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La reacción para regresar
al estado de cosas anterior a la Revolución Francesa perduró medio siglo,
porque casi todo aquel privilegiado que no pertenecía a la comunidad de
productores, se unió en la lucha por evitar que aquel acontecimiento con sus
excesos se repitiera. Y por sofocar las ideas que lo originaron. Tal fue el
impacto psicológico que tuvo pese a la momentánea derrota que llevó a muchos al
engaño de pensar que se podía impedir por la fuerza que la revolución aflorara,
para siempre. Al engaño que la Historia tenía vuelta atrás. Pero no la tiene.
El cambio fundamental
irreversible está en la noción de soberanía, que corre paralelo al de Nación.
Los individuos pasan de ser súbditos a ciudadanos libres e iguales,
recuperando, actualizando y profundizando la antigua tradición grecorromana. Demos,
civitas y res pública. Los reinos no son patrimonio de uno o varios
en particular, o resultado de una tradición de grupo inmemorial (no en lo fundamental,
al menos), sino constituciones políticas de todas las personas en la libre
determinación que como ciudadanos nacionales les pertenece por derecho. Hasta
después de la ola revolucionaria de 1848, la realidad del mapa no reflejará la
fuerza de la implantación de estas ideas, que no obstante estaban ya germinando
desde la Ilustración del XVIII.
Sabemos que el Estado
viene desarrollándose en la era Moderna como instrumento de la volunta
soberana. Que el titular soberano a su cargo cambie de uno a todos, lo
convierte en un instrumento de poder aún más formidable. No se trata ya sólo de
gobernar, legislar o juzgar con intención más o menos benevolente: esto ya se
le presuponía al monarca o los oligarcas, en el debido cuidado de lo que al fin
y al cabo era su patrimonio. Ahora se trata de poner todos los medios para
cambiar, moldear, diseñar entera la sociedad, de la manera que se considera justa
a la luz de la razón igualitarista, haciendo "tabla rasa" si es
preciso y el Pueblo así lo manifiesta, con la legitimidad indiscutida que las
nuevas ideas le otorgan a dicho instrumento. Este aspecto de Poder Total del
republicanismo, el nacionalismo y la democracia, cuyas implicaciones apenas
fueron percibidas entre los decimonónicos, cobrará plena relevancia ya en el
siglo XX.
Por supuesto, los
poseedores y rentistas de los que hemos hablado ampliamente en capítulos
precedentes, se resisten a ceder el control del instrumento que puede hacer que
dejen de ser los exentos de producir, mientras los desposeídos, mayoría entre
la comunidad de productores, se esfuerzan para que el instrumento sea expresión
de la voluntad de esa mayoría. Para establecer un diseño nuevo por completo,
según los que no poseen nada, o introducir cambios variables en ritmo y/o
profundidad, según aconseja el grado de acceso a la posesión material de cada
grupo social: esta es la dialéctica subyacente en las luchas del convulso siglo
XIX y la configuración de las ideologías conocidas como conservadurismo y
progresismo, después derechas e izquierdas.
No debemos olvidar que en
el siglo XIX la capacidad para generar excedente -la clave de la Historia Material, como vengo
señalando- reside todavía en la agricultura, en la mayor parte del mundo. Es
por ello que la Reforma Agraria, cambiar de raíz la estructura de la propiedad
del campo una vez enajenada de las manos muertas de los estamentos, será
materia primordial y muy candente de discusión en las constituciones políticas
de los flamantes ciudadanos, y que es en ese momento histórico cuando el control
del instrumento estatal se revela como fundamental para la consecución exitosa,
o no, de tal reforma.
Es desde esta perspectiva
que las elites de propietarios rurales, los terratenientes, imprimen al
temprano Estado liberal su fisonomía característica de Estado raquítico,
autolimitado, excluyente y/o acaparado, caciquil en definitiva, en aquellos
lugares como la Europa Meridional, Oriental o Sudamérica donde la agricultura
tiene un peso económico mucho mayor que la industria hasta bien entrado el siglo
XX, para provocar por lo general el fracaso o el desvirtuamiento de la reforma
agraria, cuando no su simple olvido en un cajón de asuntos a no abordar jamás.
Allí donde la Revolución
Industrial se desarrolla con pocas trabas del Estado o una elite rentista, la
Europa del Norte y Norteamérica, la tremenda rapidez con que la comunidad de
productores desposeídos pasa de ser en su mayoría campesinado sin tierra a
proletariado industrial, simplifica el análisis. Lo que todos sabemos: una
acumulación de capital nunca vista antes que ya venía de lejos con el
desarrollo mercantil ultramarino y colonial, a costa de unas condiciones de
trabajo que empeoran en algunos aspectos las del campesinado medio. Es el
capitalismo manchesteriano, apoyado en un Estado eminentemente burgués
al servicio de los intereses de esta clase, así como el Estado meridional lo
está al de la clase rentista-rural.
Una situación que tiene
su punto álgido hacia 1850-1870, para a partir de entonces comenzar a mutar al
ritmo vertiginoso impuesto por el dinamismo de una economía en alto grado
mercantilizada y dentro de poco plenamente global, así como en el ámbito
político por la instalación, con pasos adelante y atrás pero ya definitivos
para quedarse, del progresismo en sus distintas propuestas herederas de la
experiencia de esta era de las Ideas y las Revoluciones.
Mickdos