viernes, 8 de octubre de 2021

LA MODERNIDAD

 Somos lo que somos y pensamos lo que pensamos por ideas que alguien pensó en el pasado. Y esto solemos asociarlo a conceptos como “lo antiguo, lo retrógrado, lo atrasado”. En contraposición a esto se habla mucho de “modernidad”. Pero ¿qué es exactamente ser moderno? ¿cuándo empezó la modernidad? 

Académicamente hablando, la modernidad, mejor dicho, la Edad Moderna, empieza en el siglo XV con el Renacimiento, con los posteriores cambios políticos, económicos y sociales debidos a las revoluciones industrial, científica, política, etc., el paso de la sociedad preindustrial y tradicional a otra industrial y urbana, el triunfo de los sistemas parlamentarios, la burguesía, el capitalismo, etc.  

Vale. Pero esto es una gilipollez académica antigua y casposa, propia de mentes ortodoxas y estrechas. Como en este foro somos heterodoxos y críticos (o sea “modelnos” y progresistas a tope), tenemos que verlo con otra perspectiva (moderna, claro, aunque alguno dirá “de género”). Así que hagamos una relectura de este concepto, hablemos de otras modernidades, alejémonos de bobadas academicistas (los académicos son unos pringaos, lo que yo te diga) y definamos mejor ese concepto tan gaseoso y etéreo de este “palabro tótem”.  

En estos tiempos de acción humana sobre el entorno natural, lo moderno es la ecología y creer que todo lo natural es bueno y todo lo humano es chungo (sobre todo si es capitalista, claro). El hombre es malo por definición y todo lo que hace es una mierda pinchada de un palo. No cuidamos el planeta, lo estropeamos y en algún momento nos pasará factura, sean terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, tsunamis, etc. Incluido el choque con un asteroide (que ya está tardando). Nos empeñamos en antropomorfizar la Tierra e idealizarla llamándola “madre naturaleza, madre Gaia, Pachamama, Gea” y demás, atribuyéndole inteligencia, cuando la realidad es que la Tierra va a su bola, estuvo aquí antes que nosotros y seguirá cuando ya no estemos. Y mientras tanto, consumimos productos bio, filetes vegetales, proteínas de origen no animal, probióticos, vitaminas y suplementos sin gluten y lactosa. Lo cual no impide que estemos gordos como cepos y nos pongamos de buen año: la obesidad es la modernidad con lorzas (aunque hay otros cuyo concepto de modernidad es estar fitness y niquelados). 

La modernidad es la anestesia que nos produce la sociedad del espectáculo, con su mundo virtual de Internet, pantallas y móviles. Ser moderno es tener un perfil molón en el que el “yo virtual” sea una proyección idealizada del “yo real” y en el que el Photoshop transmita el mensaje de que somos guays y superenrollados. Así que la modernidad es la mentira colectiva de este “capitalismo de ficción” en el que lo que importa es lo que parecemos y no lo que somos: lo moderno es la mentira, no la realidad (concepto antiguo y demodé) y la imagen que damos, no la persona. 

Si hay algo a la vanguardia de la modernidad, es la guerra. Muchos historiadores creen que el siglo XX empieza con la Primera Guerra Mundial, la primera guerra moderna e industrial en la que se pasa del caballo a los tanques y de la muerte personalizada y cara a cara a la muerte anónima, despersonalizada, en masa y a escala industrial. Y de ahí a la muerte con drones teledirigidos a miles de kilómetros sólo hay un paso (modernidad a tope). Así que la modernidad sería matar y morir a distancia y sin mancharnos las manos, como en un videojuego: donde esté la muerte tecnologizada que se quite la muerte primitiva a garrotazos y navajas (ahora somos más modernos porque tenemos armas más molonas).  

La modernidad es la cultura pop de Andy Warhol, Deborah Harris, los comics y Hollywood con su martilleo constante sobre nuestros cerebros para que vivamos esa felicidad moderna del “american way of life”. Aunque a mí particularmente siempre me ha gustado más la modernidad del cine europeo, como “la nouvelle vague”, “les cahiers du cinemá”, el neorrealismo italiano o el cine social de Ken Loach (entre otros). O la imagen de la modernidad europea que teníamos los españoles de los 60 y 70 cuando aparcamos a Raphael, Marifé de Triana y Bambino y empezamos a oír a Deep Purple y Leed Zeppelin. 

La modernidad es Peter Fonda y Dennis Hopper buscando su destino y alejándose en el horizonte con sus Harley Davison chopper en Easy Rider mientras se oye “nacido para ser salvaje”. La modernidad es McCartney cantando “Revolution” y Patti Smith cantando “La gente tiene el poder”. Mi modernidad personal empezó cuando mi hermana mayor trajo cintas de casetes de los Beatles y Marc Bolan de Londres. Con el tiempo aprendí que la modernidad iba en paralelo con la música rock, el  Rhythm and Blues, el soul,  Elvis Presley y demás. Como decía La Mode en su disco “la evolución de las costumbres “, “son los tiempos modernos que nos toca vivir, se aplazó el sueño eterno, es mejor no reír, se hacen ferias de muestras de la modernidad”. Así que la modernidad no eran los hippies creyendo en el amor libre, el sexo a tutiplén y el cuelgue sicotrópico con LSD mientras meditaban con su budismo “prêt a porter”.  



La modernidad es hacer las revoluciones pendientes, como la Revolución Francesa y la caída del viejo régimen. Pero no sé yo si el ilustrado y revolucionario Napoleón era muy moderno, porque extendió su modernidad ilustrada a sangre y fuego.  Por no hablar de la revolución rusa de 1917, que fue “necesaria” porque los ecos del marxismo aún resuenan en las conquistas laborales de la clase obrera que se tradujeron en una socialdemocracia europea. O la modernidad truncada de la II República, recuerdo melancólico para la izquierda española.  

China protagonizó la mayor revolución moderna de las últimas décadas a partir de 1978 con Deng Xiaoping, en la que el PCCh dio a luz el socialismo de mercado, ese extraño híbrido entre comunismo y capitalismo. Y mientras China se pone en órbita, sigue pendiente la revolución y modernización del Islam, que se quedó obsoleto y anclado en una dinámica de frustración y resentimiento hacia Occidente.

La modernidad es la deconstrucción del pasado, ser “enfants terribles” y mandar a la porra conceptos antiguos. Y eso hicieron Marx, Nietzsche y Freud, los “filósofos o maestros de la sospecha” (término acuñado por el filósofo francés Ricoeur). Los tres critican la sociedad de entonces y los paradigmas filosóficos asentados para cambiarlos radicalmente. Los tres afirman que el sujeto no se construye a sí mismo, sino que es resultado de condicionantes históricos y económicos (Marx), morales y sexuales (Freud) y culturales y religiosos (Nietzsche), por lo que es necesario un nuevo hombre (superhombre) que supere estas debilidades humanas (voluntad de poder). Y tras inspirarse en ellos, llegaron las modernidades del Mayo del 68 y las modernidades nihilistas, existencialistas, líquidas y hedonistas que autores como Foucault, Camus, Sartre, Kerouac, Bukowski y otros nos dejaron plasmadas.  

La modernidad es un concepto variopinto. Para los transhumanistas sería la de un ser humano mejorado y con capacidades aumentadas por la tecnología. Para Thomas Pikkety sería una regresión al siglo XVIII, porque el capital está concentrado cada vez en menos manos: la nueva aristocracia. Para Umberto Eco y Roberto Vacca la modernidad sería una “Nueva Edad Media”, en la que habría una estructura neofeudal con nuevos señores feudales: multinacionales, oligarquías financieras y clase política. Para Noam Chomsky la modernidad iría en paralelo con el control social por los medios de comunicación de masas (estrategias de manipulación mediática y doctrina del shock). Para otros la modernidad sería una dicotomía entre una élite capitalista global y movimientos reaccionarios o identitarios (modernos neofascismos).  

La modernidad para la izquierda pasaría por la implementación del marxismo e incluso se llegó a hablar del “nuevo hombre soviético”, arquetipo ideal y moderno de persona con cualidades socialistas.  Tras la Escuela de Frankfurt, el colapso del bloque comunista europeo y el eurocomunismo de Berlinguer y Marchais, el marxismo tuvo que tunearse, modernizarse y centrifugarse en otra neoizquierda moderna que es ahora ecologista, verde, sostenible, feminista, LGTBIQ-friend y habla de ecosocialismo, decrecimiento armónico y teoría decolonial. Con lo cual la modernidad sería sustituir la lucha de clases marxista por la lucha de grupos étnicos, religiosos, culturales y sexuales (moderna izquierda woke). 

Una bonita modernidad sería la de una moderna democracia digital en la que podamos votar por Internet sin el corsé de estados e instituciones y donde el Bitcoin y monedas digitales nos liberen de los poderes políticos y bancos centrales. No sé si esto sería el triunfo del anarquismo digital o del neoliberalismo (o ambos juntitos de la manita). 

La modernidad en economía parece que nos lleva a un mundo a dos velocidades con división de zonas desarrolladas y zonas no desarrolladas, enfrentadas y separadas por un muro económico. Sería una especie de “Imperio Romano” y “Mundo Bárbaro” en el que los nuevos bárbaros serían los países pobres. Una versión global de “hombre rico, hombre pobre”. Aunque podría ser la coexistencia de culturas y civilizaciones en un mundo multipolar con varios centros de poder y áreas de influencia: Occidente, China, Rusia, Islam, etc., con sus sistemas distintos, como el capitalismo duro o salvaje (USA), el capitalismo liberal-socialdemócrata (UE), el socialismo de mercado (China) y sistemas autoritarios (Islam).   

¿Y cuál es mi concepto de modernidad? 

La autocrítica, la revisión ideológica constante, el cambio continuo, ponernos en cuestión y repensarnos permanentemente.  Y por eso Occidente es muy moderno, porque al ser autocrítico, es capaz de contemplar sus errores, aprender de ellos, cambiar y adaptarse. Y como alguno pensará que soy eurocéntrico diré que también podríamos hablar de la modernidad china, japonesa, asiática o musulmana, que también serían posibles. 

La modernidad está en que cada uno de nosotros haga su revolución personal y se convierta en su mejor versión. Y esto incluye priorizar la ética sobre la tecnología y el factor humano sobre el factor económico. Porque desde que el Mono Sapiens no era moderno y los bonobos sí, la tecnología y la economía van a toda pastilla mientras que la ética va a pedales ¿Podremos “bonobizarnos”? Seamos optimistas y pensemos que sí. Uno se cansa de todo. Incluso de ser “Homo tecnológicus y Económicus” en vez de “Homo Éticus y Modernus”.  


Un Tipo Razonable