En
algún momento de nuestra era contemporánea los hombres confundimos la
supremacía de la Razón con la arrogancia racional. Que la Razón sea el
instrumento de conocimiento, no significa que todo pueda ser conocido. El
conocimiento racional tiene sus limitaciones, por ello es hasta cierto punto
lógico que lo desconocido más allá de estos límites se pretenda conocer
mediante instrumentos irracionales, aún en pleno siglo XXI. Lo que no invalida
a la Razón.
Pero muchos pensaron que sí. La Razón lo podía todo, o no podía nada. La escuela de economía neoclásica de finales de siglo XIX cayó en este tremendo error. Todo comportamiento humano obedecía a un modelo matemático, y si no se ajustaba al modelo, entonces el error estaba en el método de análisis, en los números. La arrogancia neoclásica falló no por traicionar a la Razón, sino por darle a la Razón el poder absoluto de explicar toda conducta humana. Y si no era capaz de explicarla, el economista había errado.
Pero muchos pensaron que sí. La Razón lo podía todo, o no podía nada. La escuela de economía neoclásica de finales de siglo XIX cayó en este tremendo error. Todo comportamiento humano obedecía a un modelo matemático, y si no se ajustaba al modelo, entonces el error estaba en el método de análisis, en los números. La arrogancia neoclásica falló no por traicionar a la Razón, sino por darle a la Razón el poder absoluto de explicar toda conducta humana. Y si no era capaz de explicarla, el economista había errado.
Las
ideologías políticas contemporáneas son otro producto de la Razón, y en gran
medida de su arrogancia. La sociedad podía ser ordenada de acuerdo a
planteamientos puramente racionales, y ese ordenamiento debía ser el mejor de los posibles, incluso el mejor de los
imaginables. Y en efecto el método racional demostró que podía ordenar una
sociedad de forma más justa y deseable para todos que un método irracional.
Ocurrió
que desde muy pronto nos sentimos decepcionados. Los fallos eran producto de la
irracionalidad, de los recalcitrantes enemigos de la Razón siempre presentes,
siempre al acecho saboteando, retardando, reaccionando. Se poseía todo el
conocimiento necesario para acabar de ordenar las cosas según se habían
racionalizado, pero nunca se llegaba al estado planeado. Nunca o pocas veces la
reflexión política racional llegó a la conclusión que todavía estábamos lejos
de poseer todo el conocimiento, siquiera quizá una pequeña fracción del mismo.
Y
con la decepción llegó el renacimiento de lo irracional. Si la Razón no lo
puede todo, entonces recurramos a la sinrazón para completar el cuadro. Si los
economistas neoclásicos no pueden explicar las crisis con sus complejos modelos
matemáticos, entonces reneguemos de la economía como Ciencia. Si el liberalismo
o el socialismo no pueden ordenar la sociedad de acuerdo a principios teóricos,
entonces tiremos a la basura estos principios. Extraña paradoja, que la
arrogancia racional reabriera la puerta a la superstición, por entender que su
propia supremacía equivalía a ser Dios. O quizá es que yo entendí mal cuando
Francisco de Goya dijo aquello de “el
sueño de la Razón produce monstruos”.
Mickdos