viernes, 24 de abril de 2020
AGÁRRAME ESE FANTASMA
El cuadro o contexto de la realidad de nuestra vida diaria cambia constantemente. Y cada cambio nos obliga al examen de la nueva situación, nos conduce a preguntarnos cómo nos adaptaremos a esa nueva realidad que desacomodó nuestra rutina y generó una nueva dinámica en nuestra cotidianidad.
Algunas veces se trata de un problema grave que debemos resolver en forma personal o social, una felicidad o una tristeza, una pérdida o una ganancia que, esperada o no, nos modifica personal o socialmente, e incide en todo el ámbito contextual de nuestras vidas.
A veces el problema se refiere a nuestro crecimiento como personas: la elección de un estudio o un nuevo trabajo, el nacimiento de nuestros hijos, una pérdida personal o económica, un episodio social, político o económico que modifica nuestra calidad de vida para bien o para mal, como sucede con la actual pandemia vírica que estamos viviendo, cierta dificultad para manejar algún acontecimiento o la simple y compleja pregunta que tantas veces nos hemos hecho sobre el amor, la felicidad y el uso de nuestro tiempo libre, la inversión de nuestros ahorros o el cambio de residencia, de ciudad o de país. Y surge lo que llamamos los fantasmas personales, los fantasmas internos.
Y hablando de fantasmas.
A lo largo de la historia, de la grande y la pequeña, el fantasma surge como consecuencia de la necesidad de cerrar los relatos humanos. Y en el particular caso de las historias urbanas, siempre vinculadas con la ciencia historiográfica general, pero sin el rigor del desarrollo intelectual, es dado a que la mayoría de los relatos confluyen en la imperiosa necesidad de combinar tres elementos que la completan apasionante: el amor, la tragedia y la muerte.
El amor aparece en la historia urbana como necesidad de la presencia de la pasión que desata la tragedia... La tragedia surge de la necesidad de trascender lo cotidiano por medio de lo extraordinariamente cruel, para lo cual el común de los mortales no se encuentran preparados, pero el protagonista sí, y por eso entrega todo, incluso su vida. La muerte surge como final imprescindible, y es aquí que aparece el fantasma. Caso contrario la historia termina y se pierde.
Y en común todas las historias, sin necesidad de la ficción u ocultando su realidad, como en el tango, comulgan el amor, la tragedia y la muerte, de forma tal que la aparición del fantasma es trascendente a los protagonistas y a la misma historia, para que ambos sigan existiendo.
La reiteración del fenómeno, y sobre todo su poca originalidad, atenta contra la propia existencia del fantasma. No hay cementerio del mundo que se precie importante, que no tenga una dama de blanco, que no escape de la necrópolis, que no enamore a un joven atractivo y galante, que no baile con él, que no sienta frío (quizá el de la muerte) y que no se lleve su abrigo para cobijarse, abrigo que sin falta estará, con la luz del día, en el picaporte de la cripta. O los fantasmas son poco originales, o simplemente no existen. Pero si no existen, entonces no existen las historias, y si las historias no existen, nosotros no tenemos razón de ser.
En el teatro “mágico” del lado lejano de la personalidad solemos descubrir los numerosos papeles que “la persona” no estaba autorizada a representar. Bajo el carácter encontramos los yo reprimidos: el asesino, el playboy, la víctima, el santo, en fin los numerosos rostros espectrales de Eva o Adán.
Quizá no encontremos en nuestra vida nunca al fantasma que buscamos, pero debemos estar atentos a los fantasmas que nos acompañan y que, por no buscados, están a nuestro lado sin advertirnos que sin ellos, no estaríamos aquí.
Flan Sinnata