lunes, 30 de marzo de 2020

NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA

Creo que la crisis económica que acaba de empezar va a ser tan terrible que es mejor afrontarla con la brutal sinceridad de este título tan repugnante: “Que mueran los abuelos para que puedan vivir los nietos”. Claro que no hemos elegido eso, pero ahora está sucediendo que mueren los abuelos pero el futuro es que los nietos van a morirse de asco.

El coronavirus no ha parado el cambio climático, ni la explosión demográfica, ni la explotación de los trabajadores ni de la Naturaleza por unos pocos depredadores que dominan las finanzas mundiales. Sólo ha detenido un mes nuestra vida, pero va a ser usado para desmantelar los últimos retazos del estado de bienestar que disfrutamos en el mundo occidental.

Creo que la mayoría, en estas semanas de encierro, hemos tenido la oportunidad de hacer un repaso sosegado de su vida. Sé que muchos no han aprovechado para reflexionar sobre sí mismos, sino que se han volcado en el ruido de las redes sociales para distraerse. Peor para ellos, pero también peor para todos, porque OTROS sí tienen claro a dónde querían llevarnos en la crisis económica (el coronavirus sólo ha sido una excusa) y están a punto de lograrlo si no abrimos los ojos.

Quede este acróstico para la memoria AC/DC: “Antes del Coronavirus/Después del Coronavirus”, porque nada será como antes.

Antes del Coronavirus, hubiera bastado una previsión frente a cualquier pandemia previsible, que habrían costado pocos miles de millones de euros por país (el almacén Castor nos ha costado 5.000). Después, el Estado gastará al menos 100.000 millones, y sólo migajas de esa fortuna llegarán al pueblo, mientras la Deuda Pública se duplicará hasta hacerla insostenible.

Después del hundimiento económico de estas semanas, quieren que nos olvidemos de los problemas esenciales y que sólo nos ocupemos de lo urgente: volver a comer, volver a trabajar y volver a disfrutar y consumir lo más posible.

La intención de ELLOS (FMI, Consejo de Europa, club Bilderberg, grandes corporaciones) es que sigamos haciendo lo mismo que antes, asumiendo que somos mucho más pobres y que, aunque hayamos perdido derechos como salarios, pensiones, cobertura educativa y sanitarias, pero “por lo menos, estamos vivos”.

Así, seguiremos contaminando el planeta, pariendo niños hambrientos en África y dejándonos explotar al gusto de las multinacionales ¿alguien cree que no se va a aplicar el TTIP ahora que estamos acojonados?

Pero hay alternativa: un CAMBIO RADICAL, ahora que ya no tenemos nada que perder, salvo nuestra complacencia de consumidores que “no tenemos la culpa de lo que pasa en el mundo”.

La alternativa que propongo es actuando en los dos ámbitos intrínsecos a toda persona: lo individual y lo colectivo.

Individualmente, mirarnos al espejo en pelota picada, y reconocer que estamos vivos a pesar del COVID-19, que ese cuerpo tan lejos de los cánones de belleza comercial es impermanente, pero es nuestro única herramienta para disfrutar y participar durante los años que nos quedan.

Podemos elegir entre ser títeres del consumo o aferrarnos a lo esencial: respiramos, somos conscientes de nuestra soledad y pequeña libertad, podemos escribir nuestro propio relato heroico con los mismos mimbres con los que otros tan sólo se autocompadecerían o se anegarían en rencor, en echar la culpa a los demás sin mejorar un ápice su actitud.

U.G. Krishnamurti hablaba del “estado natural” del hombre que no pretende imitar a ningún ídolo y que abandona la ilusión de controlar el mundo a base de palabras.

El otro plano es el colectivo. No hablo de “sociedad” que suena abstracta y está cagada de normas de un Sistema construido con tal sofisticación que es una telaraña inescrutable. Hablo de las personas cercanas por afectos (familia y amigos) o por circunstancias (trabajo o vecinos).

El puñetero virus nos ha hecho mucho más conscientes del valor de lo colectivo, por convivencia y ayuda mutua. Nos quieren vender que el ejército nos ha salvado, cuando se ha limitado a gestionar la morgue y el hospital terminal para los apestados. Nos hemos librado nosotros, y ese sentido heroico de supervivientes no se puede desvanecer, no nos podemos volver a conformar de nuevo con subsistir: tenemos derecho a vivir con nuestra propia escala de valores: si una mayoría somos coherentes con nuestras decisiones de consumo, las cosas pueden empezar a cambiar en poco tiempo, de forma inexorable:

– Si compramos sólo lo que necesitamos (y hemos visto que es bastante poco) y lo hacemos en la tienda del barrio para que no cierre, en vez de ir al hipermercado o pedirlo por Amazon.

– Si disfrutamos de un ocio creativo y no consumista, más sencillo, más cercano…

… resultaría que nos sobra algo de dinero, y ese dinero puede salvar de la miseria a una familia con niños. Así, directamente, mirando a los ojos a las personas que lo necesitan mucho más que nosotros. Además de exigir al gobierno justicia, protección social, control hacia las grandes fortunas que nos depredan. Además de tomar las calles con toda la autoridad moral de que sí hacemos lo que está en nuestras manos.

Con menos dinero superfluo y más familias con lo imprescindible, con su dignidad a salvo, habría menos contaminación y menos derroche de energía, lo que reduciría el cambio climático. También habría más conciencia contra la explotación de los trabajadores y la destrucción de la Naturaleza.

El hecho de compartir no es lo único que va a detener la carrera que nos estaba llevando al abismo, pero sí que es un elemento muy importante de toma de conciencia y del poder que tenemos si nos sentimos unidos en una comunidad. Es posible un efecto mariposa positivo, que equilibre el caos que provocó un jodío murciélago chino.

Porque si no tenemos claro nuestra esencia humana, la muerte de tantos ancianos, los sufrimientos de tantos sanitarios y la brutal escasez que vamos a sufrir nos guste o no, todo será en vano.

Sentido común