“Que un obrero vote al PP es un reflejo de la estupidez humana”, ha manifestado Eleuterio Sánchez en un gesto que acredita su añeja y honda sabiduría. Porque si los trabajadores votan a los partidos que defienden los intereses de sus empleadores, en contra de los suyos propios, es como si no votaran; estaríamos igual que en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se estilaba el sufragio censatario, aquel que entendía que el censo electoral debería incluir exclusivamente a los varones que acreditaran poseer propiedades de valor y rentas altas.
Entonces, no se entiende para qué tantas sangrientas luchas por conseguir el sufragio universal que incluyera en el censo electoral a toda la ciudadanía (incluidas las mujeres, como es obvio) mayores de edad. Y eso de retrotraerse a lo peor de nuestra historia es, efectivamente, un reflejo de la estupidez humana, de la desmemoria histórica, que como es bien sabido, nos lleva a caer en los mismos errores que antaño nos condujeron a las mayores desgracias para el común de los mortales.
En un país subsumido, en calidad de Estado instrumental al servicio de las grandes corporaciones, en lo que se ha dado en llamar la globalización, los trabajadores deberían tener un plus de sentido común, mayor incluso que en tiempos del turnismo decimonónico, pues hogaño se hace más necesario que antaño poner en valor y defender los derechos de los trabajadores, dado que la patronal es mucho más fuerte y global. Cuando el mercado de trabajo, los precarios empleos, los salarios, dependen de las decisiones que toman organismos foráneos, se hace imprescindible para la clase trabajadora nacional contar con formaciones políticas con capacidad de gobernar a nivel estatal y capaces de obrar como contrapoder del verdadero poder, el económico; fuerzas políticas sustentadas en una mayoritaria, sólida y movilizada militancia. Obviamente, los trabajadores desmovilizados que, además, apoyan a partidos elitistas como el PP, representan una seria amenaza para la clase trabajadora.
En el siglo XIX, por medio del Pacto del Pardo, los partidos conservador y liberal (integrados por miembros de la burguesía, sin ninguna base social) instauraron el bipartidismo, imposibilitando materialmente el concurso de partidos de masas, asegurándose las victorias electorales por medio del sufragio censatario y la colaboración de los caciques.
Desde la muerte del dictador Francisco Franco hasta nuestros días, el bipartidismo se ha valido de la Ley Electoral y la prensa del régimen para hacer lo propio, en una enmienda a la totalidad de la Constitución de 1931 (sustituyéndola por la de 1978), tal y como, en su día, los partidos de Cánovas y Sagasta hicieran con la Constitución de 1869 (la republicana de 1873 no llegó a promulgarse), sustituyendo el sufragio universal masculino por el mucho más restrictivo sufragio censatario con la promulgación de la Constitución de 1876).
Efectivamente, los trabajadores asalariados o desempleados que votan al PP lo que en realidad nos están diciendo es que quieren volver al sufragio censatario vigente a partir de 1876 hasta 1931, que quieren que los más ricos manejen a placer los bienes y derechos de los más pobres. Un reflejo de la estupidez humana, como bien dice Eleuterio Sánchez.
Croniamental