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El titular es una frase que usó alguna ONG para recaudar dinero, y también
suena a manual de autoayuda.
Lo planteo como una hipótesis de trabajo para comprender por qué no
logramos cambiar un mundo que está hecho una mierda: "Porque toda persona
tiene un precio".
El ejemplo más mediático: Pablo Iglesias Turrión, al que elevamos hasta
casi vicepresidente de un gobierno de izquierdas, porque hablaba contra la
Casta política al servicio del poder financiero, pero que ha resultado un papá
amoroso de sus dos vástagos prematuros, cómodamente instalado en su chalet
protegido por la Guardia Civil a la que tanto denostaba.
Pero no quiero engañarme y señalar con el dedo a otros, siguiendo la
consigna del "Y tú más" que tanto ha servido a la Derecha para
distraer a sus votontos.
El ejemplo más cercano lo tengo en el espejo: siempre he pretendido
"dejar el mundo mejor de como lo encontré", frase de Baden-Powell,
fundador de los scouts, donde viví el valor de la amistad, de la Naturaleza y
de la responsabilidad personal y colectiva. Imagino que algunos tienen en mente
la definición de Scout como: "niños vestidos de tontos, siguiendo a tontos
vestidos de niños". Y ahí reside una de las claves de que no consigamos
cambiar las cosas: los prejuicios, que nos llevan a aferrarnos a las
diferencias antes que comprometernos con la finalidad de lograr la Justicia.
Esos prejuicios casi siempre han minado a las Izquierdas, antes y durante la
Guerra Civil, y todavía hoy no hemos aprendido esa lección.
Mi contradicción, una de mis varias faltas de coherencia, pero quizás
la mayor: después de trabajar 30 años en la educación pública, ando como loco
buscando un instituto privado para mis hijos, porque me preocupa el acoso y
porque busco un sistema educativo que no se base en la memoria y en los
exámenes.
Cuando uno se mira con honestidad en el espejo, ve que no sólo es el
luchador dispuesto a cambiar el mundo. Michael Ende, en La historia interminable, nos habla de un espejo donde uno se ve
tal como es, desnudo por fuera y por dentro. Y sucede que todo ser humano es
FRÁGIL.
Nuestra salud se debilita a partir de los cuarenta-cincuenta; se nos
puede ir la pinza en el juego de la seducción, sea por sexo o por poder; la
envidia nos corroe, aunque a cada uno por distintos motivos y en diferente
medida, leve o enfermiza.
También es cierto que todos somos HÉROES en potencia. Nos lo muestran las
noticias de vez en cuando, leemos a Mario Benedetti recondándonos los
opositores a las dictaduras de América Latina, y muchos hemos tenido el
privilegio de relacionarnos con personas admirables que han dado la car por
todos, aunque se la hayan partido en los calabozos de la D.G.S. de la Puerta
del Sol.
Entonces, entre el héroe que se sacrifica y el villano que se vende, ¿con
qué nos quedamos?
Yo propongo que sepamos reconocernos "con el
culo al aire", en ese equilibrio dinámico entre el bien y el mal, la
Justicia frente al "Lado oscuro". En fin, asumir el yin y el yang
dentro de cada uno, como propone el taoísmo.
Retorno al título “Cambiar yo para cambiar el mundo” para
exponer una corriente filosófica, el Solipsismo, que descubrí la semana pasada,
lo reconozco, en Wikipedia: “doctrina filosófica que defiende que el sujeto
pensante no puede afirmar ninguna existencia salvo la suya propia”.
Lo planteo
en el sentido más cotidiano, en el punto de vista de Quino:
Sostengo la
tesis de que el sistema no cambia en profundidad porque la mayoría de las
personas estamos aferradas a las supuestas verdades que sostienen este Sistema
tan injusto. Cada persona nos afirmamos por lo que “somos”: por nuestra
profesión, por nuestras posesiones, por criterios culturales o convicciones
religiosas o políticas.
Pero opino
que eso es el EGO, la capa superficial del ser humano, con la que nos
identificamos porque creemos que, sin esos rasgos definitorios, “no somos
nadie”. Durante siglos, la respuesta a nuestras dudas existenciales las daba
Dios. Pero Dios ha muerto, según Nietzsche.
No hay un Dios antropomorfo, y ni
siquiera una Conciencia Universal que dirija el Universo. La Naturaleza es el
producto de las leyes que la rigen.
Sólo hay una
toma de Consciencia individual, patrimonio de cada ser humano que se atreva a
verse sin nada, sólo un punto de lucidez, con una vida limitada por el tiempo y
por nuestra capacidad de actuación. ¿Es demoledor ser un puntito efímero en el
Cosmos ilimitado?
Mi
conclusión es que NO: la vida de cada ser humano tiene su propia dignidad.
De
distinta forma, todo ser vivo la posee, y
basta el ejemplo de las abejas para entender su valor. Pues la vida de
toda persona tiene la característica de que pensamos, y somos conscientes de
ser únicos e irrepetibles.
A la mayoría ello les hace empeñarse en medrar en su
escala de poder, a depredar en el consumismo por miedo a quedarse atrás en la
carrera hacia…ser el más rico (o famoso) del cementerio.
Yo apuesto
por la Consciencia que cada uno puede descubrir, una vez cubiertas las
necesidades básicas de alimentación y cobijo, con cierto grado de salud y
educación intelectual y social. Esa
Consciencia, que desvanece al ego de cada uno, hace que percibamos el mundo que
nos rodea de una manera muy distinta: más allá de la lucha de clases, hay 7.000
millones de seres humanos que se afanan en lo que ven cerca. Muchos, en lograr
comida cada día o en huir de la guerra. Pero otros muchos se empeñan en ·tener
más”, como si esa carrera sin fin por estar más cómodo o más seguro les llevara
a la felicidad, cuando es una espiral de trabajos y afanes que les consume.
Creo que esa “mayoría silenciosa/temerosa/ambiciosa” es la que sostiene el
capitalismo.
Creo que los
lobos esteparios (Herman Hesse) somos quienes podemos romper ese círculo
vicioso acelerado. Reconociéndonos “desnudos”, sin miedos y sin ambiciones,
podemos actuar con honradez y eficacia en el mundo, aportando LUCIDEZ en el
aspecto que pretendamos cambiar hacia una Humanidad más justa y más digna. Hace
falta que una mayoría abra los ojos a saber que no tenemos nada que perder ni
que temer, para esforzarnos en modificar las relaciones de desigualdad.
Espero que
haya merecido la pena el tiempo de vuestra atención.
Sentido Comun