viernes, 3 de abril de 2020
LA FUERZA DE LA COSTUMBRE
Aquellos que anuncian que luchan en favor de Dios son siempre los hombres menos pacíficos de la Tierra. Como creen percibir mensajes celestiales, tienen sordos los oídos para toda palabra de humanidad. Stefan Zweig (1881-1942). Escritor austriaco.
El Experimento.
Un grupo de científicos metieron cinco monos en una jaula en cuyo centro colocaron una escalera y sobre ella un montón de plátanos.
Cuando un mono subía la escalera para coger los plátanos, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que quedaban en el suelo.
Después de algún tiempo cuando un mono intentaba subir la escalera los otros se lo impedían y le golpeaban.
Pasado algún tiempo más ningún mono subía la escalera, a pesar de la tentación de los apetitosos plátanos.
Entonces, los científicos sustituyeron uno de los monos. La primera cosa que hizo el nuevo mono fue subir la escalera para coger los plátanos y comérselos, siendo rápidamente bajado por los otros, quienes le dieron una tremenda paliza.
Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera, aunque nunca supo el porqué de aquella agresividad.
Un segundo mono fue sustituido por otro y ocurrió lo mismo.
El primer sustituto participó con entusiasmo en la paliza al novato. Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho, lo volvieron a golpear. El cuarto y, finalmente, el quinto de los veteranos fue sustituido.
Los científicos quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos que, aún cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquél que intentaba llegar al racimo de plátanos.
Si fuese posible preguntar a alguno de ellos por qué pegaban a quien intentaba subir la escalera, con certeza la respuesta sería:
“No sé, aquí las cosas siempre se han hecho así.”
¿Desde el punto de vista de las creencias humanas, suena de algo, verdad?
Quizás algunos/as de vosotros ya conozcáis el cuentito. Y me ha parecido interesante ponerlo de entrada como inicio de debate de algo que nos afecta a todos y a todas indefectiblemente, ya que somos “productos” de los condicionantes de formación y educación recibidos durante la niñez y primera juventud, que luego hemos querido “adaptar” a nuestro carácter con esa “libertad y conocimiento de causa” que cada cual se abroga, basada en la experiencia personal de lo cotidiano que nos atribuimos y que consideramos es lo mejor para sí, y para todo el género humano.
¿Se paran muchas personas alguna vez a preguntarse por qué siguen “golpeando” (en sentido metafórico) por la defensa de sus creencias y costumbres sin cuestionarse su validez, sólo porque siempre se ha hecho así, y porque supuestamente están haciendo las cosas de una manera, desde la coacción de lo que ellos creen que proviene de un principio trascendente si tal vez las pueden hacer de otra manera, es decir, desde la rica expectativa de la diversidad de su propia inmanencia?
Como dijo Einstein: Solo hay dos cosas infinitas en el mundo: El universo y la estupidez humana.
Flan Sinnata
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