viernes, 25 de febrero de 2022

NACIONAL DARWINISMO



En una escena de la reciente novela “Otoño”, de la escritora británica Ali Smith, aparece un debate radiofónico en el que uno de los personajes dice lo siguiente, todo ello en los días siguientes al referéndum sobre el Brexit: “No es sólo que hayamos fomentado de manera retórica y práctica lo contrario a la integración de los inmigrantes en el país. Es que también nosotros nos hemos animado de forma retórica y práctica a no integrarnos. Ha sido una autorregulación que nos hemos impuesto desde que Thatcher nos enseñó a ser egoístas y no sólo a pensar, sino también a creer, que la sociedad no existe”. Y el otro participante del diálogo contesta: “Eso es típico de vosotros. Superadlo. Madurad. Se acabó. Votación democrática. Habéis perdido”. 


Y efectivamente, una apreciable mayoría del pueblo inglés –pero exigua del pueblo británico- acababa de votar a favor del Brexit. De hecho, el resultado de la votación no podía ser más lógico. Si  la sociedad inglesa, que siempre ha destacado por su ausencia de solidaridad social –recuérdese la feliz época victoriana, sembrada de millones de trabajadores en la miseria , en el caso de los hombres, o de miles de prostitutas, en el caso de las mujeres-, había dejado de sentir la menor implicación emocional hacia sus propios ciudadanos, ¿qué empatía podía quedar para los inmigrantes? 

Y hay que aclarar que esa hostilidad no se reservaba únicamente hacia los musulmanes, sino también a los ciudadanos de países como España o Polonia, que eran considerados como “parásitos” a pesar de desempeñar oficios o tareas que , apenas cuatro años más tarde, con la llegada de la pandemia del covid, serían considerados como “esenciales”. Según los apóstoles del thatcherismo primero y del Brexit después, sólo debían quedar dos principios inalterables dentro de esa sociedad que, por otra parte, decían que no existía; el nacionalismo y el sálvese quien pueda predicado por la dama de hierro. Claro está que Samuel Johnson, uno de los grandes tótems de la cultura inglesa, dijo en su día que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”. 

Pero la mayoría de los votantes ingleses no estaban para recordar a esos pensadores tan poco acordes con sus ideas.


El encargado de hacer realidad el gran proyecto del Brexit fue Boris Johnson. Johnson pertenece a ese linaje de los políticos providenciales que se han puesto de moda en todo el mundo en las últimas décadas, compartiendo reparto con personajes tales como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Narendra Modi, Recep Tayyip Erdogan, Viktor Orban, Benjamin Netanyahu, o el mismísimo Vladimir Putin. Todos ellos tienen en común la etiqueta de líderes providenciales, de personajes difícilmente reemplazables, un papel que en gran medida ya había ocupado –aunque con tonalidades ligeramente distintas- la propia Margaret Thatcher, y, de hecho, se hace difícil concebir la existencia de al menos algunos de estos sin semejante predecesora. 

Porque cuando se rehúye por completo de cualquier proyecto de solidaridad o justicia social, de hecho la única herramienta identitaria susceptible de dotar de personalidad a un pueblo es el chauvinismo. Y cuanto peor entendido, tanto mejor. No basta con el simple orgullo nacional, sino que tiene por fuerza que ir acompañado de una cierta desconfianza a todo lo que sea extranjero o foráneo –ya no digamos si a eso se añaden temas de religión y raza-, de la afirmación constante de que las virtudes y símbolos  propios son únicos e irrepetibles,  ya se trate del cricket o de la tumba del Cid Campeador, según las latitudes y los gustos del folklore de cada país. 

En España, es Abascal el que aspira a este título de líder providencial carismático e irremplazable, y en un país en apariencia más maduro política y culturalmente que el nuestro como Francia, no son uno sino dos los líderes que aspiran a ese estatus casi divino: Marine Le Pen y el periodista reconvertido en político ultranacionalista Eric Zemmour.
 

Por supuesto que el ser un líder providencial implica unos determinados privilegios, uno de ellos la invulnerabilidad ante las consecuencias de los propios actos. Por ejemplo, a pesar de ser pillado con las manos en la masa saltándose las restricciones impuestas por su propio gobierno en sus ya famosas francachelas en el número 10 de Downing Street, Boris Johnson se niega en redondo a dimitir, algo que habría parecido inconcebible en los políticos británicos de generaciones anteriores que eran pillados en falta. Pero una vez más, volvamos a Margaret Thatcher: ¿de verdad podía creerse que la doctrina del “todo vale” a la hora de enriquecerse no iba a transformar también la ética –o ausencia de la misma- de los individuos?


Pero el ejemplar más logrado de esta clase de líderes lo ha ofrecido el llamado Monstruo Naranja, Donald Trump. Si hay una cosa que un líder providencial y providencialista no puede aceptar de ninguna de las maneras, puesto que supone la negación de su misma razón de ser, es una derrota electoral. Por eso tiene una profunda lógica desde ese punto de vista que Trump descalificase como falsos los resultados electorales que le echaban de la Casa Blanca para poner en su lugar a un político viejuno y decadente, representante inconfundible del establishment que desde hace ya décadas controla el Partido Demócrata, como Joe Biden. 

Y eso tiene todavía más lógica puesto que, desde el punto de vista por completo identitario del propio Trump y probablemente la mayoría de sus 70 millones de votantes, el único voto que debería valer es el voto blanco, y no el de esas minorías negras y latinas que fueron parte decisiva a la hora de negarle la presidencia en un segundo mandato. 

Boris Johnson's support is slipping away in true blue territory | News |  The Times

 

Llegados a este punto, cabría preguntarse por las razones del éxito de toda esta retahíla de políticos populistas de derechas y demagógicos en tantos países. En parte, lo que subyace es un rechazo al neoliberalismo y a su globalización mal entendida, que ha encontrado nexos de unión con el nacionalismo más carrinclon de viejo cuño. 

Pero hay algo más profundo en todo esto; el éxito de la propaganda neoliberal en desacreditar casi cualquier idea vinculada con la izquierda, la cual, sobre todo en su versión “woke” y progre tanto europea como estadounidense, es también globalista  e internacionalista, con lo cual encuentra un serio freno psicológico a la hora, por ejemplo, de limitar la inmigración en los países que gobierna. Este tipo de socialdemocracia o pseudo socialdemocracia, además,  cree también en su mayoría en el evangelio capitalista, y es también neoliberal pero con unos escasos matices “sociales” que no diluyen para nada la esencia misma del sistema. De esta forma, las clases trabajadoras se han encontrado poco menos que sin representantes políticos a ambos lados del Atlántico, aunque esto se perciba de una manera todavía más notoria en Estados Unidos. 


Este desprestigio generalizado y sistemático de las ideas de la izquierda ha permitido a los partidos neofascistas de nuevo cuño, más o menos agrupados bajo la égida ideológica y de métodos del gurú de la extrema derecha mundial Steve Bannon, actuar con una mayor naturalidad en sus postulados y renegar por completo de la mera idea del socialismo en su afán de atraer a las masas trabajadoras descontentas, un lujo que ni Hitler – con su nacional socialismo de boquilla- ni Mussolini se pudieron permitir. De ahí que estos modernos partidos neofascistas –Vox sería un claro ejemplo de ello- se proclamen a sí mismos neoliberales y privatizadores en lo económico, y furiosamente nacionalistas en lo social.


Una constante de determinados historiadores liberales ha sido menospreciar o disimular el darwinismo mal asimilado del propio Adolf Hitler, quien, de hecho, integraba su propio racismo enfermizo dentro de una más amplia visión darwinista de la sociedad y de la especie humana en su conjunto. Entre los méritos de la monumental biografía del Führer obra del historiador británico Ian Kershaw se cuenta el de  sacar a relucir estos vínculos de la ideología nazi no sólo con las tradiciones medievales más xenófobas y antisemíticas, sino también con el mundo empresarial y militar alemán, y, sobre todo, con  el giro más moderno del darwinismo visto como instrumento de codificación social, tal y como fue ya establecido por personajes como Thomas Huxley, conocido como “el bulldog de Darwin”, una ideología concebida en la ya mencionada sociedad victoriana, la cual, lo mismo que los Estados Unidos de nuestros días y su aplicación de la famosa sociobiología, necesitaba una coartada que justificara el oprobio de la miseria de millones de personas en su seno. 


De ahí que la ideología que verdaderamente defina a estos partidos del neofascismo o fascismo 3.0, aunque no se proclame de manera explícita como tal,  sea un nacionalismo  que probablemente se radicalice cada vez más  combinado con un darwinismo que no se declarara tanto en lo social , a fin de no enajenarse a las clases más populares, sino que se ensañara con las minorías raciales de cada país. Lo cual será una consecuencia muy probablemente inevitable de la incapacidad de estos líderes “providenciales” de resolver los profundos problemas que entraña el capitalismo moderno, tales como solucionar el problema de la automatización del trabajo y la consiguiente pérdida masiva de empleos, por ejemplo. La “fortaleza Europa”  forma parte de las soluciones que esta ralea de políticos van a proponer. Pero los problemas que se presentarán  son mucho más complejos. 

Veletri