viernes, 12 de marzo de 2021

La colonización del deseo

Aldous Huxley en “Un mundo feliz” presenta el “soma” como la droga que aportaba a la gente la felicidad, se usaba cada vez que algo les hacía pensar, de ese modo no se cuestionaban el sistema, eran esclavos agradecidos.

Hoy la toma del soma, de los diferentes tipos de soma, no pertenece al campo de la distopía sino al de una realidad aplastante, que ha superado a la ficción.

Estamos acostumbrados a que nos presenten el tema de las drogas en la figura del toxicómano, encerrado en sí mismo, con su adicción ilegal a cuestas, pero esa forma de tratar el problema de las drogas es parcial; el soma está enraizado en la vida de todos (al menos en las sociedades occidentales), bien como ilegal bien aplicado a sustancias legales llamados medicamentos o drogas “sociales” como el alcohol, el tabaco, el café, el azúcar, ….,  sin olvidar las relaciones y actividades adictivas asociadas al consumo, la televisión, internet, el móvil, las compras, los centros comerciales, el turismo, los videojuegos, la pornografía,… que apelan a emociones momentáneas, pero que nos producen sensaciones de felicidad o placer siempre rápidas y dependientes de pulsiones continuadas.

Vivimos en un proceso de privatización de todo, también de la existencia, la gente teletrabaja o trabaja aislada, viaja en cápsulas de lata, ya no usa el tren ni los transportes públicos, pasa la mayor parte del día con una pantalla enfrente, se nos ha limitado la dimensión social, ya no pensamos en las luchas por cambiar el orden establecido, el miedo a perder el puesto de trabajo nos limita a nuestro espacio más individualista, y este aceptar la sumisión y la incapacidad de rebelarnos ante la desigualdad y la pérdida de derechos en el trabajo, nos produce un sufrimiento, una angustia de seres extraños a nosotros mismos que la sociedad palia con todo tipo de soma, desde medicamentos tranquilizantes legales (¡cuánto Tranquimazín venden las farmacéuticas!) hasta la droga social por excelencia, el alcohol, que nos proporciona el placer de un bienestar momentáneo y buenos dividendos para algunos.

Es la astenia social uno de los graves problemas que tenemos, y por el que nos preguntamos todos los días, el por qué estamos todos paralizados, sin saber reaccionar ante tantos desmanes de todo tipo.

En el siglo XIX las drogas se usaron como experiencia terapéutica, para paliar el dolor y ciertas patologías, con el fin de buscar el bienestar físico. También las utilizaron los investigadores como estimulante de sensaciones que proporcionaban una apertura de la percepción, incluso como medio de investigación artística. El mismo Huxley estudió los efectos del LSD y su potencial de creatividad, aunque ya advirtió de los peligros de su consumo, y de las dependencias.

Pero la postmodernidad se ha inventado a sí misma y ha dividido las drogas en legales e ilegales, diferenciando un fármaco de una droga no por motivos médicos sino económicos, al arbitrio de personas o instituciones alejadas de la experiencia científica. ¿Acaso el azúcar que nos meten en la mayoría de los productos que se compran en el supermercado, no es una droga adictiva, legalizada y nociva? ¿O el uso continuado del móvil y de internet, no se basa en pulsiones que invitan constantemente a mirar las pantallas en busca de la posible felicidad, como el soma de los personajes de “Un mundo feliz”?
En la actualidad el sistema capitalista, cuyo fundamento es acumular ganancias para los bolsillos de los que dirigen el mundo, encontró una mina en el concepto “soma”. Bastarían unos segundos para buscar en algún diario las cifras milmillonarias que manejan las empresas farmacéuticas en cuestión de antidepresivos y ansiolíticos, amén de los medicamentos destinados a tratar enfermedades inventadas y que antes eran ni más ni menos que situaciones derivadas de los aconteceres diarios de la vida (el TDAH, el duelo, la menopausia, la tristeza, la frustración…), cualquier situación vital ante la cual la sociedad no ha aportado otra solución que la medicación (droga, soma), o el fomento de las adicciones consumistas, en lugar de atajar los problemas generados por la falta de empleo, por la falta de futuro para los jóvenes y adolescentes, etc…, que son las situaciones que crean tanta tristeza y desesperación.

No voy a hablar de los efectos nocivos de las drogas (legales, ilegales, sustancias o adicciones de comportamiento), todos los conocemos o al menos tenemos algo de información vivida directa o indirectamente. Prefiero dejar para el debate estas cuestiones, e insistir en las estrategias a las que el sistema acude para crearnos las dependencias, controlar nuestra vida y hacernos consumir, objetivo final.

Es a través de la cultura (englobando todo lo que nos rodea) como se nos va interiorizando el mandato de que hay que ser feliz a toda costa, como si la felicidad fuera un gen que nos falta y se pudiera conseguir tomando un elixir. O sentirse libre a pesar de ser conscientes de la alienación y esclavitud en la que vivimos, o sentirse joven aunque nuestra piel esté llena de esas señales de identidad que son las arrugas y aunque el mayor viaje delicioso que deseamos es dar un pequeño paseo o sentarnos en un banco a contemplar cómo pasan las nubes.

La sociedad del soma nos ha hecho pensar que somos solo seres individuales, no seres sociales también, y lo ha conseguido metiéndonos en el bucle romántico de una supuesta vida interior entendida como cualidad especial, producida por un narcisismo evocador, sin ser conscientes de que a través de ese bucle nos inocula el impulso que como una flecha va directo al centro mismo de las emociones, activando la secreción de endorfinas con los estímulos que el sistema diseña y con la cadencia que programa.

Se trata de una nueva esclavitud, la conquista por parte del sistema de las emociones, los sentimientos, los deseos, los anhelos, los sueños… Ya no nos persuade solo a través de la publicidad y la propaganda, ahora nos seduce y nos gestiona las sensaciones, nos hace desear a todos las mismas cosas, viajar a los mismos destinos, los mismos días (recordemos: “salvar las semanas”), comprar en las mismas superficies, escuchar las mismas noticias, los mismos bulos, ver las mismas caras mediáticas, las mismas tonterías diarias de las redes, compartir los mismos memes entre millones, escuchar la misma música bien avalada por las discográficas, las mismas series, desear las mismas palabras, que no se olvide la repetición continua de la palabras “libertad”, como dice la Ayuso “Socialismo o libertad”, que recuerda a la novela de Orwell y el lema del Ingsoc “la guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza”, igualándonos mediante el aislamiento y el autoconvencimiento engañoso de que vivimos en una sociedad en la que se puede ser libre, mientras la desigualdad ahonda la brecha de manera criminal en todo el planeta.

Ésta es la nueva victoria del capitalismo. Y no vemos salida desde dentro de este diseño, solo el caos y la barbarie.


Eirene