Me he hecho viejo, no hay duda, tengo 60 años. No me cabe en la cabeza, pero es así.
Yo, que lo de las pajas siempre me ha parecido el mejor de los deportes y el fornicio, la consagración de la primavera. Y ahora luzco bolsa de meaos al lado del ombligo, el tupé ha pasado de mí y no me queda un diente propio y los que luzco se los debo al rédito que me han dado las muchas horas de trabajo y a la sabiduría de mi dentista.
He visto el debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera, moderado por Jordi Évole.
Cualquiera de los tres podrían ser mis hijos, por edad; de hecho, el mío tiene 35 tacos, y sigue siendo mi niño.
En otros tiempos, allá por los años treinta del siglo pasado, los chavales se liaban a tiros con el contrario; trifulcas que, a la postre, nos llevaron (o sirvieron de escusa) a la Guerra Civil (mal llamada cosa esta). En fin, que en el programa de Évole nadie pegó un tiro. Eso que hemos ganado
Sin embargo, lejos de intentar comprender los acontecimientos que más nos importa de nuestra historia, reincidimos en errores lamentables que no nos conducen a nada bueno.
Es difícil darle la razón absoluta a nadie. En primer lugar, porque no hay nada más abominable que el absolutismo y, en segunda instancia, porque nadie puede arrogarse la capacidad de darle la razón a nadie que no sea uno mismo; y ahí está el quid de la cuestión: uno, si es honesto, ha de tener suficientes argumentos para darse la razón.
Hemos avanzado mucho, indiscutiblemente, en la concreción de un espacio de diálogo. Ahora, solo falta rematar la cosa con un poquito de humildad.
Me he pasado la vida sin acabar de concluir mis afectos ideológicos; me he quedado colgado en la Primera Internacional, entre Marx y Bakunin. Tengo claro que, al menos en España, el mayor número de víctimas las han puesto siempre los anarquistas, pero también me da la impresión de que los anarquistas han sido los más toca huevos a la hora de cambiar las cosas.
Tengo la impresión de que los comunistas son los hermanos mayores de los anarquistas. Entre hermanos siempre ha habido una relación amor-odio insuperable.
No quiero dilatarme en pormenores de la Guerra Civil en España, de la dicotomía República-Revolución, que etimológicamente suscribo la versión del anarquismo pero que, en la vida misma donde no existe espacio para los sueños, el comunismo tiene razón. A fin de cuentas, no vale con querer; sobre todo, hay que poder. Y es un hecho: los comunistas fueron los únicos y últimos socios leales de la II República de España.
Croniamental