Buenas de nuevo.
Como
todos los Domingos, entre ponerme a escribir y con la cocina
pendiente para preparar las viandas para los invitados, no consigo,
ningún Domingo, ir a misa.
¡Maldita sea!, tendré que organizarme.
No ir a misa me produce un tremendo pesar. Un pesar que llevo
soportando desde que empecé a tener uso de la razón.
O sea, desde
la adolescencia, más o menos. Pecador, soy un tremendo pecador.
Pero
enfrente, hay personas que van a misa. Incluso can con mantilla y
peineta, con las manos cruzadas en señal de no se bien qué y con
una cara de devotos y de píos que hacen que uno sienta incontables
sentimientos e inenarrables pensamientos.
Sobre todo cuando esas
personas que van a misa frecuentemente, y fiestas de guardar, llevan
a sus espaldas a víctimas.
Sí, víctimas de accidentes no
aclarados, de guerras provocadas, de asesinatos de Estado, de
terrorismo institucional o de desahuciados.
Víctimas del paro
permanente y víctimas de insultos a la inteligencia.
Víctimas del
grave efecto que causa la mentira descarada e impune y víctimas del
otro daño no menor que causan los saqueadores, los chorizos y los
mangantes de lo común.
Víctimas del holocausto que supone emigrar y
víctimas del otro desastre humano que supone inmigrar.
Víctimas por
carecer de todo y las otras víctimas que son los que observan a los
que, poseyendo todo, se ríen en sus narices esclavizándolos y
descarnándolos.
Víctimas del horror invisible que supone la
manipulación, la contaminación desde las instituciones públicas y
desde la basura que lanzan desde los medios de comunicación.
Víctimas de sentencias de jueces y de acusaciones de fiscales,
víctimas de las otras sentencias del poder judicial que absuelven a
quienes deberían encarcelar y que también son víctimas porque, a
quienes deberían obligar a devolver lo robado, les envían a puestos
diplomáticos o a despachos o áticos lujosos con todas sus estancias
cargadas de impunidad y de libertad para seguir creando víctimas.
De alguna manera, todos
somos víctimas. Unas caen ahora, otras cayeron ayer. Otras caeremos
mañana. Pronto.
Víctimas pasadas e injustamente olvidadas, víctimas
en vida que sufrimos las consecuencias de la indecencia, de la
prepotencia y de la soberbia de quienes obtienen el poder y que de él
no saben hacer uso justo y humano.
Víctimas a futuro que no saben
que serán víctimas o que, aún sabiéndolo, luchan por sobrevivir
lo máximo posible, desconociendo si serán víctimas al minuto
siguiente, al día siguiente o dentro de muy poco. Pero al final,
todos seremos víctimas de este estado de cosas salvaje, de esta
carrera por salir adelante y de esta globalización del horror.
Víctimas de las prisas, del consumo exagerado y exacerbado, veloz e
imparable.
Víctimas por dar por válido este régimen obsceno, zafio
y tirano.
Hemos dado por hecho que
todo tenga que ser así.
Y en eso han contribuido todo aquellos
poderes que buscan y persiguen el mismo objetivo, que no es otro que,
aprovechando el poder que tienen, intentan, y consiguen, vivir mejor
que todos los demás. Supieron colocarse ahí para no ser víctimas y
para crear víctimas. Eso, los demás, las víctimas que ya fueron,
las víctimas que somos y las víctimas que seremos.
Todos somos
víctimas. Todos seremos víctimas.
¡Hala, a misa!
¡Malditos sean!
Tititokokoki