Es típico de los seres humanos buscar soluciones y líderes providenciales cuando se producen las grandes catástrofes. En el sistema capitalista, estas grandes catástrofes suelen producirse con cierta frecuencia, y la frecuencia es también mayor cuanto más capitalista es el sistema. Por ejemplo, no habíamos salido realmente de la crisis de los años 2008-2010 cuando nos encontramos con la del 2020, que sólo en parte ha sido producida por el Covid-19. Como bien dijo Joseph Schumpeter –o sus discípulos, para el caso da igual– cuando hablaba de la famosa “destrucción creativa”, cada crisis es también una oportunidad. Cuando el sistema capitalista se encuentra en plena crisis, la reconduce hacia unas mayores vueltas de tuerca del sistema; por ejemplo, el austericidio decretado por la Troika –Comisión Europea, BCE y FMI– contra los países del sur de la UE. Y cuando la presión de estas vueltas de tuerca se hace insufrible, el sistema puede optar entre dos opciones; ese traje de los domingos que es el fascismo, o, si se siente muy amenazado, ceder e implementar reformas dentro del mismo que lo hagan más tolerable a la población. Durante los años 30, los Estados Unidos fueron un ejemplo del segundo caso; tras la victoria electoral de Franklin Delano Roosevelt, poco a poco se fueron encauzando las reformas de lo que después se conocería como el New Deal. No porque los capitalistas lo quisieran. De hecho, Roosevelt estuvo a punto de ser víctima de un golpe de estado, el llamado Business Plot de 1933, https://en.wikipedia.org/wiki/Business_Plot, en el que estuvieron implicados entre otros el holding Dupont y varios banqueros. El mismo Roosevelt, lejos de ser un “comunista” o “socialista”, como aún hoy le imputa la extrema derecha norteamericana y sus hooligans europeos, no perseguía otra cosa que salvar al sistema capitalista de sus propios desatinos. Sea como sea, el New Deal triunfó e hicieron falta unas seis décadas y varias presidencias republicanas y demócratas para desmontarlo por completo. Quien le dio la puntilla fue el nefasto presidente Bill Clinton, demócrata, por cierto, pero eso ya implicaría entrar en otro tema.
En la Alemania de los años 30, cargada de revanchismo y con una casi nula tradición democrática, la clase dirigente de los Krupp, Thyssen y compañía hizo una elección distinta. Se fijaron en un pintor de brocha gorda resentido llamado Adolf Hitler, que se hacía llamar a sí mismo y a su partido nacionalsocialista para aumentar la confusión, y le encomendaron la misión de “librar a Alemania del comunismo”. Alemania salía no sólo de una derrota sangrienta y muy mal digerida en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), sino de una horrorosa década de los años 20 definida por una monstruosa superinflación, supuestamente causada por las onerosas indemnizaciones de guerra que había que pagarles a los aliados, la cual terminó enlazando con la Gran Depresión causada por el crack del 29 en Estados Unidos, rápidamente extendido a todo el mundo. Las políticas que se les ocurrieron a los últimos cancilleres de la república de Weimar, como por ejemplo Heinrich Brüning, asesorados por los economistas de la escuela austríaca –entre ellos Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y demás azotes de la Humanidad–, fueron muy similares a las recetas que el Eurogrupo emplearía décadas después para desollar a Grecia. La ascensión del paro a 6 millones de personas y la tensión política subsiguiente crearon las condiciones ideales para que Hitler, el supuesto personaje providencial de su época, y su NSDAP subieran al poder. Lo que siguió después es harto conocido.
Y como diría Marx, la historia se repite, primero como tragedia y luego como otra tragedia que no sabemos si será aún mayor que la anterior. La Gran Recesión del 2008-2010 creó una crisis económica muy mal resuelta por el quantitative easing, la solución escogida por el sistema para reparar el desbarajuste que había dejado tras de sí la especulación financiera que quedó sacralizada por Reagan, refrendada y posibilitada por las leyes del periodo Clinton, y llevada a la locura absoluta en tiempos de George W. Bush, el genocida de Iraq. El presidente Barack Obama nunca pretendió ser Roosevelt –de haberlo intentado, el sistema le habría decapitado en el acto–, pero sí que desde luego se esperaba de él mucho más de lo que hizo, tanto a nivel de reformas en la economía como de reivindicación de los derechos civiles. El Partido Republicano ha sido históricamente el que ha causado las mayores catástrofes económicas de la historia de los Estados Unidos, pero son pocas las veces que los republicanos han ganado unas elecciones sin que previamente los demócratas hayan defraudado por completo a su base electoral. Y Obama fue una gran decepción que dio paso a la figura “providencial” que nos ocupa: Donald Trump, ¿Qué es lo que mueve a los votantes de Trump? ¿Cómo es posible votarle?
Sus votantes se dividen entre los fanáticos religiosos fundamentalistas protestantes, los misóginos empedernidos, los racistas y los neonazis, aunque bien es verdad que estos grupos humanos suelen solaparse entre sí. Pero para mí, el grupo más misterioso y más difícil de descifrar, son las personas que alegan tener sentimientos progresistas o de izquierdas pero simpatizan con él y , sin duda, le votarían/votan si viviesen/viven en Estados Unidos. Suelen ser gente algo amargada, y que lo primero que te dicen es que Trump es el único que ha combatido el neoliberalismo y sus prácticas de deslocalización de las empresas. Le agradecen el haber desmontado el TTIP y el, según ellos, combatir la tecnología 5G. A cambio de eso, le perdonan su interesado y peligroso despotismo, su machismo, su racismo porque, claro, combatir las “nefastas” radiaciones de 5G es un mérito que, según ellos, compensa con creces el haber favorecido como nadie la expansión del coronavirus en su país –ahora mismo 26 de los 50 estados de la Unión están en plena escalada de casos–, haber roto el Tratado de París para combatir el cambio climático, y haber roto también todos los tratados de limitación del armamento nuclear. https://www.eldiario.es/internacional/Trump-tratado-acusar-Rusia-pervertirlo_0_1029947317.html
Tampoco son conscientes estos defensores “progresistas” de Trump de que su supuesta cruzada a favor de los puestos de trabajo de los trabajadores norteamericanos, aunque fuera sincera, resultaría inútil, ya que el proceso de automatización de la producción capitalista es ya imparable, y muy probablemente se acelere como una de las muchas consecuencias de la actual pandemia. Por no hablar de la carrera de ratas que podría suponer poner los salarios norteamericanos a la altura de los chinos o los vietnamitas, una de las pocas razones que podrían convencer a las grandes empresas para volver a establecerse en Estados Unidos.
Por supuesto Trump no es el único personaje “providencial” con que hemos sido afligidos. Están personajes como Bolsonaro, probablemente el más necio de todos estos monstruillos fascistoides, Boris Johnson, el famoso campeón del Brexit, “Bojo” para los amigos, por no hablar de los inefables Erdogan –Turquía–, Netanyahu –Israel–, Urban –Hungría–, Putin –Rusia–, etc. Entre todos ellos, configuran la generación más nefasta de políticos que hayan pisado el planeta Tierra en décadas. ¿Será posible salir de esta situación peor que orwelliana? Lo veo difícil en Europa y quizá todavía más en Estados Unidos, donde el Partido Demócrata prefiere presentar a un candidato con tan poca capacidad de ilusionar a sus bases como Biden antes que buscar una genuina alternativa de progreso como habría podido ser Bernie Sanders quien, como Roosevelt, tampoco es un socialista, sino simplemente alguien que quiere humanizar el sistema, ese sistema capitalista que en Estados Unidos anda absolutamente desbocado. Sin embargo, la oportunidad que el destino le deparó a Roosevelt le ha sido negada a Sanders. En mi opinión, porque ante la ausencia de una alternativa ideológica real como era la URSS y el socialismo en los años 30, el capitalismo y sus tocayos que dirigen el Partido Demócrata se sienten tan seguros de sí mismos que creen que el parche que representa Joe Biden, insisto, probablemente el candidato más decepcionante e incluso alienante para sus bases que el partido podía encontrar, será suficiente para difuminar la ira que se ha extendido por todo el país a raíz de la pandemia y sus consecuencias, la concomitante crisis económica y la brutalidad policial que ha motivado las recientes protestas encabezadas por el movimiento Black Lives Matter. Es posible que el sistema capitalista haya salido de crisis peores, pero pocas veces ha dando tantos motivos para ser abolido.
Veletri