El personaje del general Francisco Solano López es uno de los más polémicos y también vilipendiados de toda América Latina. Se le conoce como el gran perdedor de la llamada Guerra de la Triple Alianza, que enfrentó a la pequeña nación paraguaya que él presidía contra el Brasil, Argentina y Uruguay entre los años que van de 1864 a 1870. Se trató de una guerra de carácter genocida entre ese pequeño país y sus relativamente poderosos vecinos alentados desde la sombra por la Gran Bretaña, que veía con enorme desagrado el proteccionismo y la autarquía paraguaya, un país que, según cuenta Eduardo Galeano en su libro “Las venas abiertas de América Latina”, gozaba de una “economía en pleno crecimiento, una línea de telégrafos, un ferrocarril y una buena cantidad de fábricas de materiales de construcción, tejidos, lienzos, ponchos, papel y tinta, loza y pólvora”. Era, además, un país que había erradicado por completo el analfabetismo, algo inaudito en el continente por aquellos tiempos. La balanza comercial del país arrojaba un notable superávit, y además, contaba con una moneda fuerte y estable, con la suficiente riqueza para realizar grandes inversiones públicas sin recurrir a capitales extranjeros.
Pero no todo el mundo veía estos avances con buenos ojos. El comercio inglés consideraba aquel pequeño país prospero e independiente, aunque autárquico, un mal ejemplo que había que exterminar a toda costa, puesto que el gobierno paraguayo no permitía la circulación por sus vías fluviales de las naves británicas que llenaban toda América Latina de los productos fabricados en las grandes ciudades industriales inglesas. Dicho de otra forma, Paraguay estaba asumiendo un papel de nación independiente que no le había sido asignado en la gran obra del capitalismo internacional. Y el Brasil fue el vehículo principal de una intervención militar fundamentalmente financiada por el Banco de Londres, la casa Baring Brothers y la Banca Rothschild, y secundada por la Argentina y el gobierno uruguayo. Como resultado de esta guerra implacable, en la que los paraguayos se defendieron literalmente hasta el último hombre, el Paraguay perdió entre un 50 y un 85 por ciento de su población, y quizá más del 90% de su población masculina adulta.
La historiografía oficial, siempre redactada y confeccionada por los vencedores, no ha parado de describir a Solano López como una especie de demente al estilo del Kurz de “El corazón de las tinieblas”, o algo por el estilo. Pero aquí surgen las primeras dudas y contradicciones. ¿Cómo es posible que semejante orate contara con un apoyo tan incondicional de su pueblo? ¿Por qué los paraguayos no desertaron en masa en lugar de luchar hasta el final en el que estaba considerado como el mejor ejército de la época en América Latina? Y muchas otras preguntas que uno se formula cuando lee algunas de las historias oficiales, como la breve biografía sobre el personaje escrita por la autora Cristina García para la colección “Protagonistas de América”, que, al parecer, no fue ni con mucho una de las más tendenciosas. La Wikipedia en español nos informa de que esta visión tan hostil al Solano López es discutida por “el revisionismo argentino y la visión tradicional paraguaya”, casi como si se tratara de exotismos a los que no hubiera que prestar mucha atención.
Pero las narraciones no sólo del ya citado Galeano sino del historiador norteamericano Howard Zinn, que, sin referirse específicamente a Solano López, proporciona una visión poco halagüeña del imperialismo norteamericano, nos remiten a una visión global distinta de los hechos. Una de las grandes falacias de la mitología imperialista y colonial es atribuir enseguida a los gobernantes que se desvían de sus designios una condición de extremistas sin escrúpulos, o personajes que son auténticos deshechos de la Historia. La realidad, sin embargo, suele ser bien distinta, como ya comprendiera en su día un hombre como Simón Bolivar, y puede resumirse en la célebre frase acuñada por James Monroe, quinto presidente de los Estados Unidos; “América para los americanos”. La interpretación benigna de esta frase podría ser la de un respeto escrupuloso a la independencia de los países de todo el continente ante las injerencias de las potencias europeas. Sin embargo, la realidad ha demostrado que esa América que debía decidir los destinos del hemisferio era únicamente la del norte. De hecho, la primera puesta de largo ante el mundo de la nueva república norteamericana fue la anexión de la mitad del territorio mexicano, harto conocida, por no olvidar el menos conocido y fallido intento de anexionarse Canadá. Pronto seguiría el resto del continente, en el cual los Estados Unidos ocuparían el papel colonial de los antiguos colonizadores europeos, pero con el refinamiento de la invención de numerosos gobiernos títere con los que salpicarían país tras país tras una independencia engañosa. Por supuesto, tomando como apoyo la complicidad de los herederos de la antigua clase dominante española.
Para darle base ideológica a todo ello era necesario, como en el caso de Solano López, satanizar a cualquier posible gobernante disidente que alcanzara el poder. Una práctica que se ha seguido hasta nuestros días y que se ha utilizado contra el Chile de Allende, Cuba, Venezuela, Nicaragua, etc… En esto, el imperio americano no era en realidad muy innovador. Como explicó Edward Said en su libro “Orientalismo”, todas las potencias coloniales han empleado estrategias similares para mantener su dominio sobre los territorios y países conquistados. Lo de menos es si este imperialismo cultural y de apropiación del lenguaje, que es el acompañamiento indispensable del imperialismo material, se aplica a hindúes, musulmanes, chinos, japoneses, indonesios, vietnamitas o las naciones latinoamericanas. El cliché sustituye al conocimiento real de la situación de cada pueblo afectado por la exploración de las potencias occidentales, lo cual no significa que todo lo contenido en el cliché sea falso, pero sí que impone una imagen parcial y estereotipada que sustituye a la real. De hecho, los primeros caudillos de la independencia latinoamericana eran o hubieran podido ser hombres homologables a los mismísimos Washington, Jefferson, Franklin, etc. Y el proteccionismo de los Estados Unidos hacia sus propios productos durante todo el siglo XIX tenía muy poco que envidiar al que Solano López practicaba en el Paraguay, por no hablar del tan criticado –en nuestros días- robo de patentes extranjeras del que a menudo se acusa a la China. Abundando en las ideas que Said expone en su libro, se trata de crear la impresión de que determinados pueblos viven en una especie de minoría de edad perpetua de la que nunca podrán salir y que, por lo tanto, sus vivencias y su historia sólo pueden ser aprehendidas y explicadas por las mentes occidentales. Y de la misma manera que en su día se caricaturizó a Solano López, se ha caricaturizado y descrito como tiranos a políticos como Mossadegh, el primer ministro de Irán laico derrocado al alimón por la CIA y la Gran Bretaña en 1953, y a numerosos líderes latinoamericanos y africanos, que en nada eran peores que determinados tiranos favorecidos de manera invariable por Occidente, como por ejemplo, los gobiernos fundamentalistas de Arabia Saudí y otros países , y un buen número de dictadorzuelos sanguinarios de la misma América Latina.
Vivimos en una época en la que se han desmontado muchas mitologías. Es del todo irrepetible una alucinación como la del “hombre nuevo” que se esperaba que surgiese durante las primeras décadas de la URSS, y tampoco el delirio nazi del ario en lucha permanente contra el “eterno judío” es aceptable en nuestros tiempos, aunque tanto la xenofobia como el racismo resuciten sus antiguos fantasmas bajo disfraces diferentes. Pero de alguna manera el mito fundacional del colonialismo, “the White man’s burden” de la que hablase Kipling en su día, persiste de manera más o menos subrepticia en el discurso de algunos gobiernos occidentales e incluso en la obra de algunos novelistas de prestigio. Un mito que encaja a la perfección con la concepción neoliberal de la sociedad humana, a su manera tan determinista e historicista como la que denunciara Karl Popper en el marxismo en su libro “Miseria del historicismo”. Quizá haya llegado el momento de aceptar que en algún momento Estados Unidos y Europa tendrán que dejar su monopolio de la verdad y de la organización de la pomposamente llamada “comunidad internacional” y compartirlo con otras potencias emergentes e incluso otras sensibilidades.
Veletri