viernes, 5 de marzo de 2021

THE MISERING

Ya no se trata de distribuir, se trata de compartir. Se acabaron los tiempos anticuados en los que se pensaba que la justicia social consistía en que las grandes fortunas apocaran parte de sus fortunas pagando impuestos. Pagar impuestos se ha convertido en algo que sólo hacen los primos, aquellos que carecen de bastante dinero para evadirlo en una de las infinitas maneras que ofrece la ingeniería fiscal.

Hoy en día son los pobres los que tienen que compartir lo que tienen. Car sharing, home sharing, job sharing… Todo aquello que sea desmenuzable en alguna manera es compartido. La falta de dinero crea compañeros de piso insospechados, y montones de jóvenes y no tan jóvenes tienen que renunciar al sueño típico de los años 50-70 del pasado siglo de fundar una familia para apañar en su lugar una familia improvisada como quien va al Ikea a amueblar el piso. Entre todos consiguen pagar el alquiler y los gastos básicos de estos hogares disfuncionales, y el problema empieza cuando uno o varios de los “familiares” pierden su empleo.

Como digo, la convivencia no es siempre fácil. Los caracteres contrarios son muy difíciles de avenir, especialmente cuando no existen lazos de sangre ni afectivos entre ellos. Conozco más de una amistad que se ha ido a pique por vivir de este modo, y los problemas ya empezaban de buena mañana a la hora de decidir quién era el primero en ir a la ducha.

Claro que siempre es mejor vivir en convivencia casi forzada pero en libertad que vivir en la prisión. En Estados Unidos, el país pionero en el “todo sharing”, hay 2.300.000 personas que han tenido que aprender a cohabitar en prisión. Un record mundial. China, por contraste, tiene aproximadamente unos 200.000 presidiarios, pero mientras que la población de los Estados Unidos es de unos 330 millones de habitantes, la de China es de 1.400 millones. Se calcula que el número de prisioneros en los Estados Unidos iguala ahora al de la URSS en los mejores tiempos del padrecito Stalin (https://www.counterpunch.org/2021/02/26/american-gulag/).

La privatización de las prisiones ha envenenado la situación. Según la periodista norteamericana Eva Ottenberg:
“La privatización de las cárceles ha empeorado las cosas. De los presos federales, el 19,1 por ciento se encuentra en cárceles privadas, al igual que el 6,8 por ciento de los que se encuentran en las cárceles estatales. Estos infiernos de gestión privada obtienen ganancias al aumentar los honorarios pagados por los reclusos, desde llamadas telefónicas hasta correo y videoconferencias con un abogado. También ganan dinero escatimando en alimentos decentes y medicinas adecuadas y tienen muchas otras formas ingeniosas de sacar dinero de sus cautivos. Políticamente, las cárceles privadas son una fuerza reaccionaria que promueve, naturalmente, leyes criminales más duras y sentencias más largas. Porque así es como ganan dinero: para ellos, cuantos más prisioneros, mejor. Las cárceles privadas contribuyeron al aumento del 408 por ciento en la población carcelaria de EE. UU. De 1978 a 2014".

Este aumento de la población carcelaria se debió en gran medida a la Crime Bill de 1994, bajo la presidencia de Bill Clinton, y uno de cuyos principales impulsores fue el actual presidente de los Estados Unidos Joe Biden, otro de los dirigentes de la casta neoliberal que se apoderó del Partido Demócrata al socaire de la contrarrevolución reaganiana. Dicha Crime Bill instituyó políticas como la política de los “Three strikes”, con la cual un delincuente que cometiera tres delitos, aunque fueran menores, podía ser condenado a cadena perpetua. Por lo demás, estos presidiarios pueden ser obligados a trabajar para grandes compañías a razón de un salario de unos 60 centavos a la hora. Considerando que aproximadamente el 40% de la población carcelaria de los Estados Unidos se compone de gente de raza negra –cuando el porcentaje de gente de color entre la población total es de un 13/14%– , no resulta muy exagerado decir que la esclavitud que fue echada por la puerta tras la Guerra de Secesión de 1861-1865 ha vuelto a entrar por la ventana. En Europa todavía no se han extendido estas prácticas de encarcelar a una gran parte de la población. ¿Pero cabe descartar que algo parecido a esto suceda algún día cuando los lobos de la extrema derecha están aullando en los hemiciclos de todos los parlamentos europeos? Francia, por ejemplo, tiene casi un diez por ciento de su población que es de origen árabe-musulmán. El ajuste de cuentas racista podría empezar por aquí.

Por otra parte, la política de redistribución de la riqueza hacia arriba –en lugar del prometido “trickle down”, ay, este Friedman de nuestros pecados– ha funcionado a plena marcha, y en sólo cuatro décadas 50 billones de dólares han sido desviados en Estados Unidos al famoso 1% desde las otras clases sociales. Pero cada vez que se plantea la cuestión de redistribuir estas cantidades ingentes hacia fines sociales a través de, por ejemplo, el sistema impositivo, enseguida los medios de comunicación del sistema evocan el fantasma de la Revolución Soviética y los “horrores” de Stalin.

Pero vayamos a otra de las muchas redistribuciones de los ingresos de los pobres, el car sharing. Esta ha sido la base de la compañía Uber, según la Wikipedia: ”Uber Technologies Inc. es una empresa estadounidense que proporciona a sus clientes a nivel internacional vehículos de transporte con conductor (VTC), a través de su software de aplicación móvil (app),​ que conecta los pasajeros con los conductores de vehículos registrados en su servicio, los cuales ofrecen un servicio de transporte a particulares. La empresa organiza recogidas en cientos de ciudades de todo el mundo y tiene su sede en San Francisco (California).

Uber es la principal empresa proveedora de servicios de transporte a través de una aplicación. Debido a su gran expansión a lo largo y ancho del globo terráqueo, llegó a Latinoamérica en 2013 y desde su inicio fue catalogada como competencia desleal por el sector taxista. La presencia de la empresa en América Latina, aun con altos y bajos, tiene mucho éxito y proyecciones alentadoras a futuro”. 

 


Hasta aquí la definición de la Wikipedia. ¿Resulta ahora rentable para una persona cualquiera un oficio como el del taxi? Seguramente ya no mucho, porque el “car sharing” que suponen los modelos empresariales como Uber han minado esa industria de manera definitiva. Los taxistas pueden pasar la vida entera escuchando la COPE y votando a la muñeca asesina Ayuso o políticos similares si quieren, pero es el mismo sistema defendido por esta emisora y las demás del main stream media hispano e internacional el que los está liquidando como clase social.

Las previsiones sobre las pérdidas de empleo debidas a la robotización en la próxima década varían según los expertos. Hay quien asegura que la robotización destruirá millones de empleos pero en cambio creará muchos otros nuevos. Pero no es este el parecer de la mayoría de los economistas, como por ejemplo Guy Standing o el español Santiago Niño Becerra:
“La demanda de trabajo será cada vez menor, lo que dibujará una nueva estructura de la oferta de trabajo. El 10% - 15% de personas plenamente integradas en una organización con contratos a tiempo total y exclusividad absoluta, generadores de alto valor y con elevadas remuneraciones. Un 30% de personas contratadas para tareas concretas, tareas que serán de alto valor y específicas. El resto ocupadas puntualmente según el momento en tareas muchas de ellas marginales.”
https://www.abc.es/economia/abci-santiago-nino-becerra-sistema-capitalista-esta-agotando-202011241706_noticia.html

¿Y cuál será la respuesta del capitalismo a este fenómeno de desocupación masiva? En su día, el presidente Bush Junior informó a sus compatriotas de que vivían en un país que les ofrecía la fabulosa oportunidad de poder trabajar en tres empleos distintos para ganarse la subsistencia. Pero quizá el futuro este en la RBU (Renta Básica Universal), aunque los grandes magnates del mundo ya parecen haber encontrado una solución a su medida: la filantropía. La filantropía ofrece muchos usos a los pocos individuos en el mundo que pueden darse el lujo de practicarla. Desde los tiempos de Rockefeller y Carnegie, no han faltado las iniciativas filantrópicas de estos grandes espíritus que se preocupan tanto por el futuro de la Humanidad. No sólo les permiten evadir impuestos de una forma creativa, sino que además pueden ser utilizadas para abrirse camino en nuevas industrias. Quizá el ejemplo más evidente de este tipo de personas sea el de Bill Gates, quien no sólo se ha dedicado a Microsoft, el coloso informático más importante del mundo, sino que ha dirigido sus esfuerzos a diferentes campañas de vacunación en todo el mundo y es quién financia en gran medida a la mismísima OMS a través de la fundación GAVI (https://es.wikipedia.org/wiki/GAVI). No contento con eso, Gates está también tomando parte activa en el proceso de transformación de la agricultura de la India, en el que cientos de millones de agricultores se verán afectados por una nueva legislación nacional, introducida por el gobierno del Baratiya Janata Party de Modi, que les dejará prácticamente atados de pies y manos frente a las grandes transnacionales de la alimentación y los productos agrarios como por ejemplo Monsanto-Bayer, todo lo cual está generando una oleada de protestas tumultuosas contra el gobierno indio rigurosamente silenciadas por la inmensa mayoría de los medios occidentales. Con lo cual se demuestra que no hay mayor negocio en el mundo que ser un filántropo todo terreno. Y lo de menos es que las soluciones que estos filántropos ofrecen no tenga nada que ver con lo que desean los supuestos beneficiarios de tanta caridad cristiana.
(https://www.counterpunch.org/2021/02/26/we-need-democracy-not-billionaire-philanthropy/).

De manera que, dado que casi todos estos rasgos del nuevo estilo de vida que afecta a nuestras sociedades provienen del mundo anglosajón, he pensado que este artículo que pretende englobarlos, o cuando menos describirlos brevemente, no podía tener mejor título que un anglicismo más: “The Misering”.

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