada para permitir que los anarquistas, que ya tenían bastante fuerza, se hicieran definitivamente con el control.
Siempre he pensado que el anarquismo es un imposible. Una doctrina política cuya principal premisa es la libertad absoluta de cada persona está condenada al fracaso a menos que todas las personas compartan esa idea. Y la forma de llegar a ese estado pasa básicamente por dos caminos: o la lucha desde el anarcosindicalismo o una especie de creencia en que algún día todo el mundo se despertará convencido de que el anarquismo es la única y la mejor solución a los problemas de la Humanidad.
Y aunque los anarcosindicalistas ocuparan las fábricas y millones de personas se hicieran de la noche a la mañana anarquistas, ¿qué pasaría con los que no desean serlo? Pongamos un ejemplo: el movimiento anarquista renace de sus cenizas y convence a la mitad de la población de un lugar determinado, por ejemplo Cataluña, de que se adhiera a la causa. ¿Qué ocurriría entonces con la otra mitad que no quiere ser anarquista? ¿Se irían a vivir a otro lugar? ¿Serían reconvertidos? (los comunistas totalitarios no tendríamos ese problema, con darles matarile asunto arreglado)
¿Se dividirían las calles y los barrios? Este ejemplo, extremo y en apariencia absurdo tiene sin embargo cierto sentido, porque una sociedad formada por anarquistas debería permitir y tolerar atendiendo al bien supremo para ellos que es la libertad la presencia de no anarquistas, y en ese caso, ¿cuál sería la interacción entre sociedades tan antagónicas? Huelga decir que para que se diera tan hipotético caso la masa de anarquistas debería ser abrumadoramente mayor que la de no anarquistas. De no ser así los anarquistas serían finalmente derrotados y aplastados, como siempre les ha sucedido en su accidentada historia, por cualquier forma de Estado a la que se han enfrentado.
Toda esta apresurada digresión me sirve para hacer una pregunta clave: en la sociedad actual, ¿qué define a un anarquista de alguien que no lo es? (aparte de su declaración de principios).
Un trabajador que paga sus impuestos, recibe un salario, vota en las elecciones, depende del Estado para la Sanidad, la Educación, etc., posee propiedades (coche, casa…) y que se declara anarquista, ¿en qué se diferencia de otro en idéntica situación que no es anarquista? ¿Significa algo ser anarquista, aparte de defender ciertas ideas, generalmente en conversaciones de taberna, en clínicas psiquiátricas o en blogs?
Un comunista puede militar en un partido político y votar en unas elecciones, tener como referencia los logros conseguidos en el siglo XX (con todas las críticas que se quiera), y aunque actualmente poco o nada pueda hacer para que sus ideales triunfen, todavía es capaz de conservar una pequeña esperanza de que algún día las cosas cambien, aunque para ello tenga que agarrarse a un clavo ardiendo. Sin embargo, un anarquista debería saber que sus sueños de libertad jamás se harán realidad, y que su indigencia intelectual va a ser utilizada por el Poder para asimilarlo, de tal forma que no va a ser difícil convencerlo para que vote, para que crea en la Democracia (que se supone que es rechazada por el anarquismo), para que, en definitiva, se integre. Los comunistas, en cambio, poseen un mayor bagaje cultural e intelectual (nada más hay que comparar los panfletos de Bakunin con una obra tan colosal como es ‘El Capital’ de Marx para darse cuenta), son más disciplinados, saben unirse cuando el interés general lo requiere y organizarse en partidos políticos, no en meros grupos de afinidad como los anarquistas.
En definitiva, en la sociedad actual, decir ‘soy anarquista’ es como decir ‘soy un elfo’.
Doctor Odio © Todos los derechos reservados