domingo, 17 de febrero de 2019

Cambiar yo para que cambie el mundo



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El titular es una frase que usó alguna ONG para recaudar dinero, y también suena a manual de autoayuda.

Lo planteo como una hipótesis de trabajo para comprender por qué no logramos cambiar un mundo que está hecho una mierda: "Porque toda persona tiene un precio".

El ejemplo más mediático: Pablo Iglesias Turrión, al que elevamos hasta casi vicepresidente de un gobierno de izquierdas, porque hablaba contra la Casta política al servicio del poder financiero, pero que ha resultado un papá amoroso de sus dos vástagos prematuros, cómodamente instalado en su chalet protegido por la Guardia Civil a la que tanto denostaba.

Pero no quiero engañarme y señalar con el dedo a otros, siguiendo la consigna del "Y tú más" que tanto ha servido a la Derecha para distraer a sus votontos.

El ejemplo más cercano lo tengo en el espejo: siempre he pretendido "dejar el mundo mejor de como lo encontré", frase de Baden-Powell, fundador de los scouts, donde viví el valor de la amistad, de la Naturaleza y de la responsabilidad personal y colectiva. Imagino que algunos tienen en mente la definición de Scout como: "niños vestidos de tontos, siguiendo a tontos vestidos de niños". Y ahí reside una de las claves de que no consigamos cambiar las cosas: los prejuicios, que nos llevan a aferrarnos a las diferencias antes que comprometernos con la finalidad de lograr la Justicia. Esos prejuicios casi siempre han minado a las Izquierdas, antes y durante la Guerra Civil, y todavía hoy no hemos aprendido esa lección.

Mi contradicción, una de mis  varias faltas de coherencia, pero quizás la mayor: después de trabajar 30 años en la educación pública, ando como loco buscando un instituto privado para mis hijos, porque me preocupa el acoso y porque busco un sistema educativo que no se base en la memoria y en los exámenes. 

Cuando uno se mira con honestidad en el espejo, ve que no sólo es el luchador dispuesto a cambiar el mundo. Michael Ende, en La historia interminable, nos habla de un espejo donde uno se ve tal como es, desnudo por fuera y por dentro. Y sucede que todo ser humano es FRÁGIL. 
Nuestra salud se debilita a partir de los cuarenta-cincuenta; se nos puede ir la pinza en el juego de la seducción, sea por sexo o por poder; la envidia nos corroe, aunque a cada uno por distintos motivos y en diferente medida, leve o enfermiza.

También es cierto que todos somos HÉROES en potencia. Nos lo muestran las noticias de vez en cuando, leemos a Mario Benedetti recondándonos los opositores a las dictaduras de América Latina, y muchos hemos tenido el privilegio de relacionarnos con personas admirables que han dado la car por todos, aunque se la hayan partido en los calabozos de la D.G.S. de la Puerta del Sol.

Entonces, entre el héroe que se sacrifica y el villano que se vende, ¿con qué nos quedamos? 
Yo propongo que sepamos reconocernos "con el culo al aire", en ese equilibrio dinámico entre el bien y el mal, la Justicia frente al "Lado oscuro". En fin, asumir el yin y el yang dentro de cada uno, como propone el taoísmo.

Retorno al título “Cambiar yo para cambiar el mundo” para exponer una corriente filosófica, el Solipsismo, que descubrí la semana pasada, lo reconozco, en Wikipedia: “doctrina filosófica que defiende que el sujeto pensante no puede afirmar ninguna existencia salvo la suya propia”. 
Lo planteo en el sentido más cotidiano, en el punto de vista de Quino:



Sostengo la tesis de que el sistema no cambia en profundidad porque la mayoría de las personas estamos aferradas a las supuestas verdades que sostienen este Sistema tan injusto. Cada persona nos afirmamos por lo que “somos”: por nuestra profesión, por nuestras posesiones, por criterios culturales o convicciones religiosas o políticas.

Pero opino que eso es el EGO, la capa superficial del ser humano, con la que nos identificamos porque creemos que, sin esos rasgos definitorios, “no somos nadie”. Durante siglos, la respuesta a nuestras dudas existenciales las daba Dios. Pero Dios ha muerto, según Nietzsche. 
No hay un Dios antropomorfo, y ni siquiera una Conciencia Universal que dirija el Universo. La Naturaleza es el producto de las leyes que la rigen.

Sólo hay una toma de Consciencia individual, patrimonio de cada ser humano que se atreva a verse sin nada, sólo un punto de lucidez, con una vida limitada por el tiempo y por nuestra capacidad de actuación. ¿Es demoledor ser un puntito efímero en el Cosmos ilimitado?
Mi conclusión es que NO: la vida de cada ser humano tiene su propia dignidad. 
De distinta forma, todo ser vivo la posee, y  basta el ejemplo de las abejas para entender su valor. Pues la vida de toda persona tiene la característica de que pensamos, y somos conscientes de ser únicos e irrepetibles. 

A la mayoría ello les hace empeñarse en medrar en su escala de poder, a depredar en el consumismo por miedo a quedarse atrás en la carrera hacia…ser el más rico (o famoso) del cementerio.

Yo apuesto por la Consciencia que cada uno puede descubrir, una vez cubiertas las necesidades básicas de alimentación y cobijo, con cierto grado de salud y educación intelectual y social.  Esa Consciencia, que desvanece al ego de cada uno, hace que percibamos el mundo que nos rodea de una manera muy distinta: más allá de la lucha de clases, hay 7.000 millones de seres humanos que se afanan en lo que ven cerca. Muchos, en lograr comida cada día o en huir de la guerra. Pero otros muchos se empeñan en ·tener más”, como si esa carrera sin fin por estar más cómodo o más seguro les llevara a la felicidad, cuando es una espiral de trabajos y afanes que les consume. Creo que esa “mayoría silenciosa/temerosa/ambiciosa” es la que sostiene el capitalismo.

Creo que los lobos esteparios (Herman Hesse) somos quienes podemos romper ese círculo vicioso acelerado. Reconociéndonos “desnudos”, sin miedos y sin ambiciones, podemos actuar con honradez y eficacia en el mundo, aportando LUCIDEZ en el aspecto que pretendamos cambiar hacia una Humanidad más justa y más digna. Hace falta que una mayoría abra los ojos a saber que no tenemos nada que perder ni que temer, para esforzarnos en modificar las relaciones de desigualdad.
Espero que haya merecido la pena el tiempo de vuestra atención.


Sentido Comun