viernes, 18 de febrero de 2022

Sol, Luna y Talía

Pasatiempo quinto de la jornada quinta

Talía muere por una arista de lino y es abandonada en un palacio, por el que pasa un rey, que le deja dos hijos. La mujer del rey, celosa, se apodera de ellos y manda que sean cocidos y dados como pitanza al padre, y que Talía sea quemada: el cocinero salva a los hijos y Talía es liberada por el rey, que luego manda arrojar a la mujer al mismo fuego que había preparado para Talía.

   Aunque el caso de las ogras habría podido suscitar alguna pizca de compasión, al final fue motivo de satisfacción, alegrándose todos de que los asuntos de Parmetella hubiesen salido bastante mejor de lo que se pensaba. Y siendo el turno de Popa de ponerse a razonar, ella, que estaba con un pie en el estribo, dijo así:

   Había una vez un gran señor que, habiéndole nacido una hija llamada Talía, convocó a los sapientes y adivinos de su reino para que le dijesen su ventura. Aquéllos, tras varias consultas, concluyeron que corría gran peligro por una arista de lino: debido a lo cual prohibió que en su casa entrasen nunca lino o cáñamo o cualquier cosa semejante, para eludir ese mal encuentro.

   Pero siendo ya Talía grandecita y hallándose a la ventana, vio pasar a una vieja que hilaba; y, pues no había visto jamás copo ni huso y gustándole mucho aquel rodar que hacía, le entró tal curiosidad que le pidió que subiera y, empuñando la rueca, se puso a extender el hilo, pero por desgracia le entró una arista de lino en la uña y cayó muerta al suelo.
   Viendo lo que había ocurrido, la vieja sin más escurrió la bola. Y el pobre rey, una vez al tanto de la desgracia y después de que hubo pagado con barriles de lágrimas aquel tonel de asperino1, la puso en ese mismo palacio, que estaba en el campo, sentada en una silla de terciopelo, debajo de un palio de brocado; y, tras cerrar las puertas, abandonó para siempre aquel palacio, causa de un dolor tan grande, para borrar en todo y por todo de la memoria esa desgracia.

   Pasado un tiempo, a un rey que estaba de caza por aquellos parajes se le escapó un halcón, el cual desapareció por una ventana de aquella casa. Así, como el halcón no acudiera al reclamo, mandó llamar a la puerta, creyendo que la casa estaba habitada. Pero después de llamar durante un buen rato, el rey, tras pedir una escalera de vendimiador, quiso escalar en persona aquella casa y ver lo que había dentro. Subió, pues, y una vez en su interior se quedó como una momia al no dar con persona viva.

   Por fin llegó a la estancia en la que estaba Talía como encantada, y al verla el rey, creyendo que dormía, la llamó. Pero como no despertaba por mucho que hiciese y gritase, y habiendo quedado encandilado ante sus beldades, la llevó en brazos hasta un lecho y allí recogió los frutos de amor, y, dejándola acostada, regresó a su reino, donde no se acordó durante mucho tiempo de lo que le había sucedido.
   Al cabo de nueve meses, Talía descargó un par de criaturas, un varón y una hembra, que eran dos preciosidades de cuyo cuidado se encargaron dos hadas que aparecieron en aquel palacio, las cuales las pusieron en los pechos de la madre. Y una vez, queriendo chupar y no hallando la mama, le agarraron el dedo y chuparon tanto que le sacaron la arista, tras lo cual pareció como si Talía despertase de un profundo sueño y, viendo a su lado aquellas joyas, les dio el pecho y las quiso como a su vida.

   Y mientras ella no sabía lo que le había ocurrido, encontrándose del todo sola en ese palacio, y con dos hijos, y viendo que le llevaban algún refrigerio aunque no sabía quién, el rey se acordó de Talía y, aprovechando una ocasión de salir de caza, fue a verla. Así, al hallarla despierta y con dos huevos pintados2 de belleza, sintió un placer inmenso. Contó entonces a Talía quién era y cómo había pasado todo, surgiendo entre ambos una amistad y un entendimiento grandes. Y, tras pasar unos días en su compañía, se despidió con la promesa de volver para llevársela. Ya en su reino, mencionaba a cada rato a Talía y a sus hijos: si comía, tenía a Talía en la boca, y a Sol y a Luna, que así había llamado a sus hijos; si se acostaba, llamaba a uno y otro.

   La mujer del rey, a la que la demora del marido en la caza ya le había hecho concebir alguna sospecha, con todo aquel nombrar a Talía, Luna y Sol, empezó a calentarse y no precisamente por efecto del sol, así que llamó al secretario y le dijo: «Óyeme, hijo mío, tú estás entre Escila y Caribdis, entre la jamba y la puerta, entre el atizador y la rejilla. Si tú me dices de quién está enamorado mi marido, he de hacerte rico; y, si me ocultases este hecho, no dejaría que te encontrasen ni vivo ni muerto».

   El compadre, de un lado descompuesto por el miedo, de otro halado por el interés, que es una venda en los ojos del honor, una mortaja de la justicia, un castrapuercas de la fe, le dijo al pan pan y al vino vino, debido a lo cual la reina mandó al mismo secretario en nombre del rey a visitar a Talía, con el mensaje de que aquél quería ver a sus hijos, y aquélla, con enorme alegría, se los envió. Pero ese corazón de Medea ordenó al cocinero que los degollase y que preparase con ellos varias sopitas y salsitas para dárselas a comer al desdichado marido.

   El cocinero, que era tierno de pulmón, cuando vio aquellas dos hermosas manzanas de oro tuvo compasión y, dándoselas a su esposa para que las escondiese, guisó dos cabritos en cien manjares variados.

   Y, llegado el rey, la reina con un placer enorme mandó que llevasen las viandas; y, mientras el rey comía con gran placer, diciendo: «¡Oh, qué rico está esto, por la vida de Lanfusa3 ! ¡Oh, qué bueno está esto otro, por el alma de mi abuelo!», aquélla siempre decía: «¡Come, que de lo tuyo comes!». Dos o tres veces el rey no prestó atención a este estribillo, pero al cabo, oyendo que seguía con la música, le respondió: «¡Ya sé que como de lo mío, que tú no has traído nada a esta casa!». Y se levantó encolerizado y se fue a una villa poco alejada de allí para desahogarse.

   Pero entretanto, no satisfecha la reina de todo lo que había hecho, volvió a llamar al secretario y le mandó que fuese a buscar a Talía con la excusa de que el rey la estaba aguardando; y Talía al momento acudió ansiosa de ver su luz, sin saber que la esperaba el fuego. Así, una vez ante la reina, ésta, con una cara de Nerón, de lo más furiosa, le dijo: «¡Sed bienvenida, doña Zorrilla! ¿Tú eres aquella fina pieza, esa hierba mala que goza de mi marido? ¿Tú eres la perra que me da tantas jaquecas? ¡Anda, que has llegado al purgatorio, donde pagarás por el daño que me has hecho!».

   Talía, oyendo esto, empezó a disculparse diciendo que no era culpa suya y que el marido había tomado posesión de su terreno hallándose ella dormida. Pero la reina no quería oír excusas y, haciendo prender dentro del mismo patio del palacio una gran hoguera, mandó que la arrojasen dentro. Talía, que vio las cosas mal encauzadas, arrodillándose ante aquélla le rogó que al menos le diese tiempo para despojarse de la ropa que llevaba. La reina, menos por misericordia de la pobre muchacha que por quedarse con esas prendas bordadas de oro y de perlas, dijo: «Desvístete, te lo concedo».

   Y Talía empezó a desvestirse, y con cada prenda que se quitaba lanzaba un chillido: así, habiéndose quitado el ropón, la falda y el jubón, cuando fue a quitarse la saya lanzó el último grito, mientras la arrastraban a hacer la cernada para la coladita de las bragas de Caronte. Pero en ese preciso instante apareció el rey, que, encontrándose con ese espectáculo, quiso conocer todo el asunto. Y, al preguntar por sus hijos, su propia mujer, que le reprochaba la traición sufrida, le contó cómo había hecho que se los comiese.

   Oído esto, el pobre rey, sumido en la mayor desesperación, empezó a decir: «¡De modo que yo mismo he sido el lobo de mis corderitos! ¿Y por qué las venas mías no reconocieron las fuentes de mi propia sangre? ¡Ay, turca renegada, cómo has podido ser tan perra! ¡Ve, que tú ahora mismo vas a recoger los tronchos, que no pienso mandar tu cara de tirano en penitencia hasta el Coliseo!».

   Y, dicho esto, ordenó que fuese arrojada al mismo fuego que había prendido para Talía, y junto con ella el secretario, que había sido manubrio de ese amargo juego y urdidor de aquella maligna trama; y, queriendo hacer lo mismo con el cocinero, al que creía triturador de sus hijos, aquél se arrojó a sus pies y le dijo: «¡En verdad, señor, no merecería otra plaza muerta4 por el servicio que te he prestado que un horno de brasas, no merecería otra ayuda de costa5 que un palo detrás, no merecería otro pasatiempo que el de retorcerme y encogerme en el fuego, no merecería otra ventaja que la de mezclar las cenizas de un cocinero con las de una reina! ¡Pero no es ésta la gran merced que espero por haberte salvado los hijos a despecho de aquella hiel de perro, que los quería matar para devolver a tu cuerpo lo que era parte suya!».

   El rey, que oyó estas palabras, quedó fuera de sí y le parecía soñar, y no podía creer lo que oían sus oídos. Luego, volviéndose hacia el cocinero, le dijo: «¡Si es verdad que has salvado a mis hijos, puedes estar seguro de que te exoneraré de girar los espetones y que te meteré en la cocina de este pecho para que gires como te plazca mis deseos, dándote un premio tal que te considerarás feliz en el mundo!».

   Mientras el rey decía estas palabras, la esposa del cocinero, que vio el apuro del marido, llevó a Luna y a Sol ante su padre, que, poniéndose a tocar tresillos con su mujer y sus hijos, hacía un molinete de besos ora con uno y ora con otro. Y, tras entregar una buena propina al cocinero y nombrarlo gentilhombre de cámara, tomó a Talía por esposa, la cual disfrutó de larga vida con su marido y con sus hijos, constatando después de todas sus vicisitudes que a quien Dios bien quiere,

durmiendo le llueven los bienes.

NOTAS:

1. Cfr. supra, El garfio, nota 6.

2. Cfr. supra, El mirto, nota 4.

3. Véase supra, El crisol, nota 1.

4. En el original chiazza morta, derivado del español: véase además supra, El mercader, nota 11.

5. En el original aiuto de costa, término también derivado del español.


Giambattista Basile (El Pentamerón)