“Donde el amor rige, no existe el deseo de poder; y donde el poder predomina, falta el amor” (Carl Jung).
Esta frase me lleva a pensar que si el amor y el “no poder” van unidos y si el ser humano tiene “voluntad de poder” (Nietzsche), podríamos concluir que el ser humano es un ser de odio: voluntad de poder à voluntad de no amor à voluntad de odio. Vale, esta conclusión es retorcida, está traída por los pelos y es un sofisma, pero, ¿y si fuera verdad?
Hablar de odio es hablar del mal, pero ¿existen el bien y el mal como conceptos categóricos y entidades absolutas? En la filosofía occidental quizás sí, porque está basada en la filosofía griega (Platón y Aristóteles), que sirvió de base para la moral judeo-cristiana (basada en conceptos de culpa y pecado). Pero para la filosofía oriental (taoísmo, budismo e hinduismo) son entidades relativas, no absolutas. Por eso no establece división entre el bien y el mal (en el taoísmo no hay nada bueno ni malo, todo parte de una raíz y hay que buscar la armonía).
Yo creo que los binomios amor-odio y bien-mal son personales. Y por eso comparto la idea de Albert Camus de una “ética de situaciones, endógena y pragmática”. Esta idea llevada al extremo podría llevarnos a la aberración de una “ética líquida” en una modernidad líquida sin moral ni convicciones (Zygmunt Bauman). Sin llegar a ese extremo, Schopenhauer decía que el mal tiene su origen en nosotros mismos y forma parte de nuestra naturaleza. Schelling decía que “nosotros albergamos el bien y el mal” y que “en el hombre está el abismo más profundo y el cielo más alto”. A Chesterton le preguntaron si era un demonio y respondió: “soy un hombre, y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios”. Gramsci hablaba del “odio a los indiferentes” porque “vivir significa tomar partido”. Marx, Engels y Lenin reconocen la violencia revolucionaria como única forma de transformación radical de la sociedad. El historiador Jerzy W. Borejsza en su libro “La escalada del odio” analiza los sistemas fascistas en Europa. Y Pablo Iglesias habla de los medios de comunicación que amparan el discurso del odio.
Por tanto, habría que considerar el odio como una parte más de la condición humana. Dicen que el odio es un sentimiento destructivo para quien lo siente, pero yo creo que hay que ampliar ese concepto. Digo esta boutade porque sin su fuerza e impulso, muchas cosas no hubieran sido posibles (vuelvo al párrafo anterior de “voluntad de poder-odio”). Mayormente porque el ser humano es un ser que odia (los animales no odian, quizás porque no tienen esa pulsión de poder) y la historia de la Humanidad es una historia de odios. Y de amor, claro, (que no se me olvide). El odio ha sido motor en la formación de imperios y subsiguientes revoluciones para acabar con ellos. El odio es fundamental en el ser humano, en sus narrativas y en su literatura (y el amor también, que se me olvida otra vez).
La cosa empieza con una odiosa historia fraternal entre Caín y Abel que terminó mal (para Abel, digo). Y después la Biblia nos habla de mucho odio: “el que dice que está en la luz y odia a su hermano, está en tinieblas” (1ª Juan 2:9). Pero como medio mundo odia al otro medio, creo que estamos a oscuras (necesitaríamos una buena empresa eléctrica pública con luz barata). Además, veo difícil que sigamos el ejemplo de San Pablo, que pasó del odio a los cristianos a ser su líder amoroso (todo un ejemplo a no seguir).
El odio religioso es imprescindible para entender la historia. El filósofo francés Michel Onfray dice que “la Torá, la Biblia y el Corán practican el mismo odio en su libro “Tratado de ateología”. Pero tampoco es cuestión de hacerle mucho caso porque, obviamente, es un ateazo que odia la religión (y yo odio las generalizaciones). Además, como el Islam tiene un mensaje del odio al infiel, El Corán es un libro violento lleno de odio y la yihad habla de guerra santa, pues por comparación tampoco estamos tan mal en el Occidente cristiano en cuestión de odio (aunque vamos bien servidos, porque la Biblia tiene muchas historias de odio). Claro que hay división de opiniones, porque, aunque la Iglesia dice que el cristianismo es una religión de amor, el escritor colombiano Fernando Vallejo no opina igual en su libro “La puta de Babilonia”. Lo cual me recuerda la idea del odio del pueblo (perdón, el opio del pueblo).
En temas de odio el Budismo flojea y pierde con diferencia, porque dice que el odio es un fuego que debemos trabajar porque nos consume (los otros dos son la ignorancia y el apego). Lo dicho, flojea y es demasiado buenista. No me extraña que los hippies, los escritores de la generación beat y alguna estrella de Hollywood lo practiquen (el Dalai Lama es un flojo de la vida: necesitaría un poco más de odio).
La antropología y la neurociencia nos hablan de la agresividad del Mono Sapiens porque tenemos más de chimpancé que de bonobo. Si fuera lo contrario, arreglaríamos los conflictos con más sexo y menos guerras. Pero donde esté una buena guerra, que se quite el sexo y es mejor joder al prójimo que follar bien. Por eso el odio se relaciona con la agresividad (y con el poder, claro).
Tras el primitivo y rudimentario odio entre las tribus de Homo Sapiens (por territorios, recursos y esas cosillas sin importancia), en la antigüedad el odio se va puliendo y perfeccionando: el odio entre griegos y persas es un clásico, las guerras púnicas empezaron cuando Aníbal juró a su padre odio eterno a Roma y la máxima sofisticación se alcanzó con el Imperio Romano: estos sí que sabían odiar bien (a los bárbaros y entre ellos mismos). Y esto del odio acabó mal para Viriato (entre otros).
En todas las revoluciones ha habido mucho odio (vaya mierda de revolución sería si no lo hubiera). Y por eso desde Marx y Engels, el odio de clase (perdón, la lucha de clases), es un concepto fundamental en el materialismo histórico. Por ello un buen marxista debe sentirlo con toda su alma. En el caso de que ésta exista, claro, porque un marxista sabe que el alma es un instrumento de manipulación y dominio por parte de la odiosa clase explotadora, dominante, burguesa y demás cabrones poderosos sobre la clase obrera y proletariado. Y este odio finalizará cuando se llegue a una sociedad sin clases y sin poderosos (o sea, que tenemos odio para un rato y más, porque el ser humano es un ser jerárquico con voluntad de poder-odio).
En España andamos bien servidos de odio y somos una potencia mundial en PIB de rencor. Ya en la Reconquista (palabra odiada por muchos que dicen que no fue tal) había una buena dosis de odio mutuo. Unos hablaban de “odio al sarraceno” y otros de “odio al infiel”: todo en orden, empate en este tema. Claro que también había historias de colaboración mutua e incluso de amor entre ellos, pero esto no viene al caso (y además, estropearía esta bonita entrada de odio).
Finiquitado el odioso Islam en España, hacía falta un nuevo motivo para odiar. Y en esto que llegó el odioso Lutero con sus 95 tesis clavadas en las puertas de la iglesia de Wittemberg y se lo puso a huevo al odioso Carlos V, que convocó la Dieta de Augsburgo, en la cual se enfrentaron luteranos y católicos con un odio “comme il faut”. Luego vino el Edicto de Worms y la excomunión de los odiosos luteranos, porque Carlos quería salvaguardar la unidad cristiana. Y para ello hacía falta odio (que no falte). Como respuesta, los luteranos de las “órdenes reformadas”, formaron la “Liga de Esmalcalda de los protestantes”. Luego vino el Concilio de Trento, el inicio de la guerra en 1545, la batalla de Mühlberg, la Paz de Augsburgo, etc. Esta guerra de Calos V contra los príncipes alemanes es el ejemplo perfecto de lo que debe ser una bonita historia de odio (en España sabemos mucho del tema y tenemos una tradición consolidada).
Ya metidos en la época del Imperio español, el odio a la pérfida Albión fue primordial en nuestra historia (ahí empezó el odio al imperio español y la leyenda negra). Luego llegó el odioso Napoleón y el correspondiente odio a los franceses. Y después de odiar a Europa, nos odiamos a nosotros mismos en las guerras carlistas, con un odio fantástico entre carlistas-reaccionarios y liberales-modernizadores. Después llegaron los nacionalismos, con su odio a la malvada España. Y después la guerra civil española, una odiosa tormenta perfecta. Luego llegó el odioso franquismo con su odioso relato de la conspiración judeo-masónica-comunista y correspondiente odio fachilla a comunistas, anarquistas y rojillos en general. Y ya en la actual España (con su odiosa polarización), la izquierda nos habla de la odiosa y casposa derecha, connivente con el machismo, xenofobia, homofobia y delitos de odio hacia el colectivo LGTBIQ (en estos temas el Islam nos gana por goleada).
¿Odia más la izquierda o la derecha? Difícil respuesta, porque el tema está muy reñido, por no decir a la par. La izquierda europea odia su pasado occidental colonial con su correspondiente relato eurocéntrico y occidental de imposición cultural (teoría decolonial). En el caso de España, ese pasado incluye la Hispanidad, el “genocidio indígena”, la añoranza de la II república, su derrota por los golpistas y los odiosos 40 años de franquismo. Por no hablar de la odiosa leyenda negra (con su buena Inquisición incluida).
En cambio, la derecha europea odia todo aquello que amenace su identidad, su pasado y su historia. Y odia ese revisionismo histórico woke que considera a Occidente culpable de todos los males de la Humanidad. Capitalismo incluido, claro, ese odioso sistema económico y civilizatorio de muerte que destruyó al resto de civilizaciones, cosmogonías e identidades culturales a través de la globalización de su pensamiento único (neoliberal, claro).
¿Y cómo está el odio en Occidente? Bien, gracias, porque es un valor en alza. El odio occidental tradicional que hubo en sus revoluciones (francesa, inglesa, americana, rusa, etc) y en sus guerras (religiosas, napoleónicas, primera, segunda, de los Balcanes, etc) está bien representado en la actual guerra cultural entre wokistas e identitarios, versión actualizada de las tradicionales izquierda y derecha.
¿Y el odio en el planeta? Pues también goza de excelente salud. Superada la odiosa guerra fría del siglo XX entre capitalismo y comunismo, en el mundo moderno el odio va por barrios. Así, en el de Oriente Medio, el odio mutuo entre judíos y palestinos es de máxima calidad: Hamás y Hezboláh lo llevan incorporado en sus Kaláshnikov AK-47 y cohetes katiusha, mientras los colonos judíos y sionistas lo llevan incorporado en su Tashal. O el odio a Occidente de los pirados de Al Qaeda y yihadistas, compensado a su vez por el odio identitario de neofascistas y ultraderechistas occidentales. Por no hablar del odio tribal africano: entre hutus y tutsis de Ruanda, xhosas y zulús de Sudáfrica, dinkas y nuers de Sudán, etc. O el odio entre musulmanes e hindúes en la India. Quizás sea odio entre civilizaciones (choque de civilizaciones, que diría Samuel Huntington).
En los medios de comunicación hay mucho odio y últimamente se habla de los “delitos de odio” por raza, religión y orientación sexual. El odio al imperio USA y los yankees es un clásico. Hollywood no es nada sin una buena historia de odio y venganza. El sanguinolento Tarantino es un aprendiz en este tema, porque las películas clásicas del cine negro americano de los 30 y de los 40 tenían una buena dosis de odio por medio (aunque era un odio mejor tratado que el odio-espectáculo del cine de Hollywood actual).
En el blog andamos bien surtidos de odio: un forero me dijo “yo te odio” (literal) y hay un forero que lleva el odio en su nick. Mostramos nuestro odio a políticos, partidos, colectivos, instituciones y a todo: supongo que será nuestra pequeña “voluntad de poder” (o sea, de odio). Lo cual que este blog sin su correspondiente dosis de odio e insultos sería un ente empalagoso de paz, amor y plus en el salón.
Los escritores saben odiar bien. Y con cultura, que no es lo mismo el odio sofisticado de un cultureta que el odio bellotero de un indigente intelectual indocumentado. Yukio Mishima odiaba la imposición del estilo de vida occidental en Japón: este tipo sabía odiar con estilo y hasta el final (así acabó). Ernst Jünger decía que en la guerra había que matar bien al enemigo, pero sin odio (otro flojo de la vida). Y Bertrand Russell decía que pocas personas consiguen ser felices sin odiar a otra persona, nación o credo. En la música se habla de odio, aunque sea un odio banalizado (como en la canción "Odio" de Alaska y los Pegamoides).
Y para terminar esta odiosa entrada, un poco de ironía y humor. Si hacemos algo, hagámoslo bien. Así que en la odiosa y estupidizada sociedad actual, ya basta de ser influencer, youtuber, instagramer o gilipoller para intentar convencer al mundo entero de que somo tipos excelentes y positivos. No finjamos buenrollismo y abracemos nuestro odioso lado "hater”. Si decidimos odiar, hagámoslo bien, en condiciones y hasta el final (como diría Bukowski, que no se andaba con remilgos ni medias tintas).
Un Tipo Razonable