A efectos de la presente entrada, voy a englobar como “científico” todo lo que describe realidades verificables, medibles o comprensibles según métodos racionales admitidos por la comunidad de académicos e investigadores. Dentro del término “metafísica” incluiré todo lo referente a lo religioso, lo espiritual y lo místico.
En estos tiempos de racionalismo y secularización parece vergonzante hablar de “conocimiento interno”, o de “experiencias interiores” ya que, por ser subjetivas en principio, sólo pueden ser reconocidas y comunicadas entre sujetos de la misma experiencia, pareciendo ajenas al resto. En consecuencia, la mayoría de las veces todo este campo de conocimiento interno (que parte de dentro) ha sido tradicionalmente relegado como irracional, mágico u oscurantista. Hoy día se hace imprescindible, no obstante, la unificación de estos dos campos de experiencia humana, ya que el racionalismo desnudo y el cientifismo de los datos y de los hechos siguen sin ofrecernos una explicación global del Cosmos y de la Vida y, en definitiva de nuestras propias vidas.
Desde hace siglos se ha fragmentado el conocimiento y la ciencia, al separar el conocedor de lo conocido, el sujeto del objeto, el experimentador de lo experimentado. Muchos científicos reconocen hoy día la imposibilidad de una absoluta objetividad científica, puesto que el observador influye en lo observado (Werner Heinserberg) y el mundo “de fuera” no es sino una creación del mundo “de dentro” (Frithof Capra).
Con gran humildad, Max Planck reconocía ya en 1930 que los medios de investigación del físico no le enseñaban nada sobre el mundo real, a pesar de constituir el conocimiento de éste su objetivo e ideal. Posteriormente, científicos como David Bohm, Neils Bohr, John Wheeler y el ya citado Fritjof Capra, entre otros, no bastándoles con la mera toma de conciencia de los límites de los postulados físicos admitidos hasta la actualidad, han emprendido estudios interdisciplinares, abriendo el campo a una “expresión científica” de la unidad entre el conocimiento científico y el conocimiento interno, entre los grandes principios de la Física moderna y las aportaciones hechas por las llamadas tradiciones espirituales.
Igualmente, en el área de la Psicología, fundamentalmente transpersonal, Richard Bucke, Abraham Maslow, Stalinaf Grof, Ken Wilber, Charles Tart y France Vaughan, entre otros, han hecho aportaciones fundamentales en el campo de la investigación de la conciencia, partiendo, en la mayoría de los casos, de experiencias o investigaciones personales. Uno de sus méritos fundamentales es el de haber ampliado la Psicología, desde el terreno de las “tradicionales” patologías psíquicas, al de la autorrealización y trascendencia. Han empezado a poner palabras “científicas” a los llamados estados ampliados, o modificados de conciencia, a las experiencias de supuesto carácter místico y las revelaciones de los grandes clásicos espirituales, que habían quedado tradicionalmente relegados como textos puramente literarios.
Es así como cada vez mayor número de personas que experimentan lo que Abraham Maslow ha denominado experiencia-núcleo o trascendental, han podido comenzar a conceptualizar sus respectivas experiencias, al tiempo que muchos profesionales de la Psicología han comenzado a abrirse a otros enfoques, hasta el punto que se haya podido afirmar la casi identidad de objetivo entre la curación psíquica y las vías de conocimiento interno.
Y es aquí donde quizá haya que distinguir entre religión, espiritualidad y mística. El fenómeno religioso, como todos/as sabemos, es un fenómeno humano vinculado a un sistema de creencias, ritos y normas morales. Como tal, puede ser considerado un fenómeno cultural vinculado a la creación, cohesión y mantenimiento de las civilizaciones que se han ido sucediendo a lo largo de la historia de la humanidad. Se podría convenir con ello en que es “espiritual” todo movimiento que parte del interior hacia el exterior, que está inspirado por el amor incondicional, que tiene una visión global y que sirve el bien de la totalidad mayor a nivel local. En este sentido lo “espiritual” estaría vinculado a un sentimiento que trasciende las necesidades materiales más básicas. En el campo de lo místico sólo incluiríamos la experiencia interna directa: la presunta aprehensión de lo real sin que haya mediación ninguna entre el experimentador y lo experimentado.
Llegados a este punto toda transmisión de la experiencia por medio de las palabras no es la experiencia misma. Es aquí donde las palabras, dentro de su contexto subjetivo, se vuelven poéticas y, como tales, puramente simbólicas, como diría un tal Maestro Eckhart: “El ojo en que veo a dios, es el mismo ojo en el que dios me ve. Mi ojo y el ojo de dios son un sólo y mismo ojo, una sola y misma visión, un sólo y mismo conocimiento, un sólo y mismo amor”… Con la misma dificultad de transmisión se han encontrado místicos cristianos como Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, o sufís como Rumi, Djami, Indries Shah, o el indú-islámico Kabir. Sus escritos poéticos son sólo evocación y pálido reflejo de la supuesta realidad experimentada.
Esta experiencia interna ha sido llamada según las diferentes tradiciones, dioses, transcendencia, el ser, la iluminación, el estado búdico, satori, nirnava, conciencia crística, el fanâ, la revelación, el yo superior, la supraconciencia, el samadhi, etc… A la luz de la historia, de la reciente aproximación entre oriente y occidente y de la multiplicación de experiencias internas de muchas personas, me atrevería a firmar que hoy día el “conocimiento interno” y la “experiencia mística” no son sino un potencial común a cualquier ser humano al margen de su universo de creencias personales. El campo de lo “metafísico” ha dejado de ser patrimonio exclusivo de teólogos, sacerdotes, monjes, gurús, yoguis, ascetas e iniciados esotéricos. El problema que plantea esta “democratización de lo trascendente” es el de la verificación de su autenticidad o inautenticidad y la integración de su profundidad. El científico, como profesional de la Ciencia, formula teorías e hipótesis y, hasta cierto punto, es controlado por la comunidad de científicos. Pero, ¿cómo se reconoce a un “profesional de la espiritualidad” y cómo puede ser controlada su autenticidad y profundidad? No basta con que tenga seguidores, ya que debe ponerse en duda su eventual objetividad legitimadora. Es aquí donde cada persona no puede sino remitirse a la subjetividad de su propia experiencia interna, corroborándola con las de otras personas y grupos que le sirvan de espejo.
Ken Wilber, tras referirse a Marx, Freud y Habermas, elogiando su aportación fundamental emancipadora en los campos de la crítica económica-histórica, sexual-emocional y de la acción comunicativa, respectivamente, se lamenta de que todavía no se ha hecho un análisis que estudie “las opresiones de la espiritualidad, la represión de la trascendencia, la política del Tao y la negación del Ser por parte de los seres”. Pero parece que su llamada ha tenido eco y quizás, vayan apareciendo trabajos unificadores desde las diferentes disciplinas, como así es observable desde hace tiempo, que al criticar los postulados mismos en que se basa tanto la Ciencia como la Espiritualidad conocida, en su amplitud de manifestaciones, vayan eliminando los obstáculos para una comprensión más global, auténtica e integral de lo real.
Flan Sinnata