Desde mi punto de vista, lo más apasionante y determinante para el futuro de España (y consecuentemente, de los españoles) es lo que se ha dado en llamar la cuestión territorial y la capacidad, o no, de llegar a un pacto de investidura con los llamados partidos nacionalistas que, al parecer, devinieron independentistas (a consecuencia del concepto “constitucionalista” y jacobino del Estado que, de forma pétrea y acerada, defienden PP, PSOE y Ciudadanos).
En primer lugar, hay que diferenciar entre dos conceptos: nacionalismo e independentismo. Son dos conceptos nada afines entre sí. El nacionalismo alude a una serie de cuestiones culturales, raciales y lo que a ello se pueda añadir, para marcar la diferencia identitaria de un territorio respecto a los demás, presuponiendo que la naturaleza del nacionalista es superior en todos los sentidos a la de los demás y, por tanto, impermeable a cualquier tipo de mestizaje. El independentismo, en cambio, es la manifestación del deseo de separarse de un Estado que está haciendo la puñeta (subjetivamente) al conjunto de la ciudadanía que se quiere independizar. El nacionalismo es inmanente, mientras que el independentismo es contingente; es decir, el nacionalista lo será siempre (incluso, en contra de toda evidencia), mientras que el independentista lo será o dejara de serlo, dependiendo de la relación que el Estado mantenga con su territorio.
Hoy, en esta España incapaz de aglutinar una mayoría que facilite la gobernabilidad a través de un candidato que suscite la confianza de las fuerzas políticas representadas en el Congreso de los Diputados, el eje izquierda-derecha (que ya de antes había sido superado por el de arriba-abajo) ha perdido todo su significado y vigor frente al eje soberanista-antisoberanista.
Sin perder el tiempo en insistir en el desmontaje del falso mito de la nación española secular (ya sabemos que el único intento de hacer del trozo que nos toca de la península ibérica fue la Constitución de 1812, brutalmente abortado por la monarquía borbónica y sus cómplices, nos consta que los gobiernos centrales de Madrid han dado siempre la espalda a la realidad plurinacional de lo que podría ser la España moderna, integradora, diversa y solidaria, que todos los demócratas desearíamos.
Pero los herederos de Cánovas y Sagasta (PP, PSOE y Ciudadanos) se niegan a darle un mínimo de espacio político a los partidos líderes en Catalunya y Esukadi. Tremendo error, pues, como es bien sabido, es el sujeto con el que tienes un conflicto el primero al que has de ofrecerle un lugar en el espacio común (si es que quieres que así lo sea).
El independentismo solo se combate con la democracia, con el respeto, con la capacidad de ofrecer un pacto común ilusionante para todos; es decir, con un referéndum y un nuevo pacto social.
España se construirá como país, como nación, cuando abra sus puertas a otros países y naciones que hoy no quieren seguir con ella porque se les falta al respeto. Así de simple. De tal manera que se llegará a un acuerdo de gobierno cuando todos y cada uno de los partidos de este país entiendan de qué va este país (y la historia del Mundo, en general).
Croniamental